CAPITULO XXII


De los MAZAME o ciervos


Entre los géneros de ciervos que en esta Nueva España he podido conocer (fuera de los completamente blancos, que los indios creen reyes de los ciervos y llaman por su color iztacmazame, y de los llamados tlamacazquemázatl), los primeros son los aculliame, del todo semejantes a los españoles en forma, tamaño e índole. Menores que éstos son los quauhtlamazame, pero a tal punto ajenos a la timidez de los demás, que atacan cuando los hieren a los mismos hombres y aun los matan con frecuencia. Siguen a éstos en tamaño los tlalhuicamazame, que serían completamente parecidos a ellos en figura y costumbres, si no fueran más tímidos. Los más pequeños de todos son los temamazame; pero a éstos y a los restantes géneros, entre los que se cuentan los teuhtlalmazame, más bien los clasificaría entre los caprinos. Me parece oportuno decir en esta ocasión que algunos de los ciervos o gamos crían en su interior la piedra llamada bezoar o sea señor del veneno. Hemos oído decir a cazadores expertos y que han encontrado muchas veces dichas piedras al abrir estos animales, que se encuentran en las ovejas peruanas sin cuernos llamadas bicuinas (pues hay otras cornudas llamadas tarucas y otras que nombran guacanas), y también en los leuhtlalmazame, que son del tamaño de cabras medianas, o un poco mayores, y están cubiertos de pelo grisblanquecino y leonado que se arranca fácilmente, pero tienen los costados y el vientre blancos, por lo que suelen llamarlos berrendos los criollos; los cuernos son anchos en su base y con pocas ramificaciones, pequeñas, cilíndricas y muy agudas, y debajo de ellos están los ojos; damos aquí su imagen. Asimismo se hallan en cierto género de gamos que llaman mázatl chichíltic o temamazame, de cuernos muy cortos y muy agudos, de color leonado y pardo pero blancos por debajo, y cuya imagen damos también. Se encuentran además en las gamuzas, de las que hay aquí gran cantidad, así como en los ciervos españoles, frecuentes en estas tierras. Igualmente en las cabras sin cuernos, comunes entre los peruanos, y, en suma, apenas hay género de ciervos o de cabras en cuyo estómago u otra cavidad interna no se forme y críe poco a poco, de los mismos residuos de los alimentos, esta piedra que suele también encontrarse en toros y vacas, compuesta de membranas como de cebolla que se superponen y adhieren lentamente unas a otras. No se hallan por tanto las dichas piedras sino en animales muy añejos y casi consumidos por la vejez; ni tampoco en animales de cualquier lugar, sino sólo en los de ciertas y determinadas regiones donde abunda la materia necesaria; razón por la cual se explica que en España y otros países no se encuentren tan fácilmente. Mas no todas estas piedras son benéficas, buenas para proteger la salud y quitar las enfermedades, sino solamente las que se forman de hierbas muy saludables que los animales comieron; por lo que no sólo es difícil juzgar si las virtudes admirables que en nuestro tiempo se atribuyen a tales piedras y por todas partes se cuentan y propalan son verdaderas, sino también saber cómo deben elegirse, cuáles son útiles y cuáles inútiles; acerca de todo lo cual nada puede afirmarse con certeza. Es fama, sin embargo, que son remedio eficaz para toda clase de envenenamientos, que curan el síncope y los ataques epilépticos, que aplicadas a los dedos conciban el sueño, aumentan las fuerzas, excitan la actividad genésica, robustecen todas las facultades y mitigan los dolores; que comiendo alguna porción de ellas y aun teniéndolas sólo en las manos, rompen y arrojan las piedrecillas de los riñones y de la vejiga; que alivian el flujo de la orina, ayudan el parto, favorecen la concepción, y que no hay casi, en suma, enfermedad que no curen, al grado de que algunos con el solo auxilio de esta piedra llegan a ser, según su propia opinión, médicos consumados, y se hacen pasar descaradamente por tales. Se hallan estas piedras de varias formas y colores, unas de blancura deslumbrante, otras pardas, otras amarillas, algunas cenicientas, o negras, o brillantes como vidrio u obsidiana; unas de forma ovoide, otras redondas y otras triangulares. Algunas de ellas hasta tienen en su base o en su centro una como bala (y suenan al menearlas, a causa del núcleo que se acumula y crece dentro de la costra, como las piedras llamadas etites, o quizá son las mismas etites que roban luego las águilas y llevan a sus nidos), y otras tienen polvo o piedrecillas. Hay tantas en Nueva España, que ya se venden a muy bajo precio, una y a veces hasta dos por un solo escudo, en tanto que hace algunos años una piedra mediana no podía comprarse ni con doscientos o más escudos. Todo esto se me dijo y previno para que no fuera víctima de impostores que viven del robo y violan todo derecho con tal de acrecentar su fortuna, y los cuales, habiendo tal abundancia y enorme cantidad de dichas piedras, no necesitan falsificarlas o adulterarlas, encontrándose sin embargo no pocas contrahechas. En cuanto a las piedras fósiles que algunos de los árabes llaman con igual nombre por su poder de contrarrestar la acción de los venenos, se hallan también aquí, principalmente en las riberas del río de Tetzhuatlan, de diversos colores y formas, pues bajan sus aguas de montes en que abunda el bolo armónico; pero no se encuentran las que los mismos afirman que se forman en los ángulos de los ojos de los animales antes dichos, cuando, por vía de curación, después de devorar serpientes a las que hacen salir de sus cuevas con la fuerza de su aliento o por alguna otra facultad misteriosa, se sumergen en los ríos. Me fueron mostradas también unas piedrecillas que dicen ser devoradas por las ciervas para facilitar sus partos, y que se encuentran en su estómago. De todo lo cual, si Dios nos lo permite, hablaremos oportunamente.



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TEMAMAZAME


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TEUHTLALMAZAME


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BEZOARES DE LOS TEMAMAZAMES


TOMO III. HISTORIA NATURAL DE LA NUEVA ESPAÑA 2