CAPITULO XII

De la industria de los animales

Dio Naturaleza a cada cual de los animales admirable industria para su conservación, como a estos dragones de subir en tanta altura de árboles. Mira pues el dragón1 por donde va el elephante a sus pastos, y arrójase desde un árbol alto a él. Entiende el elephante que no podrá valerse contra sus ataduras y ansí busca árboles o peñascos, donde estregándose le mate. Guárdame los dragones desto y por tanto les atajan los pasos con la cola. Desatan los elephantes con la trompa su ñudo, mas ellos les meten la cabeza en las narices e impidiéndoles el haliento les roen aquellas partes ternísimas.

Los mismos dragones, topados, acaso, los elephantes, se empinan contra ellos y hieren principalmente los ojos; y de aquí es que muchas vezes los hallan ciegos y secos de hambre y pena. ¿Qué otra causa puede nadie dar destas discordias, sino que Naturaleza gusta destos juegos entre dos animales de igual fortaleza?



Cuéntase, entre ellos, otra manera de contienda y es que, como los elephantes tengan la sangre frigidísima, los buscan los dragones, mayormente en tiempo de estío y, ansí, zabullidos en los ríos, están en celada, y arrebueltos al cuerpo, sin atarles la trompa, les muerden los oídos, porque esta sola parte no alcanzan a defender con ella, y dízese ser los dragones tan grandes que les cabe toda la sangre, por lo cual, los elephantes bevidos y chupados, caen, y los dragones beudos y oprimidos de los elephantes también mueren.


EL INTERPRETE

1(Mira pues el dragón). Cuenta, entre otros autores, estas contiendas, Diodoro y Solino; otra batalla cuenta Nicandro de los dragones con las águilas, pero a aqueste lugar solamente parecen pertenecer las batallas del elephante, ora sean con el dragón, ora con otro cualquier de los animales.

Antes que ponga fin a la materia de los elephantes, será bien dar noticia de algunas cosas acerca dedos dignas de saberse, entre las cuales es una llamarlos, Lucrecio, anguimanos, por la semejanza que tiene su trompa o mano (que deso entre otras cosas le sirve) con las serpientes. Otra es que se han visto con una espada atada a la trompa de largo de dos cobdos hazer grandísimas hazañas y daños en la guerra. Lo tercero, lo que cuenta Plutarcho acerca de su mansedumbre, que aconteció a uno dedos con unos mochadlos en Roma, de los cuales (como le irritasen picándole con unos punzones la trompa) arrebató uno para, arrojándole en alto, matarle, pero viéndole los demás, dieron tantos gritos y vozes por el peligro de su compañero que, movido el elephante a misiricordia y compasión y contentándose con el terror que le havía puesto, le bolvió a soltar blandamente y sin algún perjuizio en el suelo. Tampoco es cosa digna de callar acerca de su indignación lo que cuenta Julio Frontino en el libro primero de sus Stratagemas y es que, conociendo Aníbal esta su condición, se aprovechó della en una necesidad que tuvo de madera para hazer navíos, y de que pasasen un río que Livio dize haver sido el Rhódano, porque como mandándolo él, un soldado le diese una herida debaxo de la oreja y se guareciese a nado, el elephante concibió tan grande indignación que, pasando en su seguimiento el río, fue causa que los demás elephantes también pasasen y ansí se remediase la necesidad de Aníbal.

Quiero concluir con una cosa que pienso saben muchos en Hespaña, aunque la leí en Pierio Valeriano, autor grave y de mucha erudición, y es que como determinase el quinto rey don Manuel de Portugal embiar al Papa León VI, Sumo Pontífice que a la sazón era, un elephante de admirable entendimiento y partes que le havían trahído de la India a tiempo que apenas se havían visto en Italia, y el rector le huviese persuadido que en ninguna manera se envarcase (porque amava allí tiernamente una muger), diziendo que ivan a una muy mala tierra a captividad y servidumbre, y donde, en fin, los havían de matar, jamás se pudo acavar con él que entrase en el navio, hasta que entendida la causa le mandó el rey, so pena de la vida, le hiziese dentro de tres días embarcar. Y, ansí, tornándole a dezir que havía sido engaño por invidia que tenían del bien de ambos sus enemigos y que havía sabido que ivan a una muy fértil y deleitosa región y a la ciudad señora del resto, y a un señor a quien casi todo el mundo obedecía, de quien havía de ser querido y regalado, se embarcó de muy buena gana, librando a su rector de la muerte y cumpliendo el deseo de aquel excelente rey.

TOMO IV. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 1