c) El padre Nieremberg y la Compañía Holandesa de las Indias


Sin que conozcamos los motivos, el hecho es que las copias y borradores primitivos de los originales que se entregaron al rey y que se conservaban en el monasterio de El Escorial, o sea aquellas que al morir Hernández suponemos debían de estar en su casa, pasaron a la biblioteca del colegio que la Compañía de Jesús tenía en Madrid bajo la denominación de Colegio Imperial. Allí los examinó León Pinelo —quien, en su Epítome, se refiere a ellos40— y allí, y esto es lo importante, estuvieron a la disposición del padre jesuita Juan Eusebio Nieremberg, quien los utilizó ampliamente para la composición de su obra Historia Naturæ Maxime Peregrinæ.41 Nieremberg conoció no sólo los originales sobre la historia natural de América, sino que también tuvo ocasión de utilizar algunos estudios históricos y varios trabajos de Hernández que, aun siendo de tema zoológico, no habían sido incluidos en la Historia Natural de Nueva España porque su contenido no encajaba en ella.42

Nieremberg, que para componer su obra se basó en muchos otros autores además de Hernández, tiene verdadera lealtad para informarnos sobre lo que utiliza de cada uno. De esta manera encontramos que todo a lo largo de su obra, y principalmente en lo referente a plantas y animales exóticos en España, los datos tomados de Hernández son copiosos y más verídicos que los recogidos por los comentadores linceos que sólo se valían de un original de segunda mano, como era el resumen de Recchi. Todavía tiene el libro de Nieremberg una característica que ha resultado de la mayor importancia. Además del texto, el jesuita ilustró su obra con grabados que también tomaba y reproducía de las obras consultadas. Gracias a esta feliz iniciativa hemos podido conocer cómo fueron los dibujos originales de la obra de Hernández, ya que Nieremberg recogió algunos, conservándolos, por lo general, tal y como aparecían en los manuscritos del protomédico o mandándolos arreglar ligeramente por el grabador Christoffel Jegher, dibujante de la escuela flamenca que se ocupó de la parte gráfica del libro. Ya nos hemos referido en varias ocasiones a estos dibujos que nos sirvieron de mucho para conocer e interpretar la verdadera obra de Hernández.43

El libro de Nieremberg, lujosamente editado en Holanda, salió a la luz en 1635 o sea quince años antes de que los ejemplares del Tesoro romano se divulgaran. Tuvo extraordinaria difusión, pues realmente constituía la primera obra extensa e ilustrada dedicada a recoger conocimientos exóticos sobre temas naturales, los cuales, si bien no eran originales ni su autor los había obtenido de primera mano, en cambio tenían el valor de que aparecían reunidos y sistematizados, lo que evitaba al lector interesado la necesidad de buscarlos diseminados por libros y manuscritos.

Para esa época ya se había escrito mucho sobre la aportación natural de América, no olvidemos que, desde mediados del siglo XVI, los autores se ocupaban con interés de las cosas que suministraba el Nuevo Mundo. Las obras de Leonardo Fusch,44 Jerónimo Bock,45 el famoso Tragus cuya botánica consulta Hernández en México, prestada por Cervantes de Salazar, el De Natura Stirpium de Juan de Ruel,46 los libros de Mathiolo,47 de Dodoens,48 de Matías Lobelius,49 el mismo Dioscórides comentado por Laguna,50 están llenos de referencias a elementos americanos. Y sobresaliendo por encima de todos ellos aparece el Monardes específicamente dedicado a estudiar “las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales que sirven en la medicina”.51 En un plano no científico casi todos los relatos de los cronistas, y en especial los tratados de Fernández de Oviedo,52 de Cieza de León53 y de Acosta,54 contienen material abundante para conocer la naturaleza americana. Sin embargo ninguno tiene la concisión, la sistemática, el orden y la belleza expositiva de la obra de Nieremberg, quien, además, se extiende a recoger datos de las Indias Orientales, Filipinas, etc., con lo cual consigue presentar en un solo volumen aquello que, desperdigado por muchos, resultaba imposible conocer sin un esfuerzo considerable.


Testamento de Francisco Hernández


Partida de defunción de Francisco Hernández


Grabado del libro de Nieremberg


Iglesia y barrio de Santa Cruz de Madrid en el siglo XVI


Felipe II a los 60 años de edad


Benito Arias Montano en 1580


Juan de Herrera


El príncipe Felipe (después Felipe III), a los 13 años


Mientras los linceos perdían tiempo y el padre Nieremberg completaba su obra en la biblioteca jesuítica de Madrid, en Holanda, Juan de Laet, que a la sazón era director de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, compuso un libro, primero en holandés, en 1625, y más tarde traducido al latín, en 1633, y al francés, en 1640,55 en el cual da la noticia de la edición de la obra del padre Ximénez, que había tenido lugar en México diez años antes. Con seguridad tuvo ocasión de consultar el libro, pues lo cita correctamente y por toda su obra se encuentran referencias sobre la botánica mexicana, indudablemente tomadas de la obra de Hernández en la traducción y arreglo de Ximénez. Laet, además, intercala diversos grabados de plantas mexicanas, que no pudo obtener del libro de Ximénez que estaba editado sin ilustraciones, pero que probablemente le fueron suministrados por sus agentes en América, con seguridad los mismos que le proporcionaron el libro, el cual, como ya dijimos, tuvo mucho éxito aunque de tipo puramente local.

La trascendencia del libro de Juan de Laet fue grande. Tanto a los holandeses como a sus vecinos de Francia e Inglaterra les interesaba tener una buena información sobre el Nuevo Mundo. Los españoles, usando de la exclusividad que por dictamen papal mantenían desde los primeros tiempos del descubrimiento de América, impedían el acceso de ingleses, franceses y holandeses a las costas americanas. Viendo en ellos no sólo al enemigo que trataba de conseguir ventajas y tierras en el Nuevo Mundo, sino algo más grave, al enemigo de la fe católica, el cual podía romper esa cerrada e inalterable espiritualidad del pueblo español en que radicaba su mayor fuerza.

Mas los pueblos de Europa sentían irreprimible atracción hacia los dominios españoles de América, y mientras los ingleses se lanzaron a la acción bélica y, armados en piratas, asaltaban y saqueaban, con el visto bueno de su reina, los territorios españoles, los holandeses, más cautos, emprendieron una labor de intercambio comercial donde era difícil distinguir hasta qué punto se comerciaba y hasta dónde llegaba el contrabando. Los barcos holandeses cruzaban una y otra vez el Atlántico, transportando productos americanos exóticos a Europa y chucherías europeas a las islas de América. La Compañía Holandesa de las Indias Occidentales era el centro de una intrincada red de intereses y su director era un personaje cuyos informes, obtenidos de primera mano, se estudiaban en el resto de Europa con todo detalle. Por esta razón, el libro de Juan de Laet, tuvo desde el primer momento tan abundante público que obligó a reeditarlo en idiomas de más amplia difusión. Con referencia a nuestro tema, permitió que el nombre y la obra de Hernández llegasen a sectores de público y de especialistas aislados del núcleo científico español, preparando así el terreno para que, al distribuirse la obra que se editaba en Roma, su tema y su autor no resultaran desconocidos y el bello libro de los linceos fuese acogido con mucho interés.

De esta manera nos encontramos que, durante los años transcurridos desde 1630, en que un corto número de ejemplares de la edición romana salen a la luz, con escasa o nula difusión, hasta que en 1651 se publica y difunde definitivamente toda la edición, el nombre de Hernández no se pierde para los especialistas y lectores interesados, pues lo mantienen vivo en primer lugar, las referencias directas de Nieremberg, cuyo libro corre por toda Europa y, en segundo, las indirectas y menos seguras de Laet.






40 Antonio León {Pinelo}, Epítome de la Biblioteca Oriental i Occidental, Náutica i Geográfica (Madrid 1629).

41 Sobre esta obra y el material de Hernández utilizado en ella, véase Bibliografía Hernandina, núms. 1, 2, 3 y 15.

42 Nos referimos a la descripción del Templo máximo mexicano y a los trabajos sobre el tiburón y el pez remeneo, que recoge Nieremberg. Véase Bibliografía Hernandina, núms. 1, 2 y 3.

43 Germán Somolinos d’Ardois, “Sobre la iconografía botánica original de las obras de Hernández y su sustitución en las ediciones europeas”, Rev. Soc. Méx. de Hist. Natural (México), vol. XV, núms. 1-4, 1954, págs. 73-86.

44 Leonardo Fusch, De historia stirpium commentarii insignes maximis impensis et vigilis elaboranti... (Basilea, 1542).

45 Jerónimo Bock, New Kreutter Buch von underscheydt, würckung und numen der Kreutter (Estrasburgo, 1539), y su traducción latina hecha por David de Kybero con el nombre de Hieronymi Tragi de stirpium, maxime earum qua in Germania nostra nascentur... (Estrasburgo, 1552), que fue la que tuvo más difusión, y la más conocida de Veræ atque ad vivum expressæ imagines omnium herbarum, fructicum quarum nomenclaturam et descriptiones (Estrasburgo, 1553), que es la que consta examinó Hernández en México, prestada por su amigo Cervantes de Salazar, en cuya biblioteca existía.

46 Juan de Ruel, De natura stirpium libri tres… (París, 1536 y Basilea, 1538).

47 Pedro Andrea Mattioli, Di Pedazio Dioscoride Anazarbeo Libri cinque della historia et materia medicinale tradotta in lingua volgare italiana... Con amplissimi discorsi et commenti et dottisime annotazioni et censure del medesimo interprete (Venecia, 1544). Esta obra fue popularísima y reeditada muchas veces dentro del siglo XVII.

48 Aunque las obras de Rembert Dodoens son muchas, la mayor parte de ellas fueron recogidas por el famoso editor holandés Plantin en el célebre libro titulado: Stirpium historia pemptades sex sive libri xxx (Amsterdam, 1583).

49 Matías de L’Obel (Lobelius), Plantarum seu stirpium historia... cui annexum est adversariorum volumen (Amberes, 1576).

50 Pedacio Dioscórides Anazarbeo, Acerca de la materia medicinal... traducido por el Dr. Andrés de Laguna (Amberes, 1555).

51 Nicolás Monardes, Dos libros, El uno trata de todas las cosas que traen de Nuestras Indias Occidentales que sirven al uso de medicina. . . (Sevilla, 1563).

52 Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano (Sevilla y Salamanca, 1535-37), y Sumario de la natural historia de las Indias (Toledo, 1526). Véase la excelente reedición de este último, preparada y anotada por el Dr. José Miranda (México, Fondo de Cultura Económica, 1950).

53 Pedro Cieza de León, Primera parte de la Crónica del Perú, que trata de la demarcación de sus provincias, la descripción dellas, las fundaciones de las nuevas ciudades, los ritos y costumbres de los indios y otras cosas extrañas dignas de ser sabidas (Sevilla, 1553).

54 Joseph de Acosta, Historia natural y moral de las Indias (ob. cit.).

55 El libro original de Juan de Laet se titulaba: Beschrijuinghe van West Indien door (Leyden, 1625). La edición latina de 1633 se tituló: Novus Orbis seu descriptionis Indiæ Occidentalis, libri XVIII; la francesa, también editada en Leyden en la tipografía de Elzevirius, como las anteriores, en 1640, se titula L’Histoire du Noveau Mondes ou description des Indes Occidentales. Todavía existe una traducción inglesa, pero es muy posterior, de 1841, en Nueva York.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ