a) El padre Acosta, las finanzas y los médicos mexicanos


AUNQUE parezca paradójico, y casi toda la existencia de Hernández está llena de situaciones paradójicas, la verdadera vida intelectual y la fama de sus trabajos se inicia y mantiene a partir del momento de su muerte. Lo que el protomédico no consiguió con sus esfuerzos durante su larga vida, pues vivir más de setenta años en el siglo XVI era una larga vida, se obtiene después por los caminos más inesperados durante los tres siglos y medio que hace que murió. Apenas había cerrado los ojos, con la amargura de no ver impresa una sola de sus líneas escritas, cuando por primera vez un autor se ocupa de sus trabajos y remite a ellos a todos los interesados por conocer la naturaleza de las Indias, sobre todo en sus relaciones con la medicina. Nos referimos al padre Joseph de Acosta, quien, en su Historia natural y moral de las Indias, cuando llega al tema de la naturaleza americana, escribe: “De esta materia de plantas de Indias, y de licores y otras cosas medicinales, hizo una insigne obra el Dr. Francisco Hernández, por especial comisión de su majestad, haciendo pintar al natural todas las plantas de Indias, que según dicen pasan de mil doscientas, y afirman haber costado esta obra más de sesenta mil ducados, de la cual hizo una, como extracto, el doctor Nardo Antonio, médico italiano, con gran curiosidad. A los dichos libros y obras remito al que más por menudo y con perfección quisiere saber de plantas de Indias mayormente para efectos de medicina.”1

La noticia de Acosta tiene interés por dos datos concretos que de ella se desprenden. En primer lugar nos informa que para la fecha de la publicación, 1589, y con seguridad antes, ya está terminado el resumen de Recchi y es conocido de aquellos que andan por la corte interesados en estos temas.2 El segundo punto importante es que, por primera vez, aparece la cifra de sesenta mil ducados como precio de la expedición, que luego se ha repetido profusamente y que nosotros nos resistimos a creer.

Como este tema de las finanzas de la expedición ha sido muy debatido pensamos que es ahora un buen momento de tratar de fijar cuál pudo ser el gasto del viaje y cómo fue sufragado. En primer lugar no hubo la asignación de una partida presupuestaria especial para el viaje. Hernández parte para las Indias con un salario estipulado de 2 000 ducados anuales, que empiezan a contarse desde el 19 de septiembre de 1570.3 Sabiendo que Hernández sale de México en febrero de 1577, estuvo por lo tanto en tierras americanas seis años y medio; suponiendo que le pagasen su salario completo, debió de recibir en ese tiempo trece mil ducados. Ya hemos visto que, de vuelta en España, se queja, en el año 1578, de que no le han vuelto a pagar desde que salió de San Juan de Ulúa,4 y no es probable tampoco que ya de retorno recibiera el mismo sueldo que durante la expedición. La cantidad asignada para el viaje era muy superior a la que recibían los médicos de la corte, cuyo sueldo oscilaba entre 40 y 60 000 maravedíes anuales, que, convertidos en ducados, resultan de 100 a 160 por año. Los más importantes eran mejorados (Hernández lo fue antes de salir de España) y la mejora casi siempre era de 20 000 maravedíes, con lo cual el sueldo anual llegaba, en los casos más altos, a alrededor de los 215 ducados. Naturalmente que estos médicos solían tener algunos gajes y otros ingresos por curaciones o servicios extraordinarios, pero de todos modos se puede comprobar que los sueldos en la corte eran mucho más bajos de lo que el rey asignó a Hernández como salario para sus viajes.5

Es notorio que Hernández no percibió nunca el dinero que gastó en los viajes por el interior de Nueva España. Ya vimos cómo se queja amargamente al rey de que los oficiales de la Hacienda no le quieren abonar los gastos efectuados durante las exploraciones atendiéndose al hecho de que emprendió los viajes antes de recibir la orden de hacerlos, y también vimos cómo continuamente advierte que ha pagado de su propio bolsillo los sueldos de la gente que le acompaña. Es más, por las propias mandas del testamento podemos afirmar, con sus propias palabras, que los indios que se ocuparon en traer hierbas “no fueron satisfechos ni pagados”,6 y ordena gratificar a los pintores “por la corta paga que se les hizo”.7 De tal modo, si consideramos que los indios fueron poco o mal pagados; que los gastos del viaje los sufragó en su casi totalidad el protomédico, de su propio peculio, y que tuvo inclusive que poner dinero de su propia hacienda, como nos dice en sus cartas, para poder mantener los gastos de la expedición; que para el hijo que le acompañaba pide una merced real, pues también ha trabajado gratis;8 que los libros no llegaron a tener gastos de impresión, pues estaban inéditos para cuando Acosta escribe su historia, y que a Recchi se le contrata con la consabida remuneración de 60 000 maravedíes anuales,9 es difícil concebir en qué pudieron gastarse los 60 000 ducados cuya cifra fija Acosta y siguen aceptando casi todos los autores posteriores como importe total de la expedición.

Haciendo un cómputo aproximado de lo que sería en la actualidad una cifra equivalente a la que Acosta considera que costó la expedición, nos encontramos que es como si hoy se hubieran gastado en esta empresa por encima de los tres millones de pesos. Cifra que aun en la actualidad, con el mayor costo de todos los elementos, el mayor precio de la manutención y de la mano de obra, resultaría excesiva para una expedición como ésta.10

Aun suponiendo que en la cifra de Acosta se incluyera también el sueldo del geógrafo y otros muchos gastos hoy imponderables, podríamos admitir que la expedición costó veinte y hasta treinta mil ducados, pero de todos modos es difícil llegar a suponer en qué pudo emplearse una cantidad tan enorme. Para nosotros, se trata de una exageración. La cifra probablemente corría de boca en boca, y con seguridad era utilizada por el grupo de enemigos de Hernández como argumento en contra, alegando que lo que Hernández había hecho no valía el dinero que había costado. Acosta la recoge sin comprobarla, pues dice: “afirman haber costado esta obra”, y casi con seguridad la incluye en su libro con intención contraria, dando a entender la excelencia del trabajo precisamente a partir de lo elevado de su costo. Sea como fuere, el hecho es que desde entonces la cifra viene repitiéndose de unos autores a otros hasta nuestros días.

Hay un argumento básico para suponer que esta cifra es falsa o exagerada. Argumento tan notorio y tan sabido que no puede discutirse. No obstante el enorme volumen de riqueza que América enviaba a España durante el siglo XVI, el Estado español era pobre. La situación de Felipe II, precisamente en estos años de la expedición hernandina, resultaba agobiante. Había implantado impuestos extraordinarios sobre muchas cosas. Los acreedores, a quienes debía por encima de treinta millones de ducados, le acosaban. No importaba que las minas del Potosí enviaran oro cada vez en mayores cantidades. Todo era poco para pagar los escandalosos intereses de usura que habían fijado los banqueros judíos de Flandes e Italia. Los millones de América ya estaban gastados cuando el barco arribaba a su destino.

Carande, con su profundo conocimiento sobre la economía española del siglo XVI, escribe: “La bancarrota ya la presentía, en sus últimos años de reinado, Carlos V: abiertamente la declaró su hijo, con todas las anuencias precisas, incluso las teológicas, en su ‘primer decreto’ que no fue, por cierto, el único de este género. Siguen en bien corto plazo las de 1575 y 1607.” Sobre el mismo tema insiste Hamilton, en un trabajo de conjunto,11 y Ranke, hablando de esta terrible desorganización administrativa, escribe: “Castilla puede compararse a un lago del cual, para mover varios artificios, se saca más agua de la que puede manar de sus fuentes propias; así, poco a poco, queda en seco, y si se quiere reponer con nuevas corrientes, éstas, antes de llegar, se agotan.”12

Era este maremágnum administrativo el que cortaba y cercenaba muchas buenas intenciones. Felipe II era un rey aficionado a las ciencias, gustaba de ellas y le gustaba estimularlas; sin embargo, la mayoría de sus empresas científicas fracasaron por el problema económico. Las buenas intenciones y los grandes intereses no se compensaban con el estado de las arcas, que casi siempre aparecían vacías o en penuria tal que no permitía gastos superfluos. No podía el rey distraer sus dineros en empresas intelectuales o científicas, cuando necesitaba aplacar las insurrecciones de sus tercios expedicionarios, casi siempre mal pagados y a punto de rebelarse. Por esta razón, la mayoría de las grandes empresas científicas de la época y muchas de otros tipos están mantenidas por la iniciativa particular. Sin alejarnos de México, donde el problema económico era menor que en Castilla, nos encontramos que toda la inmensa labor de don Vasco de Quiroga está casi exclusivamente sostenida por el propio obispo, quien se consigue los medios para mantener las obras mediante las más diversas industrias e incluso gasta en ella toda su hacienda. Es el mismo caso de Hernández que, para que su expedición pueda progresar, necesita invertir su propio salario y sus propios dineros en mantenerla. Don Vasco, lo mismo que Hernández, cuando llega el momento de hacer testamento, también se acuerda, como el protomédico, de que los indios que le ayudaron en sus empresas y le pusieron la mano de obra en la construcción del Colegio de San Nicolás no fueron pagados y deja la manda de que, en compensación, los hijos de aquellos indios que gastaron sus energías y sus esfuerzos en la obra reciban enseñanza gratuita en dicho colegio.13

Es, por tanto, imposible admitir que el rey hubiera podido gastar tan enorme cantidad de ducados para esta empresa, no porque no estuviese dispuesto a ello, sino por la imposibilidad material de obtenerlos. Y dejaremos el tema, después de exponer lo anterior, que consideramos suficiente para poder afirmar que la cifra tradicional de gasto de la expedición no es correcta ni admisible a la luz del conocimiento que tenemos, en la actualidad, sobre el estado de las finanzas españolas durante la época de Hernández y las penurias con que sabemos, positivamente, que transcurrió la expedición.

El libro de Acosta fue muy leído; volvió a reeditarse el año siguiente de 1591, en Barcelona; a principios del siglo XVII, en 1608, en Madrid; y aun existen sospechas de otras dos ediciones hoy desconocidas, una de Sevilla, el mismo año de 1591, y otra madrileña, de 1610.14 Por lo tanto, la noticia sobre la obra de Hernández, que había quedado inédita, y del resumen de Recchi fue ampliamente difundida entre todos los interesados por las cosas del Nuevo Mundo.

La obra, mientras tanto, debía de ser motivo de orgullo en la biblioteca escurialense; es probable que a menudo fuese mostrada a los naturalistas y a todos aquellos embajadores, diplomáticos y hombres de ciencia que frecuentemente visitaban el lugar. Ya hemos referido en alguna ocasión que el rey encargó de la elección y selección de los libros que debían conservarse allí a tres personas que, por distintos motivos, aparecen ligadas estrechamente a la figura de Hernández. Uno fue Arias Montano, de cuyas íntimas relaciones con el protomédico ya hemos tratado ampliamente. Otro fue Francisco Valles, el famoso protomédico que dirigía y mandaba sobre todos los médicos de cámara en el momento del retorno hernandino y con quien Hernández hubo de tener tratos directos desde el momento de su llegada a Madrid. Valles, profundo humanista y filósofo, era además hombre de curiosidad universal; precisamente la copia de Hernández que llega a México y de la que nos hemos ocupado ya en algunas ocasiones, y volveremos a ocuparnos de nuevo más adelante, estaba corregida, vista y firmada por él. Es más, el propio Valles, en su libro De sacra philosophia, que edita en Turín precisamente el mismo año en que muere el protomédico,15 en el capítulo LXXIV, relata el interés de Felipe II por los materiales medicamentosos de las lejanas regiones y alaba que por su mandato se trajeran medicamentos nuevos de América, se fundasen jardines botánicos para cultivarlos y se encargase a Hernández de escribir la Historia natural del Nuevo Mundo, aunque todo ello había obligado a gastar grandes sumas de dinero. El tercero de la comisión bibliográfica lo fue el cordobés Ambrosio de Morales, de cuya amistad con Hernández nos ha quedado su propio testimonio cuando refiriéndose a él en su obra lo titula: “insigne por su ciencia y muy amigo”.16 Siendo, los tres, amigos del autor y admiradores de la obra, no es de extrañar que procurasen divulgarla y conservarla cuidadosamente.

A mayor abundamiento, el bibliotecario encargado de custodiar y catalogar la colección era el padre Joseph de Sigüenza, a cuya pluma debemos la primera descripción y el elogio más caluroso que recibe el protomédico después de su muerte. Ya nos hemos referido en muchas ocasiones a este párrafo laudatorio que, intercalado en la Historia de la Orden de San Gerónimo, escribe el famoso y erudito fraile, cuyas veleidades erasmistas son bien conocidas.17 Saliéndose de la línea de conducta que se había trazado en el resto de la obra, cuando reseña la biblioteca de El Escorial, el padre Sigüenza se explana en la descripción de los libros de Hernández, mostrándonos con ello la fuerte impresión que le había producido y el enorme interés que encerraban. El libro de Sigüenza inicia su publicación el año de 1600 y, dada su gran difusión, es indudable que contribuyó de modo extraordinario a extender el interés y la curiosidad por la obra de Hernández tan entusiastamente allí alabada.18

En México, donde el protomédico había dejado buena memoria y quién sabe si algún manuscrito, también se repiten durante esos años finales del siglo XVI y primeros del XVII las referencias a sus hechos y obras. Primero es López de Hinojosos quien le recuerda en las dos ediciones de su libro ya muchas veces citado.19 Después son Cárdenas, Farfán y Barrios los que utilizan sus conocimientos y nombre en sus obras. Cárdenas no lo cita directamente, pero muchas de sus descripciones y relatos rezuman hernandismo.20 Farfán, que con seguridad fue amigo y colaborador suyo durante los años de la estancia de Hernández en México, se refiere a él un par de veces en su obra y, aunque parezca extraño, esta cita resulta valiosísima en la pluma de este autor que en toda su obra sólo se refiere de modo muy parco a Hipócrates, Galeno, Racés, Avicena y Mondino. Casi el único autor contemporáneo citado es Hernández, lo nombra con respeto y, para nosotros, esta cita parece demostración de que Farfán tenía estima y aprecio por el protomédico.21

Barrios, ya en pleno siglo XVII, en 1607, es el primer autor que recoge el nombre de Hernández para publicar una relación de plantas referidas a él y amparadas por la autoridad del protomédico.22 Es verdad que de lo que Hernández escribe a lo que publica Barrios existe un abismo, que Barrios destripa las descripciones de Hernández y las destruye convirtiéndolas, como dijo Icazbalceta, en una “colección descarnada de recetas caseras”, pero esto es lo de menos. Lo importante es que sirve para comprobar que en ese momento la obra del protomédico continuaba viva y bastaba que figurara su nombre en la portada de un libro para prestigiarlo y acreditarlo ante el público. Desde la muerte del protomédico hasta el momento de la publicación de Barrios han pasado veinte años y, sin embargo, su nombre y su labor siguen atrayendo a los estudiosos con un interés cada vez más intenso y más fructífero.

Y mientras estos hechos se producían, en el hospital de Huaxtepec, donde Hernández escribiera buena parte de sus observaciones, dejando honda huella de su paso, un lego dominico casi desconocido, corto en latines pero largo en entusiasmo, tomó a su cargo la tarea de convertir la obra de Hernández en un tratado manual, redactado en lengua castellana, con la loable intención de que resultara “muy útil para todo género de gente que vive en estancias y pueblos do no hay médicos ni botica”.

El éxito coronó la empresa del lego dominico. Francisco Ximénez, que tal es su nombre, pasa a la posteridad como el primero que publica algo de la obra de Hernández donde todavía se puede reconocer la mano del protomédico. Dispuso de una copia, a la que ya nos hemos referido muchas veces, y del trabajo de Recchi, y, poniéndola en castellano con muchas adiciones y reformas, obtenidas por su propia experiencia, consigue editar en 1615 un libro que además de perpetuar y difundir por toda Nueva España el nombre del Dr. Francisco Hernández, cumplía su misión de auxiliar en la terapéutica a los que no disponían de médicos ni botica.23 La edición fue vendida rápidamente y se desperdigó por todo el territorio de México, de tal manera que hoy apenas se cuenta con cuatro o cinco ejemplares, todos ellos manoseados y desgastados de tantas veces como fue necesario consultarlos.

Volviendo a Europa nos encontramos un profundo cambio en el panorama intelectual y científico. El rey Felipe II había muerto casi con el siglo. Su hijo Felipe III, aquel cuya infancia fue vigilada y atendida por Hernández, que recibió el reino muy joven y sin la voluntad ni la preparación para gobernar que tuvieran su abuelo y su padre, había entregado el poder a las ambiciosas manos del duque de Lerma, más empeñado en acciones políticas y guerreras que en distinguirse por empresas científicas. Nardo Antonio Recchi hacía ya varios años que había desaparecido de la corte al ser nombrado protomédico del reino de Nápoles, y en su equipaje, de vuelta a Italia, había llevado el original del resumen que hiciera de la obra de Hernández.

Este traslado a tierras italianas del resumen de los papeles que Hernández había traído de México, como ya lo hemos analizado varias veces, no benefició en nada al conocimiento de la figura humana del protomédico, pero en cambio resultó fundamental para que la parte americana de su extensa labor de toda una vida tomase vuelos universales y el nombre de Hernández perdurara a través de los siglos unido al conocimiento de la naturaleza de América. El sueño de tantos años, durante los cuales el propio Hernández calificaba a su rey de émulo de Alejandro para poderse colocar a sí mismo en el papel de segundo Aristóteles, se le cumple por una serie de azares imprevisibles, muchos años después de muerto y en tierras extrañas que nunca conociera.

Se ignora la fecha en que Nardo Antonio Recchi muere en su tierra natal de Nápoles, pero es de suponer, por diversos indicios, que su fallecimiento ocurrió antes de finalizar el siglo XVI. El manuscrito famoso, donde había recopilado y preparado para la imprenta lo que consideraba fundamental de la obra hernandina, seguía inédito a su muerte, por no haber encontrado en Italia un mecenas interesado en publicarlo. Al desaparecer quedó en poder de sus herederos, lo mismo que todos sus bienes, probablemente poco conocedores del valor del trabajo, que, revuelto entre otros papeles del médico napolitano, queda olvidado en algún viejo arcón de la casa que ocupara Recchi.

Es indudable que por toda Europa existía entre los especialistas un interés cada vez más acusado por conocer lo que Hernández había traído de América. La noticia del resumen que Recchi había hecho debió de divulgarse, y así encontramos, por ejemplo, que Clusio, quien, para fines del siglo XVI, era la más indiscutible autoridad en botánica de toda Europa, pregunta a sus amigos y colaboradores de España interesándose por ello. Conocemos una carta del Dr. Juan Castañeda, que, en los años finales del siglo XVI y primeros del XVII, era el más activo de los corresponsales que Clusio tenía en España, en la cual, contestando con seguridad a una pregunta de Clusio, escribe: “Procuraré saber de aquel libro que se encomendó a Leonardo Recco, napolitano y avisaré a v. m. de lo que hubiere.”24 La carta está fechada el 24 de abril de 1601; probablemente Clusio quedó sin saber nada referente al libro que le interesaba, el cual, para esa fecha, estaba ya en Italia esperando que alguien tuviera interés y medios suficientes para publicarlo.






1 Josepf de Acosta hace la primera referencia a la labor de Hernández en su libro De natura Novi Orbis (Salamanca, 1589), que el año siguiente vuelve a publicar traducido al castellano con el título de Historia natural y moral de las Indias (Sevilla, 1590). Nosotros utilizamos la reedición de la versión castellana del Fondo de Cultura Económica (México, 1940). El párrafo sobre Hernández aparece en el cap. 29 del libro IV de la obra, y en la misma colocación se encuentra en el primitivo original latino, con similar redacción.

2 Han sido varios los autores que han supuesto que el resumen de Recchi se hizo en los comienzos del siglo XVII. Como datos irrefutables en contra de esa opinión tenemos: la referencia de Acosta, cuyo libro se publica en 1590, y la afirmación de Francisco Ximénez, quien advierte que la copia del resumen de Recchi usada por él para la traducción que publica en 1615 estaba revisada y firmada por el Dr. Francisco Valles que, como sabemos, muere en 1592. Es por tanto indudable que para antes de estas dos fechas estaba terminado el trabajo del italiano.

3 Véase Instrucciones.

4 Vease el Memorial pidiendo mercedes.

5 Sobre los emolumentos de los médicos en tiempos de Felipe II, es importante consultar: Pascual Iborra, “Memoria sobre la institución del protomedicato”, Ann. de la R. Acad. de Med. (Madrid), tomo IV, cuad. 3, pág. 193, y Oliveros de Castro y Subiza Martín, Felipe II, estudio médico-histórico (Madrid, 1956). Ningún médico recibió sueldo por encima de los 60 000 maravedíes; sólo los más importantes como Valles, Gutiérrez de Santander, Benavides, e incluso Hernández, fueron mejorados con 20 000 maravedíes más. Sólo hay dos casos, el de Cristóbal de Vega, que, por consideraciones especiales, en atención a su estado de salud y a que tuvo que abandonar la cátedra de Alcalá, recibió 150000 maravedíes, y el de Gutiérrez de Santander, cuya mejora fue de 30 000 en lugar de los 20000 habituales.

6 Testamento, párrafo 6.

7 Ibid.

8 Epistolario, n. 18.

9 Oliveros de Castro, Felipe II, estudio médico-histórico (Madrid, 1956), pág. 217.

10 La transformación y cómputo de una cantidad monetaria de aquella época a ésta es un problema erizado de peligros de falsa o errónea apreciación. Nosotros hemos utilizado el clásico sistema de comparar el patrón oro en peso absoluto. Es el método más aproximado, aunque tiene errores de origen por el distinto valor adquisitivo de la moneda en cada época y las enormes diferencias de precio de las mercancías en cada momento. A los interesados en profundizar sobre este tema les aconsejamos consultar los trabajos de Manuel Luengo Muñoz, “Sumaria noción de las monedas de Castilla e Indias en el siglo XVI”, Anuario de Estudios Americanos (Sevilla, 1950), tomo VII, págs. 325-366, y Los banqueros de Carlos V, de Ramón Carande Thovar (Madrid, 1944), en los cuales, aparte de los profundos estudios sobre el tema de las finanzas y economía españolas durante el siglo XVI, se encontrará una profusa bibliografía sobre el tema. Nosotros, para nuestro cómputo, no hemos aprovechado la cifra de cambio que utiliza Luengo Muñoz, quien considera que el ducado durante el reinado de Felipe II equivalía a 429 maravedíes, y en cambio en los documentos de Hernández se lee, taxativamente: “en esta dicha caja se pagaron al dicho doctor Francisco Hernández mil ducados, que montan trescientos setenta y cinco mil maravedíes’’ (Archivo General de la Nación, México, Reales Cédulas, duplicado n. 47, foja 482). De donde se deduce que, en tiempos de Hernández y en contra de la opinión de Luengo Muñoz, se seguía cambiando el ducado a 375 maravedíes, igual que durante la época de Carlos V.

11 Ramón Carande, “Los tesoros de Indias en los precios de España”, Tierra Firme (Madrid, 1935), tomo I, n. 1, págs. 155-162. Y también E. F. Hamilton, American treasure and the price revolution in Spain (1501-1650) (Harvard, 1934).

12 Leopold von Ranke, La monarquía española de los siglos XVI y XVII (México, 1946), pág. 196.

13 Benjamín Jarnés, Vasco de Quiroga, obispo de utopía (México, 1942); Julián Bonavit, Historia del colegio primitivo y nacional de San Nicolás de Hidalgo (Morelia, 1940), pág. 7. Sobre la manera como don Vasco gastaba toda su hacienda en la obra hospitalaria, véase el informe al rey que le envía Zumárraga y las declaraciones de los criados en el informe del juicio de residencia, que aparecen recogidas por Josefina Muriel, Hospitales de la Nueva España (México, 1956), pág. 58.

14 Un magnífico estudio sobre la figura de Acosta, la trascendencia de su obra y el número de sus ediciones puede encontrarse en el “Estudio preliminar” de Edmundo O’Gorman a la reedición de la obra de Acosta hecha por el Fondo de Cultura Económica, México (ob. cit.).

15 Francisco de Valles, De iis quae scripta sunt physice in libris sacris sive de sacra philosophia, líber singularis, Turín, en casa de los Herederos de Nicolay Benilaquae, 1587.a

16 Ambrosio de Morales, Las antigüedades de las ciudades de España (Alcalá de Henares, 1575). La amistad entre Morales y Hernández es seguro que venía de antiguo y probablemente se originó en los años estudiantiles, ya que ambos cursaron estudios en Alcalá por la misma época.

17 Sobre el padre Sigüenza y sus relaciones con el pensamiento erasmista, véase el libro del Prof. Marcel Bataillon, Erasmo y España (México, 1950).

18 Fray Joseph de Sigüenza, Historia de la Orden de San Gerónimo (Madrid, En la Imprenta Real, 1600). El párrafo donde se describe la obra de Hernández aparece en la tercera parte, libro cuarto, discurso XI, folio 778, columna primera, y dice así: “{En la librería}, junto con esto {unos libros chinos de que viene hablando}, ay una curiosidad de gran estima, digna del ánimo y grandeza del fundador de esta librería. Ésta es la historia de todos los animales y plantas que se han podido ver en las Indias Occidentales, con sus mismos nativos colores. El mismo color que el árbol y la yerba tiene, en rayz, tronco, ramas, hojas, flores, frutos. El que tiene el caymán, el araña, la culebra, la serpiente, el conejo, el perro y el peze con sus escamas; las hermosíssimas plumas de tantas diferencias de aues; los pies y el pico y aun los mismos talles, colores y vestidos de los hombres y los hornatos de sus galas, y de sus fiestas, y la manera de sus corros y bayles y sacrificios, cosa que tiene sumo deleyte y variedad en mirarse, y no pequeño fruto para los que tienen por oficio considerar la naturaleza, y lo que Dios ha criado para medicina del hombre, y las obras de la naturaleza tan varias y tan admirables. Encomendó el rey esta impressa y trabajo al doctor Francisco Hernández, natural de Toledo, hombre docto y diligente, que, como dize en un proemio, passando en Indias en poco más de quatro años, con el buen orden que puso y con no descansar lo que se le auía encargado y con los recados y poderes que el rey lleuaua, escribió quince libros grandes de folio, en que dio grande noticia de todo lo que hemos dicho. De suerte que en unos puso la figura, forma y color del animal y de la planta, partiéndolos como mejor pudo, y en otros, a quien cada cosa, las calidades, propiedades y nombres de todo, conforme a lo que de aquella gente bárbara, y de los españoles que allá han viuido, nacido y criádose pudo colegir; sacando unas veces por el discurso, otras por buenas conjeturas, la razón de lo que buscaua, ansí en los nombres, como en calidades, virtudes y usos, según lo auía aquella gente prouado. Hizo fuera de estos quince tomos, otros dos por sí: el vno es el índice de las plantas, y la similitud y proporción que tiene con las nuestras, como supo colegir, o adeuinar (es esta obra y negocio de muchos años y aun siglos), y el otro es de las costumbres, leyes y ritos de los indios y descripciones del sitio, de las prouincias, tierras y lugares de aquellas Indias y Mundo Nueuo, repartiéndolo por sus climas, que también fue grande diligencia, empressa verdaderamente grande para ponerla en competencia de Alexandro con Aristóteles; y aunque no está tan acabado este trabajo como pudiera, es vn más que principio para los que quisieren lleuarla al cabo, no es negocio que puedan abarcarlo las fuerzas de vn solo hombre. Están estos quince tomos enquadernados hermosamente, fuera de lo que en esta librería es vsado, cubiertos y labrados de oro sobre cuero azul, maneguelas, cantoneras y bullones de plata muy gruessos y de excelente labor.”

19 Alfonso López de los Hinojosos, Summa y recopilación de chirugia.. . (México, 1578 y 1595). En las dos ediciones de su libro, al tratar de la epidemia de cocoliztle, el autor consigna la presencia de Hernández en el acto de las autopsias que él llevó a cabo bajo su dirección.

20 Juan de Cárdenas, Primera parte de los problemas y secretos maravillosos de las Indias (México, 1591).

21 Agustín Farfán, Tractado breve de anothomia y chirugia (México, 1579), y la reimpresión de 1592, que lleva el título de Tractado breve de medicina, citan a Hernández con motivo de la descripción de la raíz de cocolmécatl, en el cap. XVII del libro II.

22 Juan de Barrios, Verdadera medicina, cirugía y astrología (México, 1607). (Véase Bibliografía Hernandina, n. 11.)

23 Francisco Ximénez, Quatro libros de la Naturaleza... (México, 1615). (Véase Bibliografía Hernandina, nums. 12, 13 y 14.)

24 Véase: Enrique Álvarez López, “Las plantas de América en la botánica europea del siglo XVI”, Revista de Indias (Madrid), vol. VI, n. 20, abril-junio, 1945, pág. 286.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ