b) La edición “romana”


Mientras los papeles americanos de Hernández dormían —los originales en El Escorial, en Nápoles sus resúmenes y el resto de estudios y trabajos diseminados por otras bibliotecas—, se produce en Roma, el 17 de agosto de 1603, un acontecimiento que, aun siendo en aquellos momentos intrascendente, llegará con el tiempo a convertirse en fundamental para la historia que nos ocupa. Cuatro jóvenes entusiastas por las ciencias naturales se unen para suscribir un documento por el cual nace la Accademia dei Lincei, gloriosa institución que ha tenido el raro privilegio de perpetuarse en su misma labor científica hasta el día de hoy.

Los cuatro fundadores, entusiastas y adolescentes, fueron Federico Cesi, hijo del duque de Acquasparta, que contaba diez y ocho años de edad y un interés poco común por las ciencias naturales,25 y cuya situación acomodada le permitía sufragar los gastos de la naciente institución, de la que fue considerado presidente desde el primer día; su primo Anastasio de Fillis, apenas un año mayor que él, en el cual había fermentado la levadura de las experiencias de Galileo atrayéndole a la ciencia con todo fervor;26 el holandés Juan Heck (en italiano Ackio), médico acabado de recibir en Perugia,27 y Francisco Stelluti, docto en ciencias naturales, insigne traductor de los clásicos y por cuya actividad y entusiasmo se le designó secretario y relator de la Accademia.28 El barroquismo de la época influyó en sus deseos y, considerándose poseídos de un vivo deseo de penetrar con un ojo agudo, como de lince, en los secretos de la naturaleza, decidieron tomar como nombre y emblema social al lince, que aparece en la insignia de la Accademia rodeado de una rama de laurel. Ellos, por derivación, se llamaron los linceos, o sea los que miran con ojos de lince.

Esta Accademia dei Lincei, que nace como juego de muchachos, con más entusiasmo que bagaje científico, tuvo dificultades terribles en sus comienzos. Por inexperiencia y juventud, sus constituyentes rodearon las actividades científicas de la sociedad de un aire misterioso que desató sospechas en el padre y familiares de Cesi, menos entusiastas por la ciencia que sus hijos, y, creyéndolos envueltos en maquinaciones tenebrosas, urdieron una persecución contra ellos que motivó su dispersión. El más perseguido fue el médico holandés, que fue conminado a salir de Roma y volver a su patria. Stelluti tuvo que marchar a Parma y Fillis a Terni. Cesi quedó vagando entre Roma, Nápoles y su tierra feudal.

La dispersión no consiguió apagar el entusiasmo científico de los jóvenes, quienes continuaron en relación mediante correspondencia, conservada hasta hoy; en ella se perfiló y concretó el programa de la Accademia, que, bajo el nombre de Lynceographum, constituye el estatuto fundamental de la sociedad. Cesi buscaba afanosamente un tema de trabajo que prestigiara la joven Accademia, cuando tuvo la suerte de que su amigo Casiano del Pozzo, recién venido de España, le informase de la importancia de la obra de Hernández que había visto en El Escorial y de la peregrinación hasta Italia que había hecho el resumen del napolitano. Cesi, que a su vez ya conocía las informaciones de Acosta, buscó a los herederos del médico y tuvo la suerte de encontrar el original del resumen de Hernández en poder de un abogado de Nápoles, llamado Marco Antonio Petilio, sobrino de Recchi. Proja29 asegura que el abogado napolitano actuó de manera meritoria al “ceder la preciosa herencia a quien mejor la habría aprovechado en favor de la humanidad”, pero la realidad es que, además del acto laudatorio de la cesión del manuscrito, supo ponerle un elevado precio a los papeles de su tío, que Cesi tuvo que pagar de su bolsillo particular.

Mientras estos hechos sucedían, la Accademia continuaba consolidándose y tomando fuerza e incremento en sus estudios. Eckio, que había desobedecido la orden de retornar a Holanda, pasó varios años peregrinando por tierras italianas y centroeuropeas, durante los cuales observó y estudió a los científicos de su época y, por encargo y a expensas de Cesi, adquirió una extensa colección de libros para la naciente biblioteca de la Accademia. Cesi, por su parte, supo establecer relaciones con los más ilustres cultivadores de las ciencias y las letras, de tal manera que infiltró en todos ellos la importancia y necesidad de la cooperación científica, sobre cuya base se había establecido la sociedad, siempre dispuesta al trabajo científico colectivo.

Hacia 1610, la Accademia dei Lincei salió de sus momentos de turbulencia combativa y persecución para iniciar sus labores de manera regular. Los años transcurridos habían servido para sedimentar las pasiones y suspicacias, así como para madurar las mentes de los jóvenes fundadores. Nuevos miembros entraron a formar parte del grupo, algunos tan importantes como Juan Bautista della Porta. Sin embargo el espaldarazo definitivo de madurez se produce el 24 de abril de 1611, cuando Cesi incorpora a la lista de sus miembros el nombre de Galileo Galilei. Posteriormente, la Accademia se enriquece con sabios italianos y extranjeros, científicos, poetas, jurisconsultos, etc., que alcanzan años después el número de treinta y dos y que, reunidos en el palacio de Cesi en la Via della Maschera d’Oro, discutían sobre ciencia, administración de la sociedad y sobre la edición de los trabajos y obras de los socios, cuya impresión corría siempre por cuenta de Federico Cesi.

No hemos podido conseguir la fecha en que el manuscrito de Recchi pasa a poder de Cesi. Suponemos que el hecho debió de ocurrir hacia 1609. Se sabe que Cesi, después de examinar detenida y cuidadosamente el manuscrito, decidió que era erróneo darlo a la imprenta en la desnudez descriptiva con que Recchi lo había redactado; en cambio consideró que constituía una base excelente sobre la cual el grupo entero de académicos podía trabajar comentando y perfeccionando lo ya escrito, en aquella labor de colaboración científica que había sido el ideal de la sociedad desde su fundación.

Presentado el manuscrito a la Accademia y decidida su publicación después de comentado, fueron designados los miembros que debían iniciar el trabajo y fue repartida a cada uno la parte sobre la cual había de trabajar. En principio fueron dos los encargados de comentar el resumen de Recchi. Uno, Juan Terrenzio, natural de Constanza, médico célebre, que recibió la parte dedicada a plantas del manuscrito, la más extensa y la más importante por la trascendencia terapéutica que tenía en aquel momento.30 De los diez libros en que había resumido Recchi los veinticuatro compuestos por el protomédico, ocho eran de plantas; sobre éstos fue sobre los que Terrenzio elaboró sus comentarios con una actividad pasmosa, pues consta que antes de un año tenía terminado el trabajo. Terrenzio fue un miembro fugaz de la Accademia dei Lincei; quedó incorporado a ella en el comienzo de 1611 y, para diciembre de ese mismo año, había ingresado a la Compañía de Jesús y marchado a China en misión apostólica. Fue durante ese breve tiempo cuando redactó los comentarios a las mil doscientas plantas que había seleccionado Recchi de las casi tres mil que describió Hernández. Tuvo aún tiempo para escribir un docto preámbulo e identificar y exponer trescientas plantas más, que, simplemente dibujadas en el original de Recchi, las describió en su trabajo y las comparó con ejemplares conocidos.

El otro académico encargado de iniciar los comentarios fue Juan Faber, también médico, de nacionalidad alemana, nacido en Bamberg, que había estudiado con Cesalpino.31 Aunque era un experto botánico, le fue designada para comentar la parte del resumen dedicada a los animales. Faber fue un profundo conocedor de casi todo el saber de su tiempo, con intereses especiales por la historia, la geografía y la literatura. Escritor fecundo y versificador agradable, al recibir en sus manos el encargo académico se impuso una tarea muy superior a lo que el puro resumen de Recchi reclamaba y, sin atenerse a la misión de glosador que le había sido encomendada, se lanzó a escribir una erudita disertación en la que el libro de Recchi fue aumentado hasta llegar a ocupar otros diez libros más, donde quedó plasmada toda la ciencia zoológica de su época, con multitud de observaciones propias, principalmente sobre anatomía comparada.

En realidad, lo que Faber hizo fue escribir una monografía sobre cada uno de los temas que surgieron al comentar el reducido grupo de animales que Recchi había seleccionado de los libros de Hernández. El propio título que pone a su trabajo muestra que había excedido de modo intencional la labor de anotador o glosador de Recchi, ya que lo denomina justamente Sposizione, título que se ajusta con exactitud al contenido.

Federico Cesi se reservó la dirección suprema del trabajo y confió al activo Stelluti todo lo referente a la impresión e iconografía de la obra. Las figuras de plantas y animales que acompañaban el resumen de Recchi estaban dibujadas a todo color, imitando los coloridos naturales de los elementos dibujados; la primera intención fue editarlas en color, lo cual no pudo llevarse a cabo por el elevado costo y las dificultades técnicas que entonces tenía una empresa como ésa.

También intervino de manera directa en la redacción y preparación de la edición, por encargo especial de Cesi, el eminente Fabio Colonna, a quien Linneo califica como omnium botanicorum primus, cuya labor fue enriquecer con nuevos comentarios y arreglos el ya voluminoso manuscrito que había resultado del original de Recchi y lo añadido por sus comentadores.32

La actuación de Colonna, que ya contaba con un gran renombre como autor de diversas publicaciones científicas, fue la de unificador de comentarios y, probablemente, de estilo. Aclaró muchos puntos que en el original de Recchi aparecían oscuros; llenó algunas lagunas que habían quedado, por falta de tiempo y medios para completarlas, en los comentarios de Terrenzio; al mismo tiempo modificó y unificó la nomenclatura según las normas clásicas. Redescribió algunas plantas y animales cuya imagen no se correspondía con lo escrito, e incluso dibujó de nuevo sus figuras, tomándolas del vivo con ayuda de seres análogos traídos de tierras americanas y aclimatados en Europa. Rehizo casi completamente el tratado de los minerales, que en el original de Recchi ocupaba el último libro, incorporándole comentarios extensos, como el dedicado a los suelos volcánicos de Nápoles, disertación erudita pero por completo ajena a la obra de Hernández.

El afán reformador de Colonna le llevó incluso a eliminar algunos nombres indígenas y a cambiarlos por otros, en homenaje a los miembros de la Accademia; de este modo, las plantas llamadas cacavaxóchitl, tuxpatli y arbor chilli pasaron a ser la cardinalis Barberini, la planta Cesiae y el arbor Stelluta. Cambios alegóricos que no prosperaron en la posteridad.

La comunidad de estudios que exigía el reglamento de la Accademia fue estrictamente cumplida; en el propio libro han quedado referencias de cómo todos intervenían en el trabajo de cada uno. Terrenzio dejó anotado que sus comentarios fueron escritos en casa de y en unión con Faber.33 Colonna, por su parte, se relaciona con Faber, del que solicita diversas explicaciones, y los tres por su lado buscaron el apoyo, el consejo y la ayuda de otros miembros de la sociedad, e incluso de fuera de ella, pues consta que Faber obtuvo noticias y aclaraciones del padre Gregorio de Bolívar, fraile franciscano, que había residido veinticinco años en América, entre México y Perú, recorriendo todos los territorios y en ocasiones llegando a lugares inexplorados.

Aunque es seguro que no pasaron muchos años en la labor de glosar y comentar el manuscrito original y que la intención de todos los que en ello intervenían era sacarlo a la luz cuanto antes, la realidad es que el tiempo transcurría sin que el proyecto se convirtiera en obra material. Stelluti había conseguido el permiso papal para la impresión, dado por Pablo V en 1612, pero fueron muchos los inconvenientes que vinieron a impedir que la obra se terminase. En primer lugar, los grabadores trabajaban tan lentamente que desesperaban a Cesi, Stelluti y a todos los demás interesados en la empresa. Existen cartas cruzadas entre Cesi y Fabio Colonna y de éste a otros miembros de la Accademia, en las que lamenta y explica las causas del retardo.34 En segundo lugar, la dificultad en obtener las licencias y los privilegios precisos para asegurar la edición obligó a esperar largo tiempo la resolución de los poderosos que debían otorgarlos,35 y, finalmente, las desgracias domésticas se acumularon sobre el príncipe Cesi impidiéndole ocuparse de los asuntos de la Accademia con la intensidad que él deseaba.

Este tiempo no fue perdido enteramente, pues dio ocasión a que Cesi y Colonna volvieran sobre los originales y mejoraran y corrigieran el texto y los dibujos con el deseo de hacer una obra lo más perfecta posible. Trascurrieron en estas dilaciones más de diez años. Consta que para 1628 ya estaba terminada la impresión, se habían obtenido todos los permisos necesarios e incluso Federico Cesi había dado fin a las Tablas fitosóficas que fueron añadidas al final del volumen. Trabajo que, siendo por completo ajeno al tema del libro, no obstante el enorme interés científico que encierra, resulta un poco extemporáneo encontrarlo colocado en ese lugar. Probablemente se acordó su inclusión como un homenaje de reconocimiento al hombre que había hecho posible, con su interés por la obra y su desprendimiento económico, que el libro saliese a la luz.

Existen ejemplares con fecha del 1630, muy raros, que indican que para entonces ya estaba el libro listo y acabado para ser puesto a la venta. Sin embargo, ese mismo año Federico Cesi fallece a los cuarenta y cinco años; su muerte es una desgracia para la Accademia, que viene a menos, no obstante los esfuerzos que por sostenerla hiciera Casiano del Pozzo ayudado por Stelluti y otros varios socios, quienes fueron impotentes para evitar su ruina y su destrucción.

Desaparecido Federico Cesi, patrocinador de la obra y alma de la Accademia, los ejemplares impresos quedaron arrumbados durante casi otros veinte años en algún almacén de la capital romana, esperando encontrar un nuevo mecenas interesado en su publicación. Éste aparece en la persona de Alfonso Turriano, embajador de Felipe IV en Roma, quien, según afirma en la dedicatoria que aparece al principio de los volúmenes por él publicados, no perdonó fatiga ni gastos hasta conseguir que saliera a la luz un libro de tanta utilidad para la ciencia y de tanto honor para su nación.36 Parece ser que Stelluti fue quien se dirigió a Turriano buscando la manera de conseguir finalizar la edición y venderla. Algunos autores, con Proja a la cabeza, no han escatimado censuras para Turriano considerándolo poco menos que un impostor, que se apoderó de la obra de los Linceos para beneficiarse y obtener gloria con trabajo ajeno.37 La realidad es que estas censuras son injustas. Turriano no oculta en ningún momento que los manuscritos son de Hernández y que han sido pulidos y comentados por los linceos. En cambio, si advierte que estuvieron a punto de perderse y que para evitar esta pérdida él no escatimó esfuerzo ni gasto alguno.38 La obra no puede ser más meritoria. Del grupo que trabajó en la preparación del libro casi todos habían muerto: Terrencio en China, en 1630, Faber un año antes y Cesi ya hemos visto que también dejó de existir, en Roma, en 1630. Quedaban sólo Colonna y Stelluti; Colonna, al parecer ya muy enfermo, tampoco llegó a ver el libro definitivamente publicado, pues murió en 1650. Stelluti hizo lo más conveniente para la perpetuidad del trabajo. Buscó un nuevo patrocinador y probablemente ayudó a su formación definitiva contribuyendo con los materiales que faltaban en los ejemplares de 1630; incluso escribió una vida del príncipe Cesi, que aparece incluida al final de algunos ejemplares. Definitivamente los libros editados por Turriano, que en realidad son los mismos que dejara impresos Cesi, con algunas adiciones y modificaciones que serán estudiadas en la parte dedicada a la Bibliografía Hernandina, se ponen a la venta en 1651. Es curiosísimo comparar los datos de unos y otros ejemplares: se cambió en ellos el pie de imprenta, el título, las dedicatorias, y los de 1651 llevan, por regla general, adicionados índices y un famoso liber unicus de animales, en redacción original de Hernández, que no sabemos de dónde fue obtenido y que incluso aparece con tipo de letra, paginación e índices distintos a los del resto del volumen.39

Dejaremos, para estudiarlas en la parte dedicada a la Bibliografía Hernandina, las aventuras y desventuras de esta edición que por sí sola constituye tema para una novela de enredos, y nos ocuparemos, siguiendo nuestro tema, de la trascendencia que tuvo la publicación de esta obra en la historia de las ciencias naturales de América. Resulta indudable que, no obstante sus mutilaciones, sus comentarios hipertróficos y en ocasiones inadecuados, su misma iconografía en gran parte sin identificar y los mil y un defectos que pueden objetársele, ésta es la obra que introduce el nombre de Hernández en la historia de la ciencia universal uniéndolo de manera definitiva al conocimiento de la historia natural americana. No queda autor que, a partir de la época de la publicación del libro, cuando quiera ocuparse de los elementos naturales de América, no acuda a los datos hernandinos tomándolos de esta edición en mayor o menor medida. Toda la segunda mitad del siglo XVII y el siglo XVIII completo están, en la parte de la historia natural de América, cubiertos por la obra de los linceos o sea por las observaciones de Hernández.

Creemos, sin embargo, que, antes de repasar la influencia que en los autores de esos siglos tuvo la edición romana del resumen de Recchi, es necesario recordar otro esfuerzo por divulgar y mantener las obras del protomédico, que tuvo lugar en España a partir de los manuscritos originales de Hernández, y el recuerdo que de la labor her- nandina se tuvo entre los historiadores y naturalistas del resto de Europa a través de las noticias de Juan de Laet.






25 Federico Angelo Cesi, duque de Acquasparta (1585-1630), fue un estimable científico, con frecuencia olvidado al historiarse la ciencia del siglo XVII, cuya labor quedó en gran parte inédita y perdida cuando no inconclusa por su prematura muerte. Su labor más conocida fue la fundación de la Accademia dei Lincei, y, sin embargo, sus Tablas fitosóficas sonde un extraordinario valor científico, ya que en ellas se encuentra el germen de muchos descubrimientos científicos posteriores, como es el doble sexo de las plantas y muchas observaciones de plantas meteorológicas y heliotrópicas. En realidad, estas tablas, consideradas como uno de los más primitivos tratados botánicos, son una especie de guión o resumen de la gran obra titulada Theatrum totius naturæ, que quedó inacabada a su muerte, en la que pretendía presentar un panorama ordenado del cosmos. Estas Tablas fitosóficas del príncipe Cesi se volvieron a publicar con motivo del tricentenario de la Accademia, en Roma, en 1904, y recientemente traducidas al italiano por el Ing. Francesco Carta con el título de Phytosophicarum tabularum principis Caesi Lyncei. Traducción, introducción y notas de Francesco Carta (Roma, 1956). Aparte de estas obras de tipo monumental, Cesi colaboró con algunos miembros de la propia Accademia, publicando un Apiarium con Stelluti, donde por primera vez se presentan imágenes microscópicas, y con Eckio preparó un trabajo hoy perdido sobre Plantas imperfectas, también con láminas de estudios microscópicos, donde se ocuparon de hongos y de otras plantas que se consideraban así por no tener flores.

26 No obstante que en todas las historias sobre el origen de la Accademia dei Lincei se recuerda la influencia galileana y el interés por la ciencia que florecían en Anastasio de Fillis, hoy no se conocen apenas trabajos suyos y es de suponer que su vida científica fue corta y poco productiva.

27 Juan Eck resulta una curiosa figura de médico viajero de su época, conocedor de casi toda Europa, fue colaborador de Cesi y su agente cerca de los sabios y poderosos de otros países, su producción científica es escasa. Aparte del trabajo sobre Plantas imperfectas, que desapareció en el siglo XVIII, sólo se conoce de él un manuscrito extenso en cuatro tomos, titulado Luda naturæs, fractus itineris septemtrionis, donde describe e ilustra con acuarelas sus viajes por Europa del norte.

28 La figura de Francisco Stelluti resulta de las más atrayentes de la ciencia italiana de su época. Aparte de su extraordinaria actividad en todo lo relacionado con la Accademia y de los muchos trabajos en que tomó parte, lo más digno de mencionar es que fue uno de los primeros o tal vez el primero que se acercó a un microscopio con objeto de practicar la investigación científica. Había recibido un microscopio como obsequio de Galileo y con él efectuó investigaciones en varios insectos, principalmente abejas; utilizó sus observaciones para ilustrar el Apiarium de Cesi, cuyo manuscrito, con los dibujos de Stelluti, se conserva todavía en la Accademia dei Lincei.

29 Salvatore Ab. Proja, Ricerce critico-bibliografiche intorno alla storia naturale del Messico di Fr. Hernández (Roma, 1860).

30 La figura científica de Juan Terrenzio, cuyo verdadero nombre es Juan Schreck, es poco conocida, probablemente por el corto tiempo que actuó en Europa. Era todavía joven cuando ingresó en la Orden de los Jesuitas y fue enviado a la China. Se conservan varias cartas escritas desde Oriente a los miembros de la Accademia y, según informa Proja (ob. cit.), en la biblioteca del Colegio Romano existen, y fueron vistas por el Dr. Pianciani, cuatro obras de Terrenzio, publicadas en lengua china, que tratan de astronomía, y dos gruesos tomos manuscritos sobre la historia natural de aquellos países, titulados Plinius indicus.

   Aldo Mieli, La ciencia del Renacimiento (Buenos Aires, 1952), fija la fecha de la partida de Terrenzio en 1622, lo cual estaría más de acuerdo con la enorme labor desarrollada, casi imposible de concebir que pudiera escribirse en once meses. Sin embargo, de ser así, no se explica la carta de Galileo a Cesi, fechada el 29 de diciembre de 1612, donde, haciendo referencia a la decisión de Terrenzio de entrar en la vida religiosa, escribe: “la nuova del sig. Terrenzio me e altrettanto dispiaciuta per la gran perdita della nostra Accademia, quanto all’incontro piaciuta per la santa risoluzione e per l’acquisto dell’altra Compagnia, alla quale io devo molto’’. Carta publicada por Pagliarini en el Giornale de letterati (Roma, 1749), y recogida por Proja (ob. cit.), pág. 7. Probablemente los dos autores tienen razón; Terrencio ingresó en la Compañía el año 1612, y no partió para China hasta diez años después, lo cual es perfectamente factible si se tienen en cuenta las prácticas de noviciado que son indispensables al investirse en esa orden. La Accademia lo perdió para sus trabajos inmediatos, pero probablemente éstos siguieron a menor ritmo después de ingresado en el convento, lo que le permitió acabar en los diez años siguientes el enorme volumen de trabajo desarrollado. De todos modos su capacidad de trabajo era extraordinaria, pues murió ocho años después de haber llegado a la China en 1630 y tuvo tiempo de escribir los volúmenes que reseñamos más arriba.

31 Juan Faber (1574-1629) fue uno de los muchos médicos que de toda Europa acudían continuamente a Italia buscando mayor horizonte y libertad para sus estudios. Era ya hombre experimentado en estudios científicos para cuando se encargó del trabajo de la Accademia. Había sido discípulo de Andrea Bacci, el director del Jardín Botánico de Roma y de Cesalpino: de ambos aprendió la botánica, en cuya ciencia era extraordinariamente experto. Fue médico de varios papas: Clemente VIII, León XI, Pablo V, Gregorio XV y Urbano VII, y ocupó muchos años la cátedra de Simples de la Facultad de Medicina de Roma, que había pertenecido a su maestro Bacci y que, precisamente durante su época, cambió el viejo nombre por el de cátedra de Botánica. Todos estos datos son suficientes para demostrar su prestigio en Italia; su misma dispersión intelectual, con intereses literarios, históricos y poéticos, muestra que ya era un hombre de formación madura, hecho que también se comprueba en la lectura de sus comentarios, los cuales en realidad no son más que un pretexto para exponer sus propias observaciones.

32 Fabio Colonna (1567-1650), de origen napolitano, aunque vivió siempre en Roma, fue en su época uno de los más estimables botánicos de Europa, y se le considera como el introductor en la botánica del concepto de género. Se dice que se dedicó al estudio de las plantas tratando de hallar remedio para sus ataques epilépticos. Además de ilustre científico fue un habilidoso grabador en cobre, lo que le permitió ilustrar por sí mismo sus libros. Para la época en que se encarga de la revisión del libro de Hernández ya había publicado sus dos obras más conocidas, el Phytobasanos en 1592 y el Ecphrasis en 1606.

33 En el comentario al capítulo XVIII, del libro del Tesoro, Terrencio declara que sus comentarios “nati sunt in ædibus et contubernio D. Joan Fabri”.

34 En la obra de Baltasar Odescalchi, Memorie storico-critiche dell’Accademia dei Lincei (Roma, 1806), aparecen recogidas estas cartas, que conservan el mayor interés para el estudio de la historia de la edición de Hernández.

35 Una idea de la lentitud con que se otorgaban los permisos para imprimir la obra nos la dará el saber que, mientras el papa Paulo V lo otorgó en 1612, el gran duque de Toscana, Cosino II, no lo dio hasta 1618, el emperador Fernando II en 1623, el rey de Francia en 1626 y el papa Urbano VIII reconfirmó el permiso de su antecesor Paulo en 1627, pues el primitivo ya había prescrito.

36 Alfonso Turriano, distinguido diplomático y hombre de letras de la primera mitad del siglo XVII, era descendiente del todavía más famoso Juanelo Turriano, el ingeniosísimo inventor que acompañara a Carlos V, y sobre el cual Hernández escribiera párrafos laudatorios en sus comentarios al Plinio.

37 Salvatore Ab. Proja, Ricerce critico-bibliografiche... (ob. cit.) y Humberto Julio Paoli, “Vicisitudes de las obras de Francisco Hernández,” Archeion, vol. XXII, n. 2, 1942, págs. 154-170, son los más decididos atacantes de Turriano.

38 La traducción de la dedicatoria de Turriano a Felipe IV es como sigue:

“A Felipe IV, etc., Alfonso Turriano Vernio, salud y victorias.

“Los tesoros, las inmensas riquezas que en oro y piedras preciosas te traen las naves todos los años de tu América, oh poderosísimo rey, no los juzgó tu abuelo tan importantes que bastaran para hacer feliz a Europa. Y es que conocía la existencia de otros dones mucho más preciados con que el árbitro de todas las cosas y padre de la naturaleza, Dios, en los arcanos de su providencia, ornó para su pompa y dotó para su utilidad aquellas dilatadas regiones que igualan en magnitud al resto del mundo.

“Mas como la mayoría de estas cosas no sufren ser trasladadas, quedaba sólo un recurso para que el género humano no careciese por más tiempo de tan considerable parte de la ciencia: que examinadas por hombres eruditos y fielmente consignados por escrito, se ofreciesen a los ojos de los mortales.

“Por tal razón aquel sapientísimo rey ordenó a su protomédico Hernández, hombre de ingenio y muy laborioso, que fuese con otros a México, y debido al gran esfuerzo de éstos pudimos tener, en sus comentarios, tanto la pintura y cuidadosa descripción de plantas salubérrimas y de sus increíbles virtudes, como las formas jamás vistas ni oídas de aves, serpientes, fieras y bestias.

“Cuando estos escritos, traídos a Roma, examinados y pulidos por los Linceos, entonces en todo su apogeo, y acompañados de numerosos comentarios, en que tomaron parte aun algunos próceres, habían alcanzado cierta perfección, por no sé qué causa estuvieron a punto de perderse. Esto apenó a todos los eruditos, y a mí me pareció una cosa indigna que las obras de tan grandes ingenios, que tan oculto tesoro de la naturaleza contenían, perecieran para nosotros por una injusticia de la suerte.

“Por eso, encontrándome oportunamente en Roma como encargado de negocios de España, Nápoles, Sicilia y Milán, no escatimé esfuerzo ni gasto alguno para que estos arcanos de la naturaleza, publicados al fin, satisficiesen el anhelo de los buenos. Y para hacerlo con mayor grandeza, han debido presentarse en la luz de tu nombre, para que así, lo que por voluntad de tu abuelo estaba destinado al bien público, se entregase al público bajo tus auspicios, y a la vez que reconociéramos en ti la sabiduría de aquél, abrazáramos a la humanidad entera.

“Que vivas largos años, tú, el mayor de los reyes.

“Roma, 1° de octubre de 1650.”

39 Véase: Bibliografía Hernandina, n. 16.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ