CAPITULO XL

De la excelencia de las gentes

La gente romana fue, sin dubda, en todo género de virtud la más aventajada que ha havido en el mundo. Pero quién haya sido el más dichoso no hay hombre que lo pueda juzgar, porque cada uno siente de la felicidad según su inclinación. Y, cierto, si queremos hazer verdadero juizio y discernir, menospreciada toda ambición de fortuna, ninguno hay entre los hombres que lo sea. Harto bien se ha ella con el que puede con razón llamarse no desdichado; porque aunque no haya otra cosa, a lo menos no puede faltar temor de que la próspera fortuna se nos canse, lo cual sólo haze que no haya maciza felicidad. Mas ¿que no hay quien no desatine1 algunas vezes? Y pluguiese a Dios que esto no fuese verdad ni tenido de tantos por oráculo. Vana mortalidad e ingeniosa para engañarse; contamos al modo de los de Thracia, que echan en un cántaro piedras de diferentes colores para tomar experiencia de los días y, en el postrero, apartadas, las cuentan, y ansí juzgan de cada uno. Mas, ¿qué aprovecha que estos días aprovados por las piedras blancas han sido muchas vezes origen de mal? A muchos han afligido los imperios2 después de ya alcanzados, y otros destruido sus proprios bienes y trahído a suma miseria y tormento. Digo bienes, si por ventura ha tenido alguno con ellos hora de plazer. Ansí es, por cierto, que un día juzga de otro y el postrero de todos.3 Y, por tanto, a ninguno havíamos de creer. Más que los bienes no son iguales a los males, aunque sean en igual número, ni hay alegría que se puede comparar con la menor de las tristezas. O vana y loca diligencia cuentan el número de los días, donde se busca la importancia del descanso del trabajo.


EL INTERPRETE

Dexadas otras opiniones aparte, pone Aristóteles la felicidad en las buenas acciones y obras, no sin ayuda de los bienes de fortuna y de Naturaleza (según parece de sus Ethicas) por ser fin a que todos asestamos y confiesa que pueden los hombres conseguir acá su sumo bien y ser bienaventurados, no entendiendo que nos está guardada la verdadera felicidad en el Cielo, donde amaremos y entenderemos a Dios no in enigmate como acá, sino facie ad faciem. Mas como el cuerpo nos sea grande impedimento, y la vida esté llena de males, claro se ve no haverle hasta que en el cielo, donde es aquel estado cumplido de todos los bienes perfectamente, entendamos y amemos a Dios, sin estar subjectos a mudanza. Y aquella felicidad que se puede acá gozar tendrán aquellos que temen a Dios y andan en sus caminos. Porque éstos, como estén subjectos a la voluntad divina, ni los puede perturbar deseo ni recelo de cosa deste mundo, antes, como dize Aug[ustín], tienen lo que quieren y no quieren cosa mala. De manera que bien dize Plinio que en esta vida no hay verdadera felicidad por estar contaminada de tantas miserias y males.

1(Desatine). Lo cual es harta miseria, si es verdad, que lo es grandísima, la falta del juizio. 2(Los imperios). Llena está la vida de exemplos antiguos y modernos, los cuales dexo a los historiadores que nos han precedido y nos sucederán. 3(El postrero juzga de todos). Parece aludir a lo que dize Ovidio, que siempre se ha de esperar el día postrero y que nadie se deve tener por bienaventurado antes de la muerte, aunque Aristóteles reprueva esta opinión en los Morales ad Nicomacum, queriendo que el postrero día no juzgue de todos.

TOMO IV. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 1