f) Los otros trabajos


Hasta aquí nos hemos venido ocupando de lo que ocurrió con la obra de Hernández elaborada en América, y hemos visto cómo los originales que quedaron en poder del rey se quemaron en El Escorial, incluyéndose en las pérdidas los famosos libros sobre el método para conocer las plantas de ambos orbes, la tabla de males y remedios de Nueva España, la relación de las plantas de Europa que crecen en América, el antidotario del nuevo orbe y el tratado de las sesenta purgas naturales de América. De estos libros no se ha vuelto a tener noticia ni ha quedado copia, por lo que los consideramos definitivamente perdidos.

Mas, como sabemos que el acervo de sus trabajos era mucho más extenso de lo que el rey había recibido, es interesante repasar, aunque sea someramente, lo que pasó con estos trabajos desde la muerte de Hernández hasta hoy. Consta que dejó terminado el manuscrito de los Comentarios a Plinio, que ha llegado hasta nosotros en sus dos versiones primitiva y definitiva. Lo conservado no alcanza más que hasta el libro veinticinco y ya vimos que es casi seguro que el resto de los libros quedaran en casa del arquitecto Juan de Herrera, pues en el inventario de sus libros aparecen unos manuscritos muy sospechochos de ser los de Hernández.

Las primeras noticias que después de la muerte de Hernández tenemos de los libros del Plinio nos las proporciona Nicolás Antonio, quien escribe: “El Códice manuscrito en folio está en la biblioteca del conde de Villaumbrosa y los restantes en la biblioteca del marqués de Mondéjar.”72 Nicolás Antonio se refiere solamente a los libros XIII, XIV, XV y XVI, sin aclarar dónde los vio. Resulta difícil averiguar hoy cómo pudieron ir a parar a estas bibliotecas estos libros, que más tarde encontramos reunidos otra vez, y llama más la atención si se piensa que los libros citados por Nicolás Antonio no estuvieron nunca separados, pues corresponden, junto con el XII, al volumen 5° de lo que hoy existe como “Redacción definitiva” y, reunidos al 4° y 6°, constituyen el volumen tercero de los Primeros borradores. La afición bibliográfica del marqués de Mondéjar es bien conocida, así como su labor de escritor, campo en el que dejó más de cien obras originales. Conocedor de lenguas orientales, así como de la italiana y la francesa, dedicó su vida a estudiar temas históricos; llegó a reunir una copiosa biblioteca con piezas inestimables. Es probable que Nicolás Antonio viese el Plinio de Hernández en su biblioteca, pero es también muy posible que sólo estuviera allí en calidad de préstamo, dado que por ostentar puestos palaciegos y administrativos tenía entrada fácil a las dependencias de palacio. No se explica de otro modo que estos libros, dispersos a mediados del siglo XVII, estuvieran reunidos de nuevo a mediados del siglo XVIII en la Biblioteca de Palacio y llegaran juntos a la Biblioteca Nacional, a principios del siglo XIX. Respecto al conde de Villaumbrosa, no tenemos datos que nos permitan explicar las razones por las que poseía manuscritos de Hernández.

La traducción y comentario del Plinio que escribe Hernández es la primera traducción de ese autor al castellano. Como quedó inédita no tuvo utilidad general, sin embargo, pocos años después otro médico de la corte se lanza a la misma empresa que Hernández y consigue publicar la primera traducción castellana de Plinio con “escolios y anotaciones”.

Nos referimos a Jerónimo de la Huerta, quien publica la traducción castellana de Plinio en 1629, aunque antes, en 1599, 1603 y 1605, había publicado traducciones fragmentarias.73 Gómez Ortega acusa a De la Huerta de haber utilizado mucho del material de Hernández para su trabajo.74 Es difícil llegar a esa conclusión, pues, comparando los comentarios de ambos e incluso las traducciones directas de Plinio, son bastante diferentes. Llama la atención sin embargo que De la Huerta no cite para nada a Hernández en su libro y que, no obstante no haber estado nunca en América, haga muchos comentarios sobre cosas americanas que posiblemente están tomados de Hernández. Es muy difícil pensar que no sabía de la traducción de Hernández, ya que la memoria del protomédico seguía bastante viva cuando él escribe y, siendo los dos médicos de la corte, debió de conocer la existencia de ese manuscrito, que, al parecer, se encontraba precisamente en la Biblioteca de Palacio en Madrid.

Cuando Gómez Ortega escribe sobre Hernández un siglo y medio después, afirma que el manuscrito del Plinio fue descubierto por Cerdá y Rico en la Biblioteca de Palacio en Madrid; esto nos confirma lo que suponemos sobre la posibilidad de que dicho manuscrito sirviera a De la Huerta para componer el suyo. Pero en cambio se compagina mal con la existencia de esos manuscritos en las bibliotecas particulares en que los cita Nicolás Antonio. Este los tuvo que ver muchos años después de que De la Huerta publicase su libro, pues, para la fecha en que el Plinio de De la Huerta sale a luz, Nicolás Antonio tenía 12 años solamente.

La única manera de poder explicar esto es por el préstamo, como ya hemos apuntado, o tal vez pensando que lo que tenían los nobles citados en sus bibliotecas eran tomos de los primeros borradores que más tarde pasaron a la Biblioteca de Palacio para unirse con la redacción definitiva, que permanecía allí desde el siglo XVI. Es evidente que a mediados del siglo XVIII aparecen ya todos los tomos del Plinio en la Biblioteca de Palacio, que será el embrión de la futura Biblioteca Nacional de Madrid, donde los encuentra Colmeiro a principios del siglo XIX y donde están todavía.

Respecto a los trabajos aristotélicos, también se les puede seguir la pista durante algún tiempo. Ya vimos que probablemente quedan en la biblioteca de Juan de Herrera, donde estaban conservados en 1597 cuando se hace el inventario.75 Después quedan ignorados, pero como el manuscrito tiene una portada de estilo barroco decadente en la que los libros se dedican a D. Jerónimo de Camargo por un señor Gutierre Terán y Castañeda, suponemos que, al dispersarse la biblioteca de Herrera, estos manuscritos fueron adquiridos por algún particular interesado y, quién sabe si por el propio Terán, quien los obsequia a Camargo, que era fiscal del Consejo de Indias de 1645 a 1652, tal vez en prueba de agradecimiento por alguna merced. El resto de los estudios sobre Aristóteles, los que compuso en América, quedaron con el resto de sus obras y borradores y es seguro que pasaron muy pronto a la biblioteca del Colegio Imperial de los jesuita s de Madrid, pues León Pinelo, en su Epítome, publicado en 1629 y recopilado en los años transcurridos desde 1623 en que llega a la corte, sitúa en dicha biblioteca varios tomos de Hernández advirtiendo que los originales están en El Escorial. Es interesante que Pinelo llame la atención sobre el volumen, que contiene varias obras y entre ellas un tratado del Templo Mexicano. En este mismo volumen estaban los tratados aristotélicos escritos en México. Como ya sabemos, en esta biblioteca consultó y tomó de ellos lo que necesitaba el padre Nieremberg, y de allí salieron en el siglo XVIII para la edición de 1790, de que trataremos más adelante, y en la que muchas partes, entre ellas los tratados aristotélicos, quedaron inéditos.

Probablemente desmembrados desde los primeros tiempos, después de la muerte de Hernández, los libros de Antigüedades y el Libro de la Conquista no aparecen citados por ningún autor durante los siglos siguientes hasta que, a principios del siglo XIX, los regala a las Cortes un Sr. Blas Hernández, toledano y probablemente descendiente del protomédico. No sería difícil que estos libros hubieran sido llevados por la familia a las casas solariegas de la provincia de Toledo, de donde eran originarios, y allí, ignorados de todos los investigadores, permanecieran hasta que la familia los regaló al Estado.

Aunque en la parte dedicada a estudiar la bibliografía de las obras escritas por Hernández, trataremos uno por uno los datos referentes a cada caso de sus obras, hemos creído de todas maneras que sería interesante recoger aquí, de la misma manera que hemos venido haciéndolo con la Historia natural de Nueva España, la trayectoria de las otras obras para que quedara completo este capítulo de la proyección hernandina durante el siglo XVII.






72 Nicolás Antonio, Bibliotheca Hispana Nova (Madrid, 1783).

73 Jerónimo de la Huerta, Historia natural de Cayo Plinio Segundo, traducida por el licenciado…, médico y familiar del Santo Oficio de la Inquisición. Y ampliada por el mismo con escolios y anotaciones... (Madrid, 1624). En 1599 había ya publicado el libro de los animales y en 1603 publicó el de los peces.

74 Prólogo de la ed. matritense, véase Bibliografía Hernandina, n. 4.

75 Agustín Ruiz de Arcaute, Juan de Herrera (Madrid, 1936).

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ