Libro Segundo




CAPITULO I

Del AHOÉHOETL o tambor del agua

Este árbol fue llamado por los mexicanos AHOÉHOETL porque suele nacer en las riberas de los ríos o junto a las corrientes, y porque de él acostumbran los indios fabricar sus tambores, que llaman hoéhoetl o teponaxtli; algunos opinan sin embargo que no le viene de ahí su nombre, sino de que está junto a las aguas y meneado por el aire produce ruido, teniendo en cuenta que los tambores se fabrican más bien de madera de tlacuilolquáhuitl y de capolinquáhuitl. Los españoles que emigraron a estas tierras le llaman sabino, y también cedro por el color rojo de la madera; pero no es ninguna especie de sabino ni de cedro, sino que debe clasificarse entre los géneros del abeto. Porque además del fruto y del aspecto general que justifican enteramente nuestra opinión, la madera es blanda y flexible, y muy propensa a deteriorarse y pudrirse, sobre todo si se clava en la tierra (en tanto que la de cedro se dice que es sumamente durable y casi inmortal), pues dentro de las aguas permanece íntegra por más tiempo, razón por la cual acostumbraron los caudillos y reyes mexicanos ponerla como base y cimiento de las casas que fabricaban en esta laguna. Los mechoacanenses llaman a este árbol pénsamo. Hay, según entiendo, cuatro variedades que se distinguen por el tamaño, el color y el fruto; porque algunos aventajan en altura y corpulencia a los más altos pinos, son de madera blanca, y alcanzan a veces un grosor de veinticuatro o más pies; otros, cuya madera es también blanca con la médula o corazón rojo, son inferiores en tamaño y producen piñas llenas de resina no más grandes que las aceitunas comunes, y los cuales quise pintar porque en ellos quedan bastante bien representadas las formas de todos los demás; hay otros más chicos todavía, con madera roja y copa más redonda; los últimos, que son los menores de todos, apenas exceden en tamaño a los cidros comunes, y tienen madera roja con médula blanca. Todos tienen corteza roja y hojas como de abeto, aunque menores y más delgadas; de todos mana resina, si no espontáneamente, sí derretida por el fuego; su forma sería la misma de nuestro abeto si no fueran las hojas, como dijimos, más delgadas, las ramas más caídas y las copas más agudas. Las astillas, puestas al fuego en vasijas de barro y tapadas, producen resina; pero no mana ésta espontáneamente, ni brota de estos árboles nada parecido al llamado aceite que destila de las vejiguillas que hay en las ramas de los abetos indios, que sin embargo, según la opinión de algunos, en nada difieren de los nuestros. El sabor de este árbol de que ahora tratamos es acre y astringente, con cierto amargor y olor agradable. Su temperamento es caliente y seco en tercer grado, pues su resina es mucho más acre y caliente que la de abeto y de propiedades, como dijimos, más fuertes.

AHOÉHOETL

La corteza quemada es astringente, y sana las quemaduras y la piel escoriada y corroída. Con litargirio y polvo de incienso cura las úlceras, y mezclada con cerato de mirto favorece la cicatrización; machacada y con tinte de zapateros detiene las úlceras que cunden; estriñe el vientre, provoca la orina, y su sahumerio atrae los fetos y las secundinas. Las hojas machacadas y untadas curan la sarna y las hinchazones de las piernas, mitigan las inflamaciones y quitan las llagas de las mismas; previenen los dolores de dientes lavándolos con ellas disueltas en vinagre; alejan los temores vanos y sin fundamento, y en dosis de seis óbolos y con hidromiel aprovechan a los hepáticos. Los frutos y las ramas tienen las mismas propiedades. La resina es sumamente acre, de un olor fortísimo y calorífica en cuarto grado; cura los dolores causados por el frío, y alivia con rapidez admirable la enfermedad articular que proviene del mismo; arroja la flatulencia, disipa las hinchazones de origen flemático, afloja los nervios distendidos por los humores espesos, y los purifica y fortalece; suele aprovechar, en fin, a todos aquellos con quienes se han ensayado otros medicamentos más suaves con escaso o ningún alivio. Nacen en todas las regiones, de suerte que podrían fácilmente trasplantarse a España, sembrándolos por semilla, por estaca o con raíz junto a los arroyos y aguas estancadas o de lenta corriente, aunque la variedad más pequeña suele nacer también y medrar lejos de las aguas. Nacen en todo tiempo, y todo el año se saca de ellos resina, pero en ninguna época ni lugar se miran florecer.

TOMO II.

HISTORIA NATURAL

DE LA NUEVA ESPAÑA 1

-->