CAPITULO II


Si hay alguna virtud en las palabras para curar, y que las señales prodigiosas se pueden admitir y expeler


De los remedios que se toman del hombre, es el primero de grandísima duda y questión, y siempre incierta. Si tienen alguna fuerza las palabras y los encantamentos de versos,1 lo qual si es verdad convendrá al hombre conocer lo que es recebido. Pero repugna varonilmente la fe de qualquiera hombre sapientísimo. Aunque el vulgo en común lo cree, sin conocer ni sentir la razón. Porque matar las víctimas sin precación y rogativa les parece no ser de provecho, ni consultar con reverencia los Dioses. Fuera desto, otras son las palabras del que impetra, otras las del que desvía, otras del que encomienda. Visto hemos haver suplicado con ciertas rogativas los sumos magistados. Y para que no quede por dezir alguna cosa de las palabras, o se diga al revés de como se ha de dezir, es necesario que vaya alguno delante de lo escrito, y luego dar otro para guarda, que atienda, y proponer otro que mande favorecer las lenguas y tañer el trompetero, para que no se oyga otra cosa. Con memoria insigne de entrambas cosas, de todas las vezes que han dañado, sonando y haziendo estruendo vozes de mal agüero, y de todas las vezes que se ha errado la deprecación, así es quitar de repente las cabezas de las entrañas o los corazones, o juntarse estando la víctima en pie. Dura hasta aora con excelente exemplo de los Dedos, padre y hijo, el verso con que se ofrecieron y dedicaron a los Dioses2 También permanece la precación de Tuccia, virgen vestal, acusada de incesto, con la qual traxo agua en un cribo, año de la edificación de Roma seiscientos y nueve. También vio nuestra edad que se enterraron vivos en la plaza de los bueyes un griego y una griega, o fuesen de otra nación con quien se tenía comunicación entonces. Y si alguno leyere la precación deste sacrificio, con la qua! suele ir delante el maestro del Colegio de los quinze Varones, confesará cierto la fuerza de los versos, aprovando todo esto con los sucesos de ochociemos y treinta años. Hoy creemos que nuestras vestales, con su precación y rogativa, retienen a los siervos fugitivos en el sitio donde están, no haviendo salido de la ciudad. Y si esto una vez se recibe por cosa cierta, se habrá de confesar de toda esta conjetura que los Dioses oyen algunas preces y ruegos,3 o que se mueven con algunas palabras. Nuestros antiguos es cierto haver afirmado perpetuamente cosas tales, y lo dificultosísimo dellas es hazer también caer rayos, como mostramos en su lugar. Lelio Pisón, en el primer libro de sus Anales, escrive que Tullo Ostilio, rey, procurando por los libros de Numa llamar y traer del cielo a Júpiter con el mismo sacrificio con que él le havía traído, por haver hecho algunas con poca reverencia, fue herido de un rayo, y muchos dizen que los hados y señales de grandes cosas se mudan con palabras. Como los romanos, abriendo los cimientos para un templo en el monte Tarpeyo, hallasen una cabeza de hombre, embiados por esta causa embaxadores del Senado a Toscana, a Oleno Caleno, excelentísimo adivino, viendo que era aquél venturoso y favorable agüero, intentó con una pregunta transferirle a su nación, haviendo primero Scipión señalado delante dél en el suelo la figura del templo. Dixo él: Así, ¿esto dezís, romanos? Aquí ha de ser el templo del bonísimo y grandísimo Júpiter. Aquí hallamos la cabeza, constantísima afirmación de los Anales, que el hado se ha de pasar a Toscana. Pero los embajadores romanos, advertidos del hijo del adivino, respondieron: No aquí en esta misma parte, sino en Roma dezimos que se halló la cabeza. Otra vez dizen que sucedió lo mismo, quando haviendo labrado para lo alto del templo quarro cavallos de barro, crecieron en el horno, y de la misma manera retuvieron otra vez el agüero. Basten estos exemplos para que se vean las fuerzas de las señales prodigiosas, y que están en nuestro poder y que, como son recebidas, así tiene qualquiera la fuerza. En la ciencia de los agüeros ciertamente consta que ni las maldiciones ni los agüeros de las aves pertenecen a aquellos que, entrando a hazer qualquier cosa, niegan haverlas observado. Don que no hay otro mayor de la indulgencia divina. Pero ¿qué diremos? ¿No se hallan escritas en las mismas leyes de las doze Tablas estas palabras? El que huviere encantado las mieses y, en otra parte, el que huviere encantado mal verso. Verrio Flaco pone autores, a los quales da crédiro, que dizen: Como la primera cosa que acosrumbravan hazer en las expugnaciones de las ciudades los romanos sacerdotes era invocar al Dios, en cuya tutela y guarda estava aquel pueblo, y prometerle el mismo lugar y culto, o mayor, entre los romanos. Dura hasta aora este orden sagrado, en la disciplina de los pontífices, y es cierro que por esta causa estuvo siempre encubierto el Dios, en cuya protección estava Roma, porque no hiziesen lo mismo algunos de los enemigos. Y ninguno hay que no tema ser herido con las maldiciones. A esto pertenece quebrar al momento los cascarones de los huevos, y los de los caracoles en haviéndolos qualquiera sorbido, o horadarlos con el cuchar. De aquí viene la limitación amatoria de los encantamentos, entre los griegos, de Teócrito y, entre nosotros, de Catulo, y más nuevamente de Virgilio. Muchos creen que desta manera se rompen los vasos de los alfahareros, y no pocos también que encantan a las mismas serpientes, y que ellas entienden esto, y que se encogen con el canto de los Marsos, aun en la quietud de la noche. También las paredes se escriven al rededor con deprecaciones de los fuegos.4 Y no es fácil de averiguar si las palabras estrangeras, y no entendidas, desminuían con mayor fuerza la fe, o las latinas no pensadas, o las que el ánimo haze parecer ser ridículas, el qual espera siempre alguna cosa grande y digna de mover a Dios, o que mande a su deidad.

Homero dixo que Ulixes, siendo herido en el muslo, restañó la sangre con el encanto de un verso. Teophrasto dize sanar las ceáticas. Catón dexó escrito que el canto o versos son auxilio para las lisiones. Y Marco Varrón dize que para la gota. El dictador César, después de una caída peligrosa que dio de su carro, dizen que siempre, en subiendo en él, usava anunciar la seguridad del camino, repitiendo tres vezes un verso, lo qua!sabemos hazerlo aora muchos. En esta parte conviene también reprehender la conciencia de cada uno, ¿por qué el primer día del año nos saludamos uno a otro con precaciones alegres y de salud? ¿Por qué en los públicos sacrificios y purificaciones elegimos también prósperos nombres de los que llevan las víctimas? ¿Y por qué para las fascinaciones o aojados acudimos con particular adoración? ¿Otros invocando a la griega Némesis, de la qual por esta causa hay un simulacro o estatua en el Capitolio de Roma, aunque no es su nombre latino? ¿Por qué, quando hazemos mención de los difuntos, protestamos no querer molestar su memoria? ¿Por qué los números impares creemos ser para todas las cosas de mayor fuerza? ¿Y esto se conoce en las calenturas con la observación de los días? ¿Por qué en las primeras frutas dezimos: éstas son viejas, otras nuevas deseamos? ¿Por qué nos saludamos en los estornudos? Lo qual dizen haver hecho también Tiberio César, yendo en su carro, a un hombre (como se sabe) pobrísimo. Y algunos entienden ser cosa más religiosa saludar diciendo su nombre. Fuera deseo está recibido que los ausentes, por el zumbido de los oídos, sienten estar hablando dellos. Attalo afirma que, visto un escorpión, si alguno dize dúo se encoge, y no vibra la cola para picar. Y porque el escorpión nos lo acordó en Africa, ninguno derermioa hazer cosa sin dezir primero Africa. Pero en las demás Provincias ruegan primero a los Dioses que quieran, y si hay mesa presente poner un anillo, vemos ser cosa antigua: porque es manifiesto tener también muchas supersticiones. Otro mitiga las pasiones de ánimo poniendo detrás de la oreja la saliva con el dedo. Y con proverbio se nos manda apretar los pulgares quando demos favor. En la adoración llevamos la mano derecha a la boca para besarla, y torcemos todo el cuerpo, y los franceses tienen por cosa más religiosa hazerlo hazia el lado izquierdo.5 Es consentimiento universal de las gentes adorar los relámpagos con blandos silvos hechos entre el hueco de las manos. Los incendios nombrados mientras están comiendo se abominan echando agua debaxo de las mesas. Si, apartándose alguno de la comida, juntamente se lleva con los pies la soladura, o beviendo el combidado se cae la tabla6 o servilleta, se juzga por malísimo agüero. Dura en esto la memoria de Servio Sulpicio, varón principapor la qual no se ha de dexar la tabla, y es cierto que no se contavan más tablas, que eran los combidados. Y caerse con el estornudo el manjar, o la tabla, si después no se gusrava alguna cosa o de todo punto se dexava la comida, se cuenta entre los malos agüeros. Estas cosas instituyeron aquellos que creyan asistir los Dioses a todos los negocios y a todas las horas, y por esro los dexaron también aplacados con nuestros vicios. También se ha notado que callar de repente en el combite no sucede sino siendo impar el número de los presentes. En lo qual tiene trabajo la fama, porque a qualquiera dellos pertenece la causa. También el manjar caído de la mano se tornava a alzar para las mesas, y vedavan que, por causa de limpiarlo, lo soplasen, y se han formado agüeros execrabilísimos si ha sucedido algo deseo al que está hablando o imaginando.7 Si esto sucediere al Pontífice estando comtendo por causa de expiación o sacrificio, tornarlo a poner en la mesa y quemarlo, ofreciéndolo al Dios casero, es piación o purgación. Los medicamentos puestos acaso en la mesa ames que se apliquen, afirman que no aprovechan. Cortarse las uñas en las ferias romanas estando callando, y comenzando desde el dedo índice es cosa prodigiosa para el dinero de muchos. Fricar y estregar el cabello el día decimoséptimo Y vigesimonono de la Luna aprovecha para que no se cayga, y para los dolores de cabeza. En mucho lugares de Italia se guarda, por ley de aldeanos, que las mugeres andando por los 01minos no hilen o tuerzan los huso ni los lleven descubiertos de todo punto, porque esto contradize a la esperanza de rodas cosas, y principalmente de las mieses. Marco Servvilio Noniano, hombre principal de la ciudad, no ha mucho tiempo, teniendo temor de ceguera, antes que él la nombrase o otro se la pronosticase, traía puesta al cuello una carta arada al rededor con lino, escritas en ella do letra griegas, P y A. Muciano, tres ve es cónsul con la misma observación traía una mosca viva en uliencezillo blanco, afirmando que con estos remedios estavan libres de ceguera. Algunos versos hay contra los granizos y contra algunos géneros de enfermedades y contra las quemaduras, y algunos también esperimentados: pero el contarlo causa grandísima vergüenza en canta variedad de ánimos. Por lo qual deseas cosas tenga cada uno a su voluntad la opinión que quisiere.


EL INTERPRETE

1(Encantamientos de versos). Dixo Eurípides, in Hippolyto coronato: Namque est res certa saluti, Carmen, ab ocultis tribuens miracula verbis. 2(Dedicaron a los Dioses). Superstición usada en España para purgarse de los delitos que se imputavan a alguna persona, y con razón quitada y condenada. 3(Algunas preces y ruegos). Los demonios, deseosos de ser adorados para daño de los hombres, usurpando a Dios lo que a él solo se deve, acudían a las deprecaciones y ricos, engañando a los ciegos que los seguían. 4(Depreciaciones de los fuegos). Se circunscriben y señalan alrededor, para que no pasen adelante los fuegos, y así, como escribe Fesro, fue sabida la deprecación de Afranio, escriviendo en la pared: Arse vorse. 5(Hazia el lado izquierdo). Alex. ab Alexandro, lib. 5, cap 13; Turnebo, lib 4, cap. 15.

6(La tabla). Por mesa entiende Plinio la que llamamos tabla; era quadcada, hecha de plata o otro metal para poner encima el pan o el guisado. En lugar della se usa aora poner un plato con pan, cuchillo, cuchar y tenedor cubierto con servilleta. 7(Hablando o imaginado). Vide Dalechamp, sup. hunc locum.

TOMO Va. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 2a