e) El incendio de El Escorial


Mientras que por toda Europa se difundía el nombre y la obra de Hernández y en América, sobre todo en México, se perpetuaba su recuerdo, se produce en España un acontecimiento lamentable e irreparable que acaba con los auténticos materiales de su expedición.

El día 17 de junio de 1671, a las tres de la tarde, mientras los monjes del monasterio escurialense rezaban en el coro y los obreros estaban dispersos en sus trabajos, una de las chimeneas del piso alto empezó a arder; corrieron tanto los operarios como los monjes y en pocos minutos se consideró dominado el fuego, sin mayores consecuencias, y todos los que espontáneamente acudieron a apagarlo volvieron a sus quehaceres, dando por terminado el incidente. Sin embargo, este resultado no era más que aparente, el fuego se había infiltrado por los espacios muertos existentes entre los artesonados y la viguería del piso inferior y los pisos del superior, sin que nadie lo advirtiera, y pocas horas después, bruscamente, empezaron a arder con inusitada violencia los techos y los pisos de varios aposentos y salas. Por ser verano caluroso, las maderas que sostenían el armazón interno de todo el monasterio estaban muy resecas y constituyeron un excelente pasto para las llamas, que en pocas horas invadieron más de la mitad del monasterio. Un viento huracanado, de los que con tanta frecuencia se producen en esa montuosa región de España, vino a terminar de complicar los trabajos de extinción, avivando el fuego que, al destruir las vigas, hizo venirse al suelo una extensa parte de la construcción interior. Las partes más afectadas fueron las residencias de los frailes y la biblioteca del monasterio. Quince días tardó en dominarse el fuego, cuyas llamas salían por encima de los muros ennegrecidos después de haber derribado partes extensas de techumbre y entramado.

Todos los habitantes del pueblo de San Lorenzo y de las villas de los alrededores acudieron a tratar de sofocar el incendio y salvar lo más posible de las riquezas allí contenidas. Se produjo una extraordinaria aglomeración y confusión de gente, gracias a las cuales pudieron librarse del fuego ricos ornamentos, cuadros, reliquias, vasos sagrados y libros. Como decíamos, la biblioteca fue de las partes más dañadas en el incendio; cayeron sus techos arrastrando entre los escombros obras valiosísimas, como aquellos famosos 400 manuscritos árabes que habían sido seleccionados de los miles tomados a los moros durante la Reconquista, unos manuscritos chinos de valor extraordinario, cientos de incunables y la obra de Hernández. También se guardaban allí objetos y recuerdos valiosos, que perecieron junto con los libros, y entre ellos el más lamentado en aquellos momentos fue el estandarte turco que había sido conquistado en la batalla de Lepanto.

Cuando, después de quince días de lucha continua con el fuego, se logró dominarlo completamente, el espectáculo era desolador y las pérdidas reparables ascendían a más de un millón de ducados. Las irreparables, entre las cuales estaban los manuscritos de Hernández, era imposible valorarlas, más por el valor estimativo que poseían que por el propio valor material.

La reina gobernadora doña Mariana de Austria, que había asumido el poder en aquellos años por la minoría de edad del rey don Carlos II, ordenó inmediatamente la reconstrucción de todo lo derruido, labor en la que se emplearon cinco años y costó 2 200 000 pesetas. Todo lo que durante la catástrofe fue acumulado en las casas de los vecinos y particulares volvió al monasterio, comentándose elogiosamente que al hacer el recuento de las cosas salvadas no faltó ni un solo objeto, ni una sola piedra preciosa de las muchas miles que contenían los vasos y ornamentos evacuados.

Pero los manuscritos de Hernández, aquellos encuadernados en cuero azul, que tan elogiosamente habían sido descritos por Sigüenza, Porreño y en general por todos los historiadores que tuvieron ocasión de contemplarlos, desaparecieron para siempre. El último que los describe es el padre Francisco Santos. Catorce años antes del incendio publicó un libro que describe el monasterio y, al llegar a la biblioteca, escribe: “hay una curiosidad de grande admiración y estima que es la historia de todas las medicinales plantas de las Indias Occidentales, con sus mismos nativos colores y propias hojas pegadas en las de los libros y su misma raíz, tronco, ramas, venas, flores y frutos. Fue el autor de esta curiosidad un gran herbolario llamado Francisco Hernández, natural de Toledo, que de orden del fundador pasó a las Indias a buscar lo extraño de las yerbas y saber lo experimentado de sus calidades. Otros libros donde puso pintadas esas mismas yerbas y plantas y animales y los estilos y traje de los indios, con otras observaciones gustosas de por allá y variedad de aves”.62

Cuando este libro se reedita años después del incendio, el autor conserva el párrafo anterior, pero añade: “todos perecieron en la fatalidad del incendio aunque se procuraron rescatar”.63 Como De los Santos fue prior del monasterio, además de lector de teología y maestro de capilla, su testimonio absolutamente contemporáneo tiene un valor indiscutible: fue un testigo presencial64 que además actuó en la lucha contra el incendio. Mucho debió de ser el sentimiento por la pérdida de este manuscrito, al dolerse por ella, y es el único libro cuya destrucción se recuerda en el texto del padre Santos no obstante el elevado número de los que desaparecieron.

Para nuestra historia, la consecuencia del incendio es que perdimos para siempre la obra cuidada, los herbarios originales y el manuscrito definitivo de los libros escritos en América; todo aquello que había sido presentado al rey, y éste había mandado guardar en su guardajoyas, antes de enviarlo a la biblioteca del monasterio de El Escorial donde se acumulaban sus más preciados tesoros. El texto pudo ser con el tiempo reconstruido, aunque se perdieran definitivamente algunos tratados como los famosos libros adminiculativos de que tantas veces hace referencia en sus últimas cartas desde México, pero en cambio los dibujos, ésos sí constituyeron una pérdida lamentable, pues no ha quedado de ellos más que la memoria y las reseñas que sobre su belleza y originalidad escribieran los que alcanzaron a conocerlos. Aun teniendo en cuenta que, mediante los que quedaron conservados en la obra del padre Nieremberg, podemos conocer cómo fueron en conjunto los tan alabados dibujos de Hernández, nos quedará siempre por saber cómo estaban iluminados con aquellos colores tan reales, probablemente de factura indígena, que tanto llamaron la atención entre los que alcanzaron a contemplarlos.

La pérdida fue lamentada por todos los interesados en la historia natural de América, considerándose irreparable la desgracia cuya única compensación estaba en la obra editada en Roma.

El asunto de la desaparición de los dibujos de Hernández tiene una larga historia posterior al incendio, pues en diversas ocasiones se ha asegurado que la pérdida no fue total y que todavía se podían encontrar algunos de los dibujos en la biblioteca escurialiense. Han sido muchos los historiadores que se han acercado a El Escorial con la esperanza de tropezar, revolviendo entre viejos papeles, con alguna de las láminas de Hernández salvadas de la quema. Donde primero se afirma su existencia es en la clásica obra de D. Joseph Quer, cirujano del Rey Carlos III, titulada: Flora española o Historia de las plantas que se crían en España, publicada por las prensas de Ibarra en Madrid, en 1762, quien en el prólogo, después de haber copiado las alabanzas que sobre la obra de Hernández escribieran Sigüenza y Porreño, con algunas ligeras modificaciones, añade: “En el incendio y quema que padeció este real sitio, principalmente en la bibliotheca, le cupo gran parte a esta obra, tan magnífica como costosa. ¡O, qué dolor! De modo que la mayor parte de ella fue víctima funesta de las voraces llamas. No obstante, quedaron algunos fragmentos, que he tenido en mis manos, que casi me hicieron enternecer, al contemplar tan primorosos dibujos y la viveza de colores con que estaban las figuras de plantas, árboles y animales, todo por el natural. Assimismo han quedado algunos volúmenes del herbario de plantas secas americanas, y de algunas del país”.

Pasan varios años sin que tengamos ninguna nueva referencia a esos restos, posiblemente conservados, de la obra hernandina, cuando en una revista publicada en España a principios del siglo XIX, con el título de Variedades de ciencias, literatura y artes, aparece un artículo más concreto, asegurando lo mismo o tal vez más de lo que D. Joseph Quer afirma en su libro. En esta revista, comentando en 1805 la reciente vuelta a España del naturalista Martín de Sessé, que, como veremos más adelante, había estado en México dirigiendo una expedición científica fuertemente inspirada en Hernández, se dice:

”De todos los descubrimientos que ha hecho esta expedición, ninguno ha sido de tanto regocijo para el director de ella {Sessé}, como el hallazgo reciente de los dibujos iluminados de la muy costosa, que con igual objeto, hizo en el mismo reino de Nueva España nuestro insigne Dr. Francisco Hernández, médico del Sr. Felipe II, por los años de 1570, reciente su conquista, es decir, cuando ninguna de las naciones que nos acusan de atraso en el estudio de las ciencias naturales pensaba salir de sus hogares para estudiar la naturaleza y copiarla tan al natural como el Dr. Hernández.

”Este precioso monumento de la generosidad de nuestros monarcas y de la ilustración española en aquellos tiempos, se creyó que había perecido en el lastimoso incendio de El Escorial. Mas por fortuna la suerte lo reservó en una pieza baja del mismo monasterio, hasta que viniese a dar con él don Martín de Sessé, justamente encargado de ilustrar la obra de aquel sabio Español por primer objeto de su comisión.

”Este hallazgo fue de tanto aprecio para el excelentísimo Sr. don José Antonio Caballero, ministro de Gracia y Justicia, que al punto pasó acompañado del mismo Sessé a la pieza en que se habían hallado tan preciosos trabajos, y los mandó colocar en la biblioteca de los manuscritos antiguos, previniendo al R. P. Prior que se custodiasen con el mayor cuidado, para que Sessé pudiese rectificar y comparar sus descubrimientos con los del Dr. Hernández y se conserve un testimonio de tanto honor para la nación española.”65

Ese mismo año de 1805 es cuando el padre Moxó publica, sin que podamos conocer el origen de sus afirmaciones, las Cartas americanas, donde asegura que los manuscritos no fueron quemados aunque admite su destrucción por el polvo y la polilla. Pasan varios años y en un libro cuya gestación es larga y complicada aparece nuevamente el dato de la aparición de los volúmenes de Hernández. Nos referimos a la Biblioteca Española de Bartolomé José Gallardo, quien preparó su material durante los años de las décadas del 20 al 40 del siglo pasado, y su libro fue premiado por la Biblioteca Nacional de Madrid en el concurso de 1862, premio que llevaba anexa la obligación de publicarlo de inmediato. Por diversas causas la publicación no se llevó a efecto, pasaron veinticinco años, murió Gallardo y entonces otros dos investigadores, Zarco del Valle y Sancho Ranón, coordinaron y aumentaron, como dice en la portada, los apuntamientos de Gallardo, dándolos a la luz en 1888.66 Pues bien, con más de cincuenta años de retraso, nos enteramos en este libro de algo que le pasó a Gallardo en El Escorial con los manuscritos de Hernández. Al escribir la ficha de los trabajos referentes a este autor la inicia copiando íntegros los párrafos de la información de la revista Variedades de ciencias, literatura y artes, que insertamos más arriba, y alguno más que no tiene ahora interés para nosotros. A continuación escribe: “Este pasaje que copio de las Variedades me ha aguado el gusto que tenía de haber sido yo el descubridor de este tesoro, que trasteando la biblioteca alta de El Escorial, el año de 1835, descubrí en su parte más recóndita y extrema en trece tomos de a folio. Pero no son sino herborizaciones.” A continuación, en otra nota que parece haber sido añadida por los coordinadores, se lee lo siguiente: “Por noviembre de 1836, viviendo con los monjes de El Escorial y pasando los días de sola sol encerrado en la biblioteca alta, descubrí en el cuarto de los libros prohibidos, en que ésta remata, 13 volúmenes (13 quiero acordarme que eran) en fol{io} marquilla, de las obras botánicas del Dr. Hernández, con sus correspondientes ejemplares de las plantas herborizadas. Comuniqué esta especie al Dr. Lagasca.”67 No dice más y sigue reseñando manuscritos de Hernández, por cierto con algunos errores imperdonables.68

En el intervalo entre la noticia de Gallardo y su publicación es cuando don Justo Zaragoza afirma haber visto muestras de las láminas en colores con que se ilustraba la obra de Hernández, pero como no dice dónde las vio y parece tratarse de hojas impresas no podemos asegurar que fuesen las mismas a que se refieren Sessé y Gallardo.69 Finalmente el doctor Nicolás León, al hacer la biografía de Hernández que coloca en el prólogo a la reedición del libro de Ximénez en 1888, después de relatar el incendio y la destrucción de los libros de Hernández, afirma que se salvaron algunas hojas “que hoy sirven para hacer más sensible la pérdida”.70

Todo lo anterior hace pensar que efectivamente quedó algo de la obra de Hernández indemne a la destrucción del incendio y que todavía se conserva en la biblioteca de El Escorial. Tratando de confirmar estos datos nos dirigimos hace años al bibliotecario actual del monasterio de San Lorenzo del Escorial, haciéndole historia del asunto. En amable carta, nos contestó lo siguiente: “Creo que todas las noticias que me da en su carta acerca de la obra de Hernández son inexactas. Confunden la colección de plantas de dicho autor con otra que se hizo en tiempos posteriores. En la sección de estampas hay algunos dibujos, muy pocos, de aves y alguna planta, pero no hay fundamento ninguno para poder asegurar que pertenezcan a dicha obra. Le saluda atentamente su s.s. p. Luciano Rubio.” (Firmado y rubricado.)71

Esta carta parece dar el golpe definitivo a las ilusiones que todavía pudieran existir sobre el encuentro de algunos de los dibujos de Hernández; sin embargo, en los años transcurridos desde que fue recibida hasta ahora, han sido varios los amigos nuestros que en viaje por España se han acercado a El Escorial interesándose por conocer estos dibujos de aves y plantas a los que se refiere el padre Rubio. Les han sido mostrados y, a su regreso, después de comunicarnos sus impresiones sobre ellos, hemos llegado a la conclusión de que es necesario sean examinados por un buen conocedor de la iconografía hernandina, pues no está tan definitivamente probado que no puedan pertenecer a las colecciones de Hernández. Por tanto, el problema sigue en pie; esperemos que algún día se pueda efectuar un estudio detenido de estos materiales que, de ser auténticos, vendrían a llenar una de las lagunas más importantes con que se tropieza en las investigaciones sobre la obra de Hernández.






62 Francisco de los Santos, Descripción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (Madrid, 1657).

63 El libro del padre de los Santos se reeditó en tres ocasiones más, los años de 1667, 1681 y 1698. Nosotros hemos consultado la última edición, que es póstuma, ya que dicho autor murió en 1692.

64 La figura del padre Francisco de los Santos es muy interesante en la vida de El Escorial. Dejó muchos libros escritos y quedó perpetuado en el famoso cuadro de Claudio Coello, La Sagrada Forma, que está en la sacristía del monasterio de El Escorial y en el cual el padre De los Santos aparece de pie en el centro elevando la custodia ante el rey arrodillado.

65 Variedades de ciencias, literatura y artes, vol. II, n. 24, 15 de diciembre de 1805, pág. 357.

66 Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos, formado con los apuntamientos de don Bartolomé José Gallardo, coordinados y aumentados por D.N.R. Zarco del Valle y D. J. Sancho Ranón (Madrid, 1888).

67 Ibid., tomo III, pág. 177.

68 En la Bibliografía Hernandina, n. 34, tratamos de esta imperdonable falta de D. Bartolomé Gallardo, que llegó por error a inventar un libro de Hernández.

69 Cartas de Indias (Madrid, 1877), pág. 773.

70 Nicolás León, “Prólogo” a la reedición del Ximénez. Véase Bibliografía Hemandina, n. 14.

71 Carta fechada en San Lorenzo de El Escorial el día 4 de febrero de 1952.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ