a. Difusión europea


LA SECUENCIA hernandina durante el siglo XVIII debe dividirse en dos períodos bien definidos y separados por un acontecimiento trascendental para la posteridad de Hernández y su obra. Este acontecimiento, que ocurre hacia el final del segundo tercio del siglo, marca una nueva era en la manera de considerarse y conocerse los trabajos del protomédico y ha permitido que hoy podamos ocuparnos de su figura y de su obra con suficiente conocimiento de causa.

Nos referimos al momento en que los manuscritos originales de Hernández, por la serie de circunstancias que en su debido tiempo analizaremos, salen nuevamente a la luz y sirven para que se pueda iniciar la edición de una obra hernandina libre de influencias extrañas, completa, y tal y como el autor la redactó originalmente. Es por esta razón que en el presente capítulo la primera parte será continuación del anterior; o sea, seguiremos analizando la trascendencia e influencia que la edición romana, el libro de Nieremberg y en menor escala la edición de Ximénez tuvieron sobre el desarrollo de la Historia Natural en ese siglo. Mientras que en la segunda parte deberemos extendernos en los detalles del importante hallazgo hernandino para poder continuar el estudio de la trascendencia que dicho acontecimiento tuvo en la historia de las ciencias.

Con excepción de la última parte del capítulo anterior donde hemos tratado de las otras obras de Hernández que durante todos estos años permanecen ignoradas o arrumbadas en bibliotecas y archivos, el resto del relato de lo sucedido desde el fallecimiento del protomédico se ha referido casi exclusivamente a las peripecias y aventuras que los conocimientos adquiridos por Hernández durante su exploración americana, fueron sufriendo a través de los años; así como a la fuerza extraordinaria que tales escritos y descripciones habían de contener para poder sobrevivir a la accidentada serie de situaciones imprevistas por las que tienen que pasar sin perder por ello interés y actualidad. Cuando se inicia el siglo XVIII la posición de las obras de Hernández en la ciencia universal sigue siendo la de informador auténtico y casi único de la naturaleza americana. Todo el conocimiento de la flora y la fauna americanas continúa basado en el libro editado en Roma que al llegar el comienzo del siglo tiene ya difusión general y es incluso bastante buscado, porque empieza a escasear. El salto de un siglo a otro en la historia hernandina podemos darlo de la mano de Tournefort que, por ser el botánico más sobresaliente del momento, resulta de interés ver cómo se ocupa de la figura de Hernández. Tournefort, viajero herborizador incansable, visita España y, según nos cuenta en su obra después de recordar a Felipe II y a Hernández y de alabar la obra americana de éste con datos, según confiesa, tomados del padre Acosta, añade: “Algunos dicen, que esta obra tan regia, y abundantísima, se guarda en la Bibliotheca del Real Palacio de San Lorenzo del Escorial, en donde pasando yo con el deseo de inquirir, y hallar todo género de plantas, me enseñaron, en lugar de las colecciones de Hernández, que yo pedía, muchísimos códigos de plantas allí fixadas, y no americanas, sino del país, y naturales, y no de las más raras, las cuales el tiempo y la polilla havían gastado y carcomido”.1

Tal vez la afirmación del padre Moxó cuando años después asegura que los manuscritos de Hernández no se quemaron sino que los acabó el polvo y la polilla2 esté tomada de esta noticia de Tournefort. Es imposible que Tournefort encontrara en el Escorial los manuscritos de Hernández que se habían quemado algunos años antes de que él hiciera el primer viaje pues las primeras expediciones que inició por los Pirineos son posteriores a 1680, fecha en la cual ya hacía años que las colecciones de Hernández habían desaparecido.

No tiene importancia el hecho de que Tournefort, que fue el botánico más culto de su época, a quien se deben miles de especies nuevas y un método clasificador fundamental de valor muy cercano al de Linneo viese o no los plantas de Hernández. Lo que tiene interés para nosotros es el hecho de que emprendiera un viaje hasta el Escorial con el objeto de conocerlas, pues nos indica que a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII, cuando Tournefort está en el pináculo de su gloria, es el primer médico de la reina en Francia y ostenta la cátedra de botánica del Jardín Real de Plantas, recuerda y tiene interés por las investigaciones que más de un siglo antes hiciera Hernández.

El libro clásico de Tournefort, Institutiones rei herbariae,3 se publica en 1700, allí es donde se ocupa repetidamente de Hernández y aunque su autor tiene la desgracia de fallecer en 1708 víctima de un accidente, cuando su fama es universal y sus trabajos sirven de guía a todos los botánicos de la época, su obra no muere con él y es reimpresa en varias ediciones póstumas que, a partir de la tercera aparecida en 1719, son mejoradas y ampliadas por Antonio de Jussieu, discípulo de Tournefort y el mayor de los hermanos que forman la famosa generación de botánicos de ese apellido.

Más adelante encontramos que la generación de los Jussieu también acuden a Hernández para sus trabajos y así la obra de Antonio Lorenzo está llena de referencias a la labor mexicana-americana del protomédico, en cuyo honor designó un género de la familia de las laureáces con el nombre de Hernandia,4 Como la base de los trabajos de este autor debemos buscarla en las investigaciones de su tío Bernardo es de suponer que éste también recurrió a Hernández cuando trató de informarse de la naturaleza de América. Resulta evidente que las observaciones de Hernández contenidas en el libro romano siguen cubriendo durante el siglo XVIII y a través de las obras de los más diversos autores la parte americana de la historia natural; su nombre se repite en todas las obras que tratan de plantas o animales. Ripa, lo incluye en su Historia Universalis plantarum scribendae propositum que publica en Padua en 1718.5 José Monti el famoso botánico director del Museo de Historia Natural de Bolonia le dedica extensas referencias en su Prodromus Catalogui Stirpium agri Bononiensis, que sale a la luz en la propia Bolonia el año de 1719, y vuelve a ocuparse de él con motivo de la publicación del Exoticurum simplicium medicamentorum que edita en 1724.6 Años después será Antonio Bumaldo quien, en su Bibliotheca Botanica, le dedicará párrafos laudatorios aunque con poco conocimiento de la realidad del autor cuando asegura que el propio Hernández estuvo en Roma a mediados del siglo XVII dirigiendo la edición de su libro.7 En la también titulada Bibliotheca Botanica, que edita en 1740, el famoso botánico y anticuario Juan Francisco Seguier,8 sigue apareciendo el nombre de Hernández aunque su autor, algo confundido, asegure que el libro editado en Roma y la Historia de las plantas y animales de México de Hernández son dos libros diferentes. Tal vez el error se deba a noticias de la edición de Ximénez o a noticias llegadas desde España recordando la permanencia de los originales en el Escorial. Y con detalles más concretos encontramos un artículo bio-bibliográfico sobre Hernández en el Allgemeines Gelehrten-Lexicon publicado por Johann Friedrich Gleditschen en Leipzig durante el año 1750.

Los ejemplos podrían multiplicarse si se hiciese una revisión detenida de los textos escritos durante este siglo sobre historia natural; pero en realidad, no tendría objeto recoger la extensa lista de autores que citan a Hernández en esa época, ya que todos lo hacen a través de la edición romana y algunos de segunda o tercera mano sin originalidad ni mayor trascendencia para nosotros que la de servir de conservadores de la tradición hernandina. El objeto de recordarlos aquí es únicamente como demostración de que Hernández sigue siendo considerado como la fuente de información más genuina y auténtica de todo lo que se conoce sobre la naturaleza del Nuevo Mundo. El mismo Tournefort en su Isagoge, nos recuerda sin querer el interés que por toda Europa se sentía hacia la obra de Hernández. Refiriéndose a la figura del protomédico escribe: “Afirma Coringio, que había sabido de cierto por un amigo, que en dicha obra se contenían más de tres mil y ochocientas plantas”.9 Este Coringio, autor de una Introducción in Arte Medica,10 de donde Tournefort toma la cita, es una figura hoy casi totalmente ignorada y sin embargo el que en su libro incluya la afirmación de un dato que le dio a su vez un amigo, demuestra que el nombre de Hernández era familiar y con frecuencia empleado por todos los médicos y naturalistas de Europa durante los siglos que siguieron a sus exploraciones.

No obstante el escaso conocimiento que sobre los datos biográficos de Hernández tenían los estudiosos de aquel tiempo, éste pasa a formar parte de los médicos famosos incluidos en diccionarios y relaciones de científicos ilustres que con tanta frecuencia se escriben y editan, principalmente en Francia, durante el siglo XVIII. La mayoría se limitan a consignar el dato de su exploración americana con las noticias obtenidas a través de la edición de Roma. Sería prolijo reseñar las muchas veces que se inserta su nombre en obras de ese tipo. Sin embargo queremos señalar uno que por tener interés especial no debe olvidarse. Nos referimos al Dictionnaire raisonné universel d’Histoire Naturelle que en 1764 publica en París Jacques Christophe Valmont de Bomare, el famoso investigador corresponsal de Linneo en Francia que había recorrido toda Europa comisionado por el Gobierno para estudiar la historia natural.11 Tiene de particular, con referencia a Hernández, este diccionario, que, al tratar de diversas plantas americanas de las recogidas y estudiadas por Hernández se documenta para describirlas en la edición romana y también en la obra de Ximénez que, como sabemos, había tenido una repercusión puramente local en México a principios del siglo XVII. Demuestra esta cita que el autor había tenido especial interés en conocer las obras del protomédico ya que la consulta del Ximénez era poco asequible en esa época. También merece citarse entre este mismo tipo de diccionarios el publicado por Nicolás Francisco Eloy, médico belga al servicio de la Duquesa de Lorena, quien en la ciudad de Alons, publica el primer diccionario histórico medico que se conoce. En la segunda edición del mismo (la primera, de 1755, no la hemos encontrado), aparecida en 1778 con el título de Dictionnaire historique de la medicine ancienne et modern,12 al ocuparse de Hernández y su obra hace una afirmación tan peregrina que no nos resistimos a recogerla. Después de alabar la obra y citar los clásicos datos conocidos de la expedición asegura que los dibujos originales de Hernández tuvieron que ser suprimidos en la edición romana por ser despreciables y dar lugar a mauvaises planches en el grabado. Como la tradición y los datos auténticos son completamente opuestos a esta noticia y ya conocemos la admiración que siempre suscitaron en todos los que tuvieron la fortuna de examinarlos, resulta tan incongruente esta frase de Eloy que nos hace pensar en algo que ya apuntamos hace algunos años cuando tratamos de los grabados de Hernández. Entonces supusimos que su sustitución fue precisamente consecuencia de su marcado sabor indígena que desentonaba con el estilo barroco imperante en toda Europa. Probablemente para el informador de Eloy los grabados originales de Hernández habían resultado detestables por su falta de preparación para entender e interpretar todo lo que de ingenuo y bello contenían aquellos dibujos en su primitivismo indígena.


Monasterio de El Escorial


tomo_I_103.jpg

Joseph de Sigüenza


tomo_I_104.jpg

Juan Eusebio de Nieremberg


Biblioteca de El Escorial


tomo_I_106.jpg

Juan Fabre


tomo_I_107.jpg

Federico Cesi


tomo_I_108.jpg

Fabio Colana



Grabados del libro de Nieremberg


De importancia extraordinaria para la posteridad de la obra de Hernández es el hecho de que el gran Alberto Haller la nombre y la estudie en su famosa Bibliotheca Botanica, que, aunque publicada en 1771,13 es la obra de muchos años anteriores y que, dado el prestigio y la universalidad que alcanzaban sus obras y escritos, sirve para que la memoria de Hernández se perpetúe y mantenga en activo. Pero no es sólo en el campo de los estudios naturales donde se recuerda el nombre de Hernández, si repasamos obras ajenas a la historia natural encontramos que con uno u otro motivo es frecuente encontrar durante todo este siglo referencias a la obra de Hernández. Podríamos citar como ejemplos el de Girolamo Tiraboschi, el crítico literario italiano, quien con motivo de escribir su Storia della letteratura italiana,14 obra monumental cuya publicación le ocupa más de diez años, al llegar a su punto se ocupa de la edición de la obra hecha en Roma y describe cuidadosamente todo lo que conoce referente al tema. Lo mismo puede decirse de José Planeo, seudónimo que oculta al famoso médico y naturalista italiano Jesús Pablo Simón Bianchi de Rimini. Este autor fue miembro de la Accademia dei Lincei, a la que, como ya sabemos, se debe el esfuerzo y el mérito de lanzar la obra de Hernández al conocimiento universal, y consideró de interés escribir la historia de la institución y de la vida del famoso académico Juan Fabre que tanto intervino en la edición de Hernández. Con ese objeto al redactar su obra Vita Fabrii et Lynceorum notitia, que publica en Milán en 174415 se ocupa repetidas veces de la edición de la obra de Hernández y de los que en ella intervinieron. En el campo histórico, y sin salir de Italia, encontramos extensas referencias sobre Hernández y su labor en el libro del jesuita Francisco Clavijero, titulado Storia antica del Messico aparecida entre 1780 y 81, el cual inicia su libro con un extenso capítulo dedicado a la “Descripción del país de Anáhuac, o breve relación de la tierra, del clima, de los montes, de los ríos, de los lagos, de los minerales, de las plantas, de los animales y de los hombres del antiguo reino de México”.16 Naturalmente los datos sobre flora y fauna están en su casi totalidad obtenidos a través de Hernández, citado profusamente junto con Acosta, Nieremberg, que también en lo referente a México es Hernández, Oviedo, Juan de Laet, que asimismo recibe gran parte de su información a través de Hernández y alguno más de menor categoría.

Clavijero era mexicano, su estancia en Italia fue consecuencia de la orden de expulsión de los jesuitas que más adelante relataremos, pero como su libro se edita en italiano y su difusión por toda Europa es bastante rápida tenemos que considerarlo como un elemento más entre los mantenedores europeos de la memoria hernandina en campos diferentes al de la historia natural. Lo mismo deberemos considerar a otro jesuita, el abate Juan Andrés, éste español, que ocupó sus ocios de desterrado en escribir una historia de la literatura considerando la palabra literatura, como dice Menéndez Pelayo, “en su acepción latísima, es decir, comprendiendo todos los monumentos escritos, aunque no fueran de índole estética”.17 La importancia filosófica y crítica de la obra de Andrés es muy grande y ha sido bien estudiada, pero con referencia a Hernández no contiene más que una cita en la cual utiliza la labor del protomédico como punto de comparación para ensalzar y sobrevalorizar la obra del también jesuita José de Acosta, dando a entender que mientras Hernández exploraba y viajaba subvencionado y apoyado por el rey, el padre Acosta, “inspirado solamente de su genio, en medio de los cuidados de su ministerio apostólico”18 llegó a componer un tratado tan valioso o más que el del protomédico. Sin mayor valor que el que se deriva de su propia cita, recordamos este autor por ser uno más de los que recurren al recuerdo de Hernández en la composición de obras ajenas a la medicina y la historia natural.

Para completar el ciclo de la influencia hernandina en la historia natural del siglo XVIII, obtenida casi exclusivamente a través de la obra editada en Roma un siglo antes, tenemos que repasar la importancia que las actividades del protomédico adquirieron en la obra de Buffon. No es momento éste de repasar la multifacética figura del naturalista francés, por otro lado bien conocida y bien estudiada,19 mas considerando la enorme influencia que en toda la historia natural del siglo XVIII y de parte del XIX ejerce su monumental obra, con ediciones repetidas, traducciones a todos los idiomas y periódica aparición de nuevos volúmenes que en un total de cuarenta y cuatro abarcan un espacio de más de cincuenta años,20 tendremos que reconocer que la parte de Hernández en el libro de Buffon, necesariamente había de tener una extraordinaria difusión en todos los campos de la ciencia. Se ha discutido mucho el verdadero valor científico de los libros de Buffon, y todavía en muchos momentos se vuelve a tratar este tema que apasionó durante años a muchos investigadores. Es cierto que en la obra de Buffon se busca muchas veces más el efectivismo de una frase grandilocuente que la precisión de una descripción sistemática. Es igualmente auténtico que junto a ideas y sugestiones verdaderamente geniales, a reflexiones filosóficas elevadas e incluso a intuiciones proféticas aparecen descripciones de aficionado, censuras y ataques a colegas demasiado irónicas e impertinentes e incluso exposición de temas extensos que no tienen ninguna relación con la historia natural.

Todos estos inconvenientes, defectos y aciertos fueron beneficiosos para la posteridad de Hernández, quien es recordado continuamente en la obra de Buffon, tanto en las partes dedicadas a vegetales como en las descripciones de animales. Los libros de que nos venimos ocupando tuvieron resonancia y, por su misma manera de estar escritos, llegaron a campos muy alejados de los meramente científicos, permitiendo que la memoria de Hernández continuara mantenida en sectores de público que normalmente no tenían acceso a las obras especializadas.

Hemos dejado intencionadamente para el final las relaciones entre la obra de Hernández y el más grande naturalista del siglo. Nos referimos a la figura de Linneo quien en materia botánica debe ser considerado como la primera figura del siglo XVIII. Su sistema clasificador ha perdurado incólume hasta hoy y ha permitido la unificación de los estudios y de los conceptos entre todos los investigadores posteriores.

En las obras de Linneo existen continuas referencias a Hernández, consta que en diversas ocasiones se lamentó públicamente de la enorme pérdida que para la historia natural había representado el terrible incendio escurialense que acabó con los originales de Hernández y se conocen cartas en las cuales deplora la incuria de los que debían haber custodiado dichos documentos. Linneo, que no estuvo nunca en España, mantuvo sin embargo correspondencia con algunos de los especialistas españoles y recibió del gobierno de Fernando VI una invitación especial para visitar la península. No pudiendo aceptar personalmente la invitación indicó que en su lugar recibieran a su discípulo Loefling, tal vez el predilecto y el mejor preparado en aquel momento dentro de la enorme pléyade de alumnos que se habían reunido a su alrededor. Linneo tenía por costumbre enviar a sus discípulos a los países extranjeros para hacer colecciones y describir los lugares que visitaban. El balance de estas expediciones es terriblemente trágico, más de la tercera parte de los discípulos enviados murieron en los viajes y como veremos el propio Loefling no escapó a este desgraciado sino.

Aceptada la indicación de Linneo, Pedro Loefling, partió para España en el año de 1751. Ha quedado conservada la afectuosa correspondencia que con este motivo se establece entre el discípulo y el maestro. Interesante por muchos aspectos, uno de ellos, el que aquí nos interesa, es conocer cómo Hernández seguía siendo la fuente directriz de todo lo que se estudiaba sobre América. La misión encomendada a Loefling era, después de instruir a los científicos españoles en el conocimiento y manejo del sistema clasificador de Linneo, partir para América del Sur y dedicarse a coleccionar y estudiar lo que el pródigo continente americano le ofrecía.

En las cartas primeras queda constancia del asombro que le causó al sueco encontrar en España “hombres memorables que a más de ser eminentes en sus respectivas profesiones tenían particular inclinación a la botánica”.21 Eran éstos José Quer, Casimiro Gómez Ortega, Antonio Cabanilles, José Manuel Gaseó, y en general la extraordinaria generación de botánicos españoles del siglo XVIII de los que más adelante nos ocuparemos.

Pasado el momento de acoplamiento, Loefling empieza a prepararse para el viaje a América y entonces vemos cómo surge en su correspondencia el interés por Hernández. En la carta enviada el 1° de noviembre del mismo año de 1751, escribe a su maestro: “El excelentísimo señor D. Joseph Carvajal, me dio esperanzas de hacerme pasar en breve a América a fin de examinar sus producciones, cosa para mí de la mayor complacencia. Me mandó que viese el antiguo Herbario depositado en la Real Biblioteca del Escorial, el cual se cree haberlo recogido el Dr. Hernández y se conserva en buen estado, aunque su antigüedad asciende al reynado del Sr. Felipe II”.22 A continuación explica cómo puede entenderse con los españoles pues añade: “M. Godin se digna suplir mi total ignorancia en la lengua española”.23 José Carvajal, entonces ministro de la corona, estaba muy interesado en problemas agrícolas. Consta que una de las cosas que trató con Loefling y que hizo preguntar a Linneo a través suyo, fue la manera cómo habían podido sembrar en Suecia los terrenos arenosos de Escania, pues pensaba que por el mismo procedimiento se podrían reforestar los alrededores de Madrid ya bastante desolados para esa época.24

Loefling siguió informando a los españoles de los conocimientos de su maestro mientras acumulaba el material para el viaje y sin que sepamos la impresión que le hizo el supuesto herbario hernandino de El Escorial pues en sus cartas no lo consigna, nos encontramos que dos años después, ya con el pie en el estribo camino de América, le escribe a Linneo, contándole los preparativos y le advierte que entre los libros “me faltan el Magrao y el Hernández, pero confío no irme sin ellos”.25 Dos meses después, ya en Cádiz, escribía: “He comprado el Hernández en Madrid en razonable precio; el cual procuraré ilustrar lo mejor que pueda”.26 Esta nota nos hace recordar lo que ya hemos apuntado más arriba sobre cómo la obra de Hernández estaba escaseando y aumentando de precio, por lo muy buscada que ya entonces era. Con el libro en el equipaje como biblia de la naturaleza americana, Loefling atraviesa el océano y llega a lo que hoy es Venezuela. Apenas ha desembarcado cuando vuelve a escribir a su maestro recordándole la figura de Hernández e indicándonos que Linneo tenía interés por las cosas que había descrito el protomédico. Con todo gozo le dice en una carta escrita en Cumaná el 8 de abril de 1754: “He logrado la proporción de adquirir en México el árbol curioso Mapalkochith Qualhuit Hern. que Vm. me encargó; por medio del Conde de San Xavier, establecido en Caracas, que vino de pasaje en nuestro navío. He sacado cuatro copias de lo que trae Hernández sobre este árbol para mandar a las diferentes partes. Dicho Conde estuvo estudiando seis años en México y tiene allí correspondencia, de manera que tengo alguna rama, flor y fruto para remitir a Vm. caso que yo no tenga la fortuna de ir al país donde se cría.”27 Y efectivamente, aunque sus propósitos eran los de haber visitado México, no tuvo la fortuna que deseaba en su carta y falleció en la misión de Merecuri en fecha que aún no está bien dilucidada, pero que parece fue el 22 de febrero de 1756.28

La muerte de Loefling cortó un trabajo que hubiera resultado interesantísimo para la historia natural americana, y que indudablemente, a juzgar por sus cartas, estaba remotamente inspirado en las ideas y trabajos de Hernández, pero no es éste un ejemplo único de exploración americana con fondo hernandino. Muy pronto veremos cómo la extraordinaria actividad exploratoria de la naturaleza de toda América que se produce en el último tercio del siglo XVIII, centralizada por las órdenes que emanaban del Jardín Botánico de Madrid, tenía como antecedente las obras de Hernández, lo cual explica que durante los trabajos de Mutis en la Nueva Granada, utilizara como libro de consulta un ejemplar de la edición romana de Hernández y que en la lista de libros entregados por orden del rey a Ruiz y Pavón cuando embarcan para América figure una Historia Natural de la Nueva España de Hernández.29 Como estos libros se entregan a los expedicionarios en 1777 necesariamente debe tratarse de un ejemplar de la edición romana, cuyo aspecto de resumen o epítome era perfectamente conocido, y ello justificó el interés que se despertó en todos los sectores científicios españoles cuando los originales auténticos fueron encontrados. Pero sin adelantar sucesos que a su debido tiempo deberán ser estudiados tenemos todavía que recordar como antecedente de estas exploraciones, y derivándose aún de la influencia ejercida por la edición de Roma, los trabajos emprendidos por el jesuita José Sánchez Labrador cuando se lanza a escribir su monumental obra titulada El Paraguay Natural, donde repetidamente se ocupa de Hernández a quien conoce y cita a través de las ediciones de Roma, el libro de Ximénez y los datos recogidos por Nieremberg. Aunque hoy todavía se conserva inédito el manuscrito de Labrador y sólo algunas partes han visto la luz de manera fragmentaria,30 eso no modifica para nada nuestra demostración de cómo el nombre de Hernández y sus observaciones seguían presidiendo todo lo que se iniciaba sobre el estudio de la historia natural de América en el siglo XVIII.






1 José Pitton de Tournefort, Institutiones rei herbariae (París, 1700). Nosotros no hemos podidoutilizar esta edición sino la tercera, de 1719. El párrafo sobre Hernández que insertamos aparece, en la edición consultada, en la pág. 44 de la Isagoge que precede al texto de la obra. La traducción pertenece a Joseph Quer, quien insertó la traducción de la Isagoge de Tournefort como preámbulo a su libro Flora española o Historia de las plantas que se crían en España (Madrid, 1762), pág. 178.

2 Benito María de Moxó, Cartas mexicanas (Génova, 1805), carta I, pág. 5.

3 El libro de Tournefort es, en la edición que nos ha sido posible consultar, una bella pieza tipográfica con ilustraciones hermosas; su trascendencia fue muy grande, y llega hasta final de siglo como libro de consulta.

4 La generación de los Jussieu en los estudios botánicos ocupó todo el siglo XVIII; sus nombres aparecen continuamente en la literatura científica de la época. El más conocido es Antonio Lorenzo (1784-1836) pero con anterioridad habían sobresalido sus tíos Bernardo (1699-1777), el más famoso, Antonio (1686-1758) y José (1704-1779), los tres médicos notables y autores de trabajos interesantes en el campo de la botánica. Estos tres hermanos eran hijos de un farmacéutico de Lyon, también llamado Antonio (1658-1728), autor de varias obras famosas en su época, como el Nouveau traité de la theriaque. El esplendor botánico de la familia se cierra, ya en el siglo XIX, con Adrián (1797-1853), hijo de Antonio Lorenzo, quien a su vez fue uno de los primeros botánicos de su tiempo en Europa.

5 Citado por Humberto Julio Paoli en “Vicisitudes de las Obras de Francisco Hernández”, Archeion, vol. XXII, n. 2, 1942, págs. 154-170. No hemos conseguido encontrar la obra original.

6 José Monti (1682-1760) fue profesor de botánica en la Universidad de Bolonia y autor de diversos libros que, poco antes de su muerte, fueron reimpresos conjuntamente bajo el título de Indices botanici et materias medicae (Bolonia, 1753), volumen en el que también se pueden encontrar referencias a Hernández cuando se trata de elementos americanos.

7 El libro de Bunaldo apareció en 1760; la información sobre Hernández está tomada, con toda seguridad, de segunda o tercera mano, pues de haber consultado el original de la edición romana no podría haber incurrido en un error tan elemental sobre la cronología y la actuación de Hernández.

8 La Bibliotheca Botánica de Seguier está editada en La Haya; su autor, viajero y explorador incansable, dejó otros varios libros impresos y muchos manuscritos, inéditos en su mayor parte, dedicados a temas arqueológicos y de historia natural.

9 Tournefort, ob. cit., párrafo tomado de la Flora de Quer citada, pág. 178.

10 No hemos conseguido encontrar ningún dato sobre este Coringio, nombre evidentemente latinizado, cuya obra cita Tournefort en diversas ocasiones.

11 Valmont de Bomare (1731-1807) es una importante figura de la historia natural francesa en el siglo XVIII; especialmente se dedicó a la mineralogía, por la que abandonó su profesión de farmacéutico; protegido en la corte, explicó cursos de historia natural en el Jardín Real de Plantas y fue censor del Liceo Carlomagno. Desgraciadamente, la mayor parte de las cartas que cruzó con muchos hombres de ciencia de su época las destruyó él mismo junto con sus trabajos no publicados, para no verse comprometido durante los días de la Revolución Francesa; está considerado como uno de los más efectivos mantenedores del interés por la historia natural en el siglo XVIII.

12 La obra de Eloy (1714-1788), aunque en lo referente a Hernández tenga apreciaciones poco exactas, es en realidad de enorme importancia para los estudios historico-medicos porque reúne y consigna las biografías de muchos médicos, que si no es por él hubieran quedado ignorados. Eloy es también autor de varios trabajos de tema médico sobre partos, enfermedades intestinales y trastornos del andar. Dedicado a la política, fue consejero en problemas médicos del duque Carlos de Lorena, en la época en que éste fue gobernador de los Países Bajos.

13 La extraordinaria figura de Alberto Haller, el gran médico suizo, es suficientemente conocida como para que sea necesario hacer aquí aclaraciones sobre su vida. En lo referente a Hernández tiene, además de haber utilizado sus datos científicos, el haberse interesado por su figura desde puntos de vista biográficos y bibliográficos, temas en los que, junto con la historia de la ciencia, desplegó gran actividad.

14 Tiraboschi (1731-1794) está considerado entre los primeros críticos de la literatura italiana; fue jesuita, bibliotecario y más tarde consejero del duque de Módena. Su interés por Hernández no responde al de la historia natural; lo recoge en su obra porque describe la edición romana dentro de su monumental historia de la literatura, ya que entonces se consideraba como tal todo lo que hubiera sido escrito y publicado. Es, no obstante, muy interesante y útil la referencia de Hernández en esta obra, pues, dada su extensa difusión en campos ajenos al de las especialidades científicas, sirvió para atraer hacia la obra de Hernández la atención de muchos que por otros caminos hubieran ignorado su existencia.

15 Bianchi de Rimini (1693-1775), que siempre firmó sus obras con el seudónimo de Janus Plancus, fue profesor de anatomía en Siena y más tarde fundó en Rimini un excelente gabinete de historia natural. Su actuación como miembro de la Accademia dei Lincei fue muy fructífera.

16 La historia antigua de México, título con que fue traducido al castellano el libro de Clavijero, es una obra suficientemente conocida de todos los historiadores. Puede ser considerada, si no la primera, por lo menos la más importante de las obras dedicadas en su época a México; eso hizo que tuviera una gran difusión, como lo demuestran sus repetidas ediciones y traducciones. Hemos utilizado la edición de la Editorial Delfín, México, 1944.

17 Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles (Madrid, 1880), libro VI, cap. III. Hemos utilizado la edición de la Biblioteca Emecé (Buenos Aires, 1945). La cita copiada corresponde al tomo VI, pág. 422.

18 Juan Andrés, Origen, progresos y estado actual de toda la literatura (Madrid, 1784). Esta edición española es la traducción de Carlos Andrés, hermano del autor, del original italiano que bajo el mismo título se publicó en 1794. El párrafo sobre Hernández aparece en el tomo II, cap. XIII, pág. 253. Sobre la interesante figura de Juan Andrés existen estudios importantes, como el de Francisco Giner de los Ríos, “El abate Andrés y el siglo XVIII”, Cuadernos Americanos (México), vol. II, año 1950, págs. 183-200.

19 La figura de Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, ha sido profusamente estudiada por muchos historiadores científicos. Entre nosotros deben consultarse estos trabajos: de Enrique Beltrán, “La vida multiforme de Buffon”; de Juan Comas, “Buffon, precursor de la antropología”, y “Buffon y la paleontología” de Manuel Maldonado-Koerdell, todos aparecidos en la Revista de la Sociedad Mexicana de Historia Natural, tomo XVIII, núms. 1-4, 1957, y leídos en la sesión conmemorativa del 250 aniversario del natalicio de Buffon.

20 Hemos utilizado la edición española que hizo D. Joseph Clavijo y Faxardo en veintiún volúmenes, en Madrid, entre 1791 y 1805, bajo el título de Historia natural general y particular, escrita en francés por el conde de Buffon.

21 Las cartas de Loefling a Linneo fueron traducidas, a principio del siglo XIX, por el ilustre sabio aragonés Ignacio de Asso, y publicadas bajo el título “Observaciones de historia natural” en los Anales de Ciencias Naturales, tomo III, n. 9, 1801-1802, pág. 170. En el año 1907, con motivo del Homenaje a Carlos Linneo en el segundo centenario de su nacimiento, volvieron a ser publicadas en el volumen V de las memorias de la Real Sociedad Española de Historia Natural, íntegramente dedicado a dicho homenaje.

22 Ibid.

23 Ibid.

24 Las gestiones de Carvajal cerca de Loefling y Linneo para reforestar las cercanías de Madrid aparecen descritas en el libro de Jean Serrailh, La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII (México, 1957), pág. 178.

25 Cartas de Loefling a Linneo, carta del 15 de octubre de 1753.

26 Ibid., carta del 18 de diciembre del mismo año, fechada en el Puerto de Santa María (Cádiz).

27 Ibid.

28 La flecha de la muerte de Loefling aparece distinta en los diferentes autores. Papp y Babini, en su Biología y medicina en los siglos XVII y XVIII (Buenos Aires, 1958), escriben: “murió en 1755”. Nordenskiöld, en Evolución histórica de las ciencias biológicas (Buenos Aires, 1949), inserta la fecha de 1755, y en los Viajes de Farinelli se dice que fue la fecha que nosotros aceptamos en el texto.

29 La lista de los materiales y libros entregados a Ruiz Pavón ha sido publicada por el padre Barreiro en Travels of Ruiz, Pavón and Donvey in Perú and Chile, Field Museum Nat. Hist. Botan. Series, vol. 21, n. 1, 1940, pág. 372.

30 El manuscrito de El Paraguay Natural se encuentra inédito en Holanda. La parte referente a la medicina fue extractada y publicada por Aníbal Ruiz Moreno, en un libro titulado La medicina en el Paraguay Natural (1771-1776), Tucumán, 1948.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ