CAPITULO VI

De los siete planetas

Entre la Tierra y el cielo están pendientes, en el mismo aire, apartados por ciertos espacios, las siete estrellas1 que por su modo de caminar llamamos erráticas, aunque ninguna cosa ande con más concierto que ellas. Una déstas es el Sol que enmedio de las otras haze su curso, con amplísima grandeza y poder, y govierna, no sólo los tiempos y tierras, mas también las otras estrellas y cielos. Y consideradas sus obras, se puede bien creer que éste es el ánimo de todo el mundo2 o, por mejor dezir, su mente, el principal regimiento y deidad de naturaleza. Este, [el Sol], da luz a las cosas y quita las tinieblas; éste obscurece y oculta las demás estrellas con su resplandor y haze las mudanzas de los tiempos y el año, que tantas vezes torna, por el bien de naturaleza, a nacer; éste quita la tristeza del cielo y serena los nublados del ánimo humano; éste comunica a las otras estrellas su lumbre. Es muy claro, todo lo mira y todo lo oye, según que veo haverlo juzgado el príncipe de las letras, Homero.


EL INTERPRETE

1(Las siete estrellas). Consta el mundo, según el parecer deste autor, de cuatro elementos; [de] siete planetas que hazen en la ethra sus cursos, y del cielo octavo o estrellado. Porque del primero y segundo móbil (no siendo necesarios para comunicar el movimiento uniforme a las demás espheras por estar infuso a todos los espacios del mundo) no hizo mención alguna, como ni de otros orbes con que los modernos astrólogos obscurecen y hazen más difícil esta doctrina. Pues es ansí que los cuerpos celestes de suyo se mueven en el aire puro o ethra, y descriven diversos círculos, cada uno según su naturaleza, y aun Ptholomeo no nombró orbes, sino epiciclos, eccentros, semidiámetros y circunferencias. Lo cual, como me parece verdadero y conforme a razón, ansí tengo por falso el parecer de los que aun el cielo estrellado no admiten, diziendo que antes es la substancia do las estrellas fixas hazen sus cursos equidistando perpetuamente entre sí y, que por tanto, le llamaron los griegos [αθήρ] que ansí leo y no [en blanco en el texto]; los hebreos [en blanco en el texto] y, los latinos, expansión, por estar derramado a la redonda del mundo. 2(El ánimo del mundo). Puso Platón una naturaleza suprema, que llamó mente; otra media, que nombró entendimiento, y el ánima, que dixo informar todo el mundo. No nos toca tractar aquí si insinuó por esta trinidad la nuestra, o de donde sacó tan alta doctrina. Lo que haze a nuestro caso es que a ésta ni la puso corpórea, ni tampoco se colige de el[la] ser el Sol. Digo esto por afirmar Plinio que, consideradas sus obras, se puede bien creer que sea éste el ánimo o mente de todo el mundo, insinuando cosas nacidas de su ceguedad y de no conocer a nuestro Dios y Señor.

TOMO IV. HISTORIA NATURAL DE CAYO PLINIO SEGUNDO 1