d. El elemento indígena


Para cuando Hernández llega a México, los problemas más graves de la convivencia entre indígenas y españoles estaban superados. Aún había tribus indómitas y españoles encastillados que desacataban las leyes centrales, pero, sin embargo, el país había entrado en una fase constructiva y de acoplamiento que permitía la colaboración pacífica. Debemos reconocer que tal vez la parte más fatigosa y agobiante de la obra del protomédico se la debemos al trabajo desinteresado y eficaz que aportó el grupo de colaboradores indígenas.

Aparte del tipo de relación inevitable que todo visitante de México entabla con el elemento aborigen, Hernández tuvo que relacionarse más estrechamente con dos grupos bien definidos de habitantes indígenas. Los médicos, hombres y mujeres, y el conjunto menos especializado de pintores, intérpretes y simples servidores dedicados a la recolección de plantas y animales y al transporte de la impedimenta que, de forma creciente, se tuvo que formar en el trascurso de los viajes y que era preciso trasladar de unos lugares a otros.

Es curioso observar que Hernández recoge las observaciones sobre los indios con una absoluta imparcialidad que le permite en ocasiones escribir párrafos indicando sus defectos y, a continuación, alabando sus cualidades. Ahora bien es evidente que no llega a comprender la psicología indígena, principalmente porque trata de medir y comparar todo lo que ve con el patrón castellano. Empieza por horrorizarse de las prácticas curativas indígenas, tan alejadas y por lo general contrapuestas a los sistemas tradicionales de la medicina europea.

Es innecesario, y alargaría mucho este capítulo, recoger las muchas veces que Hernández a lo largo de su obra emite juicios contrarios a la terapéutica y manera de actuar de los médicos indios; basta leer el capítulo que en su libro de las Antigüedades dedica a los médicos, donde resume las ideas expuestas en otras obras, para comprobar que ninguna de las prácticas usuales en el país le resultaban aceptables.55 Ahora bien, esa desaprobación global no impedía que en ocasiones, ante un hecho determinado, escribiese: “alabamos a los médicos indios que posponiendo la tisana de cebada, por ser ingrata al gusto y repugnante a los enfermos, prefieren los puches de maíz llamados atolli”. 56

Desgraciadamente, Hernández no nos ha dejado los nombres de sus informadores médicos, debieron de ser muchos, diseminados por todo el país, y no sólo hombres pues en ocasiones recuerda a las mujeres titici que le habían informado. El método de recoger sus conocimientos era muy diferente al que empleara Sahagún. Mientras el franciscano recibía los informes escritos en náhuatl y sobre ellos elaboraba su obra, Hernández abordaba directamente al médico y de viva voz recogía los datos, cuya veracidad comprobaba más tarde en sí mismo o en el hospital. La sólida formación clásica de Hernández le resultaba un estorbo para poder comprender muchas de las cosas que le iban enseñando. Imbuido de teoría humoral, no podía aceptar que ciertos medicamentos de uso común en el pueblo indígena actuaran de modo distinto a como los dogmas galénicos imponían. Así, es frecuente encontrar comentarios como el siguiente, que escribe al hablar del yolochichilpatli: “Es de temperamento caliente y seco y de naturaleza resinosa, y sin embargo dicen los indios que cura la erisipela aplicado en forma de emplasto, lo cual no veo cómo pueda suceder.”57 Son continuas estas dudas sobre la aplicación efectiva del medicamento y la acción que según los cánones tradicionales galénicos debía tener. Y por ello, en cierta ocasión, al encontrarse perplejo ante un nuevo caso contrario a las reglas clásicas escribe: “debe pensarse que presta los auxilios dichos debido a cierta propiedad oculta, o bien por su sequedad o astringencia, lo cual vemos que sucede con otros muchos medicamentos de este Nuevo Mundo”.58

No obstante la inconformidad de Hernández con las prácticas de sus informadores médicos indígenas, es necesario reconocer que la relación entre ellos y el protomédico resultó fecunda, pues de otro modo hubiera sido imposible que Hernández recogiera el extraordinario volumen de datos y conocimientos que componen su obra, la mayor parte de los cuales están obtenidos directamente de los médicos aborígenes.

Respecto al otro grupo, si exceptuamos a los pintores e intérpretes, que indudablemente colaboraron con él de manera directa, es probable que con el resto de los servidores tuviera menos contacto. De todos modos es curioso recoger las observaciones y datos que sobre el indio mexicano escribe Hernández, quien, con su imparcialidad manifiesta, tan pronto los alaba como emite juicios desfavorables. La idea, entonces tan general, de la vida edénica que llevaron estos pueblos antes de la llegada de los españoles, aparece también en Hernández, quien describe la vida utópica del indio mexicano diciendo: “en este Nuevo Mundo no habían penetrado jamás los signos de la avaricia ni había nacido la ambición, hasta que llegaron a él nuestros compatriotas traídos por las naves y los vientos. No eran para sus habitantes de tanto precio el oro y la plata, que abundaban granmente; plumas de aves hermosísimas, telas de algodón y piedras preciosas, que esta tierra produce copiosa y espontáneamente, constituían sus más preciadas riquezas. No conocía el pueblo los collares, pulseras y brazaletes sino hechos de flores, y ningún valor tenían las perlas entre ellos. Andaban casi desnudos y llevaban una vida dichosa sin preocuparse del mañana, de acumular grandes tesoros o de aumentar su patrimonio; vivían al día, siguiendo sus inclinaciones y deseos, en condición modesta pero tranquila y feliz, y gozando con gran alegría de los máximos bienes de la naturaleza”.59

Esta visión edénica del indio precortesiano se compagina mal con los datos que inserta en otras partes de su obra donde nos dice que eran “sumamente religiosos pero matadores y devoradores de hombres”,60 o en el lugar donde, hablando de los discursos que pronunciaban los reyes aztecas y los sacerdotes para exhortar a la vida honesta y los de los padres a los hijos para inducirles a huir de la pereza y de la soberbia, a ser pundonorosos y trabajadores, escribe como comentario: “he considerado que no debía omitir por completo estas cosas con las que muestro cuán virtuosos eran, aun cuando idólatras y antropófagos, y cuánto cuidado tenían en educar a los hombres”.61


Vista de Toledo por El Greco


El artificio de Juanelo Turriano, en Toledo


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Patio del Hospital de la Santa Cruz de Toledo


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Corredores del Hospital de la Santa Cruz de Toledo


Plano y vista de Madrid a fines del siglo XVI


El Palacio Real de Madrid en el siglo XVI


La “huerta de su majestad” contigua al Palacio Real de Madrid


Considerando que encuentra en ellos graves defectos, pues nos dice que “los indios son en su mayor parte débiles, tímidos, mendaces, viven día a día, son perezosos, dados al vino y a la ebriedad y sólo en parte piadosos”,62 hace pensar que todos estos defectos y vicios se los trasmitieron los españoles ya que antes vivían en un paraíso sin envidias ni vanidades. Probablemente cuando escribe que “son mendacísimos y ladroncísimos”,63 hemos de pensar que está enojado por alguna trapisonda que le han hecho sus servidores y, en cambio, cuando líneas más abajo nos comunica que “son de naturaleza flemática y de paciencia insigne, lo que hace que aprendan artes sumamente difíciles y no intentadas por los nuestros y que sin ayuda de maestros imiten preciosa y exquisitamente cualquier obra”,64 debemos conjeturar que está satisfecho de los dibujos que acaban de hacerle y se encuentra contento.

Sin llegar a comprender los fundamentos culturales del pueblo indígena mexicano, cosa que por otro lado resultaba imposible para una mente española de su época forjada en la rigidez de la espiritualidad europea del siglo xvi , Hernández se asombra de muchos de los conocimientos indígenas y sobre todo le llama la atención la riqueza de idiomas y las inflexiones de la pronunciación, pues escribe: “en pocas leguas de distancia se varía muchas veces el lenguaje: cosa por cierto admirable, pues cada uno de ellos, según yo creo, podría ser muy perfecto y copioso, si fuese dilatado de indios sabios que tuviesen cuenta con conocer y imponer así nombre a las cosas; por que no me curo de la variedad de las letras y pronunciación, pues es tan natural y blanda a los naturales quanto extraña a los estranjeros”.65

Mas, su admiración lingüística por los idiomas indígenas, llega a su colmo cuando descubre que en un pueblo donde “la gente es tan inculta y bárbara, de tan grande número de yerbas que de algunas saben la virtud y de otras no, casi no se halla ninguna que con nombre particular no sea de ellos nombrada y conocida”.66 Observación muy fina y adecuada pues precisamente uno de los caracteres mas acusados de la primitiva cultura mexicana es este conocimiento profundo de la flora de su país.

Creemos suficientes estos datos expuestos para confirmar nuestra opinión de que Hernández pasó por México sin llegar a comprender al pueblo mexicano, aunque su elevada inteligencia y fino sentido de observación le hizo descubrir muchas cualidades y defectos que, como hemos visto, consigna en sus obras guiado por el afán informativo y sin tratar en ningún momento de censurar ni ofender. La actitud de Hernández hacia los indios mexicanos no presenta la hostilidad que se encuentra en otras descripciones de la época, y es más, tenemos motivos para suponer que llegó a cobrarle afecto al grupo de acompañantes si tenemos en cuenta que, cuando ya de vuelta en España se siente enfermo y hace testamento, las primeras mandas que dicta al escribano son para beneficiar y compensar a los pintores y a los indios médicos de México, así como a los que se ocuparon de traer yerbas que “no fueron satisfechos ni pagados”, y ordena separar de su hacienda una parte que deberá emplearse en ese cometido.






55 Antigüedades, libro II, cap. II, pág. 86 (ed. Pimentel). “Entre los indios practican la medicina promiscuamente hombres y mujeres, los que llaman titici. Estos ni estudian la naturaleza de las enfermedades y sus diferencias, ni, conocida la razón de la enfermedad, de la causa o del accidente, acostumbran recetar medicamentos, ni siguen ningún método en las enfermedades que han de curar. Son meros empíricos y sólo usan para cualquiera enfermedad aquellas hierbas, minerales o parte de animales que, como pasados de mano en mano, han recibido por algún derecho hereditario de sus mayores, y eso enseñan a los que les siguen. Apenas recetan dieta a alguno. No cortan una vena a nadie aun cuando por una incisión en el cutis alguna vez saquen sangre y quemen los cuerpos. Las heridas se curan con medicamentos simples o cubriéndolas con sus harinas; con estos se ayudan en su mayor parte y usan rara vez medicamentos compuestos o mezclados. No se encuentran entre ellos cirujanos ni boticarios, sino sólo médicos que desempeñan por completo toda la medicina. Y es de admirarse de qué manera tan inepta y carente de arte y con gran peligro de toda la gente, puesto que obligan a las paridas, en seguida después del parto, a darse baños de vapor y a lavarse ellas mismas y a sus niños recién nacidos en agua helada después del mismo baño, llamado temaxcalli. ¡Qué digo!, si hasta a los febricitantes, con erupciones u otra clase de exantema, rocían con agua helada. Esto no es menos temerario que frotarles los cuerpos con cosas muy calientes, y responden con audacia a quien les redarguye, que el calor se vence con el calor. Usan remedios farmacéuticos vehementísimos y sumamente venenosos, sin que el veneno esté cohibido o refrenado por ningún género de preparación. No examinan inmediatamente a los que padecen enfermedad, ni principalmente antes de hacerles tomar medicinas que digieran el humor o lo hagan idóneo para la evacuación. Ni entienden el adaptar los varios géneros de remedios a los varios humores que haya que evacuar. Ni hacen mención alguna de la crisis ni de los días judicatorios. Permiten desde luego a las recién paridas usar medicamentos frígidos y astringentes para fortalecer los riñones, según dicen, cuando más bien debieran abrir las vías del útero y provocar la menstruación. Con las mismas cosas curan las excrecencias carnosas de los ojos, el gálico y a los privados de movimiento por la falta de humor en las articulaciones; a estos últimos no enteramente sin buen resultado tal vez como efecto de la resequedad. Y aun ocurre que apliquen medicamentos sumamente calientes a los ojos inflamados y también en gran parte, en contra de la naturaleza, a los tumores, y sin ninguna distinción usan medicamentos frígidos, glutinosos o astringentes sin tomar en cuenta los períodos de la enfermedad o el lugar afectado. Y así, aun cuando abundan en maravillosas diferencias de yerbas salubérrimas, no saben usarlas propiamente, ni aprovecharse de su verdadera utilidad.”

56 Matritense, tomo II, libro VI, cap. XLIV, pág. 125 (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 290).

57 Matritense, tomo II, libro XI, cap. XIII, pág. 449 (UNAM, 1959, tomo III, vol. II, pág. 4).

58 Matritense, tomo II, libro IX, cap. XCI, pág. 355 (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 395).

59 Matritense, tomo II, libro VI, cap. LXXXVII, pág. 154 (UNAM, 1959, tomo II, vol. I pág. 303).

60 Antigüedades, libro I, cap. XXV, pág. 77 (ed. Pimentel).

61 Antigüedades, libro I, cap. XVII, pág. 57 (ed. Pimentel).

62 Antigüedades, libro I, cap. XXIII, pág. 72 (ed. Pimentel).

63 Antigüedades, libro I, cap. XXV, pág. 77 (ed. Pimentel).

64 Antigüedades, libro I, cap. XXIII, pág. 72 (ed. Pimentel).

65 Plinio, libro VII, cap. I, f. 8 r.

66 Plinio, libro XXI, cap. XVII, f. 34 r.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ