c) El hallazgo de los originales. Azara, Sessé y los intelectuales mexicanos.


Aunque parezca incongruente, un hecho de tanta trascendencia política como fue la expulsión de los jesuitas del territorio español, determina y provoca el renacimiento del interés por las obras de Hernández en España.

Los jesuitas fueron expulsados por razones que no son del caso en abril de 1767.39 Al obligárseles a partir de los territorios españoles sin dejarles sacar ninguno de sus bienes, quedó en poder del Estado todo el rico acervo que en propiedades muebles e inmuebles habían acumulado desde el día de su fundación. Con este motivo las bibliotecas y los archivos pasaron a la propiedad de la nación quedando abiertas y libres a los investigadores y hombres de estudio no religiosos. Entre estas bibliotecas quedó la del Colegio Imperial de Madrid donde, como sabemos, desde pocos años después del fallecimiento de Hernández, se conservaban los borradores de sus trabajos americanos y otros muchos escritos inéditos y originales.

La existencia de estos originales de Hernández en el archivo jesuita era cosa ya sabida, pues León Pinelo lo había consignado en su Epítome ya en 1629·40 Sin embargo el hecho parecía olvidado y nadie había vuelto a pensar en ello. Esto nos explica por qué, cuando los naturalistas se interesaron en conocer la obra de Hernández, como Tournefort mientras exploraba por España, o Linneo cuando escribía a sus corresponsales solicitando noticias, ninguno fue encaminado a buscar lo que deseaba en el Colegio Imperial y sólo acudieron a lamentarse delante de los posibles restos escurialenses salvados de la quema. Es más, tan olvidada estaba la existencia de los originales de Hernández en el convento jesuita, que no obstante el interés indudable que tales escritos poseían para los naturalistas españoles de entonces, como se comprueba por el entusiasmo que se despierta al encontrarlos, ninguno tuvo la idea de acudir a la biblioteca del colegio en su busca una vez que éste estaba en manos del Estado y libre completamente de trabas para dificultar su exploración.

La obra de Hernández resurge en la historia el día que Juan Bautista Muñoz, cosmógrafo mayor de Indias comisionado para preparar y escribir la historia del Nuevo Mundo se lanza a la tarea de revisar todos los archivos y bibliotecas de España en busca de materiales americanos que pudieran ser utilizados en la obra que le estaba encomendada. Al llegar a la biblioteca del Colegio Imperial de Madrid, que había pertenecido a la Compañía de Jesús, “no sin designio divino” y “por fausto evento”, como dice Gómez Ortega, desenterró en su requisa del polvo eclesiástico y secular los volúmenes con la copia original de los trabajos de Hernández, “que en lucha con la carcoma y las cucarachas se deshacían en los estantes de la biblioteca”. Allí estaban “los borradores de Hernández ya elaborados y corregidos de su propia mano contenidos en cinco volúmenes”.41

Probablemente, Juan Bautista Muñoz, no dio demasiada importancia al hallazgo, cuyo contenido quedaba un poco al margen de lo que él fundamentalmente buscaba. Sin embargo tuvo intuición o preparación suficiente para suponer que podía interesar en otros campos científicos y siendo, como el propio Gómez Ortega lo califica, “persona dotada de variada erudición e investigador diligentísimo en este género de conocimientos”, comunicó su encuentro a la autoridad inmediata superior a él, D. José Gálvez, Marqués de Sonora, en aquellos momentos Ministro de Indias del rey Carlos III. No obstante su carácter desigual, a veces despótico, en ocasiones taciturno y deprimido, D. José Gálvez era en aquel momento la persona más adecuada para recibir el hallazgo y valorarlo debidamente. Había residido en Nueva España desde 1765 a 1772 y aunque el motivo de su estancia fue actuar como visitador y asesor de los virreyes Joaquín de Montserrat, Marqués de Cruillas y de su sucesor el Marqués de Croix, durante ese tiempo recibió el encargo especial de informarse con preferencia de todo lo referente a la minería en Nueva España. Esta comisión le había puesto en contacto con la naturaleza, le había obligado a visitar y recorrer los campos y caminos de toda la colonia por lo que sabía con certeza el enorme interés y valor que encerraban.

El gobierno de Carlos III, se caracteriza por ser uno de los más progresistas de España y, además, el de las realizaciones. Todo lo que sus antecesores venían planeando se plasma en obras concretas durante el reinado de este rey que supo rodearse de un grupo de colaboradores en el gobierno por completo decididos a conseguir una elevación en el nivel cultural de la nación. D. José Gálvez era uno de estos convencidos propagadores de la cultura en España y siendo, como dice Gómez Ortega, “hombre tan empeñoso en procurar alabanzas para su patria y el incremento de las letras, lleno de regocijo y entusiasmo por tan importante hallazgo se presentó al instante al sapientísimo rey Carlos III, de suyo propenso a todo lo bueno, y le indujo a ordenar la publicación de todas las obras de Francisco Hernández, tanto las publicadas como las inéditas restituidas por medio de los manuscritos encontrados a la fidelidad e integridad de los autógrafos”.42

Nunca se ha dicho en qué año aparecieron los manuscritos, ni creemos que esta minucia tenga importancia. Gómez Ortega refiere el encuentro y los trámites para su edición sin darnos nunca una fecha exacta, pero por suposiciones y conjeturas, podemos asegurar que debió de ocurrir después de 1775 y antes de 1783. Después del 75 porque hasta esa fecha no vuelve a España el Marqués de Sonora que en el momento del hallazgo administraba los negocios de Indias en el gobierno de Carlos III, y antes del 83 porque para esta otra fecha Juan Bautista Muñoz queda comisionado por el rey para establecer en la Lonja de Sevilla un archivo general de todos “los papeles antiguos de Indias que estaban dispersos y confusos en varios archivos y oficinas”,43 y con ese motivo emprende en enero de 1784 un viaje que durará casi dos años.

La confirmación de que el hallazgo ocurrió dentro de las fechas que indicamos más arriba la tenemos también al considerar un documento que existe en el expediente sobre la impresión de Hernández que se conserva en la John Cárter Library de los Estados Unidos, en el cual, en letra del siglo XVIII, se puede leer: “No se encuentra en este expediente, aunque debiera estar en él, la orden del 13 de Diciembre de 1784, encargando la publicación de la obra de Hernández”.44

Existe un dato por el que pensamos que tal vez entre el momento del hallazgo y la orden de publicación pasaron algunos años durante los cuales Gómez Ortega estudió y utilizó los materiales que acababan de llegarle a las manos antes de lanzarse a preparar la edición. Suponemos esto teniendo en cuenta una publicación de Gómez Ortega aparecida en 1780, dedicada al estudio de la “malagueta” o “pimienta de Tabasco”, donde utiliza datos hernandinos.45 Si fuese así, entonces, el hallazgo debió de ocurrir a fines de la década del 70 y aunque el interés por publicar la obra fue grande desde el primer momento, se pasaron tres o cuatro años en trámites burocráticos antes de que llegara el día de ordenar la impresión.

Decidida por el rey y su ministro la edición de las obras de Hernández, encargan de ello a la figura botánica que más sobresalía en aquel momento en la corte: don Casimiro Gómez Ortega a quien venimos nombrando continuamente. El nombramiento de Gómez Ortega era inevitable; ostentaba en aquel momento el cargo de director y primer catedrático del Jardín Botánico de Madrid en el que había sucedido a Bernades. Médico, además de botánico, hombre de letras y poeta estimable, había recorrido los mejores jardines botánicos de Francia, Italia, Inglaterra y Holanda, recibiéndose de farmacéutico al regresar a España. Impregnado del espíritu ilustrado sin llegar a extremismos es, según lo describe Sarrailh: “si no el más sabio de los botánicos de su tiempo, sí ocupa el primer lugar entre ellos a causa de su actividad, de su papel de vulgarizador y de su elevada situación oficial, pues lo respalda vigorosamente su tío José, el cual ha sabido ganarse los favores del poder real y ha cumplido a pedir de boca varias misiones en el extranjero, trabando relaciones con algunos sabios y regresando a España con una importante colección de material científico. Después de estudiar en Bolonia, Gómez Ortega se pone a trabajar resueltamente, aunque sigue cultivando la poesía y figurando de manera asidua en la tertulia de la célebre Fonda de San Sebastián, en Madrid. Atento al impulso ‘utilitario’ que el gobierno quiere dar a las investigaciones, traduce con habilidad ciertas obras de agricultura, sin que por ello deje de publicar otros trabajos más exclusivamente científicos. Cuando, a imitación de la Sociedad Vascongada, van a fundarse las Sociedades Económicas para difundir con fervor una cultura de índole práctica, Gómez Ortega da a conocer en español las célebres obras de Duhamel de Monceau: la Física de los árboles, el Tratado de las siembras y plantas de árboles y el Tratado del cuidado y aprovechamiento de los montes y bosques, libros que, por real orden, se difunden en todo el país. Encabeza la cruzada contra la tala de árboles, esa plaga de la economía campestre, cuya práctica fatal subsiste en virtud de los privilegios de la Mesta (combatidos en este mismo momento por Campomanes) y de los arraigados prejuicios de la población campesina. Escribe algunas monografías y algunos catálogos, y difunde el linneísmo por España, ayudado en esta tarea por el sabio Antonio Palau, cuya modestia es eclipsada por la fuerte personalidad de Gómez Ortega. En 1773 publica en latín, y en 1783 en español, las Tablas botánicas, en que se explican sumariamente las clases, secciones y géneros de plantas que trae Tournefort en sus Instituciones; da en 1785, en colaboración con Palau, y por orden del rey, un Curso elemental de botánica, que, a pesar de abarcar todas las nociones necesarias, permanece al alcance de quienes comienzan a estudiar esta ciencia. El Journal general de France, que reseña elogiosamente el Curso, indica que la obra de Linneo ha servido de guía a los autores en la primera parte, y que en la segunda, ‘después de explicar el sistema de Linneo, dan los caracteres más salientes de 1 218 géneros’.”46

Probablemente el propio Gómez Ortega informó a Gálvez y al rey del valor del hallazgo y fue quien sugirió la importancia de publicarlo; ahora bien, con su gran autoridad y pericia comprobó desde el primer momento que la simple edición de Hernández, tal y como los manuscritos fueron hallados no podía satisfacer totalmente el interés de los científicos de su época, imbuidos de técnica linneana. El mismo comprende que no van a faltar críticas a la nueva edición y escribe: “No faltarán tal vez personas cuerdas y doctas, pero rígidas en exceso, que desaprueben esta edición de las obras de Hernández como demasiado tardía, inútil para la ilustración de los hombres de esta época, y que nada o poco añadirá a la gloria del autor o de España. Pero aunque no negaré que en los escritos de Hernández sobre Historia Natural se echa de menos el verdadero método y orden sistemático en la descripción de los objetos naturales, que ha elevado la botánica a la cumbre de la ciencia en estos dos últimos siglos, sin embargo no sólo juzgo que se debe extender a nuestro autor la excusa concedida con razón a los demás escritores de su tiempo y a todos los de la antigüedad, sino que sostengo además que las descripciones de las plantas mexicanas, si se comparan con las de Dioscórides, que todo hombre cuerdo estima y reputa como un precioso tesoro que los modernos han aprovechado en mucho, se encontrarán más metódicas y conformes a las reglas del arte, y más adecuadas para dar un exacto conocimiento de las plantas. Añádase que Dioscórides estudió los vegetales de su patria y de las regiones vecinas de Grecia, reuniendo y publicando también las observaciones ajenas, en tanto que Hernández tuvo que recorrer las extensísimas provincias del Reino Mexicano, emprendiendo una obra nueva y por ningún otro antes intentada, para trasmitir a la posteridad un increíble acopio de plantas y animales casi desconocidos para el mundo antiguo”.47

Justificada la edición con éstas y otras muchas razones que en el Prólogo expresa no queda más que prepararla para las prensas, pero antes era necesario darle la mayor información posible y completar hasta donde se pudiera los materiales hernandinos. Lo que Gómez Ortega recibe de Muñoz son cinco volúmenes conteniendo en bastante confusión los borradores completos de la historia natural, con animales y minerales, y los originales de los tratados filosóficos, históricos, médicos e incluso religiosos, como la doctrina cristiana, y biológicos como el relato sobre el tiburón y el pez romerreo, de que ya nos hemos ocupado en varias ocasiones. Gómez Ortega repasa el material, lo ordena y lo distribuye para la edición que será en cinco tomos; separa el poema que Hernández dirigiera a Arias Montano contándole sus trabajos y cuitas y decide ponerlo al principio como si fuera un prólogo del propio Hernández. Los tres primeros volúmenes contendrán la botánica, el cuarto los animales, los minerales y otras varias cosas de historia natural, entre ellas la traducción castellana de la Historia Natural de Nueva España que Hernández tenía empezada. En este cuarto volumen, Gómez Ortega se reserva un espacio para intercalar el Comentario sobre la vida y los escritos de Hernández, que piensa escribir personalmente. El quinto volumen contendrá los diferentes opúsculos de temas variados que acompañan en el hallazgo a la historia natural.

La tarea es magna y nada sencilla. Faltan ilustraciones, faltan datos que modernicen los escritos, comentarios, y puestos ya en el trance de conseguir un Hernández lo más completo posible valía la pena de rebuscar y conseguir la mayor cantidad posible de los muchos materiales que con seguridad estaban desperdigados por diversas partes.

Donde primero se dirigen las miradas es a Italia. Con buen sentido piensa Gómez Ortega que si allí se había hecho la edición más completa y mejor de Hernández era de suponer que aún quedaran materiales de lo que se utilizo para ella y probablemente algunos que no fueron utilizados y que en esta nueva ocasión podrían servirle. En Italia había buenos servidores del Gobierno interesados en los mismos principios que presidían la política del momento y se piensa entonces encomendarle la gestión, como dice Sarrailh, a “uno de los hombres más inteligentes, cultos e ingeniosos de este siglo”,48 el diplomático español don Nicolás de Azara, hombre extraordinario, latinista excelente, experto en arte antiguo y moderno, famoso anticuario y descubridor de antigüedades, a cuya enciclopédica cultura no le es ajena la historia natural pues su infatigable curiosidad no deja campo de la ciencia o el arte por explorar o inquirir. “Conoce perfectamente la obra de Buffon, y no se contenta con ser un naturalista de gabinete sino que sale al aire libre”.49 Explora montañas y minas anotando todo lo que, referente a la historia natural, puede tener interés. Este hombre, que además es un conocedor minucioso de Roma en cuya corte pontificia fue embajador durante muchos años, recibe el encargo oficial de buscar por toda Roma los posibles originales y restos de la edición que hicieran siglo y medio antes los miembros de la Accademia dei Lincei. La gestión fue aceptada con entusiasmo pero el resultado fue negativo. Gómez Ortega escribe refiriéndose a esta gestión “que llegó a noticia de estos sapientísimos príncipes que nada quedaba de los documentos que habían servido en Italia para la edición de Recchi a pesar del empeño del excelentísimo, ilustrado José Nicolás de Azara, de gran ingenio e instruido en todo género de conocimientos a quien se había encargado de hacer en Roma tales pesquisas”.50

Grande debió de ser el sentimiento de Azara al no poder complacer a la corte con los documentos que buscaba, él mismo tenía que saber quién era Hernández ya que estaba bien enterado de la historia natural y conocía el libro de Buffon, donde Hernández es la fuente más usada en el tema americano. Además, Azara el diplomático, era hermano mayor de don Félix de Azara, el militar español que, trasformado en naturalista autodidacto y observador prodigioso, escribe los libros sobre animales e historia natural del Paraguay y del Río de la Plata51 que, si bien lineados bajo la venerada autoridad de Buffon no por eso dejan de corregir y enmendar en muchas ocasiones al maestro. Pero que, además, tienen el valor de que llegan a establecer de manera independiente y aislada una serie de ideas y teorías en las cuales se apunta el evolucionismo y se perfila marcadamente la teoría darwiniana.52 Azara diplomático estaba indudablemente en contacto con los trabajos de su hermano por el que sentía un especial afecto, casi paternal, y es indudable que hubiera dado cualquier cosa por conseguir esos manuscritos de Hernández que tanto interés hubieran tenido para ambos.

Hoy es posible suponer por qué fracasó don Nicolás de Azara en la búsqueda de los restos hernandinos. En la John Cárter Library de los Estados Unidos existe un manuscrito titulado De materia medica, que según la autoridad de Lawrence C. Wroth es el autógrafo del Dr. Recchi sobre el cual se llevó a cabo la edición de Roma,53 pero, y esto es lo más importante, dicho manuscrito perteneció al cardenal Francisco Saverino de Zelada en cuya biblioteca se mantuvo conservado hasta la muerte del cardenal en 1802. Precisamente, este cardenal Zelada, es uno de los muchos enemigos de Azara en Roma, capaz de hacerle algunas malas jugadas, y del cual Azara se queja en su correspondencia con frecuencia, despreciándolo y considerándolo como un hombre pérfido del cual no hay que fiarse.54 Con seguridad, al saber lo que el diplomático buscaba, lo ocultó; incluso Azara pudo no pensar nunca en buscar los manuscritos precisamente en casa de un hombre que era su enemigo y que estaba tan mal conceptuado.

Que Nicolás de Azara tenía también curiosidad por la obra de Hernández, aparte del interés que hubo de tomar por la gestión oficial encomendada, lo descubrimos cuando años después prologa y comenta la segunda edición del libro de Guillermo Bowles. La estancia de este extranjero en España obedecía a un deseo del rey Fernando VI, quien llamó a la península a un grupo de técnicos de toda Europa, principalmente enterados de problemas económicos o científicos, entre los que vino Loefling, de quien ya hablamos. A Bowles, irlandés, versado en química, metalurgia y anatomía —materias que había estudiado en París durante muchos años— se le invita a venir a España en 1752, para “visitar minas, y establecer y dirigir un gabinete de historia natural y un laboratorio químico”.55 Después de recorrer el país hasta los más recónditos rincones, compone un libro titulado: Introducción a la historia natural y a la geografía física de España,56 cuyo objeto es revelar a los españoles las inmensas riquezas que contiene su patria desaprovechadas y en su mayor parte ignoradas. Bowles, en el principio del libro, hace un recuerdo de las figuras importantes que ha tenido España en el campo de la historia natural y escribe: “Entre los antiguos escritores españoles de cosas de Indias hay los dos Acostas, Hernández, Monardes y Barba, que merecen ser distinguidos entre la turba de autores que nos inundan.”57 Esto lo escribió Bowles en 1755, pero cuando en 1782 se reedita la obra, corrigiéndola y anotándola Nicolás de Azara, éste, al llegar al párrafo anterior, pone una nota a pie de página referida al nombre de Hernández donde, después de repetir los datos clásicos del protomédico sobre su viaje a las Indias, el incendio de El Escorial, etc., escribe: “En la biblioteca del Colegio Imperial, que fue de los jesuitas de Madrid, se hallaba esta obra de Hernández, que probablemente es el original o a lo menos copia corregida por el mismo autor. Posteriormente se ha sacado de allí por orden del Ministerio. ¡Ojalá sea para imprimirla!”58 Parece demostrar con ello que la obra de Hernández tenía para él más interés que las de los demás citados en el párrafo y trataba de informar al lector para que estuviera avisado.

Fracasada la gestión en Italia, que al fin y al cabo era de menor importancia, Gómez Ortega volvió la vista hacia el otro punto donde posiblemente se encontraría información sobre Hernández y donde el filón de materiales necesariamente tenía que resultar copioso y útil. Nos referimos a América. Pronto veremos cómo el hallazgo de los manuscritos de Hernández fue el primum movens de una serie de acontecimientos en el campo de la historia natural española, que se desarrollan preferentemente en América y de los que el más directamente relacionado es la importantísima expedición científica mexicana.

Para conseguir las noticias de América que tanto interesaban, Gómez Ortega echó mano del Dr. Martín de Sessé, médico aragonés que llevaba varios años por las tierras americanas, adonde había llegado con el ejército expedicionario actuando como médico militar en las campañas de Florida y Mississippi, para situarse más tarde como brillante facultativo, con distinguida y abundante clientela, primero en La Habana y posteriormente en México. Gómez Ortega no conocía personalmente a Martín de Sessé, mas una curiosa coincidencia los puso en contacto. Sessé era hombre de grandes iniciativas y muchas aspiraciones; admiraba a Ortega, con quien no pudo entrar en contacto ya que, durante la estancia de Sessé en Madrid, Gómez Ortega estaba viajando por Europa. Después de un viaje por la entonces Nueva España, decidió que era preciso establecer en México un jardín de plantas medicinales y una cátedra de botánica, indispensables para mejorar la calidad del ejercicio médico y farmacéutico en estos territorios, que realmente dejaba mucho que desear. Con este motivo escribió una carta a D. Casimiro Gómez Ortega, en la que le expone primero su vida, a grandes rasgos, luego su idea del jardín y de la cátedra botánica, ofrece pagar el viaje y los gastos de instalación farmacéutica a un discípulo de Ortega en México, habla de la formación de una Academia de Medicina Theórico-Práctica y de la utilidad que todas estas obras tendrán para el “exterminio de los innumerables saltimbanquis falsarios de la facultad que, con deshonor de ella y la maior inumanidad, usurpan a un tiempo vida y tesoros’’.59

Se observa en la carta que Sessé, durante su estancia en México, ha tenido ocasión de conocer la terapéutica indígena, y, deseoso de profundizar en dichos estudios, escribe a Ortega: “Se encuentran algunos monumentos en el Tesauro de el Dr. Hernández, que murió el siglo pasado, comisionado por nuestra corte al mismo intento. Creería verle logrado a satisfacción si en mí compitiera la capacidad con el deseo; pero me alienta la confianza de que la de v.m. me saldrá garante tomándose la maior parte en el desempeño.”60 Resulta evidente que Sessé ignora que se acaba de encomendar a Ortega la edición del manuscrito de Hernández; la prueba es que habla de ampliar el “Tesauro”; pero ambos coinciden en el interés por ampliar y profundizar en los estudios de Hernández.

La carta de Sessé no pudo llegar a Madrid con mayor oportunidad pues, en mayo del mismo año, a instancias de Gómez Ortega se expide un nombramiento a favor de Martín de Sessé, haciéndole corresponsal del Jardín Botánico de Madrid en la ciudad de México “para que, reconociéndola de tiempo y en los más oportunos, avise las plantas y yerbas particulares que se hallen dignas de cultivarse en dicho Real Jardín Botánico”.61 Le advierten que esta labor le servirá de mérito para ser preferido en futuras comisiones reales o del Real Protomedicato, y se ordena al virrey que le ayude en sus trabajos.

Nada se dice de Hernández al hacer el nombramiento de corresponsal, pero Sessé, al contestar agradeciendo la distinción, vuelve a su primitiva idea de continuar los estudios emprendidos por el protomédico; escribe a Gómez Ortega: “Conociendo que todo lo que escribió Hernández y puede adelantarse en esta materia debe salir de las experiencias y conocimientos de estos indios, me proporciono al fin aplicándome a su idioma, tan elegante que los más de los nombres incluyen la significación a imitación del griego. Si logro poseerlo (como espero), por esta única ventaja podré ser un compañero en la Expedición Botánica que anuncia v.m. a este excelentísimo virrey, y si los principios de latinidad en que no soy forastero, aunque tampoco ningún Cicerón, son del intento para adicionar en el mismo estilo lo escrito por Hernández, estoy pronto a tomarme este trabajo y no mas para continuar la obra de Hernández en el mismo estilo material que Nardo Antonio Recho le compendió o para traducir al idioma vulgar, supuesto que no todos los cirujanos y boticarios poseen el latín.”62


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Jerónimo de la Huerta


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Juan de Barrios


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Herman Boerhaave


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Charles de I’Écluse


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Joseph Pitton de Tournefort


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Conde de Buffon


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Carlos Linneo


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Nicolás Antonio


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Albrecht von Haller


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Felipe V


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Fernando VI


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Carlos III


Sessé sigue ignorando las intenciones de la corte de reeditar a Hernández, continúa entusiasmado con la idea de poder ampliar o mejorar los estudios del protomédico y sigue pensando únicamente en la edición romana, que desea proseguir con nuevas aportaciones y experiencias. La idea debe bullir en su cabeza continuamente, ya que la expone con frecuencia. Existe todavía otra carta de un mes después, donde vuelve a insistir en su proyecto63 y, pasadas pocas semanas, encontramos una comunicación del virrey de México a D. José de Gálvez, en aquellos días ministro de Indias en España, en la cual, a instancias de D. Martín de Sessé, aconseja “fundar en este reino una escuela en donde se instruyan los profesores de medicina de la virtud y servicio de las plantas que en él se hallan. Ofreciéndose {el propio Sessé} continuar la obra que principió en el siglo pasado de 1600 el Dr. don Francisco Hernández, por comisión real, en que se erogó no infructuosamente una suma considerable; pero que la muerte de este físico insigne cortó el término a sus bellas tareas, quedando solamente un volumen incompleto de su obra”.64 El documento, bastante largo, continúa dando detalles que demuestran cómo Sessé tenía bien meditada su futura labor: pensaba viajar, analizar minerales, vegetales, etc., establecer una cátedra de botánica, para cuya provisión pide una persona elegida por Gómez Ortega, crear un jardín botánico, para el cual ya tiene elegido sitio y calculados los costos de manutención y servicio. Advierte el virrey, para allanar dificultades en España, que ya ha consultado a los fiscales de la Real Hacienda Civil y que estas autoridades recomiendan también la fundación de la obra propuesta por Sessé, extendiéndose en las muchas ventajas que para todos tendría su creación, y, después de recordar nuevamente a Hernández, recomienda a Sessé por el mérito en “haber promovido un pensamiento tan conforme con las piadosas reales intenciones y al beneficio público”.65 Este interés por la obra del protomédico era ajena al conocimiento que tenía del autor de la obra, pues resulta evidente que el propio Sessé no poseía una idea clara de la personalidad de Hernández, e incluso parece que estaba algo flojo en historia, ya que en todas las ocasiones habla de Hernández refiriéndolo al siglo XVII, tal vez por suponerle contemporáneo a la edición que él tenía ocasión de consultar.

La actividad y la ambición de Sessé, puestas de acuerdo, trataban por todos los medios de interesar a la corte en un proyecto que, siendo de utilidad efectiva, redundaba a la vez en su propio beneficio. Conociendo la lenta tramitación de los negocios cortesanos, el escrito del virrey, probablemente en gran parte redactado por Sessé, trata de dar ya resueltas muchas de las dudas y objeciones que los elementos de la corte opondrían al proyecto. Ignorantes de los acontecimientos hernandinos de la corte, no pueden utilizar como argumento de fuerza la utilidad que sus estudios podrían tener para la futura edición que se estaba planeando y, por ello, debió de ser grande su sorpresa cuando pocos días después se recibió de España una real orden que mandaba al virrey investigar todos los archivos de Nueva España en busca de posibles restos de la labor de Hernández.

La real orden, fechada en El Escorial el 26 de octubre de 1785, tiene una redacción de corte tan próximo al estilo literario de Gómez Ortega que casi nos atreveríamos a asegurar que fue escrita por él. Más que una real orden parece un artículo informativo sobre Hernández y su obra, con aportaciones documentales y bibliográficas. Probablemente Gómez Ortega ya había notado también la ignorancia de Sessé sobre la figura de Hernández y, así, le informa de la verdad sin ofenderle. La real orden dice así: “Entre los vastos y útiles proyectos del rey Felipe II, fue uno de los principales el que se pasase a este reino de Nueva España el protomédico Francisco Hernández a examinar y describir la historia natural de él, por ser el sujeto más hábil de su tiempo en la botánica, y {estar} adornado de otras ciencias y conocimientos útiles. Con efecto, pasó a esos dominios por los años 1570, y supo dar tan buen cumplimiento a su encargo que trajo una copiosa descripción de las plantas, aves, animales, minerales y demás sujetos de historia natural, que a su regreso (que fue al cabo de unos siete años) presentó a aquel monarca quince tomos grandes de folio en que estaban copiadas al natural la figura, forma y color de los animales y plantas con la historia de cada cosa, las calidades, propiedades y nombres de todo, y además de estos quince hizo otros dos tomos, el uno que contenía el índice de las plantas y el otro era de las costumbres, leyes y ritos de los indios, con las descripciones de las provincias, tierras y lugares del Nuevo Mundo, según de todo, como testigo de vista, da puntual noticia el padre Joseph de Sigüenza en la tercera parte de la Historia de San Gerónimo, tomo 3°, libro 4°, discurso II, folio 778, columna 1a Pero este tesoro tan apreciable tuvo la desgracia de perecer en el incendio acaecido al Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial, en el siglo pasado, no habiéndose conservado más que algunos pocos dibujos de plantas, aves y reptiles, según se tiene entendido. Esta pérdida, tan irreparable, se ha hecho menos sensible por la dicha de haberse descubierto un manuscrito original de la obra de historia natural que formó el doctor Hernández en cuatro volúmenes en folio, y el quinto que contiene la descripción del Templo Cuadrado que hubo antiguamente en esa capital y algunos otros tratados de varia erudición, de suerte que la pérdida se reduce a los dibujos de objetos naturales, pudiéndose ésta resarcir en alguna parte por los que existen y pueden servir de modelo para suplir los que falten, reconociéndose nuevamente los que describe el mismo Hernández. El rey, con motivo de este hallazgo, ha resuelto que se impriman los escritos de Hernández adornándolos con láminas de plantas, aves, animales, etc., por los dibujos que existen y demás que se hicieren conforme a la idea y método del autor, para ilustrar lo mejor que sea posible; así {de} los escritos como {de} la vida de este sabio español quiere su majestad que se recojan cuantas noticias puedan contribuir a estos fines. En su consecuencia, me manda prevenir a vuestra excelencia haga reconocer con toda brevedad y cuidado el archivo de ese virreynato, y remita cuanto se hallare perteneciente a la indicada comisión en el tiempo que estuvo ahí el doctor Hernández, encargando igualmente a algunas personas curiosas y eruditas el que subsministren las noticias que puedan inquirir. Y tiene su majestad dispuesto que, al paso que se vaya imprimiendo la obra, se ayan de remitir los pliegos a esos reinos para que, por las mismas descripciones del autor, se formen al natural los dibujos, sobre lo cual daré a v. excelencia a su tiempo las debidas instrucciones. —Dios guarde a v. excelencia muchos años. San Lorenzo, 26 de octubre de 1785.”66

Después de escrita la orden, el ministro añadió de su propio puño y letra, al final, una nota que debió de molestar bastante a los muchos ingenios que en aquella época tenía México, pues dice: “Si para la ejecución de lo que debe hacerse faltaren en ese reino sugetos hábiles en la botánica, me lo avisará vuestra excelencia desde luego para enviarlos.” Y la firmó “el marqués de Sonora.”67

El virrey, que era Gálvez, sin demasiada prisa pasó, el 15 de abril de 1786, la real orden al “señor fiscal más antiguo, para que en su vista me exponga quanto se le ofrezca y parezca, y, con lo que resulte, se dará cuenta a S. M. en respuesta”.68 El fiscal tomó en seguida provisiones para cumplir el deseo del rey y, según contesta en un informe del día 15 de junio, ha “reconocido inmediatamente con la mayor prolixidad y cuidado el archivo de la Secretaría de Cámara y los oficios del Superior Gobierno”, y aconseja al virrey ordene al rector de la Universidad que “practique la misma diligencia en su biblioteca” y que, en claustro pleno o de la manera que crea más conveniente, trate de descubrir los documentos que se buscan. También aconseja el fiscal que se encargue, “separadamente, al bachiller D. Joseph de Alzate, a D. Joseph Ignacio Bartolache y a D. Martín de Sessé, por su aplicación a la historia natural, se dediquen a descubrir, en las librerías y archivos de los ex-jesuitas y de los colegios y conventos de esta capital y reino, noticias de los trabajos y peregrinaciones del doctor Hernández y quantas tengan relación con ellas y puedan ilustrar la obra que se va a imprimir”. Termina el informe del fiscal asegurando “que aquí no hay sugetos hábiles en botánica” y que así se le diga al rey, para que tome la decisión “que fuere de su agrado”.69

El virrey, al día siguiente, ordena se informe al rey de lo que dice el fiscal y, a continuación, pasa sendas órdenes a cada uno de los indicados en el escrito comisionándolos para esta gestión.

El primero en contestar fue Bartolache, dirigiéndose al rector de la Universidad. Se le nota dolido por la duda de que haya sujetos hábiles en este país, y escribe: “no faltarán aquí dibujantes ni pintores que copien con toda propiedad las piezas de historia natural de estos países, que se quisieren; especialmente hoy que tenemos dotada con magnificencia regia la Real Academia de San Carlos de Nueva España”.70 Y a continuación trata de zafarse del encargo asegurando que está demasiado ocupado, pero que regala a la biblioteca algunos libros de botánica “por si alguna vez se formalizare aquí el estudio seguido y metódico de esta facultad”.71

El 13 de julio, en reunión de claustro de la Universidad, se da lectura a un oficio del virrey trasladando a esa casa de estudios la orden real del 26 de octubre. Según parece desprenderse del acta,72 se produjo un animado cambio de impresiones entre los catedráticos, durante el cual se asegura que, en tiempos del virrey Bucareli, un señor Peña pasó a la biblioteca de la Universidad varios manuscritos de Hernández, y que se pusieron en el legajo de la letra V. Todos están de acuerdo en lo útil y beneficioso que sería establecer un jardín botánico, y se nombra una comisión formada por D. José García Jové y D. Miguel Fernández para que se ocupen de conseguir lo que la real orden solicita, y se ordena también al catedrático de Lengua Mexicana que los acompañe en caso de que se encuentren documentos escritos en ese idioma. El rector Joaquín Rodríguez Gallardo, acto seguido, escribe al virrey comunicándole las decisiones tomadas en claustro y advirtiéndole que los comisionados que están trabajando en la materia “prefiriéndole a otro cualquier asunto, lo harán con toda la posible brevedad”.73 Y se compromete el propio rector a comunicar al virrey los resultados tan pronto reciba el informe de los comisionados.

Mientras se suceden todos estos trámites, Alzate, que había recibido como todos los demás la orden de buscar los materiales de Hernández, con fecha 20 de junio escribe el 29 de julio un larguísimo y detallado informe, modelo en su género, donde demuestra de forma evidente que no existe ningún papel relacionado con Hernández en ninguno de los archivos y bibliotecas de México. Asegura que él mismo había efectuado esa investigación por su cuenta algunos años antes, y detalla cuidadosamente las personas que le ayudaron y los lugares donde llevó a cabo la investigación. Urde ingeniosas explicaciones para justificar y demostrar la ausencia de tales documentos, y cita varios otros autores que también han escrito obras importantes sobre la historia natural mexicana y cuyos manuscritos estaban perdidos u olvidados.74

Según se infiere de una carta del rector de la Universidad, escrita dos años después,75 parece ser que los comisionados cumplieron su encargo con bastante premura, a tal punto que el 23 de julio ya habían repasado toda la biblioteca de la Universidad, pero sin encontrar nada relativo a la expedición de Hernández; así le fue comunicado al entonces virrey, conde de Gálvez. Tal vez por los calamitosos sucesos de aquel año, en que, a continuación de una helada que asoló los cultivos, con la consiguiente hambre y miseria, se presentó un fuerte brote epidémico, o por la inesperada muerte del virrey, o porque el rector descuidó de trasladarlo a la oficina virreinal, el hecho es que el informe de los universitarios comisionados se perdió y no llegó nunca a figurar en el expediente incoado con motivo de la orden real.

Fuera por las dificultades que tuvo que soportar el pueblo de México ese año o por el natural desconcierto que produjo la muerte repentina, para algunos sospechosa, del virrey, con la siguiente dejación de poderes en manos de gobernantes interinos, la realidad en nuestro asunto es que transcurre casi un año entero antes de que nadie vuelva a ocuparse de la comisión que le habían encargado. Durante este año suceden acontecimientos importantes para la historia natural de México, el más importante, el establecimiento definitivo del Jardín Botánico, por el que tanto había luchado y suspirado Sessé. Aunque en cartas anteriores ya se había anunciado al virrey el propósito de crear el jardín, y parece ser que ya existió una real orden del 27 de octubre constituyéndolo,76 no fue sino hasta el 20 de marzo de 1787 cuando se expide la real cédula que lo estableció de manera definitiva. Se nombra director del jardín y de la Expedición Científica que simultáneamente se crea a D. Martín de Sessé, a cuyas órdenes se ponen dos botánicos y un naturalista enviados desde España, D. Jaime Senseve, farmacéutico residente en México, y dos dibujantes elegidos entre los más aptos de la escuela de San Carlos.77

Sessé tenía derecho a recibir esta distinción por la que había luchado tanto tiempo y, en realidad, si no fuese por las relaciones con Hernández, que ahora repasaremos, podríamos pensar que el establecimiento de la Expedición Científica de Nueva España no era otra cosa que un capítulo más de la extensa máquina que por toda América se había organizado con el decidido y loable propósito de lograr un profundo y moderno conocimiento de la naturaleza americana. Para cuando Sessé recibe el nombramiento, existían expediciones similares en los virreinatos del Perú y de Santa Fe. Hacía años que Mutis dirigía la Expedición Botánica del reino de Nueva Granada y que Ruiz y Pavón, con sus colaboradores, habían desembarcado en el puerto de El Callao para establecer allí la que fue fructífera Expedición Botánica. La necesidad de continuar un centro análogo en Nueva España resultaba evidente, pero lo más sorprendente de esta fundación es que en la propia cédula de constitución se menciona a Hernández. El rey, después de un preámbulo donde especifica que el propósito fundamental de la expedición es examinar, dibujar y describir metódicamente las producciones naturales “de mis fértiles dominios de Nueva España”, para “promover los progresos de las ciencias phísicas, desterrar las dudas y adulteraciones que hay en la medicina, tintura y otras artes útiles, y aumentar el comercio”, añade que tiene también como objeto: “el especial de suplir, ilustrar y perfeccionar, con arreglo al estado actual de las mismas ciencias naturales, los escritos originales que dexó el doctor Francisco Hernández, protomédico de Felipe II, por fruto de la expedición de igual naturaleza que costeó aquel monarca y [que] hasta ahora no ha producido las completas utilidades que debían esperarse de ella”.78

Es difícil precisar si fue espontáneamente o si fue el rumor o la noticia de la creación del jardín y de la expedición, que con seguridad debió de llegar a México antes de la cédula real, lo que hizo que el fiscal recordara el expediente que se había iniciado con motivo de la orden de un ano y medio antes y, en 24 de marzo de 1787, se dirige al virrey quejándose de que ninguno de los comisionados, con excepción de Alzate, ha contestado, y que el rector de la Universidad, no obstante asegurar que “prefería este asunto a otro cualquiera”, lleva un año sin dar razón alguna sobre ello. Es más, ni siquiera los oficiales del propio virrey han cumplido, y el fiscal pide que se conmine a Sessé, a Bartolache, al rector y a los oficiales de la Secretaría del Virreinato para que en el plazo de quince días cumplan con lo ordenado.79

Efectivamente se conmina a todos los señalados por el fiscal, pero pasan los quince días, y el mes, y casi los dos meses antes de que ninguno conteste. Los primeros en hacerlo son los oficiales de la Secretaría del Virreinato, los tres (Quijano el 14 de mayo, Sandobal el 22 de mayo y Flores el 30 del mismo mes), contestando a la solicitud que en ninguno de los archivos virreinales se encontró papel alguno relacionado con Hernández.80

Pasan todavía algunos meses más y, el 29 de septiembre, se envía de nuevo el expediente al fiscal, con la advertencia de que ni Sessé ni Bartolache ni el rector han contestado. El fiscal se siente bastante molesto por ello y, con fecha ó de octubre, escribe al virrey, que ya era D. Manuel María Flores, diciendo que la actitud de estos señores es “a la verdad mui reparable”, y pidiendo se les prevenga por tercera vez, y que, si en quince días no han contestado, se vuelva a advertirlos.81 Desconocemos el texto de las notas conminatorias que escribió el virrey a los morosos, pero debieron de ser bastante enérgicas porque en pocos días ambos contestaron. Sessé, con bastante desfachatez, asegura que contesta “sin dilación”, informa de las gestiones infructuosas que había llevado a cabo en varios archivos y bibliotecas, y añade una noticia muy importante que demuestra que no actuaba en este asunto con toda la limpieza y el desinterés que se debía esperar de él. Según informa en su contestación al virrey, de Hernández ha encontrado “un manuscrito de las plantas medicinales que conoció, con alguna noticia corta de animales y minerales”, que no presentó a los requerimientos anteriores porque la obra podía resultarle útil a él, y también por haber comprobado “que es una traducción literal y en parte abreviada de la obra que se imprimió en Roma”. No dice dónde la obtuvo, pero sí que está dispuesto a entregarla sin pedir recompensa alguna, no obstante una estimable obra que dio a cambio del manuscrito.82

Probablemente se trataba del original que utilizó el padre Ximénez para su edición o, tal vez, de una copia del libro editado por el mismo fraile, pues claramente advierte Sessé que se trata de una traducción. Respecto al origen y al costo que dice haber pagado por ella, queda un poco en evidencia al conocerse la contestación que a ese mismo requerimiento virreinal hizo el rector de la Universidad, que era en aquellos momentos D. José Ignacio Beyé de Cisneros, quien, después de repetir el oficio de los comisionados —que como ya vimos se perdió en tiempo de Gálvez—, informa al virrey que en la “Universidad no se halló más que un libro trunco relativo a la comisión del doctor Hernández, el que con mandato se entregó a el Dr. Sessé, como consta de su recibo que pára en la Biblioteca”.83 Por tanto, Sessé no había adquirido el libro a cambio de otro valioso. Esta noticia de los manuscritos hernandinos de la universidad se compagina con el recuerdo que de su existencia tenían algunos catedráticos y que expresaron, en el claustro del 13 de julio de 1786, que en tiempos de Bucareli un señor Peña había entregado a la universidad varios manuscritos relativos a los trabajos de Hernández.

Bartolache fue también presto en responder. Sus excusas son las más sinceras: no tiene tiempo de ocuparse de la comisión por “la diaria ocupación en mi empleo {suponemos que se refiere a su cargo en la Casa de la Moneda como ensayador de metales}, la tirante fatiga... y mi débil y achacosa salud”.84 Efectivamente, dos años después de escrita esta excusa falleció tras larga enfermedad.

El fiscal dio por terminada la investigación. El balance era totalmente negativo: ni un solo manuscrito original de Hernández, ni un solo papel referente a sus expediciones había sido hallado. Únicamente se obtuvo el manuscrito que poseía Sessé, y que no debió de interesar mucho, pues no se menciona en la carta al rey, ni posteriormente es solicitado cuando de España piden que se busquen los materiales citados en el informe de Alzate.

El 15 de diciembre el virrey está en posesión de todo el expediente; ordena que se informe al rey de los resultados. La carta se envía el 27 de diciembre, con una copia del expediente.85 Quitando el informe de Alzate, los demás datos son negativos. Se habían perdido tres años y dos meses en una gestión que podía haberse resuelto en breve tiempo y que al final no daba ni luz ni apoyo al trabajo que Gómez Ortega tenía entre manos.

Grande debió ser la desilusión de Gómez Ortega; la puerta de América se le cerraba lo mismo que se le había cerrado la de Italia. De ninguno de estos sitios podía esperar ya materiales para su obra. El informe de Alzate era lo único interesante de todo aquel grueso y dilatado expediente y, tan pronto como fue conocido en España, se dictaron órdenes para que los manuscritos citados por él fuesen recogidos. Con fecha 1° de mayo de 1789, don Antonio Porlier, que había sucedido en el Despacho de Indias al marqués de Sonora, escribe al virrey ordenándole dar comisión a Alzate de “que bajo su vista e inspección se saque traslado y se hagan los cotejos” de las obras del bachiller Antonio Roxó, de Fray Joseph Rodríguez y del padre Agustín Morfi.86 El virrey ordenó pasar la orden al fiscal para que pidiese a quien correspondiera lo que allí se solicitaba. Sin embargo, ignoramos por qué razón la orden no fue cumplida, o por qué quedó el expediente paralizado e inactivo catorce años en poder de D. Lorenzo Hernández de Alva, quien el día 9 de marzo de 1803 lo remitió al fiscal.87

Cuando el fiscal, que entonces era Borbón, recibió el expediente, trató con toda urgencia de cumplirlo, y como Alzate ya había fallecido propuso encargar de las gestiones al ilustre D. Ciriaco González Carvajal, hombre culto, interesado en problemas artísticos y literarios, que se encontraba en México ocupando el cargo de oidor junto con otras comisiones importantes. Iturrigaray, que era el virrey, aprobó la decisión del fiscal y, el 19 de abril de 1803, comisionó a González Carvajal para que cumpliera el encargo que quince años antes se había pedido con premura reuniendo datos para la composición de la obra, ¡que hacía trece años estaba ya publicada!88

González Carvajal actuó bien y de prisa; en cuatro meses realizó el elevado número de gestiones que relata en su escrito enviado al virrey el 1° de agosto del mismo año, con la mala fortuna de no haber encontrado ninguno de los manuscritos y documentos que Alzate aseguró poseer o haber examinado. Pero, si la comisión encargada a González Carvajal resultó inútil para los estudios de las ciencias naturales, en cambio tuvo importante repercusión en el terreno de la arqueología e historia precortesiana de México. En el mismo documento donde da cuenta de los resultados negativos de su gestión, se explaya en lamentaciones sobre la ignorancia que en aquellos momentos se tenía de los primitivos pobladores de México y sobre el poco interés con que eran vistos y tratados los monumentos arquitectónicos de la antigüedad. Recuerda que el bachiller Alzate hizo algunos descubrimientos y estudios, y dice que solamente conoce a una persona interesada, el capitán Dupaix, que por cuenta visite monumentos e investigue en esa materia, por lo que aconseja se dé ayuda y subvención a sus estudios.

El informe de González Carvajal llamó la atención de las autoridades españolas sobre la necesidad de efectuar estudios e investigaciones arqueológicas de las culturas precortesianas y dio lugar a que se subvencionase al capitán de dragones holandés D. Guillermo Dupaix para que, acompañado de pintores, delineantes, escribientes y hombres de su confianza, recorriera los puntos más importantes del país en busca de la mayor información posible.89 Resulta curioso considerar cómo esta primera expedición arqueológica mexicana, de la cual se conservan todavía importantes reliquias, fue consecuencia del interés por hallar los documentos y noticias de la expedición de Hernández.

Aunque aparece fuertemente influida por la obra de Hernández, se sale de nuestro objeto el estudio de la Expedición Científica de Sessé, Mociño y demás colaboradores, gesta ya bien conocida por los importantes trabajos que varios investigadores le han dedicado.90 Ya hemos visto que su origen y nacimiento están ligados íntimamente al recuerdo de Hernández y al deseo de recuperar, lo más completamente posible, su obra. Durante los varios años en que la expedición desarrolla sus trabajos, el nombre de Hernández está continuamente a flor de labios en todos los expedicionarios, quienes utilizan sus escritos como guía para sus estudios. Sessé y Mociño impusieron además el nombre de Hernández a una especie botánica, aunque esto más tarde se haya olvidado y aparezca adjudicada la designación del nombre a Duval. Así, la planta descrita por Hernández con el nombre de huiztomatzin pasó a ser el solarium hernandezii, aumentando el número de las especies dedicadas a perpetuar la memoria del protomédico con un monumento vivo y presente en la historia natural.






39 El tema de la expulsión de los jesuitas de los territorios españoles ha sido apasionadamente tratado por los historiadores, que, en su mayor parte, interpretan el hecho según sus propias convicciones. En el citado libro de Sarrailh se puede encontrar información bastante imparcial, mientras que en la Historia de los heterodoxos españoles, de Menéndez Pelayo, aparece detalladamente descrita pero con marcada parcialidad hacia los expulsados.

40 Antonio de León {Pinelo}, Epítome de la Biblioteca Oriental i Occidental, Náutica y Geográfica (Madrid, 1629). Nosotros utilizamos la bella edición facsimilar de la Unión Panamericana (Washington, 1958).

41 Casimiro Gómez Ortega, “Ad lectorem praefatio”, de la edición “matritense”. El párrafo traducido pertenece a la edición del Instituto de Biología de México, hecha en 1942.

42 Ibid.

43 Antonio Ponz, Viaje de España (Madrid, 1792), tomo XVII, carta V, párrafo 3.

44 En la John Cárter Brown Library de Providence, EE. UU., se conserva un legajo de documentos españoles del siglo XVIII, catalogados bajo el epígrafe Ibarra- Ortega-Hernández Correspondencia, donde existen 25 documentos inéditos y originales referentes al expediente abierto para la edición matritense de las obras de Hernández en 1790. El párrafo citado corresponde al doc. 9. En adelante nos referiremos a este fondo documental como Exp. Brown y el número del documento.

45 Casimiro Gómez Ortega, Historia natural de la malagueta o pimienta de Tavasco, y noticia de los usos, virtudes y extención de derechos de esta saludable y gustosa especie, Madrid, En la Imprenta de Joachin Ibarra, 1780.

46 Jean Sarrailh, La España ilustrada... (ob. cit.), pág. 445.

47 C. Gómez Ortega, “Ad lectorem...” (ob. cit.).

48 Sarrailh, La España ilustrada (ob. cit.) p. 209.

49 lbid, pág. 370.

50 C. Gómez Ortega, “Ad lectorem...” (ob. cit.).

51 Félix de Azara, Apuntamientos para la historia natural de los quadrúpedos del Paraguay y del Río de la Plata (Madrid, 1802), Apuntamientos para la historia natural de los páxaros del Paraguay y del Río de la Plata (Madrid, 1805), y Viajes por la América Meridional (París, 1809).

52 La figura de Félix de Azara ha sido magistral mente estudiada por el Dr. Enrique Álvarez López, quien ha dedicado varias monografías a recordar la extraordinaria labor de este naturalista, formado en el desierto sin libros ni estudios previos. Los trabajos más importantes de Álvarez López sobre Azara son: “Félix de Azara, precursor de Darwin”, Revista de Occidente (Madrid), año XII, 1934; n. CXXVIII, págs. 149-166, y Félix de Azara, en la colección: Biblioteca de la Cultura Española (Madrid, s.f.). A ellos remitimos al lector interesado.

53 Lawrence C. Wroth, “Notes for Bibliophiles”, New York Herald Tribune Books, vol. XVI, n. 45, julio de 1940, pág. 14.

54 Las dificultades entre Azara y Zelada están, en parte, referidas en la pág. 370 de la citada obra de Sarrailh, La España Ilustrada (ob. cit.).

55 Sarrailh, La España Ilustrada (ob. cit.), pág. 325.

56 El libro de Bowles, editado por primera vez en 1755, reeditado por Azara en 1782, traducido al francés por el vizconde de Flavigny y publicado en París en 1776, es uno de los documentos más importantes para conocer el estado de la nación española en la época que fue escrito. Marañón, en su libro Las ideas biológicas del padre Feijoo (ob. cit.), pág. 285, escribe: “el libro de Bowler {Marañón siempre escribe así el apellido del irlandés} es una especie de redescubrimiento científico de la tierra española que nunca puedo leer sin emoción” y, más adelante, exclama: “sería bueno que algún editor se decidiese a publicar de nuevo este admirable libro”.

57 Guillermo Bowles, Introducción a la historia natural y a la geografía física de España (Madrid, 1782), pág. 15.

58 Ibid., pág. 15 n.

59 Carta autógrafa de Sessé a Gómez Ortega que se conserva en el Archivo del Jardín Botánico de Madrid, legajo IV-4a-20. Ha sido publicada completa por Enrique Álvarez López en “Noticias y papeles de la Expedición Científica Mejicana dirigida por Sessé.” Ann. del Jardín Botánico de Madrid, tomo X, vol. II, 1951, pág. 5-79.

60 Ibid.

61 Título de comisionado que a consecuencia del capítulo 26 del reglamento del Real Jardín Botánico, se despacha a don Martín de Sessé, vecino de México”, Archivo del Jardín Botánico de Madrid. Publicado parcialmente por Álvarez López en Noticias y papeles... (ob. cit.), pág. 11.

62 Carta de Martín de Sessé a Casimiro Gómez Ortega, del 26 de julio de 1785, que se conserva en el Archivo del Jardín Botánico de Madrid, legajo IV-4a-20, publicada parcialmente por Álvarez López en Noticias y papeles… (ob. cit.), pág. 12.

63 Desconocemos el texto de esta carta que ha sido vista por De las Barras y de Aragón, quien la cita en su trabajo: “Una información sobre la obra del Dr. Francisco Hernández en Nueva España”, Boletín de la Sociedad Española de Historia Natural, tomo XLV, n. 7-8, 1947, pp. 561-574.

64 El original de esta carta se conserva en el Archivo General de la Nación de México, ramo: “Correspondencia de los virreyes”, vol. 138, exp. 181.

65 lbid.

66 Esta real orden, profusamente citada por todos los que se han ocupado de la Expedición Científica Mexicana se conserva en el Archivo General de la Nación de México en dos copias distintas. Una en el ramo de “Reales cédulas”, vol. 132, exp. 122, y otra, en cuyo pie se advierte que es copia, en el ramo de “Historia”, vol. 116, exp. 4. En este expediente del ramo de “Historia” aparecen reunidos unos veinte documentos relacionados con la edición del libro de Hernández y la creación del Jardín Botánico de México; el que nos ocupa está situado en primer lugar. En adelante siempre nos referiremos a este expediente llamándole Exp. A.G.N. Historia y el número del documento. Una copia incompleta de este expediente se conserva en el Archivo de Indias, de Sevilla, bajo la signatura “Méjico 1523.”

67 Ibid.

68 Anotación manuscrita al pie del documento de Exp. A.G.N. Historia, n. 1.

69 Exp. A.G.N. Historia, n. 3. También aparece publicado, tomándolo de la copia que se conserva en Sevilla, en el trabajo de De las Barras y de Aragón, Una información… (ob. cit.), pág. 568.

70 Este documento se conserva en el Archivo General de la Nación, de México, ramo: “Gobernación”, tomo 62, fol. 376.

71 Ibid.

72 Acta del claustro universitario del 13 de julio de 1786; la copia del acta se conserva en el Arch. Gen. de la Nación, ramo: “Claustros”, tomo 26, folios 233 v. y 234.

73 Exp. A. G. N. Historia, n. 4 y De las Barras y de Aragón, ob. cit., pág. 569.

74 Exp. A. G. N. Historia, n. 5 y De las Barras y de Aragón, ob. cit., pág. 569.

75 Exp. A. G. N. Historia, n. 12.

76 Esta real orden aparece citada por De las Barras y de Aragón en el trabajo: “Notas para una historia de la Expedición Botánica de Nueva España , Anuario de Estudios Americanos (Sevilla), t. VII, 1950, págs. 411-469, sin indicar origen del dato ni localización del documento.

77 La real cédula que constituyó el Jardín Botánico de México se conserva en el Archivo del Jardín Botánico de Madrid, legajo IV-4a-20, y ha sido publicada íntegra en el trabajo de Álvarez López, Noticias y papeles... (ob. cit.), pág. 6o.

78 Ibid. Al vincularse esta expedición con los trabajos y la edición de Hernández se le da un carácter distinto al de las otras expediciones similares establecidas en América, en las cuales únicamente se trataba de recoger y estudiar la naturaleza americana.

79 Exp. A. G. N. Historia, n. 6.

80 Exp. A. G. N. Historia, n. 7

81 Exp. A. G. N. Historia, n. 8.

82 Exp. A. G. N. Historia, n. 9.

83 Exp. A. G. N. Historia, n. 11.

84 Exp. A. G. N. Historia, n. 10.

85 No conocemos la carta del virrey al rey, y sólo tenemos el dato de la fecha en que fue enviada porque consta en una nota manuscrita, firmada por Losada, puesta al pie del oficio del fiscal, donde pide se envíe al rey el expediente, y porque en la contestación de España se menciona la fecha en que la carta al rey fue escrita.

86 Exp. A. G. N. Historia, n. 13.

87 Exp. A. G. N. Historia, n. 13; notas adicionales al documento.

88 Exp. A. G. N. Historia, n. 14.

89 Exp. A. G. N. Historia, n. 16. Todo el resto de los documentos contenidos en este expediente se refieren al nombramiento y gestiones para la comisión exploradora encargada a Dupaix.

90 Sobre el desarrollo de la Expedición de Sessé y colaboradores puede consultarse el capítulo dedicado a ella por Nicolás León en su Bibliografía Botánico Mexicana (México, 1895), págs. 323-340; y los modernos trabajos de Carlos E. Chardon, Los naturalistas en la América Latina (Ciudad Trujillo, 1949), tomo I, págs. 106-113; y de E. Álvarez López: “Notas sobre la Expedición Científica Mejicana dirigida por Sessé”, Boletín de la Revista de la Sociedad Española de Historia Natural, t. XLVIII, 1950, págs. 259-274; “Noticias y papeles de la Expedición Científica Mejicana dirigida por Sessé”, An. del I. Bot. A. J. Cavanilles, tomo X, vol. II, 1951, págs. 1-79, y “Las tres primeras campañas de la expedición científica dirigida por Sessé y sus resultados botánicos”, Ann. del I. Bot. A. J. Cavanilles, tomo XI, vol. I, 1952, págs. 39-141; y también el trabajo de F. de las Barras y de Aragón, “Notas para la historia de la Expedición Botánica de Nueva España”, Anuario de Estudios Americanos (Sevilla), tomo VII, 1950, págs. 411-469.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ