CAPITULO XIX


De los CERCOPITECOS


Se encuentran en los lugares más cálidos de Nueva España cercopitecos, que los mexicanos llaman ozumatli, de distintos tamaños y colores. Pues los hay negros, amarillos y pardos, grandes, de una admirable pequeñez y medianos, algunos con cabeza como de perro, y casi todos cargando sobre sí a sus hijos que se abrazan a ellos. Es cosa de verse cómo, subiendo a los árboles, dirigen y arrojan sus ramas contra los caminantes que pasan; cómo cruzan los ríos agarrados unos a otros por la cola, o lanzándose desde los árboles cercanos; pero sobre todo es admirable cómo auxilian a los heridos de Hecha o con cualquier otra arma, aplicando a la herida hojas o musgo de los árboles para restañar la sangre y salvarles así, si es posible, la vida. Paren y crían un solo cachorro al cual, tenazmente abrazado a ellos, llevan por dondequiera con gran solicitud y amor, por las quebradas de los montes y hasta las cumbres más altas, donde los cazadores suelen construir una pira alrededor de la cual esparcen maíz y en la que ponen una piedra llamada cacalótetl o sea corvina, que tiene la propiedad de que, cuando se calienta, produce una detonación a la vez que salta. Acuden los cercopitecos y se echan cerca comiendo el maíz esparcido, pero aterrorizados de pronto por la piedra huyen como cegados olvidándose de los hijos, abandonando su prole querida y dejando que sea presa de los cazadores. Todo lo demás que se refiere a su naturaleza es tan conocido de todos, que sería ocioso repetirlo aquí. Pero no quiero omitir que los huesos de los cercopitecos, molidos y tomados, calman y quitan, provocando sudor, los dolores que provienen del contagio gálico.

TOMO III. HISTORIA NATURAL DE LA NUEVA ESPAÑA 2