a. Exploración de la zona central


Como ya hemos visto en los capítulos anteriores, Hernández, se lanza al campo casi inmediatamente después de su llegada. Situando en México su centro de operaciones, hace viajes cortos, teniendo buen cuidado de recorrer todos los pueblos que rodean el lago y la ciudad. Los nombres de Tacubaya, Ixtapalapa, Xochimilco, Culhuacán, Atzcapotzalco, Chimalhuacan, Chapultepec, Tenayuca, Cuajimalpa y Villa de Guadalupe, aparecen citados con mayor frecuencia en los primeros libros. Probablemente los viajes a estos lugares fueron escapadas cortas para recoger material, pero sin carácter de expedición organizada. Es casi seguro que estos recorridos los llevó a cabo sin acompañamiento de auxiliares, los cuales quedaban dibujando o escribiendo en la ciudad.

Desde la ciudad de México, a la que en ocasiones llama Temichtitlan, hace un viaje a Santa Fe. Describe este lugar como frío, acuoso, y allí descubre una variedad de la zarzaparrilla, hierba que le proporciona tal entusiasmo que, al presentarla en su libro, escribe lo siguiente: “Apenas hay, en fin, entre la variada multitud de enfermedades, alguna contra la cual digan que no aprovecha, y afirman, por tanto, que con sólo haber sido descubierta esta planta y dada a conocer a los habitantes de nuestro Viejo Mundo, no quedaron fallidos los reales esfuerzos, ni fueron inútiles los gastos hechos y trabajos realizados.”15 En Santa Fe, Hernández, debió de encontrar alojamiento adecuado en el hospital que años antes fundara don Vasco de Quiroga, y también nos consigna en este lugar la existencia de limpios manantiales de “agua dulcísima y salubérrima que por acueductos llega a la ciudad”.16

No es difícil que en Santa Fe, donde además del hospital de don Vasco podía tener amplio alojamiento en un convento agustino, hiciese centro de operaciones y desde allí explorase Cuajimalpa, Huixquilucan y, extendiéndose algo más, llegase al convento franciscano de Atlapulco, que le pudo servir de fin de etapa para desde allí visitar Xalatlaco y retornar por el mismo camino a Santa Fe.

Extendiéndonos por este mismo lado encontramos uno de esos posibles circuitos que tan frecuentemente se encuentran en sus viajes. Desde Santa Fe llega a Toluca. Es curioso que en ningún momento, cuando trata de plantas, haga referencia a Toluca y que, sin embargo, en la parte inédita de su obra, correspondiente a animales y minerales, cuando se ocupa de los cuadrúpedos, trate de ciertas osamentas fósiles que fueron encontradas en Toluca. Los fósiles descritos y vistos por Hernández eran algunos huesos largos, gigantescos, y varios dientes que medían cinco pulgadas de ancho por diez de largo. Al ver estos huesos escribe en su libro que, considerando los dientes, sería tal “el tamaño de la cabeza a que pertenecieron, que apenas la podrían abarcar dos hombres con los brazos extendidos”.17 Sorprendido por el hallazgo, no piensa ni por un momento en otro origen para estas osamentas que el humano y, entonces, para explicar por qué ya no existen esos seres, emite una hipótesis según la cual debieron de ser exterminados por la propia naturaleza a causa de su monstruosidad, o destruidos por los indios mexicanos a impulsos del terror que tenían que infundirles hombres de dimensiones tan colosales.18

Desde Toluca tuvo que continuar hasta Temascaltepec y no sería extraño que desde aquí se hubiera dirigido, por caminos que todavía existen, hacia Malinalco y Ocuilán, cerca de Cuernavaca, cerrando el circuito por Huizilac, aunque es más probable que estos tres pueblos los visitara desde Cuernavaca.

El segundo centro importante que establece como cabecera de expediciones para esta región central es Cuernavaca, nombre que por cierto nunca utiliza, pues siempre que se refiere a ella o a su región habla de Quauhnáhuac. Con seguridad alcanzó esta ciudad por el camino clásico, llamado de Cortés, que aún se conserva a trozos después de pasar por Xochimilco. Las referencias a plantas y otros elementos recogidos en la región quauhnahuacense, lo que hoy es aproximadamente el estado de Morelos, son las más frecuentes de toda la obra y, junto con las recogidas en el estado de Guerrero, constituyen casi el 25 por ciento de la cifra total.

La exploración del actual estado de Morelos era para Hernández la más cómoda y fácil de todas las expediciones. Para cuando él llega es región ya muy poblada y completamente incorporada a la vida de la colonia. Las fundaciones religiosas eran muchas y estaban diseminadas por toda la región, lo que permitía fácil movilidad con acomodo seguro. En Cuernavaca existían, ya por entonces, frondosas huertas de encomenderos y magnates de la colonia. Aquí volvemos a encontrar a Bernardino del Castillo, de quien hace referencia Hernández varias veces, principalmente cuando describe el mamey, que “comenzó a introducirse en Nueva España gracias a la diligencia de Bernardino del Castillo, varón militar y probo, en cuya famosa huerta quauhnahuaceme cuidamos de reproducirlo con el pincel”.19

Vuelve a tratar Hernández de Bernardino del Castillo y su huerta de Cuernavaca cuando trata del ruibarbo, planta sobre la que escribe un capítulo delicioso. Alaba la calidad extraordinaria de la citada planta, que “se da abundantemente en el huerto del varón antes dicho”,20 y debe ser cierto que en su época esta huerta de Bernardino del Castillo tuvo mucha fama, pues Alonso López de Hinojosos, al tratar en su libro de la curación de las cámaras acuosas, dice: “Toma ruybarbo de Cuernavaca de la huerta de Bernardino del Castillo que para esta enfermedad es admirable.”21

Cuernavaca contaba entonces y cuenta todavía con un espacioso convento franciscano que pudo servir de alojamiento a la expedición, desde allí salieron los herbolarios y el propio Hernández a recorrer los campos cercanos recogiendo materiales. El grupo de las plantas quauhnahuacenses es numeroso y las referencias a ese lugar se repiten a todo lo largo de sus obras con franco predominio sobre otros lugares. En Cuernavaca, Hernández visita también los lugares de interés, y así nos cuenta: “se ven ruinas de edificios fabricados con arte admirable... no muy lejos de Cuernavaca, de las cuales es fama que nunca se encuentran de la misma medida y que al contacto de la cosa más insignificante solían moverse y estremecerse, pero ahora (según dicen), están inmóviles, porque debido a injuria del tiempo y a la incuria de los indios, se ha perdido la piedra donde se encerraba oculta casi toda la fuerza de ese arte y estructura maravillosa”.22

También nos cuenta haber visto “un lago, junto a Ocuila, no lejos de la campiña de Cuernavaca, habitado tan sólo por los peces que llaman axolotl, el cual lago se ve siempre limpísimo por el cuidado de muchas avecillas que están a la orilla, y que cualquier cosa ajena que cae en él a toda prisa la sacan y expurgan”;23 una ilusión óptica le hace encontrar “un riachuelo cerca de Cuernavaca que, desde un valle, a ninguno, por perspicaz que sea, no le parezca que suba y se eleve a gran altura a lugares superiores”.24

Suponemos que la estancia en Cuernavaca debió de ser relativamente larga y quién sabe si esta ciudad fuera visitada en más de una ocasión. Su relativa cercanía, su amplio acomodo y la gran cantidad de material que podía conseguirse con facilidad la convertían en lugar adecuado para sus estudios. Allí instalado e independientemente de las expediciones personales para buscar y ver las plantas en sus propios lugares, envía sus herbolarios a recorrer lugares vecinos y por eso nos escribe en alguna ocasión hablando de una planta: “Nace en Tepecuacuilco, de donde me fue llevada estando yo en Quauhnáhuac.”25

Después de una jornada corta, desde Cuernavaca llegó a Tepoztlán, donde el convento dominico le brindaba alojamiento. Instala en este nuevo lugar su gabinete de estudio y sigue recopilando materiales. En alguna ocasión, mientras describe alguna de las muchas plantas referidas a esta localidad, escribe: “la hemos descrito y dibujado en Tepoztlán, donde la encontramos”,26 con lo cual se evidencia lo que venimos diciendo de su permanencia en este pueblo. En estos montes tepoztlánicos nos refiere un encuentro que hace pensar en los riesgos y peligros pasados durante las expediciones; la fauna entonces era más rica de lo que es hoy y los campos estaban menos habitados, eso hacía que los reptiles fueran más abundantes y debió de resultarle poco agradable al protomédico lo que nos cuenta del tlicóatl, del que dice: “Encontré en Tepoztlán una serpiente de diez codos de longitud... y del grueso de un hombre, toda negra..., su mordedura es mortal... No hay tampoco serpiente que persiga a los hombres con tanta velocidad como ésta.”27 No es aventurado suponer que repuesto de éste y otros sustos similares, desde este mismo lugar de Tepoztlán continuase el viaje iniciado en Cuernavaca siguiendo una ruta que, después de bordear el macizo montañoso del Tepozteco, había de llevarle a dos de los lugares donde mayor acopio de materiales había de obtener. Nos referimos a Yautepec y Huaxtepec, de los que vamos a ocuparnos a continuación considerando que fueron lugares de máxima importancia para sus estudios.

Es indudable que permaneció en Yautepec algún tiempo; precisamente la única carta que no está fechada en México lo está en Yautepec. En ella le dice al rey: “yo ando peregrinando por esta Nueva España días ha, por dar perfección a las cosas naturalles della, que por mandado de v.m. tengo escripias y debujadas, y añadiendo otras muchas que cada día voy descubriendo de mucha substancia y peso”.28 La carta está fechada el 10 de noviembre de 1573; por tanto, para cuando la escribe ya hace más de seis meses que está viajando y suponemos que ha debido ocupar su tiempo en recorrer los lugares que venimos describiendo.

Yautepec, al pie del Tepozteco, el impresionante macizo de montañas, contaba con un buen convento dominico y una naturaleza rica en todos los elementos precisos para los estudios de Hernández. Indudablemente, esta región fue un venero rico en materiales de todas clases. Es crecidísimo el número de plantas referidas a esta localidad, unas veces calificada de montuosa y quebrada y otras veces de lugar cálido, cuyas cercanías fueron recorridas a fondo por el protomédico.

Pero si Yautepec fue importante, mucho más resultó serlo Huaxtepec. Indudablemente, de Huaxtepec obtuvo Hernández un considerable acervo científico. La estancia en este pueblo, cuya tradición médica se venía conservando desde tiempos anteriores a la conquista, fue, para Hernández y sus trabajos, fundamental en tocjos los aspectos. Allí encontró, reunidos y listos para ser aprovechados, elementos tan indispensables como los conocimientos de médicos indígenas que ejercían desde tiempo inmemorial su profesión, transmitiéndola de padres a hijos, mientras cuidaban el exuberante jardín botánico que por orden del emperador Moctezuma I se había organizado.

No es éste el momento de hacer la historia de Huaxtepec, ya iniciada por plumas más autorizadas29 y a cuya importancia cultural en la medicina mexicana del siglo XVI, tenemos dedicado un trabajo especial,30 pero sí es de necesidad recordar que desde casi un siglo antes de la conquista, los emperadores aztecas habían establecido en dicho lugar un delicioso retiro, donde, además de la delectación de las corrientes de agua, las fuentes y las lagunas, se habían reunido las más bellas flores y plantas de todo el territorio, cuidadas por jardineros especializados y trasladados de otros lugares, como Xochimilco y México. Simultáneamente se cultivaban plantas medicinales y, por los restos arqueológicos aún existentes y los datos de la relación escrita en 1580, podemos asegurar que se trataba de un centro al que los indígenas acudían en busca de salud.

Consumada la conquista, aunque el lugar pierde categoría oficial, es recordado por todos los cronistas y conquistadores con alabanzas y entusiasmo. Cortés, Bernal Díaz y más tarde casi todos los autores hacen referencias a su historia y a su localización deliciosa y atrayente.31 La tradición tenía que continuarse cuando Bernardino Álvarez lo eligió para edificar una de sus fundaciones y, por ello, cuando Hernández llega a este lugar, encuentra un hospital recién fundado que, según nos informa Gutiérrez de Liévana, al dictar los datos de la Relación solicitada por el rey, estaba formado por “una sala muy buena y se va acabando otra con diferentes piezas e atajos para sudores e otras enfermedades”.32 Este hospital contaba con todos los medios entonces más adecuados para el tratamiento de los enfermos, los cuales acudían a él desde los lugares más remotos del país atraídos por sus extraordinarias curaciones.

Para Hernández la existencia del hospital resultó importantísima; allí mismo, sobre el propio terreno donde recogía las plantas, tuvo ocasión de experimentar sus efectos en los enfermos acogidos a la caridad del fundador. Lo que nunca pudo llegar a sospechar Hernández mientras permanecía dentro de los muros hospitalarios de Huaxtepec, cuyas ruinas aun hoy subsisten en pie, era que de allí saldría el libro de Francisco Ximénez, donde por primera vez quedarían impresas sus observaciones sobre la medicina y las plantas mexicanas.

Además del hospital y de los restos del jardín botánico precortesiano, que, si bien no había sido continuado como tal, seguía siendo todavía rico venero de plantas medicinales para uso del hospital, el pueblo de Huaxtepec contaba con un amplio y cómodo convento dominico, aún hoy bien conservado, donde pudo Hernández con facilidad instalar su centro de operaciones mientras realizaba la exploración de las cercanías. En varias ocasiones se refiere Hernández a Huaxtepec y sus bellezas naturales y siempre lo hace con frases admirativas, como cuando dice: “La fuente de Huastepec de agua dulcísima y salubérrima que inmediatamente después de su nacimiento se esparce en un río no mediocre, después de un pequeño intervalo se contamina de tal manera y ensucia con aguas sulfúreas que ya ni para beber es idónea.”33

Todavía se puede visitar, casi en el mismo estado que le vio Hernández, el nacimiento de este río, el Yautepec, y su contaminación con aguas sulfurosas poco después de su origen. Indudablemente visitó el jardín botánico que todavía debía de conservar algún destello de su viejo esplendor. Cuando en las Antigüedades describe los parques de Moctezuma, recuerda Huaxtepec y escribe: “tenía además otras muchas moradas para su diversión y gusto, adornadas con jardines en los cuales había sembradas muchas diferencias de yerbas medicinales o perfumadas. Era admirable y placentero sobre todo lo que se pueda decir, ver tantas flores y tantos árboles que exhalaban un olor divino..de éstos quedan hoy Chapultepec, el Peñol y el de Huastepec, selvas artificiales adornadas con árboles de regiones longicuas, traídos no sin gran trabajo de los indios y gasto, los alegraban dulcísimas fuentes y ríos limpidísimos que regaban el bosque por todas partes; desfiladeros y ruinas opacas y sombrías por los altísimos árboles”.34

Estas ruinas, hoy medio exploradas y medio perdidas, todavía son punto de atracción para el estudioso, y sirven de testigo para suponer el extraordinario lugar que entonces era este jardín precortesiano. Atraído por todos estos elementos y por el enorme acopio de materiales allí encontrados, es casi seguro que la estancia en Huaxtepec fue larga y fructífera, llegan casi a cien las especies referidas a esa localidad que sin género de dudas resultó la más fecunda de cuantas recorrió por todo el país.

Después de reseñados los tres lugares del actual estado de Morelos que hemos citado más arriba, el resto de las localidades de esa región recorridas por Hernández tienen menos interés. Es indudable que partiendo de Cuernavaca hacia el sur emprende un largo viaje, del cual reseña Acatlipa, Xochitepec, con su convento dominico, y Alpuyeca. Aquí debió de instalar un nuevo cuartel general para, marchando desde este punto, dirigirse a Coatlan del Río (Coatlan quauhnahuacense, como lo denomina, diferenciándolo de otros Coatlan oaxaqueños). También con iniciación en Alpuyeca parece partir la desviación que le lleva a recorrer Temimilzingo, Tlatizapan y Tlaquiltenango. Estos dos últimos pueblos con residencias dominicas útiles para hacer final de etapa. En el mismo viaje suponemos que llegó hasta Jojutla y, pasando por Nexpa, es indudable que visitó Iztoluca y Teocalzingo.

De este viaje, al cual refiere un numeroso grupo de especies, lo más notable es lo reiteradamente que cita el pueblo de Iztoluca y las muchas plantas que de él nombra. Tanto entonces como ahora, Iztoluca era un poblado insignificante, pero su insistencia sobre él nos hace pensar que tal vez se aposentó allí más días que en otros lugares, quizá en la residencia de algún encomendero o clérigo amigo, hoy ignorado.

Vuelto a Alpuyeca, quién sabe si desde Jojutla o Iztoluca, alcanza Tehuixtla y Cuachinchinole para seguir más al sur, camino de Acuitlapan y Taxco.

En Taxco, localidad que nunca cita en sus obras pero que en cambio sabemos visitó y exploró por noticias del corregidor Ledesma,35 es probable instalara otro centro de trabajo. Aunque nos inclinamos más a situar este centro en Iguala, donde había un convento agustino. Partiendo con seguridad de Iguala, Hernández emprende dos itinerarios extraños por lo poco asequibles de los lugares, pero indudables por las plantas que a ellos refiere. Uno, corto, establece un circuito que pasa por Apaxtla, llega a Teloloapa y desde aquí hace una derivación para alcanzar Ixcateopan, volver a Teloloapa y retornar a Iguala. El otro es más largo y más extraño, caminando hacia el sur llega a Tepecuacuilco, hace un recorrido circular alcanzando Tlaxmalac, Huitzuco y Mayanalan, para luego seguir más al sur camino de Oapan en las inmediaciones del actual Chilpancingo.

Al oeste de Oapan cita cuatro pueblos que son los que más nos han preocupado en este itinerario; dirigiéndose de este a oeste, son Zumpango, Acatlán, Tetela del Río y Cutzamala. Hoy todavía son casi imposibles de visitar por las dificultades del camino. Tienen de interés común que al correrlos se bordea el río Balsas; suponemos que el itinerario se inició a partir de Oapan, pues, aunque entre Acatlan, citado en el circuito anterior, y Apaxtla hay corta distancia, se interpone entre ambos pueblos un macizo montañoso casi inaccesible. En algún momento pensamos que hubiese cerrado el circuito marchando desde Cutzamala a Temascaltepec, por un camino practicable que aún existe, pero dado que es muy largo, muy quebrado y sin puntos intermedios de posible acomodo, no lo creemos factible. También nos ha llamado la atención la ausencia en todos estos lugares de construcciones adecuadas para su acomodo, aunque pensamos pudieran haber existido y estar hoy desaparecidas. Esto nos ha llevado a sospechar la posibilidad de que este itinerario, raro y sin verdadero objetivo, no haya sido efectuado por Hernández personalmente, sino por sus herbolarios o buscadores de hierbas que, dada su condición indígena, podían desplazarse con mucha más facilidad y conocimiento trayendo las hierbas al centro conventual (probablemente Iguala) donde Hernández esperaba su retorno mientras clasificaba y describía lo ya recogido.

Dejando estos viajes, que nos han alejado bastante de la zona central que estábamos estudiando, volveremos a la ciudad de México para seguir otros de los trayectos que de allí parten, también dedicados a la exploración central.

Partiendo de Xochimilco o tal vez del propio México se puede trazar otro itinerario, claramente definido en sus libros, que pasa por Chalco, con un buen convento franciscano, Tlamanalco, con igual alojamiento, y Amecameca, lugar citado siempre con frases que recuerdan su condición de húmedo y frío.36 En Amecameca debió de permanecer algunos días alojado en el convento dominico que aún existe. Desde allí es casi seguro emprendió algunas exploraciones por la falda del volcán. En muchas ocasiones nos habla de plantas descubiertas cerca del volcán nevado y en una ocasión nos dice, hablando de la hierba purpúrea, que la encontró: “no lejos del volcán mexicano, monte altísimo que vomita a veces espantosas nubes de humo y al que los indígenas llaman Popocatépetl o sea monte que humea”.37

La visión de los volcanes produjo en el protomédico una fuerte impresión. Con seguridad, como en España no hay volcanes, la primera vez que pudo contemplar un monte de esta clase debió de ser en la Gran Canaria, desde donde se puede divisar el imponente cono del Teide; sin embargo, al llegar a México y encontrarlos en cierta actividad, su interés hacia ellos y su admiración subió de tono. Cuando redacta en el libro de las Antigüedades el extraordinario capítulo dedicado a las cosas admirables de la Nueva España, capítulo ponderativo en todas sus líneas, no olvida consignar la existencia de estos colosos de la naturaleza a los que dedica el delicioso párrafo siguiente: “¿Y qué diré de los muchos volcanes que se encuentran principalmente en Nicaragua, Jalapa y en la Ciudad de los Ángeles, encendidos con fuegos perpetuos y que vomitan humaredas terribles, mezcladas de hollín y pavesa? Y lo que es más admirable es que están cubiertos de nieve todo el año y que un frío intenso tiene allí guerra incensante con un calor ardiente, y que reventando alguna vez han vomitado maravillosa cantidad de piedra pómez negra y líquida y de cenizas y han destruido e inundado las ciudades circunvecinas. La tierra tiembla por todos lados y absorve por sus grietas hombres y anchísimos ríos, los cuales ha tenido por tres o cuatro días y después los ha arrojado confundidos, pero las ciudades y a sus habitantes los ha destruido por completo.”38

Pero dejaremos esta digresión ya que hemos visto cómo influían en el ánimo del protomédico la visión de los volcanes y los relatos de los indígenas sobre cataclismos pasados, para observar que partiendo de Amecameca es casi seguro emprendió un viaje durante el cual llegó hasta Tenango. Para continuar más tarde el recorrido por Chimalhuacán, también con residencia dominica, y pasar por Xochitlán, haciendo una corta desviación para llegar a Ocoituco, donde un centro dominico le brindaba acomodo, y terminar en Cuautla, después de haber hecho escala en el convento agustino de Yacapichtla.

Cuautla fue otro de los lugares utilizados como centro de exploraciones. Contaba con un espacioso convento dominico donde establecer los servicios auxiliares de clasificación, dibujo y descripción de plantas. Son muchas las plantas referidas a esta región y esta localidad, desde donde partió con seguridad Hernández para explorar Zacualpan, con fin de la etapa en el convento franciscano, y las localidades cercanas de Temoac, Huazulco, Amayucan, Amilzingo y Xantetelco. En otra excursión es casi seguro que también desde Cuautla visitó Anenecuilco. En la mayoría de estos pueblos existieron entonces temporalmente casas de dominicos dependientes de los centros de Cuautla y Huaxtepec que, sin llegar a ser conventos de la amplitud de los citados, pudieron servir de alojamiento al protomédico.

Aunque en conjunto las plantas referidas a la región de Cuautla forman un grupo numeroso, las específicamente referidas a la localidad de Quahutla hoitzilancense, como Hernández designa a nuestra Cuautla actual, son pocas. Esto nos hace pensar en la posibilidad de que el itinerario descrito más arriba haya sido efectuado en sentido inverso, o sea, partiendo de Cuautla para terminar en Xochimilco. En este caso el viaje a Cuautla debió de ser llevado a cabo desde Huaxtepec, como terminación del iniciado en Cuernavaca, bordeando el macizo montañoso del Tepozteco, y al terminar en Xochimilco se cumple uno de tantos circuitos como estamos acostumbrados a ver en el planeamiento de los viajes hernandinos. Nos hace pensar así precisamente el reducido número de las plantas cuautlenses en desacuerdo con la feracidad de la región. Y suponemos se debe esta pobreza de la flora a que las especies recogidas en Cuautla en su mayor parte ya habían sido encontradas durante el recorrido por Tepoztlán, Yautepec y Huaxtepec, localidades de flora similar.

En esta exploración de la zona central de México merece especial interés la estancia del protomédico en Texcoco. Por los propios datos de Hernández sabemos que estuvo allí aposentado varios días con todo su acompañamiento de pintores y equipo. Probablemente la estancia fue en el año de 1574, pues, hablando en las Antigüedades del calendario azteca, al hacer el cómputo de los años lo refiere a esa fecha, en la que con seguridad, como se sabe por el epistolario, estaba escribiendo los libros de Antigüedades y Conquista. Y suponemos la estancia en Texcoco en esa fecha pues, precisamente muy pocas páginas antes, al ocuparse de los palacios del rey de Texcoco, nos dice: “quedan todavía dos palacios reales, uno donde hoy está el convento y el otro donde dictamos esto”.39 Este palacio real de Texcoco debía de estar aún en buen estado de conservación e incluso con los mismos elementos decorativos que tuvo en su época de esplendor cortesano. En él encuentra y describe reliquias guerreras de los reyes aztecas y también nos cuenta que ha reproducido unas imágenes de aves que estaban “en una sala de la mansión real de Tetzcoco, donde por orden de los príncipes de esta provincia estaban dibujadas en series varias figuras”.40

Que la estancia fue más larga de lo habitual se desprende por la extensa variedad de materiales recogidos y porque, al hablar de uno de los árboles encontrado, escribe al compararlo con otro: “hemos reproducido los dos en imagen en los jardines del rey de Tetzcoco, donde pasamos algunos días estudiando las plantas”.41

En Texcoco, Hernández, encontró material abundante para sus trabajos de tipo histórico. Recorrió los lugares donde había restos de la cultura prehispánica aún conservados y se admiró de las obras indígenas precortesianas. En el libro de las Antigüedades nos describe con todo detalle la ciudad, por cierto con tan hiperbólica admiración, extensiva a otras ciudades mexicanas, que al ver las casas rodeadas de sementeras y plantas, dice son de tal “modo que no creerías ver ciudades sino los huertos de las Hespérides”.42 Reseña cuidadosamente el palacio que a cuatro millas de la ciudad mandara levantar el rey Netzahualcóyotl “digno de verse por dos mil o más escalones de piedra”,43 y los vestigios “de otro construido para su hijo” {de Netzahualcóyotl}.44 Probablemente se trata de lo que actualmente se conoce como el Baño de Netzahualcóyotl, y también es seguro visitó el famoso Bosque del Contador, donde debió de encontrar “el abeto verde aún después de setecientos años, y que apenas pueden rodear siete hombres con los brazos extendidos”.45

No dejó cosa por ver ni investigar. Hablando del famoso rey texcoquense, cuya memoria indudablemente se conservaba con aureola de religiosa heroicidad, nos cuenta que: “su estatua, su escudo, banderas, trompetas, armas, flautas y otros ornamentos que acostumbraba a usar tanto en la guerra como en los bailes públicos, y que encontramos preservados con grandísimo respeto religioso, con el atabal con el que daba la señal de la acometida cuantas veces había que arrojarse sobre el enemigo o tocaba retirada”.46 Y es casi seguro que sus informaciones sobre estos temas, lo mismo que las obtenidas sobre las virtudes medicinales de las plantas, procuró obtenerlas directamente de los ancianos, pues pocas páginas adelante de lo que acabamos de copiar inserta una frase en la que duda de un hecho: “a pesar de que algunos de los indios más viejos a quienes consulté y pregunté acerca de este asunto afirmaban”47 otra cosa distinta a lo que él supone.

Creo suficiente lo anterior para comprobar la detenida estancia en Texcoco, donde a más de la extensa flora obtenida pudo reunir copiosos datos de historia para sus trabajos sobre antigüedades.

Como exploración de la región central debemos considerar todavía otros varios viajes. Uno originado en la capital y dirigido hacia Puebla y Tlaxcala. Los franciscanos habían poblado bien esas regiones y por ello Hernández pudo instalar su centro en Tlaxcala, en un amplio alojamiento franciscano, orden que a su vez tenía a su cargo un buen hospital llamado de la Encarnación, que para la labor del protomédico tenía el gran interés de que los servicios médicos se habían puesto en manos de los médicos indios, de los que, dice Motolinia, eran “muy experimentados” y sabían “aplicar muchas yerbas y medicinas”. Es muy probable que esas repetidas referencias que hace Hernández a los tlaxcaltecas en común sean datos obtenidos de ese grupo de médicos indios que llevaban el peso de las curaciones en el hospital.48

Huejotzingo le brindó similar acomodo y lo mismo puede decirse de Cholula, donde los franciscanos tenían aposento adecuado. Con respecto a Cholula es curioso que nunca lo cita Hernández por su nombre, pero sin embargo repetidamente se refiere a plantas encontradas entre los cholulenses. Es probable que en Cholula conociese a aquel médico que cita, al hablar del chichimecapatli, cuando dice: “con cuatro onzas de raíz y una dracma de cocóztic prepara un médico cholullense aquel famoso remedio conocido en toda Nueva España con el cual se combaten casi todas las enfermedades”.49 Desgraciadamente, aunque da la receta del remedio, olvida consignar el nombre del médico. De Cholula debió de pasar a Puebla, donde con seguridad vuelve a establecer un centro para desde allí explorar, en expediciones cortas, Totomihuacán, con alojamiento franciscano, y Tetela. Otra expedición más prolongada e indudablemente originada en Puebla, le llevó hasta Tehuacán y Axochitlán. Por el camino, es casi seguro, pudo alojarse en los conventos franciscanos de Tepeaca y Temachalco, lugares que no son citados pero que se encuentran en el curso del viaje. Más al sur rindió etapa en Tlacotepec. De la estancia en este lugar nos ha dejado una nota personal cuando, al describir la zazanaca, escribe: “Nace en las quebradas de los montes de Tlacotépec donde le vimos y dimos a la posteridad en descripción e imagen.”50

Tehuacán le brindaba un convento franciscano por acomodo, y de su estancia en Axochitlán nos queda constancia por frases como aquellas en las que dice: “Los axochitlanenses aseguran que quita los edemas de las piernas”51 (se trata del cuitlázotl), o cuando tratando del mecaxóchitl escribe: “en Axuchitlán... dicen que el cocimiento de las hojas ennegrece los cabellos”,52 frases evidentes de que investigaba las propiedades de estas plantas en el propio lugar donde eran encontradas.

Con lo anterior damos por terminado lo que consideramos exploración central. Quedan aún para poderse unir a esta exploración algunos pueblos recorridos hacia el norte de México, que serán descritos al hablar del viaje al Pánuco pues constituyen la iniciación de dicho itinerario.


El Alcázar real de Madrid en el iglo XVI


Felipe II hacia 1570


Santo Domingo en el siglo XVI


La Habana en el siglo XVI


Veracruz en el siglo XVI


El centro de la ciudad de México a mediados del siglo XVI


El arzobispo Pedro Moya de Contreras


El virrey Martín Enríquez de Almansa






15 Matritense, tomo II, libro V, cap. LXXII, pág. 43. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 251.)

16 Matritense, tomo II, libro V, cap. LXIX, pág. 39. (UNAM, 1959, tomo II, vol, I, págs. 248-9.) Estos manantiales, lo mismo que la iglesia y hospital de Santa Fe, pueden ser vistos en el estado primitivo en que los conoció Hernández, gracias a la reproducción que de ellos aparece en el fondo del retrato del venerable Gregorio López, que se conserva en la sacristía de la iglesia de Santa Fe.

17 Cuadrúpedos, cap. XXXII. (UNAM, 1959, tomo III, vol. I, págs. 314-5.)

18 El encuentro de osamentas gigantescas fue, desde el momento de la llegada de los españoles, motivo de asombro y curiosidad. El propio Hernández vuelve a tratar de ellos en sus Antigüedades, cuandonos cuenta que los culhuacanenses creen que en el momento de su origen, al producirse el quinto sol, “habitaban la tierra gigantes de los cuales quedan hoy huellas y huesos tan grandes que de ellos puede congeturarse que su altura era mayor de quince pies (Ed. de G. Pimentel, pág. 129). Bernal Díaz, en su Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España (cap. CLIX), ya hace referencia a encuentros de este tipo cuando escribe: “y también enviamos [al rey Carlos V] unos pedazos de güesos de gigantes que se hallaron en un cu e adoratorio en Cuyuacan, según y de la manera que eran otros grandes zancarrones que nos dieron en Tascala, los cuales habíamos enviado la primera vez”. Como se observará, en ningún momento se pensó en otro origen que no fuera el de los gigantes humanos para todos estos huesos fósiles, probablemente restos de paquidermos. El mismo caso y el mismo pensamiento sobre el origen humano de las osamentas gigantescas lo encontramos también en Pedro Mártir cuando, en sus De Orbe novo Decades octo (Alcalá de Henares, 1530, dec. V, lib. IV, cap. IV), nos cuenta: “Diego de Ordaz... en la bóveda de un templo encontró un pedazo de hueso del muslo de un gigante, raído y medio carcomido por la antigüedad... yo lo tuve en casa algunos días; tiene de largo cinco palmos desde el nudo del anca hasta la rodilla.” Se verá que nadie duda del origen humano de los restos que, al parecer, eran profusos, pues Sahagún también los vio y apoyó en ellos su criterio de que los pueblos americanos descendían del tronco común de Adán, pues afirma que en México “hubo gigantes de los de antes del diluvio, y han parecido acá huesos y toda la armazón de su grandeza, no sólo en esta Nueva España, pero también en las provincias y reinos circundantes” (Sahagún, ed. Garibay, México, 1956, t. IV, pág. 18). Naturalmente que todos estos autores, como lo expresa muy bien Sahagún al decir “de los de antes”, pensaban en los gigantes citados en el capítulo VI del Génesis y se daba por sobresabida su o del diluvio. Mendieta, en su Historia Eclesiástica Indiana (tomo II, cap. XIII), recuerda que el padre Andrés de Olmos “vio en México, en tiempos del virrey don Antonio de Mendoza, en su propio palacio, ciertos huesos del pie de un gigante que tenían casi un palmo de alto (entiéndase de los osezuelos de los dedos del pie)”, y más adelante nos cuenta que “al virrey don Luis de Velasco el Viejo le llevaron otros huesos y muelas de terribles gigantes”. Suárez de Peralta también se ocupa de los huesos gigantescos encontrados en México y Perú; desde luego asegura que son los restos de los gigantes bíblicos ahogados durante el diluvio, y dice que esos huesos, “medidos por anatomistas, hallan que serían los hombres cuyos fueron de pica y media de altura”. (Tratado de las Indias, cap. I.) Todavía podríamos citar otros varios ejemplos de la trascendencia que los huesas, probablemente de los muchos paquidermos que se sabe existieron en el Valle de México en época prehistórica, tuvieron en las mentes españolas del siglo XVI, como por ejemplo la carta de Alonso Zuazo a Fray Luis de Figueroa, prior de La Mejorada, que aparece incluida en la Colección de Documentos.

19 Matritense, tomo I, libro II, cap. CXLV. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 93.)

20 Matritense, tomo I, libro III, cap. CLXXX. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 148-9.)

21 Alfonso López de Hinojosos, Summa y recopilación de Chirugía... (México, 1595), folio 162 r. En la primera edición de este mismo libro, fechada en 1578, también hace referencia al ruibarbo y añade “el de esta tierra es muy bueno” (folio 200 r.), pero sin recordar a Bernardino del Castillo y su huerta. Sin embargo, la fama del ruibarbo de Del Castillo era ya antigua en México, pues en el libro Secretos de Chirurgia, que escribe Benavides durante su estancia en México y que se imprime en Valladolid, España, en 1567, en el capítulo octavo ya habla de Bernardino del Castillo considerándolo horticultor en tendido que aclimató en México el cultivo del ruibarbo y el jengibre.

22 Antigüedades, libro I, cap. 24 (pág. 73 de la ed. de Joaquín García Pimentel), el párrafo latino original aparece en los folios 44 v. y 45 r. de la edición facsimilar.

23 lbid.

24 lbid.

25 Matritense, tomo III, libro XVII, cap. CLII. (UNAM, 1959, tomo III, vol. 1, pág. 158.)

26 Matritense, tomo III, libro XVIII, cap. LVI. (UNAM, 1959, tomo III, vol. II, pág. 171.)

27 Reptiles, cap. XXIX, (IJNAM, 1959, tomo III, vol. II, pág. 377.)

28 Epistolario, n. 9.

29 Sobre Huaxtepec y sus riquezas arqueológicas se han publicado muchos trabajos. Los más importantes son: Enrique Juan Palacios, Huastepec y sus reliquias (México, 1930), Manuel Toussaint, “Oaxtepec”, Cuadernos Médicos, 1954, vol. I, n. 1, pág. 23-30, y otros muchos artículos periodísticos y de revistas que reseñaremos oportunamente, a más de los documentos antiguos conservados. Sin embargo en ninguno de ellos se ha llegado a presentar un estudio completo de los muchos aspectos que tiene el citado lugar y de su importancia tanto en la cultura precortesiana como en el desarrollo de la ciencia mexicana después de la conquista. Como simple ejemplo de lo anterior recordaremos que en Huaxtepec, además de Hernández estuvo Gregorio López, autor de un libro médico, y estuvo Francisco Ximénez, cuya obra, aun teniendo por base el original hernandino, contiene enorme cantidad de datos originales.

30 Germán Somolinos d’Ardois, Huaxtepec y su importancia en la historia médica y científica de México (inédito).

31 Desde Hernán Cortés, que en su carta tercera alude a Huaxtepec y dice al rey que es la huerta “más hermosa y fresca que nunca se vio”, y Bernal Díaz, que en el cap. CXLII de su Historia Verdadera… hace una descripción deliciosa del lugar, casi todos los cronistas posteriores se han ocupado de Huaxtepec. Principalmente Tezozómoc, Durán, Fernández de Oviedo, Gomara, Motolinía, etc.

32 La Relación de Huaxtepec fue publicada por Paso y Troncoso, está firmada por Gutiérrez de Liévana. Posteriormente fue reproducida en el Boletín oficial y revista eclesiástica del Obispado de Cuernavaca, tomo IX, págs. 315-22 y 350, y más tarde la recogió de nuevo Enrique Juan Palacios incluyéndola como apéndice a su estudio citado, en la nota 29.

33 Antigüedades, libro I, cap. 24, pág. 75 de la ed. de Pimentel. El párrafo latino original aparece en los folios 45 y 46 r. de la ed. facsimilar.

34 Ibid, pág. 98, y folios 61 y 62 r.

35 En la Relación de las minas de Taxco, redactada en enero de 1581 por Pedro de Ledesma, alcalde mayor de dichas minas, y recogida y publicada por Paso y Troncoso en sus Papeles de Nueva España (Madrid, 1905), tomo VI, pág. 263, al contestar el punto 26 del cuestionario real donde se pregunta por las hierbas medicinales, después de describir ima raíz útil contra algunas enfermedades añade: “y otras muchas se entiende que ay, de que llevó razón y pintura el doctor Francisco Hernández, protomédico de su magestad que vino a ese efecto”.

36 Las referencias a Amecameca como frío y húmedo son continuas a través de toda la obra de Hernández; como muestra elegiremos al azar las de los libros V, caps. VI y LXXXII, y la del libro VII, cap. XXVII, de la edición matritense. (UNAM, 1959, t. II, vol. I, págs. 230, 254 y 341 respectivamente.)

37 Matritense, tomo III, l.bro XV, cap. LXI. (UNAM, tomo III, vol. II, pag. 98.)

38 Antigüedades, libro I, cap. 24, pág. 74 (ed. Pimentel). Folio 45, ed. facsimilar.

39 Antigüedades, libro II, cap. 13, pág. 115 (ed. Pimentel). Párrafo latino en el folio 74 r. de la ed. facsimilar.

40 Aves, cap. CCXIII. (UNAM, 1959, tomo III, vol. I, pág. 363.)

41 Matritense, tomo I, libro IV, cap. CXXVIII. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 205.)

42 Antigüedades, libro II, cp. 12, pág. III (ed. Pimentel). Párrafo latino en el folio 71 r.

43 Antigüedades, libro II, cp. 13, pág. 114 (ed. Pimentel), folio 73 v. del original latino.

44 Ibid.

45 Antigüedades, libro II, cap. 14, pág. 115 (ed. Pimentel), folio 74 v. de la ed. facsimilar.

46 Antigüedades, libro II, cap. 13, pág. 115 (ed. Pimentel), folio 74 r. del original latino. Por cierto que esto del tambor de Netzahualcóyotl, lo relata también en la misma obra, libro I, cap. 20, pág. 66, de la ed. de Pimentel y folio 40 r. y v. de la ed. facsimilar, donde dice: “el señor de Texcoco {daba la orden de precipitarse contra el enemigo} con un pequeño tambor que llevaba colgado de los hombros, tal cual nosotros lo vimos en Texcoco, preservado con grandísimo respeto con las vestiduras y demás ornamento bélico de Necahoalcoyotzin y Necahoalpilcintli, reyes de Texcoco, y el que cuidamos de reproducir como otras cosas con un dibujo exacto”.

47 Antigüedades, libro III, cap. 1, pág. 136 (ed. Pimentel). Folio 91 r. del manuscrito original.

48 Sobre la historia y labor de este hospital ver: Josefina Muriel, Hospitales de la Nueva España (México, 1956), pág. 137. Las noticias originales de su funcionamiento se pueden encontrar en Motolinia, Historia de los indios de Nueva España (México, 1941), Ed. Chávez Hayhoe, pág. 148.

49 Matritense, tomo I, libro VI, cap. XCVIII pág. 164. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 308.)

50 Matritense, tomo II, libro VII, cap. LXXXVIII, pág. 261. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 355.)

51 Matritense, tomo II, libro V, cap. XIX, pág 14. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 232-3.)

52 Matritense, tomo II, libro V, cap. LVIII, pág. 34. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, págs. 245-6.)

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ