d) La obra


Mientras dejamos a Hernández luchando con la salud del futuro Felipe III, eczematoso y raquítico, será interesante conocer qué pasaba con los materiales que había traído el protomédico de América. Ya sabemos que, en marzo de 1576, la flota del general Diego Maldonado había llevado hasta Sevilla diez y seis cuerpos de libros, que fueron enviados en dos cajas de madera cerradas con llave. Sabemos también que las llaves de estas cajas se enviaron, junto con un pliego de escritura, directamente a su majestad, y que Felipe II dio órdenes inmediatas a Sevilla para que las cajas se trasladaran al Consejo con la mayor brevedad, “con muy buen recaudo y de manera que allá no se abran en manera alguna ni que en el camino se puedan desclavar”.27

Un año después embarca el protomédico y llega a España con el dilatado y heterogéneo equipaje que ya conocemos. Según infomes del virrey y del documento inventario de lo llegado a Sevilla, sabemos que el protomédico traía escritos y llevaba personalmente en su poder “22 cuerpos de libros de más de los 16 que ha enviado”. Todo este bagaje literario no era solamente descripción de la Historia natural de México. Por sus propias cartas, por el Memorial pidiendo mercedes, por la carta poema dirigida a Arias Montano e incluso por el propio testamento podemos llegar a conocer qué materiales formaban esos 38 volúmenes escritos, que el protomédico había compuesto durante sus siete años de exploración. Indudablemente los 16 primeramente enviados eran descripciones de plantas, animales y minerales de Nueva España. Era lo que interesaba al rey y fue lo que se le envió primeramente. Estaban escritos en latín, parte en limpio y parte en borrador; en volúmenes separados venían textos y dibujos con tablas para encontrar la correspondencia. Todos estos datos se desprenden de la carta que Hernández escribe al rey junto con el envío de los libros, de la que ya nos ocupamos. Además había enviado plantas disecadas, pues en la descripción que años después hiciera el padre De los Santos de estos libros, escribe que de las plantas medicinales de Indias que estudiara Hernández había “propias hojas pegadas en las de los libros”, o sea lo que hoy llamamos comúnmente herbario.28

En los veintidós que trae el Protomédico a mano, en su propio equipaje, vienen, a juzgar por sus propios datos, otros materiales muy distintos. En primer lugar hay nueve destinados a la traducción y comentarios del Plinio. En los restantes se incluyen los borradores de los diez y seis libros primeramente enviados, que más tarde sirvieron para la edición matritense; los borradores del Plinio, que hoy conocemos todavía; las traducciones castellanas y mexicanas de los libros de plantas, que estaban muy incompletas, pues apenas llegaban a estar traducidos los primeros libros latinos. Venían los trabajos filosóficos cuya dedicatoria copiamos más arriba y que sabemos compuso en México, “durante las horas entresacadas y las que debía haber dedicado al descanso y cuidado de mi salud”.29 Son estos trabajos las Quaestionum stoicarum, los Problematum stoicorum y el Problemata seu erotemata philosophica, secundum mentem Peripateticorum, et eorum principis Aristotelis.30 Junto con ellos venían los hoy perdidos libros de plantas de Canarias, Haití y Cuba, el manuscrito de las Antigüedades y del Libro de la Conquista, que hoy se encuentran en la Academia de la Historia de Madrid. La descripción del templo máximo mexicano, el texto de la famosa doctrina cristiana, que hiciera por indicación del arzobispo Moya de Contreras, la relación de la enfermedad llamada cocoliztle, y los cinco famosos libros, hoy perdidos, donde se ocupaba de las sesenta purgas naturales de América, de las plantas de Europa que nacen en el Nuevo Mundo, del método y manera de conocer las plantas que pertenecen a cada orbe, de los males y remedios de Nueva España, y otro más, dedicado a experiencias y antidotario del nuevo orbe. Contenían además esos volúmenes anotaciones y apuntes geográficos sobre la China, que había recogido el protomédico de obras de viajeros contemporáneos, y una descripción de la Provincia China, escrita por un fraile llamado Martín de Errada, que Hernández recogió y tradujo del castellano al latín y, sobre todo esto, la descripción de la Nueva España que le diera Domínguez. Probablemente hubo más apuntes y trabajos que hoy se han perdido, pero con lo reseñado ya es bastante para darse cuenta de lo que había sido la obra de Hernández en esos siete años de expedición.

Como es natural, todo esto no pasó a poder del rey. Felipe II conservaba lo que le llegó en la flota del año 1576; de los 22 cuerpos de libros posteriores poco debió de ser lo que llegó a la cámara real. Cuando Hernández hace testamento nos indica lo que el rey tenía en su poder pues le hace donación especial de todo ello. Dice así: “es mi voluntad que se dé a su magestad del rey don Phelipe nuestro señor los XVI cuerpos de libros de yerbas e animales de las Indias, que son los que su magestad tenía en sus guarda joyas, y la descreción de la Nueva España con otras pinturas de yerbas e animales que están añadidas en todos los esquizos, y tablas e pinturas en pino, y el cuerpo en que están los cinco libros adminiculativos, y los tres cuerpos que están traducidos en lengua mexicana”.31 De aquí se desprende que el rey retuvo los primeros libros enviados; después Hernández le entregó la descripción de Nueva España y los libros que llama adminiculativos, adjetivo con que se refiere a los cinco libros, hoy perdidos, de las sesenta purgas de América, el de males y remedios de Nueva España, el de experimentos y antidotario americano, el que contenía el método para conocer de qué orbe son las plantas y el libro de plantas europeas que crecen en América. En su epistolario de los últimos tiempos de México, se refiere alguna vez a estos libros escritos, según dice, para que el rey reciba con ellos gusto y servicio”.32 Entregó también al rey, según se desprende del testamento, los libros traducidos al náhuatl. No creemos que al rey le interesaran mucho, pero probablemente Hernández lo hizo para asombrar un poco a su magestad con este idioma que él había llegado a entender. Y si, como es posible, estos manuscritos fueron los que, en el siglo XVIII, rodaron por los almacenes de algunos libreros de Madrid, es de aceptar entonces que lo menos importante era el idioma, pues se acompañaban de bellas ilustraciones en color, que era lo que Hernández quería que el rey admirase.

Averiguamos también por este documento que el rey tenía “pinturas en pino’’, o sea en tabla, y esto hace pensar que probablemente fueron estas tablas algunas de las que el rey mandó colocar en su aposento y a las que hacen referencia los autores contemporáneos, junto con las aderezadas por el padre San Jerónimo.33

Se desprende de todo lo anterior que Hernández conservó en su poder la mayor parte de los materiales traídos de América. Esto que a primera vista parece extraño, no lo es tanto si pensamos en el carácter perfeccionista de Hernández. En todas sus obras se nota claramente el esfuerzo de mejora y reforma continua que imprime a sus originales. Están siempre llenos de tachaduras, enmiendas, frases reformadas, etc. Es conocido que este excesivo deseo de perfección, en muchos autores, llega a convertirse en una preocupación que termina por esterilizar la obra, y ya en alguna ocasión hemos expresado nuestra idea de que uno de los factores que pudieran contribuir al tremendo fracaso editorial de las obras de Hernández, quien durante su larga vida tuvo la desgracia de no alcanzar a ver impresa ni una sola de sus muchas y diversas obras, haya sido este continuo afán de mejoramiento y perfección.34 Las mismas advertencias que escribe al rey en la carta que acompaña el envío de los primeros diez y seis libros de plantas y animales muestran esta inconformidad con lo que ya debía estar acabado y puesto en limpio. Son advertencias y explicaciones, en gran parte innecesarias, pero que sobre todo muestran cierta insatisfacción interna de su propio trabajo, aunque esto no sea óbice para que compare a Felipe II con Alejandro y él, de rechazo, resulte el Aristóteles del Nuevo Mundo.

Sabemos que después de estar ya en España, con los originales entregados al rey, enfermo y esperando que la obra se imprimiese, seguía retocando y arreglando sus escritos. La redacción de algunos capítulos no deja lugar a dudas, como cuando, hablando de cuadrúpedos, nos describe un pequeño león “llamado tlalmiztli, que encontré entre los mexicanos y cuidé de pintar y describir, cuando estuvimos allí componiendo nuestra Historia natural del Nuevo Mundo por mandato de su majestad el rey Felipe”. El mismo aspecto de nota posterior a su regreso es aquella donde habla del pez con figura de toro que le han traído de la China; después de describirlo explica que tal vez “pueda antes de morir agregar algo acerca de él en mis escritos”.35

Los libros que entregó al rey, llegaron a la presencia real cubiertos con una encuadernación que llamó la atención en la corte. Los cronistas contemporáneos se hacen lenguas de la belleza de estos libros que, según Porreño, “están encuadernados hermosamente, cubiertos y labrados de oro sobre cuero azul, manezuelas, cantoneras y bullones de plata muy gruesos y de excellente labor y artificio”.36 Sigüenza, por su parte, cuando se refiere a estos libros, añade: “Están estos quince tomos enquadernados hermosamente, fuera de lo que en esta librería es usado.”37 Se refiere a la librería del monasterio de El Escorial. Este dato de la encuadernación majestuosa, recogido por la mayor parte de los biógrafos de Hernández, constituyó siempre, para nosotros, un enigma al tratar de buscar el origen de esas bellísimas y ricas cubiertas. Descartamos que Felipe II hubiera mandado ponerlas. Es tradición que así como era un recolector general de libros interesantes para la biblioteca de su monasterio, en cambio nunca se ocupaba de encuadernarlos y los mandaba guardar tal y como venían.

En algún momento pensamos que hubiera sido obra del extraordinario escultor Nicolás de Vergara, que como sabemos era amigo e incluso colaborador de Hernández desde la juventud. Vergara era un excelente y fino orfebre, a cuya mano se deben múltiples esculturas y adornos de la catedral de Toledo y del monasterio de El Escorial. Precisamente en los años 1573 y 1574 estuvo ocupado en diseñar y fundir las cantoneras de los libros de coro del monasterio escurialense, labor que hubo de suspenderse por el elevado costo de la obra y el excesivo peso que adquirían los libros. Pero también desechamos esta hipótesis, al considerar que los libros debieron de llegar ya encuadernados a la presencia real; como esto ocurrió antes de volver Hernández de México, resultaba imposible que el protomédico hubiese encargado a su amigo la manufactura de tan valiosas y bellas encuadernaciones.

Eliminadas estas dos posibilidades, la del rey por la falta de costumbre de hacerlo y la de Vergara por imposibilidad física, no queda más solución que admitir que los cuerpos azules labrados en oro y los excelentes trabajos en plata que formaban manezuelas, cantoneras y bullones fueron obra de artífices mexicanos a quienes se los encargó Hernández en honor de su rey. En la historia de la medicina mexicana tenemos un antecedente muy similar. Cuando a mediados del siglo XVI se prepara, para presentarlo a Carlos V, el incomparable Códice Badiano, es encuadernado lujosamente en terciopelo rojo con manezuelas de oro cincelado, que hoy se han perdido. En México este trabajo se hacía relativamente barato y con excelente tradición de artesanía. El oro y la plata circulaban profusamente durante esos años de la colonia y probablemente la manufactura llevaba aquel sello propio y característico de la labor de los obreros mexicanos del siglo XVI, que se observa en casi todas las manifestaciones artísticas de la época y es resultado de la fusión de los dos conceptos artísticos europeo e indígena. Hoy se conoce como arte tequitqui y presenta un aspecto original y único con extraordinaria belleza.

Siendo éste el único origen admisible para las excelentes cubiertas o encuadernaciones con que los dibujos y manuscritos de Hernández llegaron a la presencia del rey, tenemos entonces que admitir que su manufactura fue sufragada por el protomédico , aumentando los gastos de la expedición que tan cargada andaba de ellos y tan escasa de recursos para cubrirlos.

De todo lo anterior se desprende que, para mediados del año 1578, las obras de Hernández están divididas. Una parte, la de la bella encuadernación, la conserva el rey, quien la había mandado colocar en su guardajoyas, y otra, la más extensa y variada, continuaba en poder de Hernández, quien seguía puliéndola y retocándola continuamente.

Perdemos la pista de Hernández y de sus libros durante una larga temporada. Pasan muchos meses sin que encontremos ningún documento referente a este tema. Probablemente Hernández sigue con sus achaques y sus trabajos de mal en peor, pues nos encontramos que el rey, en febrero de 1580, toma una decisión, tal vez la más grave de todas las adversidades que ha padecido Hernández y al mismo tiempo la que permitió que su nombre quedara vivo en la historia y llegase hasta nosotros. Nos referimos al nombramiento del Dr. Nardo Antonio Recchi como médico de cámara, con encargo especial de revisar y ordenar las obras de Hernández. El título, con fecha 21 de febrero de 1580, indica que Nardo Antonio cobrará 60 000 maravedíes de sueldo con las obligaciones de ejercer el oficio de simplicista, dirigir las plantaciones y cultivos de hierbas medicinales en los jardines reales, cuidar las destilaciones y buscar las hierbas adecuadas a este propósito, advertir y enseñar a los otros médicos de la corte esta facultad destilatoria y además ocuparse de “ver, concertar y poner en orden lo que trajo escrito de Nueva España el doctor Francisco Hernández”.38

Nardo Antonio Recchi o Recco, que de ambos modos le denominan los autores, es una figura casi desconocida de la historia médica, cuya memoria queda únicamente unida a este encargo real. Era napolitano, de la localidad de Montecorvino, y no se sabe cuándo ni cómo llegó a la corte española. Se ha pensado que fuera uno de aquellos a quienes se refiere Cabrera de Córdoba cuando habla de los sabios extranjeros especialistas en destilaciones que había mandado venir el rey para encargarlos del laboratorio que tenía montado con ese objeto en El Escorial.39 Sin embargo nosotros no lo creemos así, pues el propio Recchi, cuando dedica su obra al rey en una dedicatoria que quedó inédita, pues los Linceos la suprimieron, y sólo se conserva manuscrita al frente del original de Recchi, que existe en los Estados Unidos, no habla para nada de tal comisión y en cambio escribe: “hace ya varios años que, desde la Universidad de Monte Corvino, en el reino de Nápoles, fui enviado por mi país ante vuestra sacra católica real majestad para gestionar la conservación de los privilegios del real dominio obtenidos de vuestros antecesores, reyes de España y de Nápoles, por su firme lealtad hacia ellos y los muchos servicios que como era debido les prestara”. Queda perfectamente claro que el motivo del viaje de Recchi a Madrid tuvo razones políticas y no científicas. Pero es más, la dedicatoria continúa diciendo: “plugo a vuestra majestad, cuando preparaba ya mi regreso por haberme vos concedido generosamente lo que demandaba en favor de la libertad de mi patria, incorporarme al grupo de vuestros médicos (prueba inmerecida de vuestra gran benevolencia). Y para añadir beneficios a beneficios, quisisteis encomendarme los libros de Historia natural de las cosas de Indias en la llamada Nueva España, escritos tan laboriosamente por el doctor Francisco Hernández, vuestro protomédico en las Indias Occidentales, a fin de que redujese a una breve doctrina cuanto se refiere a usos médicos, y lo escribiese en estilo sencillo”.40

Estas palabras confirman que el encargo del arreglo del original de Hernández lo recibió Recchi del propio rey; no es de pensar que estuviese, como algunos suponen, dedicado a labores de destilación en El Escorial, pues lo hubiera hecho constar en esa misma dedicatoria cuando explica las razones de su estancia en España. Ahora bien, lo que resulta inexplicable es cómo pudo el rey, que era tan precavido y cuidadoso en sus encargos, comisionar para éste, tan delicado, a un hombre que era notorio no había estado nunca en América ni conocía nada sobre las lejanas tierras, del estudio de cuya naturaleza lo había convertido el rey en censor y árbitro. Por otro lado este nombramiento, realmente extraño por vivir aún el protomédico, parece indicarnos que el estado de salud de Hernández era para entonces bastante precario y le incapacitaba para una labor como la encargada a Recchi, o tal vez el propio afán perfeccionista de Hernández fue notado por el rey y, observando que el protomédico nunca se decidiría a enviar los originales a la imprenta con pretexto de mejorarlos, le nombró este auxiliar que con el tiempo se convertiría en el camino por donde los libros de Hernández han llegado al público científico.

Mas no se piense que este nombramiento fue una arbitrariedad real; hay motivos más que suficientes para suponer que los libros estaban bastante revueltos e incompletos, pues muchos años después el padre Sigüenza, cuando hace la famosa descripción de los originales que hay en su biblioteca, después de alabar la empresa hernandina y decirnos la tan repetida coletilla de que era suficientemente “grande para ponerla en competencia de Alejandro con Aristóteles”, añade: “y aunque no está tan acabado este trabajo como pudiera, es un más que principio para los que quisieren llevarla al cabo, que no es negocio que puedan abarcarlo las fuerzas de un solo hombre”.

Recchi no debió de darse demasiada prisa en recoger e iniciar la puesta en orden de los libros de Hernández, pues por una nota autógrafa del rey sabemos que dos años después los libros continuaban todavía en el Consejo esperando que los recogieran. Existe un documento en el Archivo de Indias de Sevilla donde, al pie de un pliego en el cual se le consultan al rey varios asuntos, éste indica su parecer sobre cada uno y al final añade: “y con esta ocasión se me ha acordado de scribiros que los cuerpos de libros de yerbas y animales y otras cosas que el Dr. Francisco Hernández hizo, y creo que están en el Consejo, se entreguen a Bartolomé de Santoyo por cuenta y razón para que los ponga en la parte donde le mandaré avisar”.41

Bartolomé de Santoyo es una figura muy conocida en la vida de Felipe II; era el hombre de confianza, el ayuda de cámara fiel y de gran secreto, que, favorecido por su majestad, servía de intermediario entre el rey y los secretarios del Consejo.42 El rey escribe esta nota desde Portugal y, probablemente, los libros que se entregaron a Santoyo fueron a parar a manos de Nardo Antonio, pues existe un recibo titulado Nota de las faltas que ay en los libros de las yerbas y animales de la Nueba Espanna43 que, aunque no tiene firma, presenta tal cantidad de italianismos en su redacción que resulta difícil pensar pueda haber sido escrito por otra persona que no fuera Recchi. Entre otros varios errores escribe: primiero y secuondo, chiedan por quedan y chietadas por quitadas. Este recibo, aparte de informarnos sobre los folios faltantes en los manuscritos al tiempo de ser recibidos por Recchi, nos confirma también que el médico napolitano trabajó sobre los originales que Hernández había enviado al rey con la rica encuadernación de que tratamos antes, pues en el documento recibo se hace constar que “faltan tres maniccillas, una dellas dal tomo del ABCDario, y otra del primiero tomo delas figuras delas yerbas y otra del tomo décimo délas mismas figuras”. A continuación advierte que: “Dos dellas chiedan in mi poder, qui mi las dierno chietadas desus lugares.”

Recchi se lanzó a la tarea “de ver, concertar y poner en orden” los libros que habían caído en sus manos; ya en varias ocasiones nos hemos ocupado de lo que fue su labor. Es probable que los originales de Hernández no estuvieran arreglados de modo que pudieran llegar a las cajas de imprenta tal y como venían, pero también es verdad que de las manos de Recchi sale el jugoso y personal estudio de Hernández convertido en una anodina relación de plantas medicinales, de cuya descripción se había quitado todo lo vivo y espontáneo que el protomédico ponía al escribir. En alguna ocasión nos hemos ocupado de la actuación de Recchi sobre los originales de Hernández;44 entonces lo mismo que ahora seguimos pensando que, sin colocarnos en una situación tan extremista como la que toma Beristain cuando califica a Recchi de “miserable destripador” de los originales hernandinos,45 sí es preciso en cambio reconocer que la labor del napolitano fue nefasta para la posteridad de Hernández. Recchi no estaba preparado para la labor encomendada, desconocía América y no supo interpretar el verdadero valor de los manuscritos de Hernández. Eliminó de ellos todo lo que era personal y ajeno a la medicina, todo lo que le pareció superfluo. Probablemente Recchi consideró que un libro que se editaba por un mecenas real no podía contener sentimientos personales, detalles nimios, ni observaciones ajenas al objeto para el cual estaba destinado. Recoge únicamente lo que tenía aplicación directa en la medicina, y con ello mató el espíritu de la obra. Perpetuó las observaciones positivas de tipo útil en medicina pero impidió que durante dos siglos nadie supiera cómo sentía y pensaba el hombre que llevó a cabo la empresa.

Hernández sintió en lo más íntimo de su ser este nombramiento que venía a sumarse a las muchas contrariedades que continuamente le acechaban. En su poema dirigido a Arias Montano, cuya fecha precisamente fijamos en este año de 1580, como consecuencia de la designación de Recchi, lanza un grito patético de dolor cuando comprueba el destino que se ha dado a aquellos libros que le han costado media vida. Sin citar nombres, de manera velada se observa la alusión al rey que manda efectuar el arreglo y la incapacidad con que conceptúa al que se ha encargado de llevarlo a cabo. Dice así:


¿Habrá quien pretenda que tantas y tan arduas cosas

puedan escribirse conforme al arbitrio de otros,

cuando tantos cuidados y búsquedas ellas exigen

y no hay muchos que quieran sufrir tamaños desvelos?

¿Ni cómo podrá ser buen juez y censor perito

el que nada conoce de plantas, ni vio nuestros libros,

ni ha sabido de nuestros trabajos y fatigas duras?46


Mas las protestas de Hernández cayeron en el vacío. Arias Montano, su protector, el amigo y hombre de influencias cerca del rey, seguía fuera de España, empeñado en la monumental empresa de la Biblia poliglota. El rey, que podía haberle atendido, se encontraba cada vez con más complicaciones en sus negocios de Estado. El regente de Portugal había muerto a fines de enero, y las intrigas y maquinaciones para hacerse nombrar rey de Portugal estaban en todo su apogeo. Finalmente el rey Felipe decide ir a Portugal e inicia el viaje algo después de mediado el año.

El viaje fue desastroso, Felipe enfermó en Badajoz y estuvo a punto de morir. La reina, que le acompañaba, cayó enferma a su vez y falleció en pocos días, dejando al rey, más débil y achacoso que nunca, en profundo estado de depresión. Este año de 1580 fue funesto para los españoles y en general para toda Europa. Una terrible epidemia de probable influenza asoló todos los países y en España produjo terrible mortandad. Hernández consiguió sobrepasarla no obstante su precario estado, pero no pudo, por lo visto, conseguir que la orden dada a Recchi fuese revocada; Recchi recogió los manuscritos y debió de ser rápido en el trabajo, del cual consta que hizo varias copias. Una de ellas, la que “por extraordinarios caminos” llegó hasta el monasterio de Huaxtepec en México, llevando la aprobación y la firma del protomédico Francisco Valles, fue utilizada por Francisco Ximénez para la traducción que, bajo el nombre de Quatro libros de la Naturaleza…; publicó en 1615.47 Otra probable copia de este mismo resumen de Recchi era el manuscrito que Anastasio Chinchilla poseía el siglo pasado. El original del trabajo quedó en poder de Recchi, quien, al ser nombrado protomédico de Nápoles, se lo llevó consigo; fue el que más tarde, después de las peripecias ya conocidas y de las que trataremos en otro lugar, se utilizó para la edición que durante el siglo XVII llevaron a cabo los miembros de la Accademia dei Lincei.48

Mientras tanto, en poder de Hernández quedaron el resto de los originales, los borradores de lo entregado al rey, los diversos trabajos filosóficos, los comentarios y la traducción del Plinio y las demás cosas que ya conocemos. Por un capricho del destino, estas obras que quedaron en su casa han sido las que se han conservado hasta hoy y nos han permitido conocer lo que fue su labor. Cuando Recchi terminó su trabajo, debió de devolver los bellos libros con sus famosas encuadernaciones al rey, y éste mandó depositarlos en la biblioteca de El Escorial, donde fueron vistos y admirados por el padre Sigüenza, quien los alaba en frases que ya conocemos. Allí permanecieron hasta que, durante el incendio que sufrió El Escorial en 1671, desaparecieron consumidos por el fuego, según es tradición afirmar, aunque haya autores, como el padre Moxó, que insisten en que fueron víctimas de la polilla y el polvo.49 El material manuscrito que conservaba Hernández en su casa se desperdigó con el tiempo; la mayor parte fue a parar al convento de los jesuitas de Madrid; otros trabajos terminaron en bibliotecas particulares, pero gracias a eso se consiguió su conservación. Probablemente nunca pensó Hernández, mientras dirigía y diseñaba las famosas encuadernaciones de sus manuscritos originales para darles perpetuidad, que éstos iban a tener una vida efímera e intrascendente, mientras que en cambio los borradores y copias secundarias estaban destinadas a darle esa fama de la posteridad que tanto anhelaba.

Un punto sobre el cual los historiadores no se han puesto nunca de acuerdo es la probable impresión de estos originales de Hernández por encargo de Felipe II; la opinión más admitida es la de que el rey se limitó a admirarlos y a mandar que se guardaran en la biblioteca de su monasterio. Sin embargo existen dos testimonios que obligan a pensar de otra manera; el más antiguo es el que inserta Nicolás Antonio en su Bibliotheca Hispana Nova, donde dice haber visto en poder de cierto amigo suyo una cédula manuscrita con un apuntamiento anónimo dirigido a don Diego de Estúñiga, consejero del Supremo Consejo de Indias, donde se consulta su opinión acerca de los gastos necesarios para publicar el Herbariam Epitomem Francisci Fernandi,50 y el otro es la afirmación de don Justo Zaragoza, quien a mediados del siglo pasado, cuando redacta la corta biografía de Hernández, que aparece en los apéndices biográficos a la obra Cartas de Indias, escribe textualmente: “nosotros hemos visto una muestra de la tirada de las láminas con colores que se proyectaba para su Historia natural, con el presupuesto del importe, y, a juzgar por aquélla, la edición hubiera sido de notable belleza, y quizá la primera de las de su clase en aquel tiempo”.51

Estas dos aseveraciones, con toda seguridad auténticas, pues no hubiera tenido objeto afirmar estos datos diluidos en obras tan generales como las dos citadas, donde la figura de Hernández pasa casi inadvertida, obligan a pensar que el rey, una vez con el resumen de Recchi en la mano, trató de editarlo. Podemos afirmar que la edición se refiere al resumen, pues en el dato de Nicolás Antonio claramente se afirma que se trata del Herbariam Epitomem. Consultó para ello con los miembros del Consejo de Indias, se hicieron pruebas, presupuestos, con seguridad demasiado elevados para el estado de la Hacienda; hubo que ajustarlos y, mientras en todas estas gestiones se gastó tiempo, se fue perdiendo el interés, murió Hernández, Recchi fue enviado a Nápoles de protomédico de aquel reino, Felipe, cada vez más taciturno, se distrajo en nuevos intereses, y se cumplió la profecía de Hernández cuando en México recriminaba al virrey de su lentitud advirtiéndole que “los negocios dilatados ellos mismos se desbaratan”52 solos. La obra extraordinaria, que había costado tantos años de esfuerzo y penalidades, quedó por el momento inédita y arrumbada, los protagonistas dispersos o muertos y la gloria imperecedera con que soñara su autor, se disipó en el olvido de los que debían haberla mantenido.






27 Instrucciones del rey sobre las cajas en que vienen los libros del Dr. Francisco Hernández, enviadas a los oficiales de Sevilla el 4 de agosto de 1576.

28 Epistolario, n. 18, y Francisco de los Santos, Descripción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (Madrid, 1657).

29 Prohemium ad Phillippum secundum de las Quaestionum Stoicarum.

30 Ver Bibliografía Hernandina, núms. 27, 28 y 29.

31 Testamento, párrafo 12.

32 Epistolario, n. 17.

33 Ya vimos cómo Cabrera de Córdoba y Porreño se refieren a los cuadros que se aderezaron con las pinturas de Hernández para decorar el aposento del rey en El Escorial, y sabemos que fue Fray Juan de San Jerónimo quien los compuso; tal vez sirvieron de base para ello estos dibujos en tabla a los que Hernández hace referencia.

34 Germán Somolinos d’Ardois, “El fracaso editorial del Dr. Francisco Hernández”, Cuadernos Americanos, México, enero-febrero de 1951, vol LV, págs. 163-169.

35 Cuadrúpedos, c. XXXIX, y Acuátiles, cap. LIII. (UNAM, 1959, tomo III, vol. II, págs. 317 y 402, respectivamente.)

36 Baltasar Porreño, Dichos y Hechos del Rey Don Felipe II (Cuencia, 1628).

37 Joseph de Sigüenza, Historia de la Orden de San Gerónimo (Madrid, 1605).

38 Véase Oliveros de Castro, Felipe II, estudio médico-histórico (Madrid, 1956), pág. 217.

39 Luis Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II, rey de España (Madrid, 1619). Nosotros utilizamos la edición de 1876, donde en el tomo II, pág. 398, el autor describe los laboratorios instalados en El Escorial para extraer las “quintaesencias de las sustancias” y con este motivo hace algunos comentarios bastante irónicos sobre sus utilidades y efectos.

Por cierto que en un trabajo del Dr. Carlos Rico-Avello, “Las enfermedades y los médicos en la vida de Felipe II”, Rev. de Sanidad e Higiene pública, Madrid, noviembre-diciembre de 1950, año XXIV, págs. 817-867, hablando de estos laboratorios de El Escorial, se dice: “Felipe II… por consejo de su médico Valles... establece allí laboratorios de destilación, con toda clase de alambiques, para obtener de los vegetales indianos que le va remitiendo su médico Hernández algún recurso que mitigue sus dolencias” (pág. 848). Ignoramos de dónde pudo obtener esta noticia el Dr. Rico-Avello, que suponemos es una mala interpretación de alguna lectura, pues en ninguno de los documentos conocidos de Hernández consta que enviara al rey plantas medicamentosas, con excepción de las plantas que él lleva personalmente en el viaje de retorno.

Respecto a la figura de Nardo Antonio Recchi, no aparece en ninguna historia de la medicina, y el único que le dedica una corta biografía, sin nada original, es Augusto Hirchs en su Biographisches Lexicon hervorragender Aerzte (Leipzig, 1884-88), vol. IV, pág. 648.

40 Fragmentos del prólogo dedicatoria del manuscrito De materia medica Novae Hispaniam Philippi Secundi Hispaniarum ac Indiarum regis invictissimi iussu collecta a doctore Francisco Hernando Novi Orbis primario ac in ordinem digesta a doctore Nardo Antonio Recco eiusdem maiestatis medico libri quatuor, que se conserva en la Biblioteca John Cárter Brown de los Estados Unidos. La traducción de los párrafos anteriores pertenece al Prof. José Rojo Navarro, quien no la considera definitiva pues existen en el original una o dos palabras de paleografía dudosa.

41 Consulta de su majestad y respuesta de éste al Consejo; Archivo de Indias, Sevilla, Indiferente General, 740.

42 La figura de Bartolomé de Santoyo, el criado fiel, aparece con frecuencia en la Historia de Felipe II de Cabrera de Córdoba (ob. cit), donde nos lo pinta íntimamente allegado a la familia real en cuyas habitaciones privadas juega con las infantas y cierra los paquetes y cartas secretas que el rey envía a su secretario (tomo II, pág. 198).

43 Este curioso recibo fue descubierto recientemente por el Dr. Bataillon junto con la relación de las plantas traídas de América por el Dr. Hernández, y a su amabilidad debemos nosotros su conocimiento. Se encuentra en el Archivo de Indias de Sevilla, Indiferente General, 1904.

44 Véase G. Somolinos d’Ardois, Bibliografía del Dr. Francisco Hernández, Humanista del siglo XVI (ob. cit.).

45 José M. Beristain y Souza, Biblioteca Hispano Americana Septentrional (Amecameca, 1883), t. III.

46 Carmen ad Ariam Montanum, párrafo 7.

47 Bibliografía Hernandina, ficha n. 12.

48 Ibid, n. 16

49 Benito María de Moxó, Cartas Mexicanas (Génova, 1805), en la pág. 5 afirma que: “la colección de Hernández pereció acaso consumida lentamente por el polvo y la polilla en una de nuestras más insignes bibliotecas; pues tengo motivo para pensar que no es verdad lo que se ha dicho tantas veces, que fue víctima del famoso incendio que hubo en la librería del Escorial en el siglo décimo séptimo”. Veremos cómo esta afirmación parece estar tomada de Tournefort.

50 Nicolás Antonio, Biblioteca Hispana Nova (Madrid, 1783), tomo I, pág. 432.

51 Cartas de Indias (Madrid, 1877), pág. 773.

52 Memorial al virrey Enriquez de abril de 1573.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ