CAPITULO III


Cuánta sea la demasía de los ungüentos, y cuándo los comenzaron a usar los romanos


Estos son la materia de las demasías más superfluas de todas, porque las perlas y piedras preciosas suceden en los herederos y duran algún tiempo las vestiduras, mas los ungüentos luego se exhalan y resuelven y mueren con sus horas. El mayor bien que tiene es que, pasando alguna muger, combiden e inciten con el olor a los que entienden en otra cosa.1 Y, con todo esto, vale cada libra más de 400 denarios; tan caro se compra el deleite ageno, porque el que trahe consigo el olor no le siente.

Pero también en éstos se asigna algunas diferencias. En las Obras de Cicerón2 se lee ser más agradables los que tienen sabor de tierra, que no los que le tienen de azafrán, porque hasta en esta costumbre corruptísima contenta más cierta severidad del vicio. Algunos los quieren gruesos, y llámanlos espesos, que ya no les basta derramarlos sobre sí, sino {que} los aplican a modo de ungüento a sus cuerpos. Ya havemos visto untarse algunos las plantas de los pies, y esto fue fama que mostró M. Othón3 a Nerón, príncipe: ¡Ved qué deleite havía de sentir o qué le havía de aprovechar semejante unctura en aquella parte del cuerpo! También he oído que mandó un hombre particular rociar con ungüentos las paredes del baño donde se lavaba, y el príncipe Cayo el suelo, pero nadie crea ser este bien tan principal, {pues} sepan que después lo hizo un esclavo de Nerón. Pero de lo que más me maravillo es haver penetrado este regalo hasta los reales, porque las águilas y banderas llenas, a causa de sus vigilias y trasnochar, de {polvo} son unctadas los días festivales. Y pluguiese a Dios se pudiese dezir quién fue el primero que lo instituyó. Cierto si, siendo con semejante precio corrompidas, subjectaron las águilas el mundo. Defensas son que buscamos a nuestros vicios, para que con este derecho se usen los ungüentos debaxo de las celadas.

No podría fácilmente dezir cuándo se comenzaron a servir dellos en Roma. Lo que se sabe es que, vencido el rey Antíocho y Asia conquistada, en el año de la fundación de Roma de 565 {sic} años, Publio Licinio Crasso y L. Julio César, censores, mandaron que ninguno fuese osado a vender ungüentos exóticos, que ansí los nombravan; pero ya en la bevida los echan también algunos. Y tienen en tanto el amargura, que usan de su desperdiciado olor por ambas partes del cuerpo.

Cosa sabida es que Lucio Plotio, hermano del otro Lucio Planeo, que fue dos vezes cónsul y censor, siendo por los tres varones encartado, fue descubierto del olor de los ungüentos, estando escondido en Salerno. Y con esta infamia se concluyó el encartamiento.

Pero, bien mirado, ¿a quién no parecerá haver muerto los tales con muy justa razón? En lo demás, Egipto es la tierra más aparejada para ungüentos de todo el mundo y, después, Campania, por el abundancia de la rosa.



EL INTERPRETE


1(En otra cosa). Leo transeuntes, y quito faemina. 2(En las Obras de Cicerón). En el tercero De oratore y en otras partes. 3(Marco Othón). De quien dize Tácito, en el libro diez y siete de La historia augusta: nam que Otho puericiam curiosse, adulescentiam petulanter egerat, gratus Neroni emulatione luxus.

TOMO V. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 2