c) Los amigos, el testamento y el príncipe heredero


Cualesquiera que fueran sus atacantes, la realidad es que Hernández, al volver a España, se encuentra rodeado de un ambiente hostil que le perjudica en la materialidad de su trabajo y le hace sufrir moralmente. Mas no pensemos que todo lo que encuentra al llegar es contrario a su persona, existe también un grupo de elementos adictos y amigos verdaderos que lo acogen y estiman cordialmente. Tenemos la seguridad de algunos cuyas noticias han llegado hasta nosotros. Tal vez el más importante de todos ellos, por la preponderancia cortesana que tenía en aquel momento y su prestigio científico, sea Juan de Herrera. Aparece como albacea testamentario de Hernández en el testamento que redacta a los pocos meses de su llegada. Este solo dato sería bastante para establecer una relación bastante estrecha entre ellos, pero son otras muchas las posibilidades de contacto y amistad entre estos dos hombres que, en aquellos momentos, estaban a la cabeza del movimiento científico español. Herrera, que había residido en Alcalá, era, al igual que Hernández, profundo admirador de Aristóteles, pero además tenía tal interés por las cosas de América y estaba tan bien documentado en todo lo referente al Nuevo Mundo, que Felipe II lo consideraba como su más leal y desinteresado consejero en todas las cuestiones de orden científico que tuvieran relación con estos lejanos territorios.

Herrera adquiere renombre universal por haber sido el arquitecto de El Escorial; sin embargo este hecho no es más que una de las múltiples facetas de su vida. Aun habiendo sido aposentador real y hombre de confianza de Felipe II, la verdadera personalidad herreriana debemos buscarla entre los más versados hombres de ciencia de España durante la segunda mitad del siglo XVI. Fue amigo de Juanelo, el inventor del famoso artificio toledano de quien Hernández, como ya vimos, hace una apología en los comentarios al Plinio, y no se queda atrás Herrera a cuya inventiva se deben diversos aparatos de navegación, que fueron utilizados por las naves que hacían la travesía de las Indias, y un horno para beneficiar el cobre de las minas del Nuevo Mundo.14

Herrera aparece siempre en primera fila cuando se trata de organizar y dirigir sociedades científicas, o valorar personas. La famosa Academia de Matemáticas, que se fundó en Madrid en 1582, uno de los hechos más trascendentes de la historia científica durante el reinado de Felipe II, fue idea suya, ya que aconsejó al rey su fundación durante la estancia de ambos en Lisboa. Herrera fue el primer director de esta institución, que incluía en sus tareas desde la ciencia pura a la aplicada. En los gabinetes de esta Academia se reunió una importante colección de maquinaria, instrumentos y libros de temas muy variados. Han quedado pocas noticias de su organización, pero en sus reglamentos se indica la obligación por parte de los profesores de escribir todas sus clases y explicaciones para publicarlas en forma de libros. Herrera se inspiraba, cuando planeó la organización de esta Academia, en los ejemplos de las escuelas filosóficas griegas y, como antecedente directo, tenía una institución muy similar que había fundado en Portugal, años antes, el rey D. Sebastián, dedicada a náutica y arquitectura.

El prestigio y los conocimientos de Herrera en el campo de las ciencias matemáticas, considerando que dentro de este epígrafe se admitían en aquella época menesteres tan diversos como la matemática pura, la astronomía, la cartografía, la construcción de aparatos para estas ciencias, la arquitectura, el planeamiento de fortificaciones defensivas del territorio nacional, etc., fueron tales que él mismo examinó por orden real a los que debían de formar parte del profesorado de la Academia y entre ellos a Arias de Loyola, considerado como el más idóneo para leer clases de matemáticas en la citada Academia.

Herrera fue quien, estando en Lisboa, presentó al rey al famoso matemático valenciano Jaime Juan, recomendando fuera enviado a México y Filipinas para efectuar trabajos de cosmografía y astronomía. Jaime Juan salió comisionado por el rey, pero su viaje fracasó pues, después de llegar a México, donde hizo observaciones del eclipse de luna del 17 de diciembre de 1584, embarcó para las Filipinas, donde murió, a poco de llegar, de unas fiebres, sin tener nada de su trabajo comenzado.15

Mas no se crea que la actividad de Herrera era puramente especulativa y de tipo cortesano. Herrera es autor de trabajos filosóficos y científicos de valía, como el famoso Tratado del cuerpo cúbico, con algunas figuras ques necesario penetrar y entender para la introducción de dicho cubo, donde sigue las ideas de Raimundo Lulio, de quien era gran admirador. La biblioteca y el gabinete científico de su casa eran de lo más completo que se podía encontrar en la España de su época. Herrera había reunido volúmenes sobre ciencia, filosofía, historia, medicina, astronomía, viajes, etc., hasta formar una copiosa y variada biblioteca, donde estaba representado tanto el saber tradicional como las aportaciones modernas de los sabios de toda Europa. Nosotros hemos pensado alguna vez si muchas de las citas de obras de todas clases que hace Hernández en sus escritos no serían tomadas en esa biblioteca donde Herrera había reunido casi todas las fuentes del saber.

Hace algunos años, repasando el inventario de esta biblioteca, redactado a la muerte de Herrera, cuando ya hacía diez años que Hernández también había desaparecido, tropezamos con tres líneas que hemos considerado se refieren a obras de Hernández, no obstante el probable error con que están consignadas en el documento. La primera dice así: “Dos cuerpos de libros manoescriptos en romanze. De los libros de Plinio de la Historia natural, desde libro veynte y seys hasta treinta y siete.”16 Precisamente sabemos, porque el propio Hernández lo consigna en el Memorial pidiendo mercedes que hemos copiado más arriba, que cuando vuelve de México “trae acabados de traducir y comentar los treinta y siete libros de la Historia natural de Plinio, en nueve volúmenes”. La traducción de Plinio que hizo Hernández y ha llegado hasta nosotros no alcanza, en su redacción definitiva, más que hasta el libro veinticinco, y al terminar este libro se acaba el volumen séptimo en que está contenida dicha traducción. No es muy osado presumir que estos libros que faltan en la traducción que se conserva en Madrid son precisamente los dos que figuran en el inventario de la biblioteca de Herrera, ya que coinciden en el número de los libros y de los volúmenes. No tendría nada de particular que, al regreso de América, Herrera pidiese prestados los libros de Hernández para examinarlos, y que quedaran olvidados en su casa a la muerte del protomédico . No se conoce ningún otro autor que por esa época estuviera traduciendo a Plinio al castellano; la traducción de De la Huerta es posterior y sería demasiado extraño que otro autor hubiera ido a traducir precisamente los libros que faltan de Hernández distribuyéndolos en el mismo número de volúmenes.

Las otras dos líneas del inventario, que también hemos admitido como obra hernandina, son una que dice: “Compendio de Philosophia moral de las éticas, de Nicomoco, en castellano, por el doctor Franco Sánchez manoescripto”, y otra poco más abajo donde vuelve a escribir: “Compendio de Philosophia moral del doctor Franco Sánchez que es el mismo que el de arriba manoescripto.”17 Estos dos manuscritos son probablemente parte de los Compendios aristotélicos de Hernández, los que actualmente se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid. El título se corresponde exactamente y aunque en el inventario se consigne el nombre de Francisco Sánchez, esto es con seguridad un error de copista que confundió Sánchez por Hernández. Cuando el inventario de la biblioteca se lleva a cabo, el nombre del protomédico , muerto diez años antes, ya no sonaba en la corte y es fácil confundirlo; no existe además ningún doctor Francisco Sánchez en esa época dedicado a estudios aristotélicos, pues el único de ese nombre que pudiera admitirse como posible autor de dichos trabajos no ejercía en España, sino que desde muchos años antes y hasta su muerte vivió y escribió en Francia donde fue médico en Montpellier y del Hotel-Dieu de Toulouse. Aunque se dedicaba a estudios filosóficos no se sabe que escribiera compendios aristotélicos. Suponemos, y ya lo hemos expresado y razonado en otras ocasiones, que estos compendios aristotélicos de Hernández pasaron, lo mismo que los volúmenes del Plinio, a la biblioteca de Herrera, porque este hombre de ciencia, gran admirador de Aristóteles, quiso conocerlos y quedaron allí arrumbados.18

La amistad entre Herrera y Hernández es muy probable que viniera de antiguo, de antes del viaje a México, pues ya vimos cómo Hernández, antes de partir de España, hacía, en alguno de sus escritos, alusiones a la obra escurialense que apenas estaba iniciada y con seguridad conocía por su amistad con Herrera. El nombrarlo albacea testamentario indica que entre ellos existía cierto grado de confianza y amistad, por encima del simple conocimiento cortesano, ya que, al designarlo, ponía en sus manos el porvenir y la administración de los bienes de sus hijos, a quienes por la propia redacción del testamento se descubre amaba tiernamente.

Otro de sus probables amigos es Juan de Valencia. Figura también como albacea testamentario de Hernández y sabemos que era a su vez amigo y colaborador de Herrera. Dato curioso de esta pareja de amigos es que figuran también los dos juntos como testigos testamentarios de Juan Bautista de Toledo, el arquitecto que inició la obra de El Escorial, con quien ambos trabajaron de ayudantes antes de su muerte en 1567.

Juan de Valencia era clérigo, natural de Loja, y ha quedado en la historia considerado como excelente poeta y gran humanista. Dejó una extensa obra poética en la que sobresale una oda dedicada a la Batalla de Lepanto. Fue maestro de humanidades y tuvo el cargo de racionero de la catedral de Málaga, que nunca desempeñó, pues vivió casi siempre en la corte.

También encontró Hernández en Madrid, a su regreso, al cirujano Juan Fragoso, el amigo y compañero de sus exploraciones juveniles, también toledano, que durante su ausencia había obtenido el título de cirujano de la cámara real. Felipe II le estimaba mucho y se lo quitó a la reina doña Ana, que era de quien primeramente se encargaba Fragoso. En la época en que Hernández vuelve a España, Fragoso tiene mucha preponderancia en la corte y está lanzado a una controversia durísima con el famoso cirujano Hidalgo de Agüeros sobre el método de curar las heridas. También está interesado en los productos exóticos, lo que le ocasionó años antes una enemistad profunda con Diego García de la Huerta, médico residente en Filipinas, que había publicado un libro titulado Historia de los simples de la India19 La rivalidad de estos dos autores se trasluce en la obra de Hernández quien, con frecuencia, ataca a García de la Huerta en sus obras, probablemente por indicaciones de Fragoso, pues es curioso comprobar que la mayor parte de las refutaciones aparecen como notas marginales al primer borrador de los comentarios al Plinio. La obra de De la Huerta debió de ser en general poco correcta pues nos encontramos que Cristóbal de Acosta, al publicar su libro, advierte ya desde el título que rectifica mucho de lo que escribió el Dr. García de la Huerta.20

Otros muchos amigos debieron de celebrar la llegada del protomédico y rodearle gozosos al retorno a su casa; es de suponer que los mismos testigos del testamento fueran amistades o vecinos de la familia. El jubetero Pedro de Palacios, Diego Bautista, el clérigo presbítero Pedro de Rueda y Francisco Vázquez, criado del duque de Alba, todos presentes en el acto del testamento son, con seguridad, allegados de la familia que compartían con las hijas la alegría del retorno de los viajeros. Por este mismo testamento conocemos que Francisco Rodríguez es el nombre del criado de Hernández a su regreso a Madrid, pues figura como otro de los testigos.21

Ahora bien, aunque el cariño familiar y la estimación de los que le rodeaban en la intimidad de su hogar, y sus amistades leales pudiesen en parte aminorar los sinsabores cortesanos, que movían la envidia y la maledicencia de los descontentos y enemigos, no fue bastante para evitar que el protomédico, enfermo y abatido desde su salida de México, empeorara de sus males hasta el punto de que, pocos meses después de haber llegado, piensa que su última hora está cercana y hace testamento. Este documento, conservado en el Archivo de Simancas, marcó, con su descubrimiento por el padre Vela y su publicación por Barreiro, el origen del conocimiento moderno de Hernández; de él se han obtenido la mayor parte de las noticias familiares del protomédico y sirvió para que renaciera el interés por su figura. Ya nos hemos ocupad repetidamente de este testamento. A io largo del relato, lo hemos utilizado para muchas de nuestras afirmaciones y lo consideramos como uno de los documentos más fidedignos para la historia del protomédico.


Hospital de Tiripitío (Mich.)


Hospital de Uruapan (Mich.)


Convento de Tezontepec (Hgo.)


Quauhtlepatli o “chupiri”


Convento de Epazoyucan (Hgo.)


Un fraile recibe a un caballero en el convento de Xilotepec (Mor.). Dibujo del siglo XVI.


Iglesia y convento de Atotonilco


Interior del convento de Tepletaostoc (Méx.)


El testamento está redactado el día ocho del mes de mayo de 1578, apenas siete meses después de la fecha en que calculamos llegó de vuelta a la corte. Tiene, aparte de los datos concretos que venimos utilizando, un gran interés para el estudio psicológico de Hernández. Después del preámbulo con la protesta de su fe católica y de las mandas personales para indicar cómo y dónde ha de ser enterrado, nos encontramos que los primeros recuerdos y mandas son dedicados a los indios de México que le ayudaron en su expedición; se acuerda de los pintores, dejándoles sesenta ducados a cada uno, de los médicos que le informaron, entre los que encarga repartir trescientos ducados, de los indios que le trajeron las hierbas “e no fueron ni satisfechos ni pagados” y de los demás pintores, a los que manda dar treinta ducados “acada uno por la corta paga que se les hizo”.22 La imagen de América estaba todavía fresca en los ojos del moribundo protomédico, quien, “estando enfermo en la cama de la enfermedad que dios nuestro señor fue servido de me dar..., e temiéndome de la muerte ques cosa natural”,23 sentía en primer lugar el reconocimiento y la gratitud por aquel puñado de abnegados indígenas mexicanos, a quienes debía en gran parte la composición de su obra, mientras se lamentaba de que el rey no los hubiese recompensado ni pagado por su labor. Este recuerdo, en el lecho de muerte, para sus colaboradores más inmediatos, humildes indígenas desconocidos del lejano país, es uno de los más bellos gestos de la vida de Hernández y muestra una vez más sus grandes dotes y virtudes morales. Este gesto es de la misma calidad moral que otros muchos que podemos descubrir a lo largo de su vida y que afloran en los momentos difíciles, como cuando, en América, antepone su obligación a las calamidades físicas y sale a explorar enfermo y débil, o cuando, con la rectitud y la hombría de quien conoce y valora la responsabilidad de lo que está haciendo, se enfrenta al virrey que le impedía desarrollar sus trabajos, demostrándole los perjuicios que ocasiona, hasta hacerle cambiar de actitud.

Luego vienen sus postreras voluntades: el reparto de los bienes entre sus tres hijos, con mejoras en premio y pago de sus trabajos de América a Juan, y provisiones para que, en caso de que la hija natural entrase de religiosa o se casase y no tuviera hijos, la parte de ella volviese al patrimonio común. Da la impresión el documento de que la hija legítima está ya casada en la fecha de la redacción de este testamento; eso tal vez explicaría el nombre de María de Sotomayor con que aparece citada. Descarga su conciencia ordenando pagar a un podador de Ajofrín, con quien por lo visto tuvo dificultades, y por la misma razón de conciencia, aunque asegura no tener deudas, ordena pagar a cualquier acreedor que justifique serlo.

Con la conciencia tranquila, las disposisiones de última hora en regla y recibidos los sacramentos que la Iglesia Católica dispone para el bien morir, Hernández espera tranquilo el tránsito definitivo de esta vida al más allá. Le rodean sus hijos, sus criados y los amigos más allegados; está, según nos dice él mismo en el testamento: “en mi juicio entendimiento e cumplida memoria”, atento sólo a si la voluntad de dios fuere servida de me llevar desta presente vida”. Sin embargo no había llegado su hora; el mes de mayo madrileño, cuando todos los árboles se cubren de hojas y empieza a florecer en esa primavera tan alabada, hizo el milagro. Hernández pasó la crisis y revivió también. No diremos que sanó, pues realmente sabemos que desde su vuelta de América hasta su muerte, como dicen sus hijos: “no tuvo un día de salud”,24 pero pasó el momento del apuro, se alejó el peligro de muerte y Hernández volvió a sus obligaciones, más flaco y más acabado pero con el temple y el brío que siempre puso en servir a su obligación. Volvió a las antesalas palatinas, probablemente volvió a insistir con el rey en la necesidad de la impresión de sus libros y siguió solicitando esa merced que desde México venía pidiendo con apremio.

Indudablemente la merced llegó, para desmentir las suposiciones de aquellos que hablan de la pérdida del favor real. Mientras Hernández pasaba la enfermedad que le hizo temer por su vida, o pocos días antes de ella, la reina doña Ana de Austria, cuarta y última esposa de Felipe, daba a luz con toda felicidad un hijo. El niño recibe también el nombre de Felipe y con el tiempo será el heredero de la corona de su padre, mas, no obstante la felicidad obstétrica con que los cronistas señalan su llegada al mundo, resulta ser una pobre criatura, de menguada salud, débil y eczematosa. Es necesario designar un médico que se ocupe de la frágil salud de este presunto heredero y, según nos informa una nota anónima del famoso libro que se supone contiene apuntes de León Pinelo: “El doctor Francisco Hernández fue, después que vino de las Indias, médico del príncipe don Felipe (después Felipe III).”25 La noticia como todas las del mismo manuscrito está tomada y es resumen de alguna cédula real, vista por el autor de los apuntes. Hoy desconocemos ese documento, que tal vez esté perdido en el Archivo de Simancas. Mas la nota de Pinelo es suficiente para confirmar el hecho del encargo real.

Este nombramiento tiene mucha importancia para la historia de Hernández. Demuestra que el protomédico no es olvidado y arrumbado, como tantas veces se ha dicho, después de su regreso. Sigue adscrito a la corte, y ahora con función activa; queda asegurada la materialidad de su vida y conserva los honores adquiridos. El encargo era bastante peliagudo. Ocuparse de la vigilancia y conservación de la salud de un niño en aquellos momentos era asunto difícil, máxime si se tienen en cuenta los terribles antecedentes de este matrimonio. Felipe II, de su cuarta esposa, tuvo cinco hijos. De los tres primeros: Fernando, Antonio Lorenzo y Diego, ninguno pasó de la primera infancia, el siguiente es Felipe, de quien se encarga Hernández, y el último es una niña de nombre María, que sólo vivió cuatro años.

Tal vez sea una casualidad, pero dentro de esa aterradora mortalidad infantil que acompaña a toda la descendencia de Felipe II, haber logrado que este niño sobreviviera la primera infancia, hace pensar en la competencia de quien dirigió su salud durante la entonces peligrosísima niñez. Nunca fue este príncipe de floreciente naturaleza; precisamente uno de los problemas que más atormentaban al rey en sus últimos momentos, cuando ya herido de muerte esperaba la hora final en el cuchitril de su alcoba escurialense, rodeado de mugre y santidad, era ver débil y enferma la esperanza en la sucesión..., pues el príncipe, por su frágil complexión y escasa edad no será capaz para el gobierno”.26 Si al llegar a la adolescencia el príncipe seguía débil y enfermizo, como nos lo muestra el retrato que le hicieron al cumplir los trece años —cuando ya hacía cuatro que Hernández había fallecido—, hay que suponer que los primeros de su vida debieron dar bastante quehacer al protomédico encargado de su salud.

Convaleciente de la enfermedad de mayo y asegurado de nuevo en la corte con un puesto adecuado a su dignidad y necesidades, dejaremos de momento el hilo de la vida de Hernández para seguir el rastro de lo que pasó con su obra.






14 Sobre el arquitecto de El Escorial, véase el libro de Agustín Ruiz de Arcaute, Juan de Herrera (Madrid, 1936), donde se hace un detenido estudio de esta figura.

15 De la actuación de Juan de Herrera en el envío de Jaime Juan y de su labor trata Ernesto Schafer en su libro El Consejo Real y Supremo de las Indias (Sevilla, 1947), tomo II, pág. 422.

16 Arcaute, Juan de Herrera (ob. cit.), Apéndice II, pág. 160.

17 Ibid, pág. 165.

18 Germán Somolinos d’Ardois, “Bibliografía del Dr. Francisco Hernández, humanista del siglo XVI”, Revista Interamericana de Bibliografía, enero-marzo de 1957, vol. VII, n. 1, págs. 1-76.

19 García de la Huerta, Coloquios dos simples e drogas he cousas medicináis de India… (Goa. 1563). García de la Huerta o García de Orta, era portugués de mayor edad que Hernández y Fragoso, pero también educado en Alcalá. Fue catedrático en Coimbra hacia 1530. Cuando contaba unos cuarenta años y era ya médico del rey de Portugal marchó a Goa, donde se dedicó a ejercer la medicina y a estudios de elementos naturales creando incluso un jardín botánico en su casa. Murió en 1570.

20 Tractado de las drogas y medicina de las Indias Orientales con sus plantas debuxadas al bivo por Christóval Acosta, médico cirujano que las vio ocularmente (Burgos, 1578).

21 Agustín Jesús Barreiro, El Testamento del Doctor Francisco Hernández (Madrid, 1929).

22 Testamento, párrafo 1.

23 Ibid,

24 Declaración de los hijos de Hernández que inserta José Toribio Medina, sin indicar origen, en la Biblioteca Hispano-Americana (Santiago de Chile, 1900), tomo II, pág. 272.

25 Manuscrito de la biblioteca de la Academia de la Historia, descubierto por Paso y Troncoso y recogido en Papeles de Nueva España (Madrid, 1905), t. IV, pág. 38, nota a pie de página.

26 Información de Tomás Contarini, en 1593, recogida en el libro de L. P. Gachard, Relations des ambassadeurs... (ob. cit.).

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ