CAPITULO XXX

De Platón, Enio, Virgilio, Marco Varrón y Cicerón

Dionisio, tirano, fuera desto nacido para exercitar sobervia y crueldad, embió para que recebiese a Platón, príncipe de sabiduría, una nao cubierta de cierto velo con que se cubren las cosas sagradas, y él le salió a recebir después de desembarcado en un carro de cuatro cavallos blancos. Isócrates vendió un razonamientoa suyo por 20 talentos.1

Eschines, atheniense, sumo orador, como recitase en Rhodas la acusación que havía puesto a Demóstenes, recitó también la defensiónb por la cual él havía sido embiado a aquel destierro, y viendo que se maravillavan todos, dixo que más se espantaran si oyeran al mismo Demóstenes entonar sus palabras, hecho, en su adversidad, valiente testigo del enemigo.

Desterraron los athenienses a Thucídides, su capitán y, después, alzado el destierro, le tornaron a traher a su patria por haver escripto las historias, admirados de la elocuencia de aquel cuyo valor havían condenado.

Dieron, ansimesmo, muy grande testimonio los reyes de Egipto y Macedonia2 de Menandro, en la comedia, embiando por él con flota y legados; pero mayor fue el que dio de sí mesmo, tiniendo en más sus estudios particulares que los reales favores. Ni más ni menos han dado principales romanos testimonios de letrados estrangeros. Cneyo Pompeyo, como quisiese acabada la guerra mithridática entrar en casa de Possidonio, varón esclarecido en sabiduría, mandó que no hiriese el macero (como tenía por costumbre) las puertas, y sometió aquellos hazes lictorios3 a la puerta aquel a quien el oriente y poniente se havían sometido. A Catón Censorino, allegados de Athenas a Roma por embaxadores tres varones muy sabios, en oyendo a Carneades, le pareció que luego los embiasen,c porque con la fuerza de sus argumentos no se podría fácilmente conocer la verdad. ¡Cuánta mudanza hay en las costumbres! Ested fue siempre en que echasen de Italia los griegos, y su viznieto el uticense truxo a Roma un philósopho dellos,e siendo tribuno de los mílites y otro cuando fue por embaxador a Chypre. Y es cosa, por cierto, digna de contar una misma lengua en tiempo del uno haverla desterrado y, en tiempo del otro, haverse traído a Roma.f

Pero justo es que contemos la gloria de los nuestros. El primer Africano mandó que la estatua de Enio se pusiese en su enterramiento, y quiso que, en su muerte, fuese leído, junto con el título deste poeta, aquel nombre ilustre o, por mejor dezir, aquel despojo havido de la tercera parte del mundo.g El Divino Augusto mandó que los versos de Virgilio no fuesen quemados, contra lo que el dexó, por su modestia, mandado en su testamento; y ansí aconteció al poeta mayor testimonio que si él mismo aprobara sus versos. Ansimesmo Pollión fue el primero que puso librería pública en Roma de los despojos ganados en las guerras, y mandó poner en ella la estatua de Marco Varrón, que aún era vivo. Y no fue esta corona (según pienso) que este príncipe, orador y ciudadano, dio a él sólo entre aquella muchedumbre de ingenios que entonces havía, de menor gloria que la naval, que el Magno Pompeyo le havía dado [a él] de la guerra pirática. Innumerables son los exemplos romanos si quisiésemos contarlos todos, como en esta sola gente haya havido más notables personas que en todas las otras tierras juntas.

Pero, con qué disculpa os callaré a vos, ¡oh Marco Tulio! O de qué excelencia primeramente os lo haré, si no con el amplísimo testimonio de todo el pueblo romano y con las obras de toda vuestra vida, por sí solas escogidas para el consulado? Procurándolo vos, las tribus renunciaron la ley Agraria, conviene a saber, sus mantenimientos; persuadiéndolo vos, alcanzó perdón Roscio, autor de la ley Teatral, y sufrieron, con paciencia, ser notados con diferencia de asientos; por vuestros razonamientos tuvieron vergüenza los hijos de los encartados de pedir cargos en el senado. Catilina huyó vuestro ingenio; vos encartasteis a Marco Antonio, ¡Dios os salve!, el primero llamado Padre de la Patria y digno, en la paz, de triumpho, y con vuestra lengua de corona de laurel, ¡Padre de la elegancia y de las letras latinas! Y cómo César, dictador, enemigo vuestro en el tiempo pasado, escrivió de vos que alcanzasteis corona de laurel, tanto mayor que todos los triumphos ¡cuánto es más haver dilatado los términos del ingenio que los del Imperio!

a. Discurso.

b. Por defensa.

c. Los retornasen a Atenas.

d. Refiérese a Catón.

e. Se refiere a Zenón, fundador de la escuela estoica.

f. Catón el Censor se oponía a la presencia, en Roma, de filósofos griegos y a la difusión de su lengua; Catón de Utica adoptó una postura contraria.

g. Aquel trofeo ganado al conquistar Africa, tercera parte del mundo clásico.


EL INTERPRETE

1(Talentos). Según se colige de los autores antiguos y se ve en los modernos que de pesos más acertadamente han hablado, el uso del talento ha sido muy vario, pero el ático, de plata, más celebrado de los autores fue en dos maneras: uno, menor, sexagenario y, otro, mayor, octavagenario. El menor valía 60 minas áticas o libras, que es lo mismo que seis mil denarios o dragmas, que son 600 ducados y, el mayor, 80 minas o libras, que son 20 más que el menor. Y por estar el menor más en uso, creo que estos 20 talentos serían de los menores, de manera que montarán 12 mil ducados. 2(Macedonia). Región es entre Thracia, Misia y el mar Adriático, Grecia y el mar Egeo; lee a Plinio libro cuarto, capítulo X. 3(Lictorios). Líctor era el macero real, dicho ansí aligando, según dize Gellio en el III capítulo del libro doze, porque cuando mandavan los magistrados del pueblo romano azotar alguno, era costumbre que el líctor le atase las piernas y las manos, y para esto allega a Valgio Ruffo, el cual lo afirmó de autoridad de Cicerón. Y aunque haya en ello otro parecer le callaré, porque Gellio se allega a éste. Pues haces lictorios son los haces de varas que llevava el líctor delante del cónsul, dentro de los cuales estava atado un aseguro, de manera que el hierro saliese afuera en la parte alta del manojo. Verdad es que un público la quitó de los haces el asegur y esta costumbre se guardó mucho tiempo ora lo hiziese para gratificar al pueblo, ora para que fuera de Roma sirviesen los asegures, y en Roma los haces. Estos, pues, sometió a las puertas de aquel philósopho, que era señal de reverencia y respecto. Y de ahí vino, en adagio, «someter los haces», por darse por vencido. 4(Para el consulado). Porque leo consulatui. 5(Tribus). Según parece de Plutarcho, Festo y Asconio y Varrón, tribus se dixeron, atribuyendo de cierto tributo que les davan. Porque el campo romano fue al principio dividido en tres partes, y el pueblo en otras tres, conviene a saber, en los tacienses, dichos ansí de Tacio, rey de los sabinos, y a amigo, y ramos, llamados ansí de Rómulo, y luceros dichos de Lucemon. Y el que presidía a cada una dellas se llamava tribuno, y lo que se les dava, tributo. Puesto que después se dividió la dudad en seis partes y aun Tito Livio discorda algo desta opinión diziendo que no toda la ciudad, sino solos los equites fueron deste modo divididos. Ansí que por persuasión de Cicerón los tribus renunciaron la Ley Agraria en que se dividían los campos, conviene a saber (como el mismo Plinio dize), sus proprios mantenimientos. Acordose de la ley Agraria abundantemente Plutarcho en la Vida de Cicerón, y Macrobio en el tercero de Los Saturnales.

6(Roscio). Es de advertir que no era éste el representante, sino otro que en su tribunado hizo una ley de las 14 órdenes, en las cuales no se asentasen sino los que allegasen a cierto grado de riquezas. Acordose desto Macrobio en el tercero de Los Saturnales, y de los hijos de los proscriptos, Fabio, libro segundo; de Lissandro, Justino, y de la muerte de Sócrates, Valerio Máximo; en lo que toca a Possidonio, fue maestro de Cicerón. Enio murió de gota y fue enterrado en la Vía Apia; de su linage habló Silio, libro doze, y Lucrecio en el primero. De Carneades dize Plutarcho haver venido a Roma en tiempo de Catón Censorino e inclinado la juventud romana como con inspiración divina a las letras griegas. Del rescebimiento que hizo a Platón Dionisio se acordó Laercio en el libro tercero.

TOMO IV. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 1