El viaje y la exploración de la Nueva España


POÉTICAMENTE, el propio Hernández nos ha dado una relación de su viaje por la Nueva España, tan sentida y tan bella que bastaría copiarla para tener una imagen real de lo que fue esta exploración. Cuando ya de retorno en España se siente desamparado, vuelve los ojos hacia Arias Montano y escribe entonces una carta-poema al amigo y al protector, al hombre que desde su juventud le ayudara, y que en esos momentos está lejos de la patria. Las imágenes frescas de los siete años acabados de transcurrir perduran en su mente, y nos las presenta bajo la bella forma del verso hexámetro latino.

Algunos fragmentos del poema bastan por sí solos para darnos idea de lo que fueron, en el aspecto que pudiéramos llamar humano, los viajes exploratorios. De manera elegante hace desfilar los sufrimientos y las penalidades de la exploración. No es una queja, es el relato sincero de quien ha pasado la prueba y la cuenta a un amigo. Dicen así:



Guiados por los altos luminares del cielo, corrimos

toda Nueva España, sus ríos y montes, ciudades y pueblos,

..................................................................................................

Y pues he dado cima a mi empresa tan bien como pude

a través de aventuras sin cuento por mares y tierras,

..................................................................................................

Callaré las penosas fatigas que por largos siete años sufriera

(ya en vejez, sin la sangre ardorosa de mis juventudes)

cruzando dos veces el piélago, peregrino por tierras ignotas,

en extraños climas, sin comer el pan que solía,

y abrevando la sed muchas veces en aguas impuras.

No diré los calores ardientes, los fríos intensos

contra los que no valen recursos de la humana industria;

las boscosas alturas, las selvas hostiles, los ríos,

lagunas y lagos y temibles pantanos inmensos.

No diré la pérfida confabulación de los indios,

las perversas mentiras con que me burlaban incauto,

hablando con gran fingimiento, con mañas y astucias;

ni las muchas veces que confiado en falaces intérpretes

creí conocer de las plantas mentidas virtudes,

y apenas logré combatir sus nocivos efectos

con el arte médico y el favor insigne de Cristo;

ni el cuidado de que los pintores no diesen imágenes falsas,

ni las moras de los poderosos que frustraban empresas e intentos.

¿Qué decir de las múltiples veces que puse en peligro mi vida

probando las yerbas dañosas por saber de su naturaleza?

¿Qué decir de las enfermedades que de tantos trabajos y penas

me vinieran y habrán de acrecerse a través de todos mis días?

¿Para qué recordar los frecuentes encuentros hostiles?

¿Para qué el horror de los monstruos que habitan los lagos

y tragan y alojan enteros a los hombres en su enorme vientre?

¿Y la sed, y el hambre, y los miles de insectos dañinos

que laceran la piel de incontables picaduras sangrientas?

¿A qué hablar de los guías ceñudos y del torpe rebaño de siervos?

¿A qué recordar la salvaje condición de los indios,

nada sinceros, reacios a revelar sus secretos?

Olvidado de tantos afanes quiero sólo decir lo que hicimos

con la gracia de Cristo y el favor especial de sus santos,

recorriendo las vastas regiones de la Nueva España1



Sigue el poema relatando la obra, describiendo los libros y rezumando amargura, pero no es este el lugar de comentarlo. Queremos presentar en este capítulo el relato de cómo fue explorada la Nueva España. Salido al campo, Hernández viajaba en una litera que llevaban dos muías. Las muías y la litera debieron de ser alquiladas a Diego Caballero, vecino de México, español, pues en el testamento recuerda que debe a su dueño el importe de dos muías que murieron y que calcula deberán valer unos ocho pesos cada una. 2 A pie o a caballo iban el resto de los acompañantes. No ha quedado relación directa de los componentes del grupo. Por las cartas y descripciones del propio Hernández podemos llegar a suponer que era bastante numeroso. Lo formaban dos o tres pintores, otros tantos escribientes, el intérprete y los herbolarios o recolectores de plantas, de los que en sus cartas dice que necesita por lo menos tres; probablemente, en algunos viajes, debieron de ir también médicos indígenas y además los inevitables mozos o acemileros encargados de acarrear la impedimenta de la expedición. Como jefe inmediato de toda esta tropa iba el hijo de Hernández de quien dice su padre que sin su ayuda “no hubiera podido acabar en tan poco tiempo una tan grande obra”.3

La técnica de información era la clásica de la época: se buscaba a los indios viejos, se les interrogaba y se anotaba todo lo que decían. El tipo de español preguntón, indispensable para el conocimiento del nuevo país, llegó a ser tan popular entre los indígenas que en alguna ocasión cuando representaron a las autoridades españolas incluyeron entre ellas al “preguntador”.4 Hernández interrogaba especialmente a los médicos indígenas de las localidades, tratando de obtener de ellos las noticias que luego consigna sobre las utilidades de las plantas que recogía. Toda la obra está llena de referencias a esas informaciones médicas, en ocasiones admirándose de la pericia de los médicos y otras veces llamándolos ignorantes y rudos. Sin embargo la información no era fácil de obtener. En muchas ocasiones se queja de que los indios “cuidándose de ellos mismos u odiándonos a nosotros, esconden en arcanos lo que tienen conocido e investigado”.5 Otras veces, como cuando habla del Chuprei, exclama: “Tienen los indígenas esta planta en gran aprecio y ocultan sus propiedades con mucho secreto; pero con diligencia y cuidado logramos arrancárselas.”6 No se crea que este problema era privativo de la Nueva España sino que se produjo en todo el Nuevo Mundo. La ocultación de las virtudes curativas de las plantas indígenas para evitar que las utilizaran los españoles fue hecho general en toda América. Pedro de Osma, en una carta escrita a Monardes, inserta un párrafo que podría haber sido redactado por Hernández; refiriéndose a unas plantas, escribe: “cuántas más yerbas y plantas de grandes virtudes semejantes a éstas tendrán nuestras Indias las cuales no alcanzamos ni sabemos por qué los indios, como gente mala y enemiga nuestra, no descubrirán un secreto ni una virtud de una yerba aunque nos vean morir y aunque los asierren”.7 En esto hay evidente exageración, pero desde luego es indudable que la indagación de las virtudes curativas de las plantas fue tarea penosa para el protomédico y su equipo.

No es muy aventurado suponer que además de los auténticos componentes, el grupo expedicionario llevase incorporadas otras varias personas que por sus quehaceres u ocupaciones necesitaban viajar por las mismas rutas que el protomédico. Era ésta una costumbre universal en esa época, fundada en las dificultades y peligros de todas clases que en aquellos tiempos acechaban al viajero. No nos ha quedado en los libros de Hernández ninguna noticia sobre esta posible compañía, pero sabemos que cuando Hernández declara en el proceso inquisitorial contra el doctor Pedro López cuenta que, habiendo salido al campo acompañado de un mercader llamado Eugenio Castellanos, éste le informó de los delitos de Pedro López.8

Como para el momento de iniciar los viajes —nos referimos a las expediciones largas, pues las cortas debieron de efectuarse desde los primeros momentos— las relaciones con el virrey ya estaban nuevamente amistosas, es casi seguro que éste facilitó al protomédico las cosas necesarias para su viaje e incluso previno por carta a las autoridades de los pueblos que iban a ser recorridos para que estuviesen preparados y dispuestos a suministrar los alojamientos y bastimentos necesarios.9

En un trabajo nuestro publicado hace ya algunos años se planteó por primera vez la extensión y localización de los viajes de Hernández.10 En aquella ocasión, al situar sobre el mapa las localidades visitadas, saltó a la vista un hecho que permanecía ignorado aunque hubiera sido supuesto. Hernández había recorrido la casi totalidad de los territorios entonces descubiertos de la Nueva España, y lo había hecho desarrollando sus viajes en una especie de grandes circuitos que abarcaban regiones enteras. Las etapas de estos circuitos quedan perfectamente señaladas con sólo marcar las localizaciones conventuales de la época. Hernández saltaba de un convento a otro, permanecía en cada lugar los días precisos para recoger y describir las plantas o los elementos interesantes, y proseguía su camino hasta llegar al próximo pueblo donde hubiese una fundación religiosa. En ocasiones este esquema falla; encontramos distancias enormes sin conventos intermedios, imposibles de ser recorridos en una sola etapa sin pernoctar por el camino. En este caso, cuyo ejemplo más patente lo tenemos en el viaje desde Xalatlahuco a Tecuanapa, cuando salió a explorar la costa del Mar Pacífico, hemos averiguado, por caminos indirectos, que precisamente a la mitad del trayecto, en Igualapa, estaba la encomienda de Bernardino del Castillo, hombre extraordinario en la época: conquistador con Cortés y más tarde agricultor importante que instaló por primera vez en la Nueva España un ingenio azucarero. Hernández, hablando de este Bernardino del Castillo, también toledano, de Torrijos, del que indudablemente fue amigo personal, nos lo describe como “varón cuya insigne labor es digna de elogio, diestro y valeroso en sus juventudes para combatir a los enemigos y diligentísimo en la vejez, hasta sus últimos días, en la siembra y cultivo de toda suerte de plantas raras y extranjeras”.11 No hemos tenido la misma suerte con un sitio al que denomina Lugar de Juan de Cuenca, cuya localización nos ha sido imposible definir, ya que de los dos encomenderos de ese nombre que hemos encontrado uno estaba en Michoacán y otro en el pueblo de Chachalintla, que no hemos podido identificar.12 Mas estos datos nos han hecho suponer que, cuando las etapas en los viajes no se corresponden con las construcciones monacales de la época, esto sucede porque en esos casos el grupo expedicionario se alojó en casas de encomenderos, en pequeñas residencias eclesiásticas hoy desaparecidas, o en algún otro sitio de carácter civil. Sobre estas construcciones civiles, debemos pensar también como posible que en alguna ocasión fueran utilizados los alojamientos llamados tecpan, restos de la organización comunal indígena. En los tecpan los indígenas se alojaban gratis mientras los españoles tenían que abonar los gastos de su comida. La organización era muy extensa y tenía sus raíces en la red de los que pudiéramos llamar hosterías y mesones utilizados por los viajeros y comerciantes precortesianos durante sus viajes. Para tiempos de Hernández habían decaído mucho, pero sin embargo aún se conservaban, sobre todo en las rutas indígenas principales. También se da el caso de que, en ocasiones, Hernández deja de citar un lugar y, entonces, al establecer el itinerario queda una distancia demasiado grande entre los puntos extremos. Tal ocurre por ejemplo con Taxco, ciudad que no aparece citada por Hernández en ninguno de sus libros; sin embargo en las relaciones geográficas que publicó Paso y Troncoso13 se consigna la estancia del protomédico en dicho lugar.

De modo un poco arbitrario y fijándonos principalmente en el desarrollo de los circuitos a que nos referimos antes, hemos considerado que las expediciones de Hernández pueden dividirse en cinco viajes claramente identificados e independientes unos de otros. En nuestro trabajo de 1951, denominábamos estos cinco viajes del modo siguiente: Exploración de la zona central, abarcando los alrededores de México y los actuales estados de Morelos, México, Puebla, Tlaxcala e Hidalgo; Viaje al Mar Austral; Exploración de Oaxaca; Viaje a Michoacán y Viaje al Pánuco. Quedan todavía sin poderse incluir en ninguno de estos itinerarios un viaje por la región noroeste de Taxco y la posible estancia en Querétaro y Guanajuato.

Desde entonces hasta ahora, ni en nuestros estudios posteriores, ni en los efectuados por otros autores han surgido datos para modificar estos itinerarios. Se han aumentado algunos pueblos que entonces faltaban como los de Teozacualco, Amoltepec y Tiripitío, descubiertos por la Dra. Benson14, y el de Gutmano en Michoacán, descubierto por nosotros en una nueva revisión del texto. Si se consultaran las muchas relaciones geográficas hoy inéditas, todavía sería probable conseguir aumentar más la lista de las localidades visitadas por Hernández. Tal vez cuando se termine el índice de plantas y lugares que está efectuando un grupo de botánicos bajo la dirección del Dr. Faustino Miranda, se pueda determinar con precisión alguna localidad de identificación dudosa, sobre todo de aquellas que, por tener nombres similares y estar en regiones distintas, pueden ser definidas estudiando el tipo de la flora local. No sería extraño que estudios más profundos hechos por especialistas modificaran alguno de los itinerarios a la luz de los conocimientos modernos sobre el trazado de los caminos durante el siglo XVI. Pero como por el momento no ha habido modificaciones importantes a los primitivos itinerarios, tendremos que seguirlos admitiendo tal y como fueron descritos en 1951.






1 Fragmentos del Poema a Arias Montano, publicado al comienzo de la edición matritense (ver Bibliografía Hernandina, n. 6). Para darle continuación hemos alterado la ordenación de alguno de los párrafos. (La traducción es de José Rojo Navarro.)

2 Este Diego Caballero a quien recuerda en el párrafo 8 del Testamento, es probablemente el mismo que figura en el Epistolario de Nueva España, de Paso y Troncoso (tomo XIII, pág. 114) como testigo en la Información de Encomiendas y dice tener 55 años y llevar en México y Nueva España, “cuarenta años poco más o menos”. Esta declaración tiene fecha 17 de abril de 1597, por lo que se deduce que para cuando el doctor Francisco Hernández le alquila los mulos llevaba casi veinte años en México.

3 Epistolario, n. 14.

4 La figura a que nos referimos aparece en el libro El Chilam Balam de Chumayel. Los interesados en conocer datos de este libro, de historia accidentada y hoy perdido, deberá consultar El libro de los Libros de Chilam Balam editado por Barrera Vázquez en la “Biblioteca Americana” del Fondo de Cultura Económica (México, 1948), pág. 23. Nosotros hemos tomado la figura del libro de Sáenz de la Calzada, La geografía médica en México (México 1958), pág. 34.

5 Antigüedades, Proemio, pág. 11 de la ed. Pimentel; folio IV. de la ed. facsimilar.

6 Matritense, tomo I, libro IV, cap. VI, pág. 333. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 163.)

7 Citado por Comas, en Principales aportaciones indígenas a la cultura universal (México, 1957), pág. 15.

8 Proceso.

9 Conocemos el dato del aviso virreinal a los pueblos por un documento conservado en el Archivo General de la Nación, donde el virrey da instrucciones sobre la manera de recibir y alojar al protomédico y a su equipo de acompañantes. Este documento, sobre el cual me fue llamada la atención hace algunos años, fue visto y leído por uno de los miembros de la “Comisión” antes de que nos ocupáramos de los estudios hernandinos. No cuidamos entonces de tomar nota de su colocación en el archivo, y cuando ahora hemos querido consultarlo otra vez no ha sido posible localizarlo.

10 Germán Somolinos d’Ardois, “El viaje del doctor Francisco Hernández por la Nueva España”, Anales del Instituto de Biología (México), tomo XXII, n. 2, págs. 435-484, 1951.

11 Matritense, tomo I, libro III, cap. CLXXX, pág. 298. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 148.)

12 Aunque en el Catálogo de Pasajeros a Indias, (Sevilla, 1942) son varios los que con el nombre de Juan de Cuenca pasaron a América, sólo uno se dirigió a Nueva España, el señalado con el n. 2121 en el volumen II. En el libro de Icaza Conquistadores y Pobladores de Nueva España (Madrid, 1923), ficha 309, aparece la declaración de este Juan de Cuenca que era de Bujalance, Córdoba. Pero, en el mismo libro, en la ficha 877, aparece otro Juan de Cuenca tal vez más importante que el anterior, que también tuvo casa con armas e caballos y que pide se le reconozca el pueblo de Chachalintla que había pertenecido a su suegro.

13 Francisco del Paso y Troncoso, Papeles de la Nueva España (Madrid, 1905), tomo VI, pág. 263.

14 Nettie Lee Benson, The ill fated works of Francisco Hernández, The University of Texas Library Chronicle, 1953, vol. V, n. 2, págs. 17-27.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ