CAPITULO I


De gentes que usan de hierbas por causa de hermosura


También se me ofrece usar algunos extrangeros, a causa de rito perpetuo y hermosura, en sus cuerpos, de algunas hierbas, porque en las tierras de los bárbaros se unctan1 las mugeres con diversas plantas, en unas con unas y en otras con otras, y los varones también, entre los de Dacia y Sarmatia, escriven2 sus cuerpos.

Llámase en Francia glasto3 una hierba semejante a llantén con que las mugeres y nueras de los de Britania, unctando todo su cuerpo, andan en ciertos sacrificios desnudas, imitando el color de los negros.



EL INTERPRETE


1(Se unctan). Costumbre fue y aun hoy es de muchas naciones pintarse de diversos colores, tomados de varias cosas naturales, según que se acostumbrava en esta Nueva Hespaña, antes que viniesen a ella los españoles, cuando havía de exercitar sus contiendas o arrestos, porque embixavan entonces sus cuerpos creyendo pararse, ansí, o más hermosos o a sus enemigos más temerosos y espantables. 2(Escriven). Házese en nuestros días lo mismo en algunos pueblos de Africa y destas Indias, según lo acostumbran los chichimecas; pero ¿qué no hará la vida a causa de su deleite y atavío? Estíranse algunos las orejas dilatándolas en extraña grandeza y magnitud; otros, cortados enormes pedazos de sus mexillas y barbas, engastan, en lugar de la carne que quitaron, piedras de preciosos colores, y otros spinas muy agudas de pescados. Mas todo esto es poco si traemos a la memoria lo que hazen en las islas del Poniente, donde, hendido por ambos lados, según toda su largura, el miembro genital, y llenas las cortaduras de caxcabeles, le tornan a coser para dilatarle ansí en mayor grandeza y celebrar las fiestas de Venus aun con sonido, y han venido ellas a tanto desatino y vanidad que sienten por grande menosprecio y afrenta que se diga haverse exercitado con ellas aquel fuego sin semejante aparato y prevención. Y sufren se pongan para este congreso los varones en su miembro cosas que, a trueco de provocar monstruosa e inhumana luxuria, las vañen en su propria sangre y traigan a término de perder la vida. Mas ¿para qué nota esta censura las naciones bárbaras y bestiales, teniendo a la mano tantos enxemplos familiares y domésticos? ¿No se pintan de blanco y colorado nuestras mugeres la cara y los labios, y se tiñen o enruvian los cabellos? ¿No se imprimen, donde más les agrada, lunares, y debuxan en los brazos diversas formas y characteres? ¿Han dexado alguna cosa inventada que pueda dar ayuda a la forzada mocedad y detener o remediar las canas y arrugas de la vejez hasta deshollarla con mudas o a lo menos conservarla blanca y lustrosa, con otros afeites e invenciones que cría la mar, aire o tierra, que ellas no acomoden a su regalo y hermosura? O ¿en qué estudian por todo el discurso de su edad sino en inventar galas y trajes y entretener la cosa más huidora de Naturaleza porque no amanezca día a quien falte nueva manera de tocado e invención, no sin grande peligro de la honra de sus maridos y de la castidad de las que estragan con su mal exemplo, con gastos superfluos y castigación de la República y sosiego común? ¿De cuántas maneras de vestidos, de tocados, de collares, brazaletes, manillas, cabellos, gargantillas, cinturas y bronchas se arrean, sin otras cosas que es imposible poderse acabar de numerar y referir, con que hasta las partes muy secretas y ocultas falsean haziendo que parezcan puestas otras a par dellas más blancas y graciosas? Ni han faltado algunas que irritan la luxuria de los varones con género de vestiduras bárbaras y peregrinas, aunque blandas y deliciosas, ofreciéndose a modo de las mexicanas, descalzas y en cavello, con ñauas y naupiles a sus maridos, y oxalá no a sus adúlteros, haviendo caído aquel ornato en gracia al deleite, y esto con ademanes y movimientos que inciten despepitadamente la luxuria. Ni les parece haverse en estas partes cosa de más importancia a la vida humana descubierto que aquellas que augmentan el vicio y manera de la deshonestidad, hasta poner en cuentos la vida. ¿Quién mostró a estimar los cuernos de los escaravajos y serpientes cornudas y el manjar de otros gusanos y savandijas, sino este abominable y desenfrenado deseo? De do viene que ni el temor de la infamia, ni el rigor de las leyes, y lo que es más, ni el castigo del infierno, sean parte para refrenarnos de excesos nefarios e incestuosos. Pero ya es tiempo de tener la rienda a la pluma y poner fin a lo que no le tiene porque, queriéndolas antes evitar y reprehender, no enseñemos abominaciones y maldades. 3(Llámase en Francia glasto). En griego se llama isatis, y hay dos especies, sátiva y silvestre. La sátiva propriamente es lo que llamamos pastel, y la silvestre (según creo) nuestras gualdas.

TOMO V. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 2