d) La edición “matritense”


Mientras se desarrollaban por tierras italianas y mexicanas las gestiones en busca de los posibles materiales de la expedición de Hernández, Gómez Ortega inició en Madrid la publicación. Tan pronto como se tuvo la orden real que autorizaba la impresión de los manuscritos —la cual, según una nota a que ya nos hemos referido anteriormente, aun teniendo fecha de 13 de diciembre de 1784, no fue probablemente despachada sino hasta el 3 de julio del año siguiente—,91 Gómez Ortega entró en contacto con el impresor de cámara del rey, Joaquín Ibarra, para concertar los términos en que había de producirse la edición.

La imprenta de Ibarra era la mejor de España en su época y ha quedado considerada como una de las grandes editoriales de Europa en el siglo XVIII; de sus prensas salieron libros valiosísimos en los que se unía a la calidad del texto la belleza artística y el cuidado tipográfico, cualidades sobresalientes de este editor. Desconocemos los términos del contrato suscrito entre Gómez Ortega y el impresor real que especificaron las características que había de tener la obra, pero suponemos que debieron ser análogas a las que unos meses después se volvieron a concertar en un nuevo contrato suscrito por la viuda del impresor. Joaquín Ibarra cobró un adelanto de 20 000 reales de vellón para la impresión, pero no llegó a empezarla, pues a los pocos meses de contratarla, cuando sólo había conseguido hacer pruebas para elegir los tipos más adecuados, falleció en Madrid, en su vieja casa de la calle de la Gorguera, en el mismo sitio donde tenía establecida la imprenta.

Esta desgracia no afectó para nada las condiciones de la impresión, pero es seguro que produjo algunos retrasos y desconciertos entre los encargados de dirigirla y los que habían de realizarla. Esta es la razón por la que en abril de 1786 se firma un nuevo contrato para la ejecución de la obra entre los delegados reales y los herederos de Ibarra.

Este nuevo contrato ha llegado hasta nosotros y resulta interesante conocerlo; dice así:

“Decimos, por la una parte D. Pedro Aparici, oficial mayor primero de la Secretaría del Despacho de Indias, y don Casimiro Gómez Ortega, primer catedrático del Real Jardín Botánico de Madrid, en nombre y de orden del exmo. señor marqués De Sonora, secretario del Despacho Universal y de Indias, del Consejo de Estado, etc., y por la otra la Viuda de don Joaquín de Ibarra, Hijos y Compañía, que habiendo tratado en varias conferencias sobre la impresión que su exa. nos ha mandado hacer de los manuscritos del Dr. don Francisco Hernández, protomédico que fue del rey Phelipe II y su historiador de Indias, hemos convenido con aprobación de su exa. en las condiciones siguientes:

”1a Que la edición se ha de hacer en el buen papel, letra y tamaño escogidos por su exa., y de el qual el difunto don Joaquín Ibarra presentó un pliego impreso de muestra que, rubricado por su exa., se conserva en el expediente.

”2a Que se han de tirar un mil y setecientos exemplares; los un mil y quinientos en papel bueno y escogido, cuya resma limpia de costeras y de quinientos pliegos útiles tendrá de costa treinta y cinco reales, y los doscientos restantes, destinados para las personas reales y otros fines, en el otro papel de más exquisita calidad, cuya resma de quinientos pliegos útiles ha de costar setenta reales de vellón.

”3a Que se ha de dar inmediatamente principio a la edición y se ha de continuar sin intermisión alguna, para que se concluya con la brevedad posible.

”4a Que respecto de haberse sacado una copia del manuscrito, de letra clara y legible, se les entregará sucesivamente, ya cotejada con el original, para que por ella hagan la impresión, franqueando, como acostumbran, a los editores todas las pruebas necesarias para que salga correcta y digna de quien la encarga y costea, como del crédito de la oficina en que se executa.

”5a Que de cada capilla se irán entregando quatro juegos, dos del mejor papel, para que su exa. los vea y prevenga lo que tenga por conveniente, y los otros dos del papel de segunda calidad, para el uso regular de los editores en la formación de yndices, etc.

”6a Que por la expresada impresión de cada pliego de un mil y setecientos exemplares se les ha de habonar a razón de setenta y seis reales de vellón, y que, si se les ofreciese alguna o algunas sumas en el progreso de ella, su exa. se las mandará entregar a cuenta.

“Todas las quales condiciones nos obligamos respectivamente a cumplir don Pedro Aparici y don Casimiro Gómez Ortega, en nombre de su exa., que nos ha comisionado para este efecto, y la Viuda de don Joaquín de Ibarra, Hijos y Compañía, en su propio nombre: Y para que conste, lo firmamos en Madrid, a 18 de abril de 1786.”


Pedro Aparici                     Casimiro Ortega


La Viuda de Ibarra, Hijos y Comp.


De letra del propio ministro se puede leer en la parte inferior del contrato: “Aprobado en 28 de mayo, Gálvez”.92

Este documento nos demuestra que la impresión se inicia a mediados del año 1786, según las características tipográficas que había presentado, en vida, Joaquín Ibarra al ministro, y que éste había aprobado. Los detalles del contrato aclaran suficientemente las condiciones, para que no quede duda alguna sobre el interés que en obtener una edición lo más perfecta posible tenían ambas partes. Por recibos posteriores sabemos que se entregaron a Ibarra 20 000 reales de vellón como adelanto a cuenta, probablemente para comprar el papel, y que por su parte Gómez Ortega activa la preparación y cotejo de las copias, pues la única que se conserva, teniendo fecha del 3 de agosto de ese mismo año, ya aparece cotejada y con la rúbrica de Gómez Ortega.93

El trabajo marchó de prisa, pues se conserva la liquidación que presentó la viuda el 3 de marzo del año siguiente para solicitar un nuevo adelanto. Según esta liquidación, del tomo primero se habían tirado ya 113 pliegos y del tomo segundo 38; se imprimieron 1500 en el papel de segunda y 205 en el de superior calidad. Los trabajos efectuados y el papel gastado suman la cantidad de 31 928 reales, pero la viuda sólo pide 20 000 para comprar el resto del papel que necesita para seguir tirando. Efectivamente, un mes después, del caudal de la Real Hacienda se entregan a la viuda los 20 000 reales mediante una orden verbal del marqués de Sonora trasmitida a los diputados de los cinco gremios mayores de Madrid.

Seis meses después, por una nueva liquidación que pide Aparici, quien —suponemos— actuaba en calidad de gestor administrativo, averiguamos que las copias de los manuscritos ya estaban terminadas y liquidadas, que se habían pagado por ellas 2 800 reales y que también se habían hecho copias de los manuscritos de la traducción y comentarios al Plinio. Por este traslado se pagaron 3 414 reales de vellón, y se indica que la intención era incluir este trabajo de Hernández a continuación de la Historia Natural. Desgraciadamente esta copia se ha perdido.

De lo ocurrido durante los años 1788 y 1789 no tenemos noticias; no ha quedado ningún documento de esa época que nos indique el grado de adelanto de la edición; sin embargo, al iniciarse el año de 1790, sabemos que ya estaba terminada y lista para entregarse, pues desde este momento se forma un copioso expediente de toda clase de documentos, que suministra curiosas e interesantes noticias.

La primera es la relación de las personas a quienes se habían de regalar los ejemplares de lujo, “en papel más fino y de marca mayor”, que en número de doscientos se habían mandado imprimir junto con los destinados al público. Varía en ellos, según la calidad de la persona a quien se dirigen, la clase de la encuadernación. Los más lujosos se encuadernaron en tafilete, los demás en pasta; la lista está encabezada por “las personas reales, que son ocho”.94 Después vienen los ministros, los jefes de palacio, los oficiales de la Secretaría de Indias, los presidentes y gobernadores de los consejos, los embajadores españoles en el extranjero, que son veinte, y los veinte ministros y embajadores de otros países acreditados en Madrid. A Eugenio de Llaguno, a Río Estrada, al conde De Asalto y al arzobispo de Toledo. A las bibliotecas del rey y de El Escorial, a las Reales Academias de la Lengua, de la Historia y de Medicina, y a las librerías del Gabinete de Historia Natural de Madrid y de los Jardines Botánicos de Madrid, México, Lima, Cádiz y Cartagena; a los cuatro virreyes de Indias; y diez ejemplares más para los componentes de las expediciones botánicas de América. En total casi cien ejemplares, repartidos en su mayor parte a personas ajenas y nada interesadas ni en el tema del trabajo ni en la figura de su autor. Causa espanto imaginar el aprecio que pudieran hacer del libro las ocho personas reales de aquella familia de burgueses adinerados y bobalicones que tan prodigiosamente capto Goya en el famoso cuadro La familia de Carlos IV.95

A Gómez Ortega se le regala uno en pasta y se le dejan tomar en rústica los que considere oportunos, hasta el límite de dos docenas, para regalarlos a sus amigos y corresponsales literatos de España y del extranjero.

Se piensa que, “para facilitar la instrucción que redundará de esta obra y el reintegro de los gastos de su impresión, podrán enviarse de quenta del rey algunos exem- plares para la venta al público a México, Roma, París y Londres, enquadernándolos en pasta para el primer destino y a la rústica, sin recortar, para los demás países”.96 Ignoramos la razón de esta diferencia hacia México, aunque tal vez, considerando el erróneo conocimiento que se tenía de América, estuviera fundada en la creencia de que aquí no había encuadernadores. La lista se aprueba el 14 de enero, y se le añaden algunas notas; la primera expresa la conveniencia de escribir “una noticia analítica de la obra para ponerla en la «Gaceta»“; también se indica la “necesidad de comisionar a Ibarra y, si fuera menester, a Sancha para la venta”; se piensa en pedir a los embajadores del rey a las cortes extranjeras que “avisen el crédito que adquiera en ellas, para regular sobre estas noticias las remesas que convenga hacer”; se advierte que en la lista falta un ejemplar para el Patriarca y otro para la biblioteca de la Secretaría de Indias, y se recuerda que para regalar ejemplares a los representantes extranjeros será necesario el previo consentimiento del rey.

Tomadas estas providencias, ya sólo faltaba recibir los ejemplares para iniciar el reparto y ponerlos en venta a disposición del público; sin embargo surgió alguna dificultad. Resulta que por un oficio, sin firma, del 9 de febrero, que suponemos fue escrito por Aparici, se informa al ministro de que: “El librero Sancha está encuadernando los cien ejemplares de la obra del Francisco Hernández que se le mandaron entregar para hacer los regalos al rey, familia real, señores ministros, etc. Como forman la porción de trescientos tomos, hará harto de despacharlos en tafilete, y algunos otros juegos en este mes y los demás en el siguiente. Le es imposible encuadernar juego alguno para el público y, así, nos pareció a Ortega y a mí que, para que no se dilate poner en venta la obra para el público y para remitir a las principales capitales de América, podría encargarse a dos encuadernadores de los mejores de Madrid encuadernasen a este fin doscientos exemplares, ciento en pasta y ciento a la rústica”.97

También insiste Aparici, en este escrito, en la necesidad de escribir una “competente noticia del contenido de estos tres tomos y de los dos que faltan por imprimir” para publicarla en la Gaceta, indicando a Ortega como el más idóneo para hacerlo, si se considera “que será como la quintaesencia del prólogo del mismo Ortega que va al principio del primer tomo”.98

Su excelencia aprobó en todo la propuesta de la carta y los encuadernadores supletorios empezaron su trabajo; mientras, Gómez Ortega escribía la “noticia”, que hoy es una rareza bibliográfica, y que, como proponía Aparici, resultó un resumen castellano del prólogo latino de la obra.99 Manuela Contera, que así se llamaba la Viuda de Ibarra, transportó a lomo de muía los paquetes con los libros, cuya cuenta detallada aparece en un documento, y los depositó en el edificio del Palacio Real, en el aposento llamado del Pretil. Mas, al parecer, el local era insuficiente y se encontraba lejos de la Secretaría encargada de administrarlos, porque, el 25 de febrero, Aparici vuelve a dirigirse al ministro advirtiéndole de la necesidad de recoger la edición y de la conveniencia de situarla en la casa que estaba propuesta para instalar la Real Imprenta de Indias.100

Junto con los libros, la Viuda de Ibarra envió la cuenta de gastos de la impresión. La factura, detallada en todos sus puntos, se conserva; importa un total de 86 050 reales de vellón, de los cuales se habían recibido 40 000 adelantados.101 Con este motivo, Góme2 Ortega escribe el 4 de marzo al ministro, que era D. Antonio Porlier, enviándole la cuenta de la imprenta; al tiempo que da por terminada la impresión le dice que de su bondad espera “se sirva darse por satisfecho de mi corto trabajo y el gran deseo de haber acertado”. A continuación, en la misma carta, se inicia la cuestión del precio a que deberán venderse los ejemplares; Gómez Ortega indica que, después de haber consultado con el regente de la imprenta de Ibarra, que era Rafael Sánchez de Aguilera, convinieron en que “se podrán dar los juegos del papel menos fino a noventa reales encuadernados a la rústica, y resulta que, aun en medio de esta equidad, si se compara el producto de toda la venta con el coste ganará el rey una tercera parte y le quedarán libres los doscientos exemplares de papel mayor y más fino que ha destinado para regalar”.102

Mientras Gómez Ortega proponía este precio al ministro, D. Francisco Cerdá, que actuaba de oficial mayor en el despacho de la Secretaría de Indias enviaba al librero Antonio Sancha la factura de la Viuda de Ibarra, para que a su vez hiciese de nuevo la tasación del precio por ejemplar, al tiempo que le escribía: “No hallo justo que se quieran sacar de balde los doscientos exemplares de marquilla para regalarlos, pues lo paga verdaderamente el particular comprador; ni que además de esto se quiera ganar un quarta parte por quien no ha de vivir de ello. Bien me hago cargo que el costear una obra grande y que se tenía por perdida vale mucho, y que también se ha gastado excesivamente en las copias; pero el rey debe pensar distintamente que los particulares y, cubierto el desembolso con una modesta ganancia, ceder lo demás en beneficio del público”.

La crítica al rey negociante es clara y la posición de “ilustrado de Cerdá resulta terminante y simpática. El rey trataba de obtener únicamente ventajas con la edición: el mérito de protector e impulsor de las ciencias, al dar a la publicidad una obra valiosa que se consideraba perdida y que podía ser de gran utilidad a los estudiosos, el aparecer como magnánimo regalando magníficos ejemplares de la obra a personas que no tenían ningún interés en ella, pero que a cambio del regalo aumentarían sus adulaciones y divulgarían la esplendidez real; y finalmente, como un vulgar comerciante, trataba de obtener un considerable beneficio económico, que además cubriera, a costa del público, los gastos de la magnanimidad. A Cerdá no se le oculta lo peligroso de la consulta dirigida a Sancha, y termina la carta diciéndole: “En vista de todas estas

reflexiones y las que v. m. sabrá con más conocimiento, espero me diga v. m. su modo de pensar, a continuación de este papel, de que haré el debido uso, con la reserva y prudencia que se requiera, pues sólo apetezco el acierto, ya que es regular que me vea precisado a decir mi dictamen”.103

Antonio Sancha cumple el encargo con toda prontitud, porque dos días después, al pie de la carta de Cerdá, como éste le pedía, expone su dictamen. Después de asegurar que la tasación de Ibarra está “muy arreglada en todo”, calcula que los ejemplares se podrán vender, los de lujo de 78 a 80 reales y los ordinarios de 68 a 70, que es una tercera parte más de su costo”. Ahora bien, con sus grandes conocimientos de librero, hace la profecía, más tarde cumplida, de “que su venta será mui limitada como lo acreditará la experiencia”.104

En posesión de este dato, Cerdá traslada al ministro un resumen de todas las opiniones relativas a costos, advirtiéndole que ha consultado a Sancha y externando su opinión de que no debe el público pagar los regalos personales del rey. Se inclina por la tasa de Sancha, indicando en cambio que se podría subir a 90 reales el precio de los ejemplares de lujo, “que dentro de poco serán raros y muy apreciables”, dejando en 70 los de papel menos lujoso, que serán los que el público adquirirá regularmente. El ministro debió de consultar al rey y, con fecha de 29 de abril, contesta a Cerdá que se aprueba la propuesta “con la sola diferencia de que el precio de los ejemplares de papel chico sea de 75 reales, por ahora”.105

Sin embargo, probablemente se impuso la voluntad mercantil del rey, pues nos encontramos con que, en el anuncio de venta de los ejemplares, se dice que el precio será: “en papel 75 reales, a la rústica 82, y en pasta a 106, los exemplares de papel grande a 154 reales”.106 Precios muy por encima de los que, con holgado beneficio, aconsejaban poner los técnicos editores.

Entregados los ejemplares y el costo decidido, sólo restaba empezar la distribución y venta. Antonio Sancha recibió en su acreditada librería de la calle de la Aduana Vieja un fondo de ejemplares para la venta al público107 y, con fecha 17 de mayo, el arriero maragato Antonio Botas carga en sus muías ocho cajones repletos de libros y emprende, por las entonces polvorientas y cálidas carreteras de Castilla, el camino que le llevará hasta la Coruña.108 Los cajones van dirigidos al administrador de correos marítimos de ese puerto, con el encargo de embarcarlos en el correo marítimo que ese mes tenía que salir rumbo a La Habana, y que de allí se enviasen al virrey de México. Junto con los cajones iba la lista de su contenido y, simultáneamente, se escribió una carta al mismo virrey dándole instrucciones sobre el reparto de los libros. Un ejemplar de marquilla es para el virrey, seis juegos corrientes son para el director y componentes de la Expedición Botánica, para el catedrático y para la librería del Jardín. Se mandan también las capillas suficientes para completar, con las que en correos anteriores se habían ido enviando, varios ejemplares. En un cajón llegan dos juegos, uno de lujo y otro en pasta, el primero para Martín de Sessé y el segundo para José de Alzate, como regalo personal de Casimiro Gómez Ortega. Además, el envío se completa con cincuenta juegos de libros en pasta que el virrey “dispondrá se pongan en casa de un librero de satisfacción”, para ser vendidos al público “regulándose cada juego, que consta de tres tomos {en} 4° {y en} pasta, al precio de doscientos doce reales de vellón”. Vuelve a imponerse el afán de lucro editorial; encontramos que a los ejemplares enviados se les duplica el costo elevándoselo muy por encima de lo que podría derivarse de los gastos del viaje. La carta termina indicando al virrey que procure que el librero de satisfacción elegido, que por cierto resultó ser la imprenta de los Herederos de don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, en la calle del Espíritu Santo, “remita, a su tiempo, a mis manos el importe, y avisándome qué porción de exemplares podrán servirse en adelante para la venta al público’’.109

Mientras los ejemplares viajaban rumbo a México, Manuela Contera elevaba una instancia al ministro, solicitando el pago de la edición; trasmite al rey la petición el ministro, y aquél ordena que se le abonen los reales de vellón que sumaba la factura, después de descontar el importe de los adelantos pagados; efectivamente, a fines de julio de 1790, se avisó a la Viuda de Ibarra que pasase a cobrar lo que se le debía.110

Debió de producirse alguna duda sobre el número de ejemplares entregados, y a quién se había hecho la entrega, pues nos encontramos que, en octubre de 1790, el regente de la imprenta envió al Ministerio una relación detalladísima de a quién se había entregado cada paquete de libros, demostrando que las entregas sumaban el número total de ejemplares contratados y que, además, había devuelto todos los pliegos de papel sobrante.111 Y también nos encontramos con que, como el precio de los ejemplares enviados a México había sido tan arbitrario, Cerdá, al ordenar un envío similar al Perú, lo había olvidado; entonces consulta a Amertoy, oficial del Ministerio, el cual contesta diciendo que no lo sabe, pero que le parece recordar que fue de 242 reales cada juego.112

El éxito económico de la impresión de la obra de Hernández debió de resultar, como presentía Sancha, bastante catastrófico, pues apenas llevaban un año los ejemplares en venta, cuando el virrey de México y, al parecer, también los de otros lugares recibieron una carta en la que se les incluía otra circular de su majestad que solicitaba contribución voluntaria para la impresión de las adquisiciones botánicas de las Américas. La carta, firmada por el marqués De Bajamar y expedida en El Escorial con fecha 17 de septiembre de 1791, indicaba al virrey de México las intenciones del soberano de publicar “las Floras americanas (no menos costosas al Real Erario, que útiles y gloriosas a la nación) adornadas con láminas bien iluminadas”. Ahora bien, también se descubre en la carta, después de mucha hojarasca, en la que se invoca el beneficio que para la gloria y el honor de la nación tendrán estas publicaciones, que el rey no disponía de una peseta, ni tenía de dónde sacarla, para tan útil y gloriosa empresa , y que trataba de obtener los fondos de dónde se pudiera, recurriendo incluso al método de los abonos, para lo cual se indica al virrey que los contribuyentes podrán hacer sus donativos “bien sea por una vez o bien por distintas, según les fuere más cómodo”. Termina la carta dando instrucciones detalladas sobre la manera de remitir los fondos obtenidos; fue enviada además junto con una serie de circulares rubricadas por el ministro, y otras sin rúbrica, para que se enviaran a algunos organismos y personas que se mencionaban.113

Ignoramos el tiempo que tardó el virrey en trasmitir las cartas circulares “a los reverendos arzobispos, venerables deanes, virreyes, cabildos eclesiásticos y seculares, universidades, etc.”, a quienes iba dirigida, pero no parece haberse dado demasiada prisa, pues deja pasar tranquilamente dos años antes de hacer pública la citada petición. Sin embargo, sería posible que, trasmitida directamente a las autoridades eclesiásticas e intelectuales a que iba dirigida, el resultado fuese poco provechoso y decidiese ampliar más la órbita de su acción trasmitiéndola a la iniciativa privada. El hecho es que, el 31 de julio de 1793, la carta circular aparece convertida en bando dirigido a toda la Nueva España y repartido profusamente, firmado por el conde de Revillagigedo, en el cual se copiaba el texto de la petición real “a fin de que le sirva de recuerdo en el caso de haberla recibido directamente o, de lo contrario, con el de que me avise si se halla en ánimo de contribuir al más pronto logro de los deseos de su magestad”.114

Pero si la gestión del virrey marcha despacio, es más asombrosa todavía la lentitud con que la recibe la Universidad. Según consta por documentos existentes en el archivo universitario, es tomada en cuenta por el claustro en sesión plena, el 4 de junio de 1792,115 pocos días después de haber sido remitida por el virrey. Sin embargo, nadie vuelve a ocuparse de ella hasta el claustro del 27 de abril de 1808, en que produce una larga discusión. El hecho resulta inexplicable.116

No consta en ningún documento la cuantía de los fondos recaudados por el virrey, pero sí tenemos, en cambio, noticia del fracaso comercial que sufrió la edición en México. En La Gaceta de México, que editaba don Manuel Antonio Valdés, en el suplemento correspondiente al martes 26 de febrero de 1793, apareció un suelto diciendo: “En la oficina donde ésta se imprime se hallará la obra Historia plantarum Nova Hispaniæ por el Dr. Hernández, reimpresa en latín en tres tomos, en quarto magno, de hermosa letra, buen papel y encuadernada en pasta, al precio de 10 ps. 5 1⁄2 reales, que es el costo que ha tenido la obra puesta aquí: lo que se participa al público por ser muy útil y que muchos ignoran haya venido.”117


Entrada al Jardín Botánico de Madrid


Joseph Quer


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Juan Bautista Muñoz


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Joseph de Gálvez


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Contraro para la irnpresión de la edición “matritense”


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José Antonio Alzate y Ramírez


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Francico Javier Clavijero


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La familia de Carlos IV por Goya


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Pedro Loefling


Y así se llega al principio del siglo XIX. La edición matritense de Hernández, la única que realmente contiene lo que él escribió y sintió durante sus exploraciones mexicanas, queda incompleta porque el Real Erario no tiene posibilidades económicas de continuarla, y porque el rey se ha desengañado del negocio que esperaba realizar. Gómez Ortega, que había sido el animador y el verdadero impulsor de la obra, se distrae en otras obras y resta atención a la continuación de la de Hernández, que por otra parte debe de haberle resultado bastante difícil. Por el prólogo de la obra y por la “noticia” con que se anunció su publicación, sabemos que se pensaba iniciar el tomo cuarto con “una disertación del editor acerca de la vida y escritos del doctor Hernández”. Pero en la misma “noticia” se inserta una nota por la que se pide a quién sepa el paradero de los doce últimos libros de Plinio traducidos por Hernández, que están perdidos, lo comunique al Ministerio de Gracia y Justicia, así como si conociese alguna otra obra inédita del autor; además se solicitan datos biográficos, añadiendo “que hasta ahora solamente hemos podido apurar nació en la provincia de Toledo, fue médico del Real Monasterio de Guadalupe en los años de 1555 y l556, murió en Madrid en 28 de enero de 1587 y se enterró en la parroquia de Sta. Cruz”.118 Si bien todos los datos son correctos y algunos importantes, esta nota demuestra la imposibilidad en que se encontraba Gómez Ortega en 1790, cuando publica los tres primeros tomos, de escribir la disertación biográfica que pretendía. Resultaba imposible escribir la vida de un hombre del que se confesaba no conocer arriba de tres o cuatro datos dispersos; es muy probable que esto, unido al poco éxito de venta inmediata que tuvo el libro, haya contribuido mucho a ir retrasando la edición de los tomos que faltaban, al grado de que nunca vieron la luz.

Las condiciones políticas de España cambiaron mucho en los últimos años del siglo XVIII. La Revolución Francesa, no obstante el celoso cuidado con que las autoridades españolas velaban tratando de impedir que inficionase a los españoles, se infiltraba en los espíritus, desencadenando intensas reacciones y preparando los acontecimientos que pronto habían de suceder. La guerra con Francia se inicia, precedida de revueltas populares; España, en una de sus tantas aventuras alocadas, invade El Rosellón. La atención del gobierno y del pueblo está en los ejércitos. Los Pirineos se transforman en campos de batalla; esas condiciones perduran tres años. Cuando se consigue la paz con Francia, el enemigo, entonces, es Inglaterra. España se ve envuelta en una serie de conflictos bélicos marinos, para los que estaba completamente impreparada y que nuevamente atraen la atención de los gobernantes. En las colonias, y sobre todo en México, los primeros anuncios de la Independencia resuenan claramente. En la corte, el gobierno de “ilustrados” donde habían figurado hombres como Floridablanca, Aranda, Campomanes, y donde se oían las opiniones y consejos de Jovellanos, cedió a la voluntad omnipotente de Godoy, que, si bien no llegó a ser el rufián iletrado y ladrón que pintaron sus contemporáneos oprimidos —porque es notorio que tuvo mucho interés en mejorar y elevar la enseñanza—, no tenía en cambio ni formación intelectual ni preparación científica suficiente para sentirse animador de una empresa como la que venimos relatando. El recuerdo de Hernández se pierde, lo mismo que sus manuscritos, que vuelven a quedar arrumbados. Gómez Ortega, envuelto en largas, inútiles y vergonzosas polémicas con Cavanilles, envejece y se desprestigia hasta perder la dirección del Jardín Botánico al comenzar el siglo XIX. Así, quedó nuevamente incompleta la edición de la obra de Hernández, esperando que resucitara un día el deseo de llevarla a término.






91 La nota a que nos referimos es la que existe en Exp. Brown, n. 9; la fecha del 3 de julio de 1785 aparece consignada en el libro de Oliveros de Castro y Subiza Martín, Felipe II, estudio médico-histórico (Madrid, 1956), pág. 211, donde, sin indicar el ori gen de la afirmación, escriben: “En 3 de julio de 1785 se dispuso la impresión de sus obras {de Hernández} por la Biblioteca Nacional (entonces Real) y por cuenta de la Secretaría del Despacho de Indias.” Desde luego, aparte de la fecha, que podría ser admitida, el resto del párrafo contiene varias inexactitudes.

92 Exp. Brown, n. 1.

93 En el libro de José Tudela de la Orden, Los manuscritos de América en las bibliotecas de España (Madrid, 1954), en la página 306 se reseña como existente en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid un manuscrito titulado: Copia de las últimas hojas del “tomo tercero de la Historia Natural de México del Dr. Hernández, que trata de Animales y Minerales, cotexada exactamente con el original. Por mí mismo”. Está rubricado por Gómez Ortega y tiene la fecha agosto 3 de 1786. Éste es el mismo original que utilizó el padre Agustín Barreiro para la composición de su artículo titulado: “Los trabajos inéditos del Dr. Francisco Hernández sobre la gea y la fauna mejicanas”, aparecido en la Revista de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, 1929, págs. 161-175, en cuyo trabajo inserta el índice completo de todo lo tratado por Hernández.

94 Exp. Brown, n. 20.

95 El cuadro, una de las joyas del Museo del Prado, está pintado diez años después de publicado el libro; algunos de los que allí figuran no habían nacido todavía o estaban en mantillas. Teniendo en cuenta este dato es fácil entonces suponer que los ocho agraciados, aunque la lista no lo indique, fueron: el rey; la reina; el príncipe de Asturias, futuro Fernando VII, que tenía 6 años; el infante Antonio, hermano del rey; las infantas Carlota Joaquina, de 15 años, María Amalia de 11 y María Luisa de 8. El octavo ejemplar probablemente fue entregado a la infanta María Josefa, la viejísima hermana del rey, que también aparece en el cuadro. Quedaron sin ejemplar el príncipe Carlos María Isidro, que tenía dos años, y la infanta María Isabel, acabada de nacer.

96 Exp, Brown. n. 20.

97 Exp. Brown. n. 16.

98 Ibid.

99 Cuando hace años publicamos un trabajo titulado: “Tras la huella de Francisco Hernández: la ciencia novohispana del siglo XVIII”, en Historia Mexicana, vol. IV, 2, n. 14, 1954, págs. 174-197, desconocíamos el fondo documental de la John Cárter Brown Library; entonces supusimos que el autor de la noticia citada no podía ser otro que el propio Gómez Ortega. Hoy estos documentos confirman nuestra suposición y contribuyen a la historia bibliográfica de este raro impreso, del que no se conoce más que un ejemplar en el Museo Biblioteca de Ultramar de Madrid. Considerando la rareza y la importancia de esta “noticia”, en el trabajo citado más arriba insertamos una reproducción facsimilar, aunque reducida, de todo el impreso.

100 Exp. Brown, núms. 6 y 8.

101 Exp. Brown, n. 11.

102 Exp. Brown, n. 12.

103 Exp. Brown, n. 10.

104 Ibid.

105 Exp. Brown, n. 19.

106 Noticia del descubrimiento e impresión de los mss. del Historia Natural de Nueva España del doctor Francisco Hernández, en la Imp. Real 1790, pág. 4.

107 Ibid.

108 Exp. Brown, n. 21.

109 Brown, n. 17, y Archivo General de la Nación de México, ramo de “Reales cédulas”, vol. 146, exp. 52 m. Exp. Brown, n. 14.

110 Exp. Brown, núms. 13, 15, 23 y 24.

111 Exp. Brown, n. 14.

112 Exp. Brown, n. 22.

113 Archivo General de la Nación de México, ramo: “Reales cédulas”, vol. 150 exp. 58, fol. 98.

114 Archivo General de la Nación de México, ramo: “Bandos”, vol. 17, exp. 34.

115 En el libro de John Tate Lanning, Reales cédulas de la Real y Pontificia Universidad de México de 1551 a 1816 (México, 1946), pág. 338, se informa cómo la cédula que nos ocupa fue tomada en cuenta en el claustro a que nos referimos, de lo cual quedó constancia en el Libro de claustros, desde 1788 hasta 1801, conservado en el Archivo General de la Nación.

116 La real cédula aparece íntegra en el libro de Tate Lanning Reales cédulas... (ob. cit); ocupa el n. 205, en la pág. 281.

117 Manuel Antonio Valdés, Gazetas de México, Compendio de noticias de Nueva España que comprehenden los años de 1792 y 1793. La noticia apareció en el tomo V, pág. 284.

118 Noticias del descubrimiento... (ob. cit.), pág. 4.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ

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