CAPITULO III


De la nueva medicina, y de Asclepiades médico, y de qué manera mudó la medicina antigua


Pero durava firme la antigüedad de la medicina, y conservava grandes reliquias de su confesada verdad y reputación, hasta que Asclepiades, maestro de rethórica, en tiempo de Pompeyo Magno, viendo que ganava poco en aquella arte, como era de sagaz ingenio para otras cosas, se bolvió de repente a esta facultad, y (como era necesario a hombre que no la havía exercitado, ni conocía los remedios, haviéndola de percebir con los ojos y uso) lisongeando cada día con una eloquente y meditada oración, removió todos los preceptos antiguos, y reduziendo toda la medicina a causa contingente, la hizo congetura, proponiendo por comunes remedios cinco cosas principales. Abstinencia de la comida, algunas vezes del vino, fricación del cuerpo, exercicio andando y siendo llevado, las cuales cosas, como cada uno entendiese que las podía hazer él mismo para su provecho, aprovando y favoreciendo todos por verdaderas cosas, que eran facilísimas, truxo a su opinión casi todos los hombres, no de otra suerte que si huviera venido embiado del cielo.1 Fuera deseo atraía los ánimos con admirable artificio, prometiendo a los enfermos vino, y dando también quando le parecía agua fría. Y porque Heróphilo havía instituido antes que otro el investigar las causas de las enfermedades, y Cleophanto acerca de los antiguos havía ilustrado el orden y razón de dar vino, él quiso ser nombrado dando agua fría, como cuenta Marco Vatrón. También imaginava otros regalos, y suaves deleites, ya suspendiendo lechos en el aire, con cuyo movimiento, o minorase los males, o causase sueño al enfermo; ya instituyendo vaños muy apetecidos de los hombres, y otras muchas cosas agradables, y gustosas, con grande autoridad y no con menor fama: porque saliendo al encuentro de un motruorio no conocido, libró y bolvió a su casa al hombre que tenían por muerto:2 porque no piense alguno que ran grande conversión fue hecha por livianas ocasiones. Sólo esto nos puede indignar, que un hombre de humildísirna gente, nacido sin hazienda alguna, por causa de su ganancia, de repente haya dado leyes de salud a todos los hombres, las quales después anularon muchos. A Asclepiades ayudaron muchas cosas, el cuidado de las quales era demasiadamente penoso y difícil, como cubrir los enfermos con vescidura, y provocar de todas maneras los sudores, aora tostando los cuerpos al fuego, o buscando ordinariamente el Sol en una ciudad sombría, y lo que más es, que en toda Italia, emperadora del mundo, aduló infinito con el uso de los baños pensiles. Fuera desto, en algunas enfermedades quitó los tormentos de curarlos, como en las anginas, o esquinancias, las quales curavan con un instrumento que entrava en las fauces. También condenó con razón los bómitos, entonces demasiadamente frequenres. También contradixo las bevidas de medicamentos dañosos al estómago, lo qual casi siempre es vedado, y así yo señalo primero las cosas que son provechosas para el estómago.


EL INTERPRETE

En el libro séptimo se trató del príncipe de los médicos, Hipócrates, con cuya doctrina y precepcos se ilustró la medicina, saliendo del confuso chaos y nieblas que la escurecía. Pero como la revolución de los tiempos todo lo muda, y trasiega con daño universal de los hombres, huvo algunos ambiciosos que inventaron nuevas sectas. Opúsose contra éstos Galeno, y con razones sutiles y cietras demostraciones destetró sus desvanecidos engaños. Pero el autor dellos, codicioso de nuestro dafio, hizo que tornase a haverlos con unos spurios partos de incultos y cavilosos ingenios, que sin arte en el curar, atendiendo a su provecho, han sido causa de grandes y lastimosos males. Pero bien puede gloriarse ya nuestra madre España con tantos Hipócrates y Galenos, en quien mejorados han renacido los viejos, y con su verdadera doetrina hazen florecer muchos nuevos: y así no será razón, ya que no sea posible hazer relación de todos, pasar en silencio los nombres de algunos, pues esto fuera agravio, y delito contra la patria.a Fueron célebres entre muchos dignos de eterna memoria don Bernardo, obispo de Salamanca, médico y consiliario de los preclaros reyes don Alonso XI y don Fernando IV, su padre, de los quales, por sus muchas letras, recibió aventajadas mercedes. El doctor Luis Avila de Lovera, médico de cámara de la cesárea magestad del invictísimo emperador Carlos V, y el famoso intérprete y comentador de Dioscórides, Andrés de Laguna, honra de su patria Segovia, y de la nación española, pues con varias y provechosas obras, y epilogando a Galeno, llegó meritísimamente a ser médico de Julio III, pontífice máximo. ilustró después la complutense Academia el doctor Mena, médico de cámara del rey don Felipe II, protomédico de sus reynos, tan docro y prudente como podrá conocer quien leyere sus escritos. Fue famoso el doctor Chrisróval de Vega, de Ja cámara del serenísimo príncipe don Carlos, cuyas obras muestran bien la fertilidad de su ingenio, que dio como vega el fruto. Siguiose Francisco de Valles, covatrubiano, cuyas agudas controversias philosóphicas y médicas, y otras muchas obras con que allanó montes de dificultades, han hecho que moderados ingenios caminen sin dificultad por las ciencias como por floridos y apacibles valles. Y así meritísimamente fue estimado del prudente y católico rey don Felipe II. Fue su contemporáneo, y compañero en la real cámara, el docror Andrés Zamudio de Alfaro, docto como prudente, y prudente como noble, y señalado por su ilustre sangre en el pecho de su hijo con la cruz militar del Orden de Calatrava. Siguiose en el mismo puesto, en servicio de su rey, el doctor Luis Mercado, cuyas obras y doctrina no sólo ilustran su patria y academia Valladolid (raíz y fuente de las de España), pero en rodas partes ennoblecen y levantan las letras de su profesión. El doctor Juan Gómez de Sanabria, muchos años catedrático de prima en la insigne Universidad de Alcalá, y también médico de cámara de la católica magestad de los dos Filipos II y III, feliz por muchos doctos dicípulos, como fueron el docror Cámara, Aguiar y Pedro García, y otros que vio en su mismo puesto, y otros en la real familia, siendo yo entre ellos el inferior. El docror Luis del Valle, honra de la imperial Toledo, y de su Academia, de donde, haviendo sido regente de la cátedra de prima, fue traído a cuydar de la salud de su Rey. Después el docror Pedro García Catrero, muchos años catedrático de prima en la Universidad de Alcalá, traído con grandes honras para médico del rey don Felipe III, nuestro señor, cuya agudeza y claridad de ingenio muestran bien las obras con que adelgazó la buena filosofía. El doctor Francisco de Hetrera, médico de cámara de los católicos reyes don Felipe III y IV, y protomédico general de sus reynos, cuyas conocidas letras, adornadas de singular prudencia, y calificadas con oficios de la Santa Inquisición, y con el hábito de cavallería de Santiago en el pecho de don Francisco de Hetrera, su hijo, comendador de Santacruz de la Zarza, son honra de su patria Valladolid. El doctor don Antonio Ponce de Santacruz, catedrático de prima en la misma Universidad, y de la cámara de nuestro Rey, su protomédico general, cuyas luzidas obras dan noticia de sus muchas letras, y gallardo ingenio, premiado de su Magestad con la nobilísima y antigua Abadía de Covarrubias. El doctor Juan Benfrez de la Serna, médico de cámara del rey don Felipe IV, nuestro señor, y de los reyes de Francia, y protomédico con los antecedentes, ilustre honor de Valencia su Universidad, como lo fueron Cegatra, Pasqual, y su anotador Perca, Sarabra, Polo, Salati y otros. El doctor Alonso Núñez, gloria de la Academia Hispalense, médico también de cámara de su Magestad, y su protomédico general, cuya claridad de ingenio, perfecto juizio, presto discurso, y atentada curación, no sólo se muestra en sus obras sino en sus docros escritos, llenos de erudición, y provechosa doctrina. El doctor Alonso Polanco, médico también de la cámara del Rey, nuestro señor, tan docto, advertido y prudente que dignísimamente ocupa el lugar que goza con provecho universal y esplendor ilustre de la Academia Pinciana. Digno es de célebre nombre Tomás de Veyga, eborense, como muestran sus escriros, y Alonso López Corella, navarro, curioso anotador de Galeno, y Pedro de Peramato, andaluz, y nuestro pinciano Lázaro de Soto, médico regio y de la cámara de la cesárea emperatriz María, y el ilustre lusitano Ambrosio Núñez, catedrático jubilado de Salamanca, médico regio, y del hábito de Christo. Hazer aquí lista y memoria entera de los muchos insignes médicos que ha gozado y goza España, así de la cámara de sus Magestades y Altezas, como de su casa y familia, de príncipes, señores, prelados, nobles ciudades y villas, y de otros que retirados del ocupado bullicio viven quietos, comunicando el mudo razonar de sus libros, y de otros que en medio dél resplandecen en esta Corte, fuera querer contar las flores de una inmensa selva. Pero para no ser prolixo los remito a sus mismas plumas, buriles de su memoria, que los dexan esculpidos en los bronzes de la eterna fama.


1(Embiado del cielo). Quánto deseo hazen aora algunos médicos, procurando más lisongear y agradar a los seño es que darlos la salud perdida. 2(Tenían por muerto). Con ardid y engaño salió al encuentro del muerto, no conocido, fingido para su intento, lo qual quiso imitar Lutero, por hazer entender que havía resucitado un muerto; pero como era más importante que se descubriese su engaño, sucediole muy al contrario, hallando muerto de veras al que vivo lo fingió.


a. Gil González de Ávila, Historia de Salamanca, lib. 3, cap. 9.

TOMO Va. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 2a