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Libro Decimoctavo


EL AGRICULTURA


CAPITULO I


Del grande cuidado que tuvieron los antiguos y de la singular diligencia que en el labrar de las huertas pusieron


Síguese la naturaleza de las mieses, hortalizas y flores y de todas las demás plantas que, fuera de las matas y árboles, en la piadosa y benigna tierra se produce, como sea por sí sola inmensa la materia de las hierbas, si consideramos la variedad, número, flores, olores, colores, zumos y virtud de las que engendran por causa de la salud o regalo de los hombres. Y dame, en este propósito, contento volver ante todas cosas por la tierra, y no faltar a la madre universal de todo lo creado, aunque la defendimos al principio de aquesta historia. Porque dando la misma materia ocasión de pensar que engendra también cosas perjudiciales,1 la acusamos de nuestros desórdenes y atribuimos nuestras mismas culpas. Yo confieso que {la tierra} engendra venenos, pero ¿quién los inventó sino el hombre, como se contenten las aves y fieras con sólo huirlos y guardarse dellos? Y puesto caso que aguzen y limen sus cuernos los elefantes en los arboles, y en los peñascos los rinocerontes, y en los unos y en los otros los javalíes las navajas de sus colmillos, y se sepan los brutos apercebir para dañar, pero ¿quién inficiona con hierba sus armas, sacado el hombre? Nosotros teñimos con ello hasta las saetas, y añadimos al mismo hierro fuerza de mayor corrupción y daño. Nosotros veneramos los ríos y elementos de Naturaleza y hazemos pestilentes al mismo aire con que respiramos y vivimos. Y no hay por qué pensemos que no sabrían hazer aquesto las fieras, pues havemos ya enseñado de qué armas se aperciban cuando han de contender con las serpientes, y de qué cosas tengan conocimiento para curar después de las contiendas sus heridas, ni hay alguno fuera del hombre que haga la guerra con agena ponzoña. Ansí que confesemos nuestra culpa, pues aun no nos contentamos con los {venenos} que naturalmente se nacen, antes se confecionan por industria de los hombres otros muchos; que ¿no nacen también los hombres con ponzoña? Arroja su lengua veneno como la de las serpientes, y abrasa lo que toca la carcoma del ánimo de los que ponen lengua en todo y tienen invidia de las aves crueles, aun a las tinieblas y sosiego de la misma noche, con gemido, que éste es su solo lenguaje para que, ocurriendo a manera de aquestas aves de mal agüero y significación, estorven las obras provechosas de los hombres y no den lugar a que sea de ellos el mundo aprovechado. Y esto sin que se les diga otro algún interese en pago de su abominable pecho que haverlo aborrecido todo. Pero aun en esto la misma magnitud de Naturaleza engendró tanto mayor número de los buenos y provechosos cuanto es más abundante y fértil en las cosas que mantienen y son provechosas, con las cuales, tiniendo también nosotros alegre cuenta y dexando la otra canalla de hombres a su perversa inclinación, nos daremos priesa a cultivar la vida. Y tanto más constantemente cuanto procuramos con mayor efeito la utilidad común que la propria fama, porque havemos de hablar de las alearías y provechos de la labor en que los antiguos en gran manera se honraron y ocuparon.





EL INTERPRETE


Haviendo tractado nuestro autor en los seis libros pasados de los árboles y matas estrangeras y naturales, silvestres y domésticas, con la lavor de los que comúnmente se cultivan, dize agora seguirse las mieses, hortalizas y flores y las demás hierbas que de su gana y sin humana industria se produzen y crían. Y porque podría alguno tomar de aquesta materia ocasión de culpar la tierra que parece engendrar venenos con tanto perjuicio nuestro, la escusa y defiende, aunque lo havía hecho en el libro segundo, e imputa la culpa de aquestos daños a los hombres que usan mal de ellos, como los haya Naturaleza, para buenos y necesarios fines y para hermosura y atavío de su inmensa y admirable obra, produzido.

Y aunque parezca demasiado y moroso a algunos hombres, e indiscreto y censor importuno de los hombres, en tomar a cada paso y de cualquiera cosa, por liviana que sea, asa yo ocasión para deplorar sus falquezas y faltas, ¿quién dubdara ser {los hombres} injustísimos y más iniquos que el resto de las criaturas mortales, pues obedeciendo todos a la Naturaleza, cual les ingeneró su Hazedor, éste sólo, siendo animal razonable, rompidos y traspasados los límites y términos de razón, sigue tanto más desenfrenadamente su apetito y se opone al que le hizo, sin comparación, mayores modos que a ninguno de todos los otros animales, cuanto más le comunicó de su divino ser y entendimiento? De donde nace que seamos unos a otros tan perjudiciales, no sólo cuando no se ofrece algún interese sobre que competir, pero también sin que haya otro que nuestra perversa inclinación, y parecemos que el bien ajeno resulta en nuestro daño proprio y el ageno menoscabo en nuestro cornudo {sic} y augmentación.

1(Porque dando la misma tierra ocasión de pensarse que engendra cosas perjudiciales). Leo: quam ipsa materia accedente ad reputationem eiusdem parientis et noxia, y ansí se eslavona bien esta cláusula con las pasadas. Y se da causa de la defensión que se haze a la tierra, lo que no aconteciera leyendo la letra que está en el códice por quien traslado, que es {el} más moderno y castigado de todos. De manera que, no sin causa, Plinio, en este propósito, alaba la Agricultura, arte ingenua y liberal, sin perjuicio para adquirir bienes de fortuna y tan necesaria a la vida, y defiende la tierra, nuestra madre, que nos recibe en naciendo y nos regala y mantiene adultos, y recoge en su regazo cuando morimos y el resto de las cosas nos desecha y desampara.

TOMO V. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 2