CAPITULO LIV

De la sepultura

No se solía usar antiguamente entre los romanos quemar los cuerpos de los hombres, sino enterrarlos. Mas de que vieron que los que se havían, en tiempo de guerras prolixas, enterrado, se desenterravan, ordenaron que sirviese el fuego de sepultura, aunque ciertos linages guardaron la costumbre antigua, y ansí no se escrive haverse quemado hombre en la familia de los Cornelios antes de Sylla, dictador. El cual, porque havía hecho desenterrar el cuerpo de Cayo Mario, temiendo que conforme a la ley del Talión no se hiziese con él, ansí quiso que le quemasen.

(Sepultado, se entiende cualquiera manera que se guarde el cuerpo, y enterrado, cuando le meten so tierra).


EL INTERPRETE

El capítulo LIV está tan claro, que no tengo que dezir más de lo que Plinio en él dize.

El LV que se sigue en los Plinios latinos no quise interpretara ni poner aquí por no me parecer bien que anduviesen en nuestra lengua vulgar los desatinos que en él osa vomitar Plinio, desvergonzándose no sólo contra lo que los más excelentes philósophos tienen por muy cierto y llano, sino contra lo que nos enseña Dios y nuestra madre la Iglesia, aunque a la verdad él lo funda en razones tan flacas y desemejantes a su ingenio y erudición, que fuera desto tuvo grandísima, que bien parece hombre suelto de la mano de Dios y ajeno de su luz, y tales que, puesto que se escrivieran y no se arrancaran como yerba pestilencial de aqueste lugar, antes fueran persuasión de nuestra verdad orthodoxa acerca de los sabios, que no escándalo a los de mediano juizio. Mas, porque no le tomen los que de todo son ignorantes, dexado el texto, haré alguna mención dellos en este discurso para reprovarlos y responder a sus débiles razones, y confirmar nuestras sagradas y católicas verdades.

Y, primero, de aquella opinión antigua que Plinio con gran razón escarnece, en que afirmava la gentilidad que muerto el hombre se convertía en dos, si acá havía sido en alguna cosa señalado, quier tocase a virtud, quier a ingenio. En lo cual, aunque sea verdad muy conforme a razón humana y corroborada con evidentes discursos de grandes y sanctos varones, y lo que echa el sello, pronunciada y averiguada por el mismo Dios no haver más que uno solo Criador de todas las cosas y, aunque uno en esencia, trino en personas, al cual, y no a otro, se deve culto y adoración. Pero es cierto que las almas de los que, biviendo, guiaron por el camino del cielo y tuvieron más cuenta con la voluntad divina que con las inclinaciones humanas, vienen después de la muerte a ser grandes, privados de la magestad del Señor, y a participar en su soberana corte de muchos grados de gloria y contentamiento, no sólo sin la vana división de que haze en este capítulo mención Plinio, que algunos soñaron del sentido y sombra, mas, después del juizio final, sin la del cuerpo, del cual entonces gozarán, inmortal, glorificado y participante también de la bienaventuranza. Y, por tanto, son dignos acá en la tierra de la reverencia y adoración que, por deverse a los siervos de Dios, llaman los griegos dulia,b y que los elijamos por medianeros para con aquel Señor, con quien tanta parte tienen, con quien están tan acreditados y en cuyo acatamiento son tan agradables y graciosos, y que la Escriptura los llame dioses e hijos de Dios por adopción.

Haviendo, pues, Plinio tractado este lugar, sale de seso y toma la mano de contradezir dos verdades sagradas: la primera, la inmortalidad del alma, y porque razón es, si pensáis, si no por hazérsele dificultoso, que siendo el haliento y vida del hombre tan semejante a la de los brutos y aun excedida de muchos en duración, sea la suya sólo immortal, contra la suerte del resto de los animales, y ¿por qué no pudo caberle en el entendimiento que nuestra alma sin órgano o cuerpo material exercite sus obras ? Con estas niñerías se engríe tanto, lozanea y levanta las crestas contra el cielo con aparato rhetórico, que casi se finge vencedor, como el que esgrime con el aire y alea cantando, como dizen, en su muladar, como no sólo no horaden pero ni puncen el cuero. Tocolas Sancto Thomás en el capítulo VI de la cuestión 75 y añade otra tercera tomada de la creación del alma racional diziendo que, pues el alma se hizo de nada, parece que deva en esta misma corromperse. Primero que respondamos a estas razones será bien que se entiendan las nuestras, y antes de todo, que toda la historia del Nuevo y Viejo Testamento está dando olor suavísimo della; iten la Iglesia cathólica y todos los varones sanctos que en ella ha havido, y todos los hombres señalados que en lumbre natural sola desde que Dios creó el mundo han philosophado, como son entre los griegos Platón, Aristóteles, Me[r]curio Trismegisto, Theodoro Iámbico, Sócrates, y los demás que, por no ser prolixo, no me plaze nombrar, para lo cual se puede ver el noveno libro De Perenni Philosophia, de Augusto Eugubino, si no vagare leer estos autores y, entre los latinos, Séneca, Cicerón y otros mil poetas, cantando campos elisios, y haziendo dioses los varones heroicos.

Ya es tiempo que acudamos a las vozes que la razón natural nos está dando, tomadas de la libertad de la voluntad, del sentimiento que tenemos de lo porvenir, del apetito natural de nunca dexar de ser la inquietud suya hasta que parezca la gloria de Dios su providencia misma, los trabajos de los buenos y prosperidad de los malos, que argüirían injusticia de Dios si el ánima muriese y [que] la virtud y valor sería ocioso si premio no se esperase. Lo cual todo, si bien se considera, muestra, evidentemente, ser el ánima imortal. También, como toda corrupción nazca de contrario y el alma no le tenga, parece que no podrá morir. Iten, el alma es capaz de bienaventuranza y Dios tan liberal que hinche las criaturas según su capacidad, luego hinche el hombre; ésta no puede constar sin perpetuidad, luego no muere el alma. Iten, si el alma muriese, o se corrompería accidentalmente por la corrupción de su ánima, y esto no, pues no depende della su ser; antes fue criada por Dios de nada o de por sí y, esto tampoco, porque lo que es proprio de alguna cosa no puede apartarse della, luego el ser no puede apartarse del alma, pues es proprio de la misma alma y no pegadizo de otra alguna cosa. Y, ansí, se concluye que sea inmortal y no subjecta a corrupción.

Y, por no exceder los límites de comentario, quiero poner fin a lo que no lo tiene, y tomar puerto en piélago de razones que espontáneamente se ofrecen en defensa de la verdad y responder a las que propusimos al principio. Porque, aunque sea ansí que el principio de los hombres y brutos (como dixo también en el Eclesiastés en persona de los locos y brutales hombres), sea semejante [en] cuanto al cuerpo, no es ansí en cuanto al alma, porque el alma de los brutos prodúzese de virtud corpórea, pero la de los hombres de sólo Dios. Y para significar esto se dize en I capítulo del Génesis que el ánima de los irracionales produzga la tierra animal viviente, y de la humana, que sopló Dios en su cara, espíritu de vida. Y ansí se concluye en el último libro del Eclesiastés: “buélvase el polvo a su tierra de do era y el espíritu a Dios, que le dio”. De la misma manera, el proceso de la vida es semejante [en] cuanto al cuerpo, al cual pertenece, no en cuanto al alma, porque los brutos no exercitan las obras de entender como los hombres, y ansí también [en] cuanto al cuerpo es semejante el acabar de ambos, mas, [en] cuanto al alma, diferentísimo. A lo que dizen que el alma se formó de nada y haverse de corromper en nada, respondo que se formó de nada porque la formó Dios, que pudo hazerlo, pero por eso no es corruptible en nada de otro que Dios, porque ninguna cosa es parte para bolvella en nada, ni ella es corruptible en nada, si Dios, de milagro, no quisiese hazerlo. Ultimamente, no es igual la condición del alma en el cuerpo y fuera del cuerpo y, ansí, aunque en el cuerpo tenga necesidad de adminículo de phantasmas y órganos corpóreos, pero fuera no padece la misma necesidad.

También está muy desatinado Plinio en negar la resurrección porque, aunque en verdad haver todos los hombres de resuscitar en sus proprias carnes después de convertidos en polvos al tiempo que se acabe el mundo, de cuyo término sólo Dios tiene noticia, sea negocio (aunque posible) en parte sobrenatural y dependiente de la resurrección de Cristo Nuestro Señor, el cual con su muerte destruyó la nuestra y, resucitando, reparó nuestra vida, y se conozca antes con lumbre de fe que no con fuerzas naturales, pero también lo persuaden las mismas criaturas, y ansí huvo philósophos que con sola lumbre natural la confesaron, como fue, entre otros, Demócrito, de quien Plinio se acordó en este capítulo. Y aun Athenágoras escrivió un libro entero en su confirmación; vemos salir el sol y ponerse, y tornar a nacer por el horizonte, vemos los árboles perder sus hojas y frescura, y tornar por la primavera a vestirse de nuevos pimpollos y ramos y, por el consiguiente, podrirse las simientes en la tierra y produzir por un grano granos sin cuento.

También, confesando los más excelentes de los philósophos griegos y latinos la immortalidad del alma, según que poco ha diximos. Iten, la unidad de la esencia de Dios y aun, algunos dellos, la trinidad de las personas y el castigo de los malos y premio de los buenos. Es necesario que los mismos, en lumbre natural, confiesen (si no quieren hazer a Dios injusto) la resurrección de los cuerpos, para que goze o padezca junto con el alma lo que mereció o desmereció en su compañía. Y es negocio de grande liviandad que por no haver resuscitado Demócrito, tome Plinio brío para contradezir esta verdad, como que fuese antes razón de hazerse este misterio que sea (como diximos) llegado el fin del mundo. Fue, pues, gran ceguera de nuestro autor apartarse de tantos y tan grandes philósophos que la sintieron, guiados de sola lumbre natural, y es necesario confesar que el hombre consiga su último fin y felicidad (pues en esta vida no se consigue) a lo menos en la otra no sólo en el alma pero también en el cuerpo, conservando perfectamente su naturaleza. Pues es ansí, y lo afirma Aristóteles en el segundo De Anima, que el alma no usa del cuerpo como de instrumento o como el piloto del navío, antes se une con él como la forma con la materia, y ansí parece que sin esta vida no puede ser bienaventurado, y puesto caso que por el pecado de Adam se corrompiese y depravase su naturaleza, le tornaremos a tomar muy mejorado. Ni debilita á esta verdad dezir que como el infierno será perpetuo a los condenados, por haverse dado en castigo y tormento de los que no guardaron la ley de Dios, ansí lo será la muerte que se dio en pena del pecado de Adam, porque la culpa de Adam lavose con la muerte de Christo, Nuestro Señor, mas el pecado mortal perpetúa el tormento del infierno por causa de la impenitencia.

a. Omite Hernández la traducción de este capítulo en que Plinio pone en tela de juicio la existencia del alma, dedicando el siguiente Intérprete a refutar las tesis plinianas.

b. De δοΰλος, siervo.

TOMO IV. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 1