d) El cocoliztle


Cuando ya Hernández ha recibido el permiso para volver a España, y sólo espera la llegada de la Armada que habrá de recogerle, se crea en la Nueva España una situación en la cual tendrá que ser actor y protagonista importante. Nos referimos a la terrible epidemia de cocoliztle que asoló al país. Se ha escrito y lucubrado tanto sobre ella, que hoy es muy difícil llegar a tener criterio independiente. Sin embargo, para evitar que nuestra idea actual del asunto pueda deformar la realidad de los hechos, hemos decidido presentar el relato sencillo, pero totalmente verídico, de uno de los hombres que con toda abnegación luchó contra la epidemia y contribuyó a estudiarla y conocerla. Nos referimos a la descripción que Alonso López de Hinojosos incluye en su libro Summa y recopilación de chirugia, redactado precisamente en los momentos de mayor intensidad epidémica, dado que aparece impreso un año después. Su autor ya nos es conocido y de sus relaciones con Hernández también hemos tratado en varias ocasiones. El relato, pintoresco por su redacción y estilo, dice así: “En el fin del mes de agosto de mili y quinientos y septenta y seys años, se comenzó a sentir en esta ciudad de México, vna muy terrible enfermedad, de la cual morían muchos de los indios naturales. Y sauido por el muy señor vissorey desta Nueua España, don Martín Enríquez, lo que passaua a cerca desta enfermedad, y para satisfacerse de la verdad. Enbió al gobernador y alcaldes de los naturales, y a vn intérprete, o naguatato de su casa, y a mí me lleuaron consigo. Y en el barrio de Santa María, visitamos en un día más de zien enfermos. Y de que su excelencia esto supo, hizo llamar todos los médicos que en esto tenían parecer, para certificarle qué enfermedad era, por que morían muchos de los naturales della, los quales naturales llaman a esta enfermedad cocoliste. Y los astrólogos dixeron que la causa era conjunción de ciertas estrellas. Los médicos dezían que era pestilencia. Esto quadró por ser tiempo de estío y no auer llouido mucho dos años auía y por haber excessiuo frío, y excessiua calor, en poca distancia de tiempo, y a ñublar y no llover. Con estas causas y razones que los médicos dezían se creyó que era pestilencia. Y satisfecho dello su excelencia, embió a mandar a todos los religiosos, sacerdotes y seglares que saliesen a confesar. Y assí andauan los deseosos de la salud del género humano entre los enfermos, no huyendo de la ocasión aunque era graue y contagiosa, sino metiéndose en ella, queriendo más la saluación de las almas de los naturales, que su misma salud.

”Sabido por el illustrísimo y reuerendíssimo señor don Pedro Moya de Contreras arzobispo de México lo que passaua, dexó la visita que andaba haziendo, aun que era muy conveniente y útil por auer mucho tiempo que no la había auido, y acudió a la fuente como buen prelado y pastor, doliéndose de ver padecer sus ouejas. Y con su venida hizo tres cosas muy importantes para las almas y los cuerpos de los naturales. La una fue echar derrama por todos los prebendados y clérigos, para ayuda a la cura de los naturales. Y esto recibieron los sacerdotes de buena voluntad, y con gran plazer por rogárselo vn padre y prelado que ellos tanto aman y, no obstante lo susodicho: se encargaron de la administración y cura de los pobres. Y los prebendados desta santa yglesia, lo tomaron a su cargo y salían con el médico, que para esto tenían de grandísima caridad poniendo en execución, y hazían cumplir todo lo que mandaba su señoría, assí de comidas, como de medicinas y regalos. Todo lo que el doctor mandaua, sin que faltase cosa dello y con gran caridad y solicitud.

”Y la otra fue plantar su exército en la comunidad de la parte de Santiago desta ciudad; las municiones que para su milicia juntó fueron mucha ropa y regalos para los enfermos, y rogó a los religiosos de la Compañía de Iesús que lo tomassen a su cargo, y assi lo tomó a su cargo aquel hospital el padre Concha, presbítero, gran theólo- go y de grande acción en su predicación, y otro hermano hiruiendo en el amor de Dios. Y el celoso pastor con grande magnanimidad e super abundancia de amor, sabiendo cada día quantos enfermos auía, los proueya abastecidamente como verdadero padre.

”La otra fue hazer que se dixesse en todas las yglesias y monasterios, plegarias, y letanías por la salud del género humano, missas y sacrificios. Esto se hizo muy continuadamente hasta traer a nuestra Señora de los Remedios, que es una imagen de mucha veneración y deboción, que está en una hermita dos leguas desta ciudad, y estuuo en esta sancta iglesia cathedral ocho días, en el altar mayor della. En los quales continuamente se le dixeron missas y hicieron plegarias para que rogasse a su precioso Hijo por la salud y bien común destos reynos. Al cabo e fin de los quales ocho días la bolvieron con mucha solemnidad, acompañándola el señor visorey, y el señor arzobispo, religiosos y clérigos y mucha gente de todo el pueblo. Sabido por el muy excelente señor visorey que los remedios de tan famosos médicos y sus pareceres no aprouechauan, mandó que se hiziessen anotomías. Y por ser el hospital real el más acomodado y adonde ay mayor refrigerio que en toda la Nueua España, por favorecerlo tan ampliamente como siempre los faborece su excelencia, por respeto de ser este bien para los naturales y auer en el dicho hospital, en el dicho tiempo, más de dozientos enfermos de ordinario. Y assi se hizieron en él las anotomías, y yo propio, por mis manos las hize, estando presente el doctor Francisco Hernández, prothomédico de su magestad, que al presente estaua haziendo experiencia de las yerbas medicinales, purgatiuas y otras cosas naturales desta Nueua España, las cuales hazía por mandato de su magestad. El qual, después de auer visto las anotomías que se hicieron, dio noticia dello a su excelencia. E dixo que era veneno. Para lo cual convenía que se truxesen y ussasen de cosas contra veneno, y assi lo mandó su excelencia al dicho prothomédico assistiese y curase los enfermos en el dicho hospital. El qual lo hizo así. Y aunque se aplicaua el atriaca y quanenepile, no aprouechaua: por ser la enfermedad grande y muy peligrosa…”75

Sigue la descripción relatando los resultados de las autopsias, los procedimientos curativos y las grandes calamidades ocasionadas en la población, de todo lo cual ya nos hemos ocupado en otra ocasión.76 Por ahora nos interesa el relato de Hinojosos porque sirve para aclarar las actividades del protomédico en esos últimos meses de su estancia en la Nueva España. No queda lugar a dudas de que, desde los primeros momentos de presentarse la epidemia, Hernández tiene que actuar. Sería inconcebible pensar que, mientras el arzobispo Moya suspende su viaje y vuelve a México para organizar la lucha contra la enfermedad y el virrey envía comisiones y reúne a los médicos en consulta, Hernández se mantuviera al margen del problema, enfrascado en sus experiencias de hierbas.

La posición oficial de Hernández le obligaba a dirigir y organizar la lucha contra la enfermedad, en su aspecto efectivo. Ya hemos visto cómo los religiosos, con el propio Moya de Contreras a la cabeza, cuidan de aplacar las iras divinas y procuran la salvación de las almas de los afectados. Era su obligación. El virrey, también cumpliendo con su obligación, da órdenes para que los enfermos sean atendidos y ayudados con ropas y alimentos, que distribuyen en su mayor parte los mismos religiosos, junto con el consuelo espiritual. Pero, también en cumplimiento de su obligación, reúne al cuerpo médico y le exige una explicación de las causas etiológicas y un método curativo de la enfermedad. En una carta dirigida al rey, de fines de octubre de 1576, el virrey da cuenta de esas reuniones y escribe: “Luego que empezó {la epidemia}, hize juntar todos los médicos y mandé que procurasen entender la calidad del mal y asy le hicieron, y de conformidad con todos, dieron la orden que se había de tener en curalles {a los enfermos}.”77

Al frente de este grupo debe de actuar Hernández. La prueba de su actividad nos queda, precisamente, en esa descripción tan ingenua que Hinojosos hace de las autopsias ante el protomédico, único de los espectadores citados, y nos queda también de la propia pluma de Hernández.

Entre los papeles inéditos de Hernández, queda una breve descripción de la enfermedad, titulada: De morbo Novae Hispaniae anni 1576 vocuto ab indiis cocoliztle, Ya en varias ocasiones nos hemos ocupado de este importante manuscrito hernandino, fundamental para la historia de la medicina mexicana del siglo XVI, y que permaneció ignorado hasta el año de 1956.78 Ahora solamente debemos referirnos a él en cuanto a elemento biográfico se refiere. Hernández lo inicia describiendo el cuadro clínico de la enfermedad, cuadro confuso para los que hoy intenten identificar la entidad nosológica de que se trataba, pero que sin embargo en la pluma de Hernández es detallado y prolijo. Probablemente, corresponde a varias enfermedades, indeferenciadas en tiempo de Hernández, pero que hoy confunden al médico que trata de identificarlas. Sigue el trabajo describiendo los hallazgos en las autopsias, con lo cual confirma el dato de Hinojosos, y, antes de iniciar la parte referente al tratamiento, intercala unos párrafos de lo que actualmente llamaríamos epidemiología y que además nos fijan perfectamente la fecha del escrito al decirnos que está escribiendo en enero de 1577. Por él, sabemos que la epidemia se inició en junio de 1576 y que invadió en un perímetro de 400 millas todas las regiones de la Nueva España. También nos informa Hernández, en contraposición con lo que han escrito otros cronistas sobre la naturaleza de los enfermos, que, si bien predominó en la raza indígena, no por eso dejó de atacar a los pobladores de origen negro y español.

La terapéutica utilizada y recomendada por Hernández, quien seguramente en su papel de protomédico hubo de sentar las líneas directrices del tratamiento, es muy curiosa porque muestra el buen sentido del famoso médico y sobre todo representa la aplicación práctica de sus teorías sobre la utilización de la terapéutica indígena. Aunque indica los elementos de la farmacología clásica utilizados en su época en este caso, añade y recomienda con calor los remedios que podían obtenerse en el acervo de simples indígenas. Por su escrito desfilan el totoycxitl, el cacamótic, la raíz de coanenepilli, las plantas llamadas cocoetlácotl, chipaoac y atochíetl, la raíz de quauhayoachtli, y los jugos de coatti y de iztacpatli, y como advertencia final dice: “las medicaciones que dijimos que eran útiles pudimos comprobarlas por propia experiencia y no las administramos sin resultados de ingente salud y felicísimo evento, y las hicimos visibles a otros para que ellos a su vez aplicaran estos hallazgos contra la crudelísima peste”.79

Continuamente al referirse a estos fármacos indígenas advierte que en su Historia de las plantas de Nueva España ya los ha descrito; su función directiva en el control epidémico se descubre detrás de aquella frase donde recuerda cómo sus observaciones las hizo visibles a los otros para que las aplicaran.

Desgraciadamente no tenemos datos de esos últimos momentos de Hernández en México, donde ya casi con un pie en el barco tiene que ocuparse de este problema general que debió de preocuparle intensamente. Para el país la epidemia fue una catástrofe asoladora. Los datos dispersos que sobre ella pueden recogerse en documentos de la época muestran que la aparición de la enfermedad fue seguida de una ola de terror. Se tenía ya la triste experiencia de lo que había sido una similar en el año de 1545, durante la cual habían muerto más de 80 000 personas. Los supervivientes y espectadores de la epidemia anterior, entre los que se contaba nada menos que el padre Sahagún, quien hace referencias patéticas en su libro,80 estaban aterrados. Era indispensable tomar medidas urgentes y enérgicas; ya hemos visto en el escrito de Hinojosos cómo todas las clases sociales cooperaban en la lucha. En las cartas del virrey, en las del arzobispo y en general en todos los documentos de la época se hacen referencias a la plaga, durante la cual, según Moya de Contreras, murieron “más de la mitad de los indios”.81 Los pueblos quedaban desolados y vacíos, las industrias, abandonadas, como la que nos cuenta el corregidor de Tiripitío en su Descripción.82 La vida del pueblo quedó interferida de tal manera que la influencia de la epidemia se dejó sentir en todas las manifestaciones, incluso las artísticas y culturales; existe un auto sacramental dedicado a la epidemia,83 y en un desfile de Corpus Christi, el premio se lo lleva una carroza decorada con el tema de la enfermedad.84 No quedó crónica ni escrito de la época donde no se aludiera o describiera el trágico acontecimiento en su profundo dramatismo. Incluso la economía quedó tan resentida que el virrey hubo de dispensar a los indios de muchos de sus tributos; en todos los aspectos sociales se deja sentir la profunda herida que la epidemia causó a la Nueva España.

El propio Hernández, ya vuelto a España, en una ocasión, mientras escribe al rey refiriéndose a su libro y a sus trabajos, le dice que en caso de perderse no “sería posible restaurar esta pérdida aunque fuese en muchos años por haberse muerto en esta pestilencia última gran cuantidad de médicos y pinctores indios que dello han dado y pudieran dar razón”.85

De esta trágica época queda un dato sobre Hernández, que ya hemos señalado en alguna otra ocasión y de cuya veracidad no estamos convencidos completamente. Nos referimos al viaje del protomédico a Querétaro. Según Nicolás León: “Hernández, el año de 1576, fue a Querétaro, exprofeso, a curar a los indios infectados: así nos lo dice Francisco Romero en la Descripción de Querétaro, ms. del año de 1582, de mi amigo Andrade”.86

Que Hernández estuviera en Querétaro no es dudoso, y, la consignación de su paso en una de tantas relaciones geográficas como relatan su visita, es un dato objetivo e irrefutable de su estancia en la ciudad. La duda que se nos presenta es la fecha y el objeto. Para 1576, Hernández ya ha terminado el período activo de su exploración y, trasladado al Hospital Real, está dedicado a lo que pudiéramos llamar labor sedentaria de recopilación y ajuste. Sabemos que su situación física es precaria, al punto de que, como vimos, en algunas cartas teme no llegar vivo a España si el permiso de regreso no se le envía con premura. Tal vez en ello hubiera alguna exageración para forzar la voluntad real y conseguir el permiso, pero de todos modos se encontraba enfermo y abatido de ánimo. Sus últimas cartas están escritas en un tono jeremiaco, bien diferente del que inspiraba las primeras, recién llegado. Está triste, agotado y deprimido. Quiere volver cuanto antes y quiere recibir el premio de su trabajo. Ya ha renunciado a seguir explorando, ya no quiere ir al Perú, y además tiene dificultades económicas, las mismas que le han venido acompañado desde el principio, pero que ahora se agravan por su abatimiento de ánimo.

¿Es posible, pensamos nosotros, que un hombre en esa situación tenga todavía impulso para emprender un viaje que en su tiempo por lo menos le llevaría de 8 a 10 días de cabalgadura y otros tantos de vuelta, para ir a curar de exprofeso los indios enfermos de un lugar que no era ni el más afectado ni donde los enfermos estuvieran más graves, sino uno de los miles de ciudades y pueblos asolados por la epidemia, y tal vez de aquellos en que el problema era menor por ser ya ciudad constituida con abundante dotación de religiosos que, como sabemos, fueron los más intrépidos combatientes de la plaga?

Mi opinión, desconociendo la redacción original del manuscrito, cuyo paradero actual ignoro, y descartando la posibilidad de una interpretación algo libre de Nicolás León, es que el autor de la Descripción, tal vez por haber pasado ya varios años desde que Hernández estuvo en México hasta el momento en que él escribe, confundiendo los hechos y sabiendo que Hernández estuvo en Querétaro, pensó que había ido con motivo de la epidemia, sin meterse en más averiguaciones y consignándolo según lo que él pensaba.

Extraña mucho que en los documentos originales de Hernández no se hable de este viaje, que tampoco se menciona en el trabajo específicamente dedicado a la epidemia, y que hubiera sido un mérito más que añadir a los muchos que presenta pocos meses después en Madrid, cuando escribe al rey su famosa Petición de mercedes. Esperemos que futuras investigaciones descubran documentos que puedan confirmar o desechar el dato aportado por Nicolás León, y dejemos el asunto por el momento como lo hemos planteado más arriba.






75 Alonso López de los Hinojosos, Suma, y recopilación de chirugía, con un arte para sangrar muy útil y provechosa (México, 1578); el párrafo copiado se inicia en el folio 190 v. y ocupa hasta el 195 r. En la segunda edición de este mismo libro, que aparece en 1595, en el folio 150 r. se vuelve a describir la epidemia de modo más breve, pero sin omitir un párrafo donde el autor dice: “hize muchas anotomías delante del doctor Francisco Hernández protomédico”.

76 G. Somolinos d’Ardois, México y los cocoliztles (en prensa).

77 Carta del virrey Enríquez a Felipe II, del 31 de octubre de 1576, publicada en Cartas de Indias (Madrid, 1877), pág. 331.

78 La descripción del documento, con su paleografía y su traducción castellana, así como la historia de su origen y descubrimiento, aparecieron en el trabajo de Germán Somolinos d’Ardois, “Hallazgo del manuscrito sobre el cocoliztli, original del Dr. Francisco Hernández’’, La Prensa Médica Mexicana, sept.-dic. 1956, año XXI, núms. 7-10, págs. 115-122.

79 Hernández, De morbo Novae Hispaniae…, último párrafo.

80 Las referencias a las pestilencias son varias en la obra de Sahagún; la más concreta a la epidemia que nos ocupa se encuentra en el libro décimo de la Historia general de las cosas de la Nueva España, págs. 167-168 del III tomo de la edición dirigida por el Dr. Ángel María Garibay (México, 1956).

81 Carta del arzobispo de México al rey. Fechada el 6 de noviembre de 1576. Publicada por Francisco del Paso y Troncoso en su Epistolario de la Nueva España. 1505-1818 (México, 1940), tomo XII, págs. 16-25, doc. 6904.

82 En la descripción de Tiripitío, que se conserva manuscrita en la Latín American Collection, de la Universidad de Texas, E.U.A. Su autor, el corregidor Pedro Montes de Oca, al llegar a la pregunta 25 del cuestionario, contesta que se fabricaba mucha seda pero que “hanla dejado por las muertes de tantos como murieron en esta pestilencia… porque desta pestilencia no ha de quedar ninguno… y no hay quien les quite esta imaginación”.

   Son muchas las relaciones geográficas que hacen alusión a la catástrofe epidémica de 1576. No es éste lugar de recoger esos datos que, por otra parte, ya han sido en su mayoría estudiados por Carlos Sáenz de la Calzada, en su libro, La geografía médica en México a través de la historia (México, 1958).

83 Fernán González de Eslava, escribió en su libro de Coloquios espirituales y sacramentales, publicados en México en 1610 pero escritos muchos años antes, uno, el coloquio catorce, titulado: De la pestilencia que dio sobre los naturales de México y de las diligencias y remedios que el virrey D. Martin Enriquez hizo. Es una pieza teatral muy al gusto de la época, con retorcimientos lingüísticos, en verso, llena de contenido filosófico, en el que se pretende demostrar que el remedio celestial, a través de la fe, es la única salvación y cura de la enfermedad.

84 En el libro octavo de Actas de Cabildo, con fecha 19 de julio de 1577, se asienta el acuerdo de dar un premio de 25 pesos a Juan de Valladolid por aber casado mexor carro e obra, el día de Corpus Cristi próximo pasado desdte presente, ques la del cocolistle…, declarado ser ésta la mejor obra que se sacó el dicho día”.

85 Memorial pidiendo mercedes escrito por Hernández al rey probablemente en los últimos meses de 1577 o primeros de 1578.

86 Nicolás León, Bibliografía botánico mexicana (México, 1895), pág. 306.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ