PRÓLOGOS

Mapamundi del Liber geographic de Claudio Ptolomeo, 1911.




PLINIO, ESPAÑA Y LA ÉPOCA DE HERNÁNDEZ


GERMÁN SOMOLINOS D’ARDOIS


En el plan original de la obra, correspondía al doctor Enrique Rioja redactar esta introducción. Desgraciadamente, falleció cuando todavía no la tenía empezada. Al sustituirle en el trabajo lo dedico como ofrenda a su memoria, y ojalá acierte a expresar ideas acordes con sus sentimientos sobre el tema.


G. S. d’A.


PARA el investigador actual la obra de Plinio no es más que un archivo de viejos conocimientos. Es el depósito de toda la sabiduría que, sobre lo que hoy llamamos Ciencias Naturales, tenía en el primer siglo de Nuestra Era la civilización de Occidente. Después de varios siglos de vida ascendente se iniciaba el receso. Se avecinaban los acontecimientos que terminarían con la primera etapa de nuestra civilización y, perdido el impulso creador, los "sabios” recapitulaban sobre lo ya hecho. Resumían, reunían y catalogaban el legado de sus antepasados. Es la hora en que se producen los libros de recopilación, libros que almacenan conocimientos sin añadir observaciones nuevas. Así son el De Re Medica, de Celso; la Materia Medica, de Dioscórides; las obras de Galeno y esta Naturalis Historia, compuesta por Plinio el Viejo, que hoy presentamos. 1

Son libros considerados como decadentes y fueron, sin embargo, los que salvaron la ciencia antigua. La medicina hipocrática sin Galeno no hubiera llegado a nuestros días. Dioscórides nos permite conocer muchos secretos terapéuticos que, desperdigados en otras obras, se hubieran perdido. Y gracias a la obra pliniana tenemos un claro concepto de lo que fueron las ciencias naturales desde Aristóteles hasta los romanos. Para toda la Edad Media y el siglo XVI estas obras constituyeron la base documental de sus conocimientos.

Los escritos de Plinio fueron una fuente inagotable e insustituible de información. Sus propias palabras nos refieren cómo, para componer su obra, había leído y extractado más de dos mil volúmenes —muchos hoy desconocidos—. Sus páginas recogen de aquellas lecturas —y también son palabras suyas— unos veinte mil hechos. Labor enciclopédica, que, aunque redactada en pocos años, hubo de tener muchos de preparación. Labor demasiado extensa para un solo hombre. Su propio volumen impidió mantener en ella un claro criterio selectivo; por eso, en el texto pliniano, junto a observaciones agudas, de realidad incontrovertible, tienen también cabida la fábula, la anécdota y la conseja trasmitida por generaciones, cuya evidente falsedad impide tomarla en cuenta.

Plinio, con su obra, cubre por completo las necesidades informativas que sobre historia natural tuvo la Edad Media, y es necesario advertir que en la historia natural pliniana, además de la botánica, la zoología y los minerales, caben también la geografía, la astronomía, muchos datos técnicos sobre fabricación del aceite, del vino, del cultivo de los cereales, explotaciones mineras, preparación de colorantes, relatos históricos y elaboración de remedios terapéuticos. Es una verdadera enciclopedia en treinta y siete libros que superaba y recogía todos los escritos anteriores. Esto nos explica la abundancia de copias manuscritas que, redactadas durante toda la Edad Media, se han conservado en los más diversos lugares y cuyo conjunto constituye el más rico acervo documental que sobre un mismo tema científico se produce en esos siglos.2

Pero tuvo también imitadores y, aunque algunos intentos no es menester recordarlos pues fracasaron en sus primeros pasos, no podemos olvidar, en cambio, al dominico Vincent de Beauvais que vivió desde fines del siglo XII a mediados del XIII. Trató este buen fraile de emular a Plinio componiendo una inmensa obra titulada: Bibliotheca mundi, Speculum majus, Speculum triplex. En ella, divididos en tres partes: Speculum naturale, Speculum doctrinale y Speculum historiale, aparecen contenidos todos los conocimientos de la humanidad en aquella época: teología, historia, literatura, gramática, política, jurisprudencia, moral, matemáticas, física, medicina, historia sagrada, astronomía, ciencias naturales, técnica, alquimia, etc. Sin embargo, la obra no tuvo éxito. Aunque fue impresa varias veces, la principal en diez volúmenes por J. Mentelin de Estrasburgo en 1475, siempre resultó opacada por Plinio y fue olvidada al llegar el Renacimiento.

Es indudable que la obra de Beauvais contenía mucha más información, más moderna y mejor seleccionada que la historia pliniana, pero le faltaba la aureola, el prestigio, la tradición y sobre todo ese mítico respeto hacia el saber legado por los antiguos, que permitió a tantas obras perdurar en el tiempo con impulso suficiente para llegar hasta hoy.

Perfeccionada la imprenta, las obras de Plinio reciben atención inmediata. Cuatro ediciones incunables salen de las primitivas prensas desde los años 1469 a 1499. Todas son italianas. Tres se reducen a repetir el contenido de los manuscritos perpetuados durante la Edad Media. La otra, la que bajo el título de Hermolai Barbari, Castigationes Plinii... aparece en Roma el año de 1492, marca el punto de partida de los comentaristas.

Resultaba indispensable este aspecto en los estudios plinianos. El Renacimiento comienza sus trabajos bajo el signo de la restauración. Al descubrirse fuentes documentales conservadas casi intactas; al contar los humanistas con un medio de difusión tan eficaz como la imprenta, la primera tarea que se imponen los estudiosos de fines del siglo XV consiste en recuperar las versiones primitivas de los autores clásicos, cuyos textos estaban corrompidos y alterados por el sucesivo traslado y copia de tantos siglos.

Los más interesantes espíritus científicos del primer siglo renacentista están dedicados a esta tarea, en mayor o menor medida. El primero que llama la atención sobre los muchos errores y disparates científicos que contienen las versiones de Plinio usadas en el siglo XV es Nicolás Leoniceno, profesor de Ferrara, tal vez el más notable de los llamados "humanistas médicos”, el cual incluye a Plinio en una obra donde demuestra las muchas alteraciones sufridas por los escritos originales.3 La obra de Leoniceno es contemporánea de la de Bárbaro, pero son diferentes. Bárbaro, obispo de Verona, cuida más la pureza del lenguaje, atiende a las formas gramaticales más que al propio contenido. Leoniceno, por el contrario, ataca el fondo de la obra, señala las interpolaciones y malas interpretaciones que vienen sobreañadidas al texto primitivo. Y si, como aseguran, Bárbaro modificó cinco mil pasajes de la obra que estaban alterados, no debió de ser muy inferior el número de las malas interpretaciones encontradas por Leoniceno.

No podemos, ni es nuestro propósito, repasar la historia de las ediciones plinianas que se repiten con mucha frecuencia en los primeros años del siglo XVI; las más notables, después de las ya citadas, fueron la de Coecii Sabellici: Annotationes veteres et recentes ex Plinio, aparecida en Venecia en 1502; la de Alejandro Benedicti, editada en la misma ciudad cinco años más tarde y repetida en 1516: mismo año en que sale la de Nicolás de Pratis en París; la de Caesarius en Colonia el año 1524; la de Erasmo un año después editada en Basilea, lo mismo que la de Rhenani, In C. Plinii annotationes, aparecida en 1526. Finalmente la última edición europea que se imprime antes de que Hernández emprenda su trabajo es la de Gelenio, también publicada en Basilea el año 1549.

Por el contrario, nos interesa mucho conocer con detalle los antecedentes que, sobre el conocimiento de Plinio y sus comentarios, se producen en España antes de que Hernández comience la redacción de su obra. La más remota noticia de actividades plinianas en España la encontramos en la cátedra que a partir de 1513 desempeña Antonio de Nebrija en la recién fundada Universidad de Alcalá de Henares. Probablemente ya había explicado también a Plinio en la Universidad salmantina cuando, a fines del siglo XV, ocupó allí una cátedra de Gramática y Retórica, pero sobre esta suposición no tenemos datos para confirmarla. Nebrija alternaba en su cátedra los escritos de Plinio con la Moral de Aristóteles y la Doctrina Cristiana de San Agustín. No es por tanto casual que Hernández, colegial complutense en años posteriores, con seguridad discípulo de Juan Ramírez de Toledo —extraordinario humanista que sustituye a Nebrija en la cátedra pliniano-aristotélica—, recibiera en las aulas de Alcalá el eco de Nebrija y dedicara los mayores esfuerzos de su vida y esclarecer y comentar las obras de Plinio y Aristóteles.

Nebrija no estudiaba en Plinio los hechos naturales allí presentados; para él era una fuente más de conocimientos de las muchas empleadas en la restauración definitiva de las Sagradas Escrituras. Y aunque consta que conoció y analizó profundamente el contenido pliniano, identificando muchos de los animales y vegetales allí descritos con los que había tenido ocasión de contemplar en el suelo de su patria, nunca escribió nada en relación con las observaciones y descripciones del autor romano.

También estaba en Alcalá por esos mismos años Hernán Núñez, que más adelante tendrá importancia definitiva para los estudios plinianos en España. Este, discípulo de Nebrija, cuando años después explica a Plinio en su cátedra salmantina, mantiene en ella muchos recuerdos recogidos en el contacto con Nebrija durante los años de convivencia complutense. En Alcalá, Hernán Núñez enseñaba griego y ayudaba a componer la famosa Biblia Poliglota, pero no oculta nunca que Nebrija fuera su "maestro venerado” de quien recibe enorme influencia.4

Es en este mismo núcleo de interés pliniano, formado en Alcalá de Henares, donde aparecen los primeros comentarios impresos por un español sobre la obra de Plinio. En 1524, cuando ya Nebrija ha muerto y Hernán Núñez, huido, ha buscado refugio en Salamanca, se publica en esa ciudad la Glossa litteralis in primum et secundum naturalis historiae libros, escrita por el extraordinario Francisco López de Villalobos, médico del Rey Católico y de Carlos V. La obra fue escrita por iniciativa del Arzobispo de Toledo, Alonso de Fonseca, al cual dedica el autor su trabajo.

Parece ser que Villalobos, hombre de mucha facundia literaria, puso ciertos reparos a la publicación de esta obra y no se atrevió a imprimirla hasta que varias personas, entre ellas el propio papa Adriano, aprobaron elogiosamente el escrito. Pero esto no le valió para evitar que Hernán Núñez, que ya estaba explicando a Plinio en su cátedra salmantina, le enviara una carta quisquillosa y destemplada criticando la edición, sobre todo en detalles de minucia filológica.

Villalobos, que era hombre de mucho desparpajo, con lengua muy suelta y enorme gracejo —al punto que algún autor de su época le llama el hombre más "chocarrero y de burlas” que había en Castilla—, contestó la carta descarada y francamente con tono amargo y molesto para su atacante. Plinio no ganó nada con este incidente, pero no está lejos de lo posible que fuera en gran parte el deseo de aplastar a Villalobos —que nunca se volvió a ocupar de Plinio— uno de los motivos que movieron a Hernán Núñez a emprender su edición comentada de la Historia Natural que aparece por primera vez en Salamanca el año 1544 y es la que más reediciones alcanzó en tiempos posteriores.

La edición de Hernán Núñez, con frecuencia conocido por su sobrenombre de El Pinciano, fue muy utilizada y criticada por Hernández. Su título es: Observationes Fredenandi Pintiani in loca obscura aut depravata Historiae Naturalis C. Plinii cum retractationibus quorumdam locorum Geographiae Pomponii Melae y repetidas veces aparece citada por Hernández, que alaba muchos aciertos de Núñez, aunque también pone de manifiesto gran copia de errores, que el propio Hernández justifica al afirmar que El Pinciano utilizó para su trabajo un códice antiguo, de Salamanca, plagado de disparates.

No acaban aquí los intentos de restauración y comentario plinianos que se producen en España durante la primera mitad del siglo XVI. Sin que hayamos podido comprobar la fecha exacta, pero con seguridad antes de 1531 y después de 1515, el sacerdote Juan Andrés Strany, rector de la Universidad de Valencia, escribió unas Annotationes in C. Plinii Secundi Naturalis Historiae, libros XXXVII, que son citadas por todos sus biógrafos, entre ellos por Menéndez Pelayo. Como Strany viajó por Europa, estuvo varios años en París y fue discípulo de Nebrija, no es extraña su afición por este tema en el que fue también, principalmente, un restaurador filológico.

Con menos envergadura y extensión, Plinio aparece presente en muchos otros autores de esa misma época. Juan Maldonado, hacia 1515, para corresponder la hospitalidad y mecenazgo de Diego de Ossorio, corregidor de Córdoba y amante de las humanidades, le escribe un Florilegio de Plinio y otros autores clásicos. En 1539, Cristóbal de Villalón, al componer su Ingeniosa comparación entre lo antiguo y lo presente, inspira toda la parte antigua en Plinio, del cual recoge mucha influencia y documentación. Todavía en esta misma época es necesario recordar, aunque su obra no se produce en España, al sevillano Juan de Jarava, erasmista emigrado a Lovaina, que imprime en Amberes en 1546 una obra titulada: La Philosophía natural brevemente tratada y con mucha diligencia compilada de Aristótiles, Plinio, Platón y otros graves autores. La obra en sí no tiene nada de original y basta su título para entenderlo de esta manera;5 sin embargo su originalidad la encontramos en que es la primera obra impresa que contiene algo de la obra pliniana traducido al idioma castellano, como ya hace notar el autor, y este aspecto es uno de los más interesantes de toda la obra de Hernández en relación con Plinio.


Codex Toletanus. Biblioteca Nacional de Madrid. Ms. 10042


En la década de los sesentas del siglo XVI Hernández emprende sus trabajos sobre Plinio que le habrían de ocupar más de diez años.6 Con seguridad comienza a escribir en Toledo y utiliza para su trabajo varios grupos de fuentes documentales, de un lado los que él llama códices vetustos que son en realidad manuscritos medievales: de ellos, son identificables uno conservado en Toledo y otro en Salamanca. Después consulta trabajos impresos, como la edición de Gelenio ya comentada, el libro de Hernán Núñez al que nos referimos más arriba y un Plinio anotado por un tal Francisco Masserio del que no he conseguido otras noticias y al que se refiere con frecuencia. Finalmente emplea libros de tipo general dedicados a las materias que quiere comentar y cuya lista abarca la mayor parte de los autores modernos de su época. Gesner, Belon, Rondelet, Realdo Colombo, Mathiolo, Ruellio, Gillio, Turnerio, Cardano, Vesalio, etc., entre los médicos y naturalistas. Nebrija, Teodoro Gaza, Hermolao Bárbaro, Erasmo, Budeo, Pinciano, Pontano y otros más entre los humanistas. A estos contemporáneos, citados con más frecuencia en sus comentarios, debemos añadir la casi totalidad de los filósofos clásicos, de tal manera que en una revisión, no demasiado detenida, que hicimos durante la lectura del manuscrito anotamos ciento setenta autores citados, la mayor parte de ellos con el título de la obra utilizada. El trabajo avanzó despacio, con vacilaciones y enmiendas, cuya constancia nos ha quedado en las dos diferentes copias que de ella se conservan: el original definitivo, relativamente limpio, y lo que designamos como "primeros borradores”, llenos de enmiendas y tachaduras. Muchas de estas correcciones y gran parte del texto fueron valiosísimos documentos biográficos que ayudaron a ilustrar el curso vital de Hernández cuando compusimos la historia de su vida.

Pero, por encima de la historia de la obra pliniana de Hernández y de lo que representa en su vida, queremos considerar el papel que dentro de la historia científica española tiene este manuscrito de indudable trascendencia y valor.

Es muy clara la intención de Hernández al planear su trabajo. Hasta el momento en que él escribe los editores y comentaristas de Plinio han orientado sus escritos, en la mayor parte con deliberada preferencia, hacia la restauración filológica. Sólo una minoría comentó o anotó los hechos allí reseñados. Plinio continuaba siendo en sus manos una fuente de información de noticias y sucedidos antiguos sin ninguna aportación moderna y con muy escasa comprobación documental.

Lo que Hernández planea es precisamente lo contrario. Trata, sobre la urdimbre del viejo relato, de fijar lo que la ciencia moderna había adquirido hasta la época en que él escribe. Trata también de verificar, hasta donde le es posible, las afirmaciones plinianas con datos recogidos en otros autores. La restauración filológica parece interesarle poco, aunque también se ocupa algo de ella, pero en cambio su propósito es presentar un panorama enciclopédico de la cultura renacentista comparándola con la legada por los antiguos. Empresa de muy altos vuelos, que no siempre alcanza a cumplir con la exactitud y profundidad necesarias, pero que, en cambio, nos demuestra su gran capacidad de trabajo y el extenso dominio que sobre la ciencia de su época poseía nuestro autor, único que en ese siglo se atreve a emprender tamaña tarea.

La técnica es la clásica del momento. Hernández traduce y, a continuación, con llamadas al texto pliniano y bajo el epígrafe general de “El Intérprete” comenta, capítulo por capítulo, añade, corrige e incluso intercala grandes parrafadas donde aparecen los datos que, por su novedad, quiere dejar sentados. No olvida las referencias documentales de donde obtiene la información y con mucha frecuencia añade su propia experiencia en párrafos autobiográficos, algunos de verdadero interés.

Sin embargo, la verdadera novedad la encontramos en el idioma. Para cuando Hernández emprende su trabajo todos los "Plinios”, manuscritos o impresos, estaban redactados en latín. Era el idioma científico y culto, capaz de saltar todas las barreras internacionales. "Verdadero esperanto del espíritu’’, como lo denomina Zweig, su carácter supranacional le hacía asequible a todos los estudiosos de cualquier parte de lo que entonces se consideraba mundo civilizado, y su léxico, hasta ese momento, había resultado suficiente para cubrir todas las necesidades idiomáticas de la ciencia.

Pero Hernández, que ya había hecho traducciones anteriores como la del Nicandro,7 decidió convertir el texto latino en castellano, con lo que aumentaba la capacidad de extensión y conocimiento para su obra. Este hecho no era ninguna originalidad en España. Andrés Laguna acababa de hacer lo mismo con la Materia medicinal de Dioscórides, libro que una vez traducido pasó, en pocos años, de obra erudita a manual popular citado por sabios y legos.8 Y desde muy a principios del siglo se había desarrollado una marcada tendencia entre los escritores médicos españoles que, cada día en mayor número, abandonaban el latín para redactar y publicar sus libros y observaciones en idioma castellano.

Ya hace tiempo nos ocupamos de esta característica dentro de la medicina renacentista española. Hecho netamente castizo al que consideramos como una de las pruebas más concluyentes para afirmar la importancia que tuvo España en el desarrollo de la ciencia médica durante el siglo XVI.

Varios son los motivos que contribuyeron para este abandono general del latín. El primero es resultado de la difusión del idioma. Existen datos suficientes para poder afirmar que el español era una lengua extraordinariamente extendida por toda Europa durante el siglo XVI. Cervantes en su Persiles y Segismunda asegura que no hay francés culto, hembra o varón, que no aprenda español.9 Por su parte Juan de Valdés, en las primeras páginas de su Diálogo de la lengua, pone en boca de Marcio esta frase: "Como veis, ya en Italia assí entre damas como entre cavalleros se tiene por gentileza y galanía saber hablar castellano”.10 Más amplios son todavía Jerónimo de Vargas y Duarte Pinel cuando, al prologar su traducción de la Biblia, antes de mediado el siglo XVI, escriben: “Y como en todas las provincias de Europa, o de las más, la lengua española es la más copiosa y tenida en mayor aprecio”,11 frases que indican la difusión del español.

Pero además de este factor lingüístico, que consideramos importante pero no exclusivo, existen otros factores más dignos de tener en cuenta, sobre todo en el campo médico. Es hecho muy conocido que cuando una cultura abandona el idioma más generalizado de expresión en su época y expone sus conquistas científicas en lengua vernácula, indica con ello, inconscientemente, que ha llegado a su madurez intelectual, que es capaz de bastarse a sí misma y que ha adquirido la personalidad suficiente para poderse erigir en entidad directora. Los ejemplos en la historia son continuos. No tenemos más que recordar la evolución del habla científica en los últimos 150 años. En los principios del siglo XIX el país más adelantado era Francia y la ciencia se escribe en francés, idioma que desterró los últimos aleteos del latín como expresión científica. Muchos años dura esta primacía hasta que los alemanes imponen sus ideas de modo universal, y, durante las últimas décadas del siglo pasado y las primeras de éste, toda idea que se quisiera establecer, o divulgar, tuvo que estar expresada en alemán o recogida en publicaciones de ese idioma. Destrozada Alemania, pierde la supremacía científica y su medio de expresión. El inglés, que hasta ese momento tenía una posición secundaria, recoge toda la actividad de la ciencia actual y el uso de su lengua se corresponde con el progreso científico obtenido en los países de habla inglesa.

Este razonamiento nos lleva a suponer que cuando la labor española del siglo XVI se expresa en castellano y se traducen a esa lengua la mayoría de los clásicos griegos y latinos, este hecho es un índice del predominio intelectual que tuvo España en esa época sobre el resto de sus contemporáneos. Existe una contraprueba evidente. Cuando un siglo después el Imperio español pierde potencia y decae, vemos que también pierde su valor científico, y el resultado de estas pérdidas es la vuelta al latín, de tal modo que los médicos españoles de los siglos XVII y XVIII escriben en latín la mayoría de sus obras.

Existe todavía otra razón que pudiéramos llamar técnica. El latín para los españoles del siglo XVI resultaba, como medio de expresión, pobre y estrecho. No olvidemos que eran hombres que en su habla común usaban un rico idioma lleno de voces árabes, italianas, griegas y también iberas y celtas. El escritor español que quería expresar hechos nuevos en latín se veía con la terrible dificultad de la falta de vocablos adecuados y tenía que recurrir al neologismo, con todo el peligro que representa inventarlos en una lengua histórica y no vulgar.

Afortunadamente coincide este momento de preponderancia lingüística española con la reestructuración definitiva del idioma, que pierde, precisamente en esos años, su lastre medieval para modernizarse en prosa y verso. En toda la península aparecen artífices o cultivadores de la lengua que imprimen a ésta su carácter de modernidad estable. Garcilaso y Boscán en el lenguaje poético; Gutierre de Cetina y Hurtado de Mendoza en la versificación; Hernández de Oviedo, Antonio de Guevara y el propio doctor Villalobos elevan la prosa, mientras Antonio de Nebrija, Juan de Valdés y en parte también su hermano Alfonso, establecen la técnica del idioma. La España del siglo XVI necesitaba un medio de expresión equivalente al resto de sus potencialidades y crea a mediados del siglo el idioma más perfecto de la época capaz de servir en las más sutiles e ingeniosas dificultades idiomáticas a ese siglo y medio de oro literario que se produce inmediatamente.12


Codex Toletanus. Biblioteca Nacional de Madrid Ms. 10042


Como no queremos alejarnos del campo científico, dentro de él encontramos que el número de las obras escritas en castellano por médicos y otros hombres de ciencia alcanza a formar un nutrido grupo que sirve para demostrar lo expuesto anteriormente, hecho que no debe confundirse con la esporádica actitud asumida por Paracelso cuando rechaza el latín para escribir en alemán. Paracelso busca con ello tomar una posición de rebeldía frente a la ciencia tradicional, mientras que los españoles toman el castellano por lengua científica de la manera más natural, por ser la más extendida y la que mejor se acomoda para la adecuada comunicación de sus conocimientos. No podemos incluir aquí ninguna relación de libros españoles escritos en castellano durante el siglo XVI, son muchos y nos limitaremos a mencionarlos en nota adicional,13 pero, aunque los que allí presentamos forman una reducida e incompleta lista, la consideramos suficiente para confirmar nuestro aserto, sobre todo si se tiene en cuenta que en ningún otro país en esa época se puede componer una relación semejante.

El manuscrito hernandino nunca llegó a las prensas. El espíritu perfeccionista de su autor, los cambios de intereses políticos y ese hado maléfico que le persigue toda la vida cuando se trata de imprimir sus libros, operan una vez más y los tres mil y pico de folios escritos quedan en su casa, arrumbados, el día que lleno de desengaños y alifafes muere, casi inadvertidamente, durante el invierno de 1587.

Es seguro que hasta se desmembró el original. Ya nos hemos ocupado de ello en el estudio bibliográfico y en el relato de la vida hernandina. Pero aun así marcó su huella. Lo conocieron sus contemporáneos, como Juan de Herrera y otros, que tenían capacidad y conocimientos para alcanzar a comprender su auténtico valor. Desde el anaquel de la biblioteca palatina, donde parece que fue a parar el manuscrito años después de muerto Hernández, posiblemente inspiró a otros autores y no tendría nada de extraño que el primum movens de los estudios plinianos que emprende pocos años después Gerónimo de la Huerta, también médico palaciego, pudiéramos buscarlo en una emulación del protomédico cuya personalidad y fama aún se perpetuaba en la Corte.

En cambio, nos parece demasiado atrevida y aventurada la afirmación de Gómez Ortega cuando, en 1790, escribe tener "alguna sospecha ... relativa a si Gerónimo de la Huerta, que publicó en su propio nombre una traducción española de Plinio con notas, poco después de la muerte de Hernández, tomó de este autor la mayor parte sin hacer mención de él”.14 Efectivamente, De la Huerta, pródigo en citas de contemporáneos, no cita jamás a Hernández en su texto.



Interesados por aclarar este tema, hicimos, hace algún tiempo, un estudio comparativo sobre diversos capítulos y comentarios de ambos autores. No llegamos a profundizar ni a extendernos para considerarlo definitivo, pero fue suficiente para que podamos afirmar que ambas obras son completamente distintas de redacción y contenido. Es muy posible que De la Huerta conociera el Plinio de Hernández. Es muy probable que algunos relatos de hechos americanos, que De la Huerta intercala, puedan tener un origen hernandino; pero, desde luego, no es posible sostener que tomó bajo su nombre la mayor parte de la traducción de Hernández sin hacer mención de él.

Para nuestro modo de pensar, De la Huerta es el último que recoge la tradición pliniana española y la remata al conseguir aquello que Hernández intentó sin éxito: la publicación de un Plinio en castellano. Su trabajo fue titubeante: primero, en 1599, dio a la estampa, ya traducida, la parte de los animales, cuatro años después salió el libro de los peces y transcurrieron veintiún años antes de que el primero de los dos tomos de su obra completa viera la luz.15

Los escolios y anotaciones de De la Huerta muestran, en general, menos concisión, son menos concretos y tienen en su redacción más ampulosidad y barroquismo que los de Hernández, que resultan, en ocasiones, excesivamente sobrios. La lectura simultánea de ambas obras sirve de índice para conocer el cambio ideológico que sufre la vida y la ciencia española en los cincuenta años que transcurren de una a otra traducción. Hernández es todavía un comentarista severo. Podrían compararse sus notas con las líneas rectas de las construcciones herrerianas. De la Huerta es un definido barroco, no alcanza los retorcimientos que vendrán más tarde, pero su prosa más fluida, más ligada, utiliza metáforas y adjetivos que nunca encontraremos en Hernández. Los comentarios del protomédico americano, aunque ricos en anécdotas y datos biográficos, son superados en este aspecto por los de De la Huerta, y en cambio, el contenido estrictamente científico de De la Huerta es, a nuestro modo de ver, inferior al de Hernández, máxime si se tiene en cuenta que De la Huerta escribe en época posterior, cuando puede disponer de materiales de documentación más asequibles y modernos.

Con la obra de Gerónimo de la Huerta, cuyo segundo tomo aparece en 1629, termina el ciclo pliniano en España. Desde entonces nadie vuelve a ocuparse de verter la obra de Plinio al castellano, y el interés por Plinio y su obra se apaga de la misma manera que se apaga todo el movimiento intelectual español.

No tenemos ninguna referencia sobre trabajos de autores de habla española que traten de Plinio durante el resto del siglo XVII. Feijoo, en el XVIII, se ocupa de él en varias ocasiones a través de su extensa obra, pero siempre escoge citas y datos de autores extranjeros. Parece que para la menguada curiosidad de los estudiosos españoles de estos siglos, incluyendo el XIX, fueron suficientes el Plinio francés del jesuita Hardouin16 y las reediciones de los viejos tratados.

Durante el siglo XIX se produce en todo el mundo un movimiento de interés pliniano que se traduce en varias ediciones francesas, como las de Lemaire,17 similar al Hardouin, y la de Littré, primera versión completa de Plinio al francés18 que tuvo como antecesoras las traducciones parciales de Poinsinet de Sivry, la de Gueroult y la de Ajassan de Grandsagne.19 Los ingleses, después de un Plinio defectuoso e incompleto que aparece en 1601,20 no vuelven sobre el tema hasta 1857, con la obra de Bostock y Riley,21 y los alemanes también toman interés en la segunda mitad del siglo pasado, cuando aparecen las ediciones de Sillig, Jan, Mayhoff, Detlefsen,22 etc. En nuestra época todavía se sigue reeditando la obra de Plinio, tanto en latín original como en traducciones comentadas. En 1924 apareció el primer tomo de la traducción catalana de la Historia Natural, dentro de la benemérita obra de la Fundació Bernat Metge;23 su introducción, escrita por Maçal Olivar, es un eruditísimo estudio al que sólo se puede objetar la poca difusión del idioma en que está presentado. Y en la actualidad están en vías de edición, con varios volúmenes en la calle y otros en prensa, la edición francesa de Beaujeu24 y la inglesa de Rackhan,25 prueba evidente del interés que todavía mantiene la obra de Plinio para los estudiosos de las más diversas ramas científicas.

No importa que la obra de Plinio, que hoy presentamos, lleve cuatro siglos de escrita. Es la primera traducción castellana de esta obra y tiene valor propio e interés suficiente para justificar su publicación. Con referencia a Hernández, constituye la obra clave de su vida científica, origen de su labor americana, pues sabemos que influyó en el ánimo del Rey para enviarlo a México, y escaparate evidente de su amplia cultura científica en los más diversos campos. Desde entonces hasta hoy, con la única excepción de la obra de Gerónimo de la Huerta, nadie ha traducido de nuevo esta obra al idioma español.

Los ejemplares del libro de De la Huerta son muy raros. En México no hay ninguno, en Estados Unidos sólo sabemos de un ejemplar. Las ediciones modernas de Plinio en otras lenguas no son demasiado perfectas y las antiguas cada día son más raras. De aquí que un Plinio comentado minuciosamente en castellano por un autor renacentista que vuelca en sus interpretaciones todo el saber de su tiempo, y modernizado con aclaraciones y notas inteligentemente preparadas por el profundo saber y experiencia de la Dra. María del Carmen Nogués de Téllez, es una obra indispensable en nuestro tiempo que tendrá enorme utilidad para todos aquellos que se interesan por la historia de la ciencia y de las obras clásicas.






Pórtico de entrada a la villa de Plinio.



Mosaico (Neptuno) de una de las estancias de la villa.



Detalle del Mosaico



Detalle del mosaico.


1 La biografía de Cayo Plinio Segundo, llamado “el Viejo”, es bastante conocida aunque los datos de su vida sean escasos. Las más antiguas referencias se las debemos en primer lugar a párrafos de su propia obra, después a dos cartas de su sobrino Plinio el Joven, dirigidas una a Tácito, en la que relata la muerte de su tío, y otra a Babius Macer, donde describe la forma que tenía de trabajar y los libros compuestos durante su vida. Algunos datos se encuentran en un fragmento de una obra escrita por Suetonio, amigo de Plinio el Joven, y en una discutida y mutilada inscripción descubierta en Siria. Estos materiales y algunos otros de tipo indirecto permiten afirmar que nació hacia el año 23 ó 24 de nuestra era, probablemente en Como. Ingresó en el ejército combatiendo como oficial de caballería en las guerras contra los germanos. Hacia los 27 ó 28 años dejó el ejército, en cuyo ejercicio encontró tema para escribir un Arte de lanzar la javalina a caballo, dos volúmenes con la Vida de Pomponius Secundus, que fuera su jefe y amigo, y la historia de las guerras en Germania que ocuparon veinte volúmenes. Todas estas obras están hoy perdidas. Durante la tiranía de Nerón, desde el 54 al 69, Plinio, se supone, pasó ciertas dificultades que le obligaron a permanecer en retiro, aunque hizo algunos viajes como procurador a España y tal vez a Africa. Estos años los usó para escribir un trabajo sobre retórica titulado Studiosus y ocho volúmenes dedicados a temas gramaticales bajo el título De dubio sermone, también perdidos. A la caída de Nerón recuperó su posición social y Tito le confirió varios cargos importantes, designándole, cuando contaba 52 años, jefe de la escuadra anclada en Misena. Cuatro años más tarde el Vesubio entró en erupción. Atraído por su insaciable curiosidad científica quiso observar de cerca el fenómeno, se hizo trasladar hasta la ciudad de Estabia, cercana a Pompeya, y permaneció dictando lo que presenciaba en medio de las cenizas y piedras incandescentes que arrojaba el volcán. Allí muere asfixiado por los vapores sulfurosos el 24 de agosto del año 79. Su Historia natural que había redactado en esos años de ocupación marina, con los datos que desde muy antiguo venía reuniendo, quedó terminada y es la única obra que legó a la posteridad. Casi todas las ediciones de Plinio contienen una biografía más o menos extensa en sus comienzos. Aconsejamos ampliar los anteriores datos con la documentada “Introduction” que Alfred Ernout escribe para la traducción francesa publicada bajo el título de Pline L’Ancien, Histoire Naturelle (Collection des Universités de France, Socité d’Edition “Les Belles Lettres”, París, 1950); en la más más antigua escrita por Emile Littré para su Histoire Naturelle de Pline (Ed. de J. J. Dubochet, Le Chevalier et Comp., París, 1848) e incluso en el artículo Plinio, el Viejo de la Enciclopedia Espasa, tomo XLV, pág. 785, donde se encuentran amplias informaciones y datos sobre su vida y sus obras.

2 Pasan de treinta y cinco los manuscritos medievales que con mayor o menor extensión contienen fragmentos de la obra pliniana. Algunos se identifican como del siglo IV; muchos, los llamados Codices vetustiores, son de fecha anterior al siglo VIII y abundan los de los siglos XII y XIII. No nos ocuparemos de ellos, pues en la introducción de la Dra. Nogués de Téllez están descritos y existen además notables trabajos sobre su origen y contenido, como la introducción de Alfred Ernout que citamos en nota I.

3 No hemos llegado a conocer cuál es el título exacto de la obra de Leoniceno. Los diferentes autores que se ocupan de sus trabajos dan nombres muy diversos y, aunque todos en el fondo coinciden, la redacción es completamente distinta. Castiglione en su Storia della medicina (Milán, 1936) y en las ediciones subsiguientes en inglés en 1946 y española de 1941 la denomina: Plinii et aliorum autorum, qui de simplicibus medicaminibus scripserunt, errores notati (Ferrara, 1492). Pazzini, en su Storia della Medicina (Milán, 1947), da dos títulos diferentes en diversos capítulos. En la pág. 208 la llama: De erroribus Plinii et aliorum..., y en la 614: De Plinii et pluriam medicorum in medicina erroribus y, aunque da Ferrara como lugar de edición, en cambio la fecha asignada es la de 1509. Finalmente Major en su A History of Medicine (Illinois, 1954), inserta: De Plinii et aliorum in medicina erroribus sin lugar de edición y con fecha 1492. Todavía se encuentran otras variantes en más libros consultados. Pero, como el problema es difícil de resolver en México, nos limitamos a presentarlo sin decidirnos por ninguno de los títulos encontrados.

4 Son tan conocidas las figuras de Antonio Nebrija y Hernán Núñez el Pinciano que no es necesario repetir aquí datos que cualquier enciclopedia contiene. Sin embargo, para conocer el aspecto intelectual de estos dos humanistas, su actuación universitaria y su enorme influencia en la renovación ideológica que se produce a principios del siglo XVI en España, aconsejamos consultar el libro de Alberto Jiménez, Selección y Reforma (El Colegio de México, 1944) y la monumental obra de Marcel Bataillon, Erasmo y España (Fondo de Cultura Económica, México, 1950) donde aparecen noticias sobre las actuaciones comuneras del Pinciano que le acarrearon grave herida y el abandono de Alcalá de Henares, donde su vida peligraba.

5 El título completo de la obra de Jarava dice así: La philosophía natural brevemente tratada y con mucha diligencia compilada de Aristótiles, Plinio, Platón y otros graves autores por industria de maestro Juan Jarava, médico. Libro por cierto muy provechoso y agradable a todos los ingeniosos y deseosos de saber los secretos y mysteries de la naturaleza hasta agora nunca vistos en lengua española. Impreso en Anvers, En casa de Martín Nucio. Año 1546. No creemos fuera mucho lo compilado, cuando se trata de un libro de formato pequeño que contiene sólo 80 folios para tantos autores, secretos y misterios.

6 Para conocer los datos referentes a la redacción de esta obra por Hernández aconsejamos consultar los capítulos V a VIII de la “Vida y Obra de Francisco Hernández” incluida en el primer tomo de estas Obras completas, y específicamente el número 19 de la “Biobiografía hernandina” del mismo tomo, donde se encontrará la descripción bibliográfica del manuscrito y todos los detalles conocidos sobre su evolución e historia.

7 Véase el número 37 de la “Bibliografía hernandina” en el primer tomo de estas Obras Completas.

8 La primera edición del Dioscórides, traducido y comentado por Laguna, aparece en Amberes el año 1555; su éxito obligó a reeditarla en el propio siglo XVI, ya fallecido su autor, en 1563, 1566, 1570, 1584, 1586 y 1592; durante el siglo XVII se reeditó otras seis veces y aun alcanzó en el XVIII cuatro nuevas ediciones. Se convirtió en el libro insustituible para todo aquel que tenía intereses en medicina y terapéutica e incluso llegó al vulgo y a la literatura, pues con frecuencia se hacen alusiones en obras teatrales o novelas. La más conocida es la de Cervantes cuando Don Quijote, maltrecho y hambriento después de la aventura con las ovejas (cap. XVIII de la primera parte), dice a Sancho que prefería “una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por el doctor Laguna”. Véase Teófilo Hernando, Vida y labor médica del Dr. Andrés Laguna (ed. Instituto Diego de Colmenares, Segovia, 1958).

9 Miguel de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Segismunda, Historia septentrional (En Madrid por Juan de la Cuesta), Madrid, 1617.

10 Juan de Valdés, Diálogo de la lengua. Nosotros usamos la edición de “La Lectura” de Espasa Calpe, Madrid, 1940; la cita aparece en la página 4.

11 Jerónimo de Vargas o Abrahán Usque y Duarte Pinel o Jom Tob Atías, fueron dos judíos españoles que después de conversos volvieron al judaísmo. En 1533 tradujeron la llamada Biblia Ferrariense (llamada así por estar impresa en Ferrara, así como también por estar dedicada al Duque del mismo nombre) y en ella justifican la traducción con esa frase entre otros varios motivos.

12 Aunque el tema de la primacía de la lengua española es tema conocido de antiguo, aconsejamos, para un estudio de conjunto bien documentado, el capítulo “El habla de Castilla, lengua universal” del libro de Jaime Oliver Asín, Iniciación al estudio de la historia de la lengua española, Madrid, 1941.

13 La lista siguiente es parcial e incompleta; una búsqueda cuidadosa podría multiplicarla, pero consideramos que es suficiente para demostrar el hecho afirmado.

Juliano GUTIÉRREZ, Cura de la piedra y dolor de la yjada y cólica rreñal, Toledo (por Pedro Hagenbach), 1498.

Juan GUTIÉRREZ DE GODOY, Tres discursos para probar que todas las madres están obligadas a criar a sus hijos (impressa en Jaén, por Pedro de la Cuesta), 1529.

Alonso CHIRINO, Tratado llamado menor daño de medicina, Sevilla (en casa de Juan Cromberger), 1538.

Luis LOBERA DE AVILA, Vergel de sanidad o banquete de caballeros y orden de vivir, así en tiempo de sanidad como de enfermedad, Alcalá de Henares (en casa de Juan de Brocar), 1542.

Libro de pestilencia, curativo y preservativo y de fiebres pestilenciales, con la cura de todos los accidentes dellas y de otras fiebres, Alcalá de Henares (en casa de Juan de Brocar), 1542.

Remedio de cuerpos humanos y silva de experiencia y otras cosas utilísimas, Alcalá de Henares (en casa de Juan de Brocar), 1542.

Libro de las cuatro enfermedades cortesanas que son catarro, gota artética, mal de piedra e de riñones e ijada y mal de bubas, Toledo (por Juan de Ayala), 1544.

Libro de experiencias de medicina y muy aprobado por su efecto, assí en nuestra España como fuera de ella, Toledo (por Juan de Ayala), 1544.

Libros del regimiento de la salud y de la esterilidad de los hombres y mujeres y de las enfermedades de los niños, Valladolid (por Sebastián Martínez), 1551.

Pedro CIRUELO, Reprobación de las supersticiones y hechicerías (sin lugar de impresión ni editor), 1547.

Damián CARBÓN, Libro del arte de las comadres o madrinas, del regimiento de las preñadas o paridas y de los niños, Palma de Mallorca (por Hernando de Camproles), 1541.

Bernardino MONTAÑA DE MONTSERRAT, Libro de la anathomía del hombre, Valladolid (en casa de Sebastián Martínez), 1551.

Juan VALVERDE DE HAMUSCO, Historia de la composición del cuerpo humano, Roma (impressa por Antonio Salamanca y Antonio Laperii), 1556.

Andrés LAGUNA, Discurso breve sobre la cura y preservación de la pestilencia, Amberes (en casa de Christóbal Plantin), 1556 y también en Salamanca (por Mathías Gats), 1566.

Juan Tomás PORCELL, Información y curación de la peste en Zaragoza y preservación contra la peste en general, Zaragoza (en casa de la Viuda de Bartolomé de Nájera), 1565.

Nicolás MONARDES, DOS libros, el uno trata de todas las cosas que traen de nuestras Indias Occidentales, que sirven al uso de la medicina... El otro libro trata de dos medicinas maravillosas..., Sevilla (en casa de Sebastián Trujillo), 1565.

Juan FRAGOSO, Erotemas quirúrgicos en los que se enseña lo más principal de la cirugía con su glosa, Madrid (por Francisco Sánchez), 1573.

Discursos de las cosas aromáticas, árboles, frutos y de otras muchas medicinas simples que se traen de la India oriental y sirven al uso de la medicina, Madrid (por Francisco Sánchez), 1572.

Chirugía universal, de las evacuaciones, antidotado, Madrid (por la Viuda de Alonso Gómez), 1581.

Francisco DÍAZ, Compendio de cirugía en el cual se trata de todas las cosas tocantes a la teórica y práctica della y de la anatomía del cuerpo humano, Madrid (por Pedro Cosin), 1575.

Tratado de todas las enfermedades de los riñones, vejiga, carnosidades de la verga y urina, Madrid (por Francisco Sánchez), 1588.

Cristóbal de ACOSTA, Tractado de las drogas medicinales de las Indias orientales, Burgos (por Martín de Victoria), 1578.

Juan HUARTE DE SAN JUAN, Examen de ingenios para las Sciencias, Baeza (por Conde Garcés), 1575.

Francisco NÚÑEZ DE CORIA (O de ORIA), Aviso de sanidad, Madrid (por Pierre Cusin), 1572.

Libro intitulado del parto humano, Alcalá de Henares (por Juan Gracián), 1580.

Ludovico DOLCE, Diálogo de la doctrina de las mujeres, Valladolid (por la Viuda de Bernardino de Santo Domingo), 1584.

Oliva SABUCO (en realidad el autor es su padre Miguel), Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, Madrid (por P. Madrigal), 1587.

Dionisio DAZA CHACÓN, Práctica y theórica de cirugía en romance y en latín, Valladolid (por Bernardino de Santo Domingo), 1584.

Francisco VALLES, Tratado de las aguas destiladas, pesos y medidas de que los boticarios deben usar..., Madrid (por Luis Sánchez), 1592.

Juan SÁNCHEZ VALDÉS DE LA PLATA, Corónica e historia general del hombre, Madrid (por Luis Sánchez), 1598.

Cristóbal PÉREZ DE HERRERA, Discursos del amparo de los legítimos pobres, Madrid (por Luis Sánchez), 1598.

Defensa de las criaturas de tierna edad, Valladolid (por Luis Sánchez), 1604.

Juan Antonio de los RUICES DE FONTECHA, Diez privilegios para mujeres preñadas, Alcalá de Henares (por Luis Martínez Grande), 1606.

Andrés de LEÓN, Tratado de medicina, cirugía y anatomía, Valladolid (por Luis Sánchez), 1605.

Pedro LÓPEZ DE LEÓN, Práctica y teoría de los apostemas en general y particular, Sevilla (en la oficina de Luys Estupiñán), 1628.

Ruy DÍAZ DE ISLA, Tratado contra el mal serpentino que vulgarmente en España es llamado bubas, Sevilla (Dominico de Robertis), 1539.

Tratado llamado fruto de todos los Santos contra el mal serpentino venido de la Isla Española. .., Sevilla (por Andrés de Burgos), 1542.

14 El párrafo, latino, aparece en el Ad lectorem proefatio con que Casimiro Gómez Ortega prologa la llamada “edición matritense” de las obras de Hernández (ver n. 4 de la “Bibliografía hernandina en el tomo I de estas Obras Completas, pág. 395), traducción se la debemos a José Rojo Navarro.

15 La obra de De la Huerta lleva por título el siguiente: Historia Natural de Cayo Plinio Segundo. Traducida por el licenciado Gerónimo de Huerta, médico y familiar del Santo Oficio de la Inquisición. Y ampliada por él mismo, con escolios y anotaciones, en que aclara lo escuro y dudoso, y añade lo no sabido hasta estos tiempos. Dedicada al católico Rey de las Españas y Indias don Felipe IIII, nuestro señor. Año1624. Con Privilegio. En Madrid, por Luis Sánchez, Impressor del Rey N. S. Nosotros hemos utilizado para nuestro estudio una magnífica fotocopia del ejemplar que se conserva en la Biblioteca de la Universidad de California, único, al parecer, que existe en América.

16 Jean Hardouin, [Edition de Pline le naturaliste a l’usage du dauphin] (en París, 1685, cinco volúmenes), reimpresa en 1723 también en París, por A. U. Coustellier: ésta es la edición más conocida.

17 Nicolás Eloi Lemaire edita entre 1827 y 1831, en su Collection des Classiques, una nueva versión del Plinio de Hardouin en 10 volúmenes.

18 E. Littré, Histoire Naturelle de Pline avec la traduction au français (Ed. de J. J. Dubochet, Le Chevalier et Comp.), París, 1848. Littré utiliza como texto latino el mismo de Hardouin.

19 Luis Poinsinet de Sivry, Histoire naturelle de Pline, 12 vols., 1771. Pierre Claude Bernard Gueroult, Morceaux extraits de I’Histoire Naturelle de Pline, Paris, 1785. La de Ajassan de Grandsagne, también editada en Paris desde 1827 al 1832, tiene de notable que contiene anotaciones de Cuvier.

20 Plinius Secundus, The History of the World, Commonly called, The Naturall Historie of C. Plinius Secundus. Translated into English by Philemon Holland, Doctor in Physicke, Londres, 1601.

21 John Bostock y Η. T. Riley, The Natural History of Pline (Bohs Ed.), Londres, 1857.

22 La edición de Sillig fue impresa en ocho volúmenes en Gotinga, desde 1851 al 1855. Ludwig Jan editó la suya en seis volúmenes en la editorial de Teubner, en Leipzig, entre los años 1854 y 1865, y Detlefsen la presentó en cinco volúmenes aparecidos en Berlín en casa de Weidmann entre 1866 y 1873, más un tomo adicional de índices que apareció en 1882. Finalmente Carl Mayhoff reimprimió, mejorándola, la edición de Ludwig Jan en la misma imprenta de Teubner en Leipzig entre 1892 y 1906. Esta edición es la más divulgada y utilizada durante la primera mitad del siglo actual.

23 Plini el Vell, Història Natural, per Marçal Olivar (Tipografía Emporium), Barcelona, Fundació Bernat Metge, 1925.

24 Pline l’Ancien, Histoire Naturelle, par Jean Beaujeu (Edition “Les Belles Lettres”), París, 1950. Todavía no está terminada de publicar.

25 Pliny, Natural History, by H. Rackhan M. A. (Williams Heyman, Ltd.), Londres, 1947-61.

TOMO IV. HISTORIA

NATURAL DE CAYO

PLINIO SEGUNDO 1