CAPITULO LXIII

De la naturaleza de la Tierra

Síguese la Tierra, a quien solamente entre las demás partes de Naturaleza havemos, a causa de los muchos beneficios que della recebimos, puesto renombre de materna veneración. Es ésta morada y habitación de los hombres, ansí como el cielo es de Dios1 porque nos recibe cuando nacemos. Nacidos, nos mantiene, y salidos una vez al mundo, nos sustenta hasta el fin de la vida y, en fin, recogiéndonos en su regazo, mayormente cuando ya estamos desamparados de todo el resto de Naturaleza, nos cubre como madre, sin otra alguna obligación que con la que nos haze también sagrados2 y conserva las memorias y títulos dilatando nuestro nombre y entendiendo nuestra fama contra la brevedad de la vida, cuya deidad última invocamos contra algunos pidiendo que les sea adversa y cruel,3 como que no supiésemos ser ésta sola la que jamás se aíra contra el hombre. Házense de las aguas, lluvias; conviértense en granizo, levántanse en olas y despéñanse en rayos, espésase el aire en nubes y házese furioso con tempestades, pero esté benigna, mansa, regaladora y siempre sierva de las comodidades de los hombres ¿qué cosas engendra, forzada? ¿Qué produce de su voluntad? ¿Qué olores y sabores? ¿Qué liquores? ¿Qué toques?4 ¿Qué colores? ¡Y cuán lealmente vuelve, con el logro,5 lo que se le empresta! ¡Qué cosas contiene por nuestra causa y provecho! Porque los animales venenosos (tiniendo la culpa del espíritu vital)6 es necesario que, sembrados, los reciba y, engendrados, los sostenga; mas en los males, el daño nace de quien los cría. No recibe más las serpientes (en ha viendo herido al hombre) y castígalas por causa aun de los que fueron negligentes en dexarse morder; ella echa de sí hierbas medicinales y brota siempre en provecho del hombre. Y aun se puede creer haver instruido los venenos por misericordia que tuvo de nosotros, porque no nos consumiese poco a poco, cuando estuviésemos enfadados de la vida, la muerte, con hambre cruel, agenísima de los méritos de la tierra, o desparziesen los despeñaderos el despedazado cuerpo, o nos atormentase la pena prepostrera del lazo, negado el pasaje al haliento a quien se buscava salida, o buscada la muerte en el mar,7 fuesen los pescados nuestra sepultura, o el hierro cortase el cuerpo con tormento. De manera que, sin dubda ninguna, es verdad que (como tengo dicho), condoliéndose de nosotros, engendró aquello con cuya muy fácil vevida, sin lisión del cuerpo o diminución de nuestra sangre y sin algún trabajo, muriésemos semejantes a los que descansan y de manera que, después de muertos, ni las aves ni las bestias fieras osasen tocar en nosotros y se guardase para la tierra el que para ella hubiese perecido. Y por dezir la verdad, la tierra nos engendró, remedió los males y nosotros le havemos hecho veneno de la vida, como también hazemos del hierro, sin el cual no pudiéramos vivir ni aun terníamosa razón de quexarnos della aunque lo criara para hazernos mal con ellos, pues somos muy desagradecidos contra esta parte de naturaleza; como que no sirviese al hombre para cualesquier deleites y afrentas, echárnosla en el mar o, para darle lugar, la rompemos. Atormentárnosla todas las horas con aguas, hierros, maderos, fuego, piedras y mieses, mucho más para que sirva a nuestros deleites que no por la comodidad de nuestros mantenimientos. Con todo esto, podían parecer cosas tolerables las que padece en la superficie. Pero penetramos en sus entrañas cavando las venas del oro y de la plata y los metales de cobre y plomo y aun buscamos, hechos en ella pozos profundos, piedras preciosas y otras más pequeñas que sacamos de sus entrañas para sólo traherlas en los dedos. ¡Qué de manos se gastan y trabajan para el atavío de un artejo! Si estuviera el infierno en el centro de la tierra, ya le huviera descubierto nuestra avaricia y demasía y maravillándonos después si ha engendrado algunas cosas que puedan hazer daño. Pero es verdad que bastan las fieras a guardarla y defenderla de las manos sacrilegas, por ventura ¿no cavamos entre las serpientes y tractamos las venas del oro con las raizes del veneno? Aunque usamos desta diosa más aplacada ¿por qué los fines todos desta opulencia van a parar en maldades, muertes y batallas y cubrimos con huesos no sepultados aquella que regamos con nuestra propria sangre, con los cuales (como abominando el furor) ella, en fin, se cierra y oculta las maldades de los hombres? Y aún me parece contar entre las culpas de ánimo ingrato el ignorar su naturaleza.

a. Por tendríamos.


EL INTERPRETE

1(De Dios). Conforme a lo que dixo David: caelum caeli Domino, terram autem dedit filis hominum. 2(Nos haze sagrados). Porque de la misma manera que nos recibe, ansí también sustiene nuestros títulos dilatando (como Plinio dize) nuestro nombre y prolongando nuestra memoria contra la brevedad de la vida. 3(Adversa y cruel). Algunos leen iam nullis precamus irati grave y dizen entender que, como en los títulos de las sepulturas, se pusiese: sit tibi terra levis, y a los muertos no deseamos les sea grave, pero yo leo: non nullis imprecamur irati grave, porque parece cuadrar a esto más la razón que se sigue, según se puede considerar en el texto. 4(Que toques). Entiende las cosas blandas y deleitosas de tocar. 5(Con logro). Que es lo que buelve en recompensa de lo que se siembra o planta en ella. 6(El espíritu vital). Este dize tener la culpa que es la vida destas serpientes y no la porción férrea que participan y tienen della. 7(De los descuidos). Porque suele causarse la muerte exhalando el espíritu de la vida y, en los ahogados, con lazo antes retenido.

TOMO IV. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 1