No obstante la prisa con que el rey ordena que Hernández embarque, vemos transcurrir ocho meses antes de que zarpe de España. Probablemente los trámites de última hora se retardaban. Los pequeños detalles siempre son más engorrosos que los grandes planeamientos y además ya sabemos que la corte de Felipe II se caracterizó por la calma. A los ministros del rey se les llama irónicamente, por la lentitud y flema con que despachaban los asuntos, “ministros de la eternidad”. Se perdían días y días en resolver cosas nimias como consecuencia de lo que entonces se llamaba el “sosiego en negociar,” capaz de hacer perder la paciencia a los más calmados gestores. No era invención sin base, el dicho popular de: “las cosas de palacio van despacio.” Y, probablemente, Hernández tuvo más tropiezos en el arreglo de las cosas menudas que en conseguir la orden para iniciar la expedición.
Finalmente, en agosto de 1570, está ya todo preparado y Hernández embarca en la nave que habría de conducirlo a México. Parte ésta a primeros de septiembre haciéndose a la mar con todos los componentes de la expedición entre sus pasajeros. Según nuestras noticias el grupo estaba constituido por Hernández como director, su hijo Juan Fernández, que, sin cargo definido, atendía en cambio múltiples tareas encomendadas por su padre, quien lo consideraba como su secretario particular, y un geógrafo llamado Francisco Domínguez que, bajo la dirección de Hernández, tenía como misión específica levantar el plano de las tierras americanas. Probablemente la incorporación de este geógrafo a la expedición fue consecuencia de la contestación de los virreyes diciendo que no existía en América persona capacitada para llevar a cabo el trazado geográfico de las tierras. Entonces lo designó el rey con un salario de mil ducados anuales.
No hemos conseguido ningún documento directo que especifique la fecha de la partida. Esperábamos con ansiedad la publicación del tomo correspondiente de la obra Pasajeros a Indias, donde debía de aparecer el embarque del grupo expedicionario. Sin embargo esta publicación se ha interrumpido y nuestras gestiones particulares no han tenido éxito para encontrar el asiento de la partida en los documentos del Archivo de Indias, donde con seguridad se conserva. Por vías indirectas averiguamos que, de modo oficial, la expedición se inició el día primero de septiembre de 1570. Nos basamos para ello en los siguientes datos: cuando el rey redacta el título de protomédico dice taxativamente que Hernández podrá ocuparse en este empleo los “cinco años primeros siguientes que corran y se cuenten desde el día que os hiciérades a la vela en los puertos de Sanlúcar de Barrameda o Cádiz”.33 Más tarde, Hernández, en una carta dirigida a Juan de Ovando y fechada el día primero de septiembre de 1574, en México, le dice: “El tiempo que su magestad me mandó señalar se cumple, de oy en un año,”34 y continúa razonando la necesidad de una prórroga. Es evidente que la fecha de iniciación del viaje corresponde al primero de septiembre de 1570 ya que los cinco años otorgados por el rey se cumplen del primero de septiembre de 1574 en un año, o sea: el día primero de septiembre de 1575.
Ahora bien, esa fecha del 1 de septiembre que nosotros tomamos como la de iniciación del viaje y que por las razones presentadas más arriba debíamos admitirla como buena no es la verdadera. En el acta que se escribe en México cuando Hernández toma posesión de su puesto, donde se asientan sus títulos y sus gajes, se hace constar, como vimos más arriba, que con fecha siete de septiembre “se pagaron al dicho doctor Francisco Hernández mil ducados” en la casa de Contratación de Sevilla. El hecho no tiene mayor importancia. Probablemente de una manera oficial la flota debía de haber partido con fecha uno y sin embargo, como era frecuente, no estaba terminada de aparejar para esa fecha y se retrasó en la salida, sin que por ello Hernández creyese que debía modificar la fecha de comienzo oficial de su comisión.
Tenemos por lo tanto a Hernández pasajero de una nao de la carrera de las Indias durante los días otoñales del año 1570. Acababa de volver a Sevilla, lugar indispensable antes de embarcarse, y con seguridad sintió revivir en su alma los recuerdos de los días pasados allí muchos años antes. Probablemente recibió parabienes y halagos de aquellos doctores que habían sido colegas suyos durante los años de su estancia en Andalucía y que ahora le veían encumbrado por el favor real. Íntimamente, Hernández debió de sentir también la satisfacción de ver realizados los sueños juveniles producto de su fantasía ante las cosas nuevas venidas de América y que si entonces parecían quimeras ahora se habían convertido en realidades.
Sin embargo su situación en el barco no podía ser muy cómoda. Hernández no nos ha dejado noticias directas de la navegación, pero son tantos los pasajeros contemporáneos que describen viajes similares que podemos, por ellos, hacernos una idea de lo que fue la vida de nuestro médico a bordo. Cervantes, que conoció bien lo que era la navegación de su tiempo, escribe en una de sus obras cómo era “la extraña vida de aquellas marítimas casas, adonde lo más del tiempo maltratan las chinches, roban los forzados, enfadan los marineros, destruyen los ratones y fatigan las maretas”.35 Desde luego todo esto es aplicable al viaje de Hernández, con excepción de los forzados que iban en las galeras y no en las naos que hacían el viaje indiano.
Pero para conocer más aproximadamente la realidad del viaje tenemos el relato del padre fray Tomás de la Torre, pasajero en la misma ruta que Hernández unos cuantos años antes, quien nos cuenta cómo, para embarcar, era necesario proveerse de “colchoncillos, camisas, pescado, aceite, vino, garbanzos, arroz, conservas, vasijas de cobre, cántaros, ollas, sartenes, aceites, jeringas, bizcochos y otras muchas cosas que son necesarias para la mar”.36 En la nave, cada pasajero tenía que suministrarse su propio alimento y casi siempre cocinárselo, de aquí esta necesidad de portar todo lo necesario para la travesía.
Antes de embarcar, era necesario también ponerse a bien con Dios y por eso el padre Torre nos dice: “y así aparejámonos para embarcarnos como para morirnos. Confesamos todos, dijimos la misa mayor y el padre vicario comulgó a los que no eran sacerdotes”.37
Una vez cumplidos estos requisitos, comenzaba la navegación. La salida era en Sevilla, en el puerto de las Muelas en el Guadalquivir, y allí eran revisadas las naves por las autoridades. Sin embargo el trayecto hasta Sanlúcar de Barrameda donde ya se alcanzaba el mar, solía durar siete u ocho días por los bajos que tenía entonces el río y la necesidad de pasarlos con pleamar. En Sanlúcar se repetía la visita de autoridades, se examinaban los permisos y se esperaba nuevamente el momento adecuado para poder salir del puerto, maniobra en que tenían que concurrir tres condiciones indispensables: pilotos diestros, especialmente examinados en el paso de la Barra, marea de aguas vivas y viento propicio. En ocasiones pasaban varios días antes de que pudieran reunirse las tres condiciones.38
Dice el padre Torre después de relatar su salida: “En breve nos dio la mar a entender que no era allí la habitación de los hombres y todos caímos almareados como muertos que no bastara el mundo a hacernos mudar de lugar.”39
De Sanlúcar, la flota, pues siempre el viaje lo hacían varias embarcaciones reunidas, se dirigía a las Islas Canarias. Eran unos diez o doce días de navegación que terminaban en el puerto de la Isla Gomera o en la Gran Canaria. Hernández, según sus propios datos, arribó a esta última como ahora veremos. Allí se detenía el viaje el tiempo preciso para proveerse de bastimentos, agua, carne y permitir al pasaje tomar el refresco “que han de menester”. Normalmente la estancia en las Canarias o islas Afortunadas oscilaba entre diez y quince días.
Hernández aprovechó inmediatamente el tiempo para iniciar su trabajo. Existe constancia de cómo utilizó la espera en explorar y buscar plantas y elementos naturales por la isla. Nos lo dice él mismo. Cuando en México encuentra variedades de una hierba llamada por los naturales Cueyauhquílitl, recuerda que ya la había visto durante su estancia en las Canarias, pues dice: “de tres de ellas no doy dibujo porque las encontré en la Gran Canaria, una de las islas Afortunadas cuando todavía no tenía pintores”.40 Pero su exploración en Canarias no se redujo a la simple visita y búsqueda de plantas sino que sus encuentros los consignó por escrito y redacta un libro dedicado a la flora canaria. En una ocasión, durante la exploración mexicana, al ocuparse de la planta llamada Ezquáhuitl que relaciona con las dracenas, dice: “Acerca de las dracenas de las islas Afortunadas ya hemos escrito en el libro dedicado a ellas.”41 Este libro se ha perdido completamente. No aparece citado en ninguna de las relaciones de obras de Hernández y la única referencia que tenemos sobre él son las propias noticias del autor que en varias ocasiones lo recuerda en el texto de sus libros americanos. Tal vez la redacción de este libro canario, lo mismo que los que, como veremos a continuación, escribe en Haití y Cuba, fueron ensayos encaminados a estudiar la mejor manera de presentar los datos que pensaba recoger en México. Desde luego, como hemos visto, constan únicamente de texto y no fueron ilustrados por no contar con pintores.
Aparejados los navíos y provistos de las cosas indispensables, el pasaje, como dice fray De la Torre se ocupaba de nuevo en “aparejarnos con nuestro Señor para embarcarnos otra vez”.42 Ahora venía el gran salto. Había que atravesar lo que en la jerga marinera se conocía como el “golfo grande que llaman mar océano”. Eran unas quinientas leguas de navegación y como mínimo se tardaba en atravesarlas veinticinco días. Fray Torre tardó cuarenta. Era lo más desagradable del viaje, el calor solía ser intolerable; para aplacarlo no había más que un agua racionada que en pocos días se tornaba hedionda. La comida escaseaba, sobre todo si los vientos no eran demasiado favorables o aparecían “las calmas”. Y el pasaje, si se sobreponía al mareo, entretenía sus ocios cantando, rezando, jugando o charlando sobre las maravillas de lo nuevo que veían sus ojos, aunque siempre preocupados por si aparecían piratas franceses o ingleses que, con frecuencia, atacaban y saqueaban a los navegantes.
Al final de la travesía se encontraba la isla Deseada. Aquí se dividía la flota, unos navíos seguían directamente a tierra firme; los otros doblaban hacia el norte para tomar la derrota de Nueva España. Estos cruzaban por delante de las islas Marigalante, Guadalupe, los Frailes y Puerto Rico para arribar a la isla Española en el puerto de Santo Domingo. La entrada a éste era peligrosa y frecuentemente los navíos de la flota que se dirigía a Nueva España no entraban al puerto. Sin embargo Hernández desembarcó en Santo Domingo y estuvo allí también algún tiempo, como lo demuestran sus propios testimonios y algunos documentos existentes en Sevilla.
Según las investigaciones de José Toribio Medina, cuando trabajó en el Archivo de Indias de Sevilla, encontró constancia de que Hernández presentó su título de protomédico a las autoridades de Santo Domingo el 25 de noviembre de1750.43 Por tanto la travesía de Hernández desde Sanlúcar a Santo Domingo duró 86 días, tal vez algunos menos, pero desde luego bastantes más de los habituales. (El padre De la Torre tardó en ese viaje 60 días.)
Hernández, en Santo Domingo, desarrolló una actividad similar a la que llevó a cabo en Canarias. Desde luego emprendió el estudio de los elementos naturales de la isla, como vemos por las referencias que a sus encuentros haitianos hace en el libro de las plantas de México. También escribe un libro dedicado a las plantas de la isla de Haití pues él mismo nos lo consigna en sus escritos. Hablando de la yuca, escribe: Ya dijimos cómo se hacen de esta planta diversos géneros de pan y cómo se siembra y cultiva, en el pequeño libro que dedicamos a las plantas haitianas cuando estuve allí.”44 Este libro está también completamente perdido e ignorado y no nos han quedado de él más que referencias.
Hernández, en Santo Domingo, es recibido indudablemente con toda la categoría y pompa inherente a su cargo y deducimos esto por varias referencias aisladas que intercala en sus obras. “Nos hospedó allí el prelado de su iglesia”, dice en la historia de los acuátiles al hablar de un pescado de sabor agradable que le fue servido. Y en los comentarios al Plinio, hablando de peces, dice Hernández: “contóme en Santo Domingo, a la mesa del arzobispo de aquella ciudad, el capitán general de la Margarita, que en Perú en el puerto donde se envarcaron para Chile se ven pescados en gran manera semejantes a elefantes.”45 El cuento del tamaño de los peces no tiene importancia, pero el hecho de que el arzobispo, que era fray Andrés de Carvajal, hospedase y sentase a su mesa a Hernández junto con el capitán general de la isla Margarita y probablemente con otros importantes personajes del momento, demuestra que se le hacían honores correspondientes al alto cargo de que iba investido.
Muchas más referencias a la estancia en la isla Española pueden encontrarse en la obra hernandina, por ejemplo hablando de las gallinas que ahora se conocen como de Guinea escribe: “hay grande copia {de ellas} en la isla de Santo Domingo donde las vi y comí su carne, es como perdiz de Castilla algo más seca”.46 Y en el capítulo del palo santo advierte: “brota asimismo abundantemente en tierras de los haitianos”.47 Y como éstas, otras muchas más referencias que aparecen en el transcurso de sus obras.48
Probablemente Hernández permaneció algún tiempo en Santo Domingo, ya que la constancia de llegada a México es del mes de febrero de 1571.49 Como la travesía de Santo Domingo a Veracruz duraba ocho o doce días, es probable que Hernández esperase en la isla haitiana el paso de los meses de diciembre y enero que eran muy temidos por los navegantes a consecuencia de los fuertes temporales que continuamente se producen en el Golfo y que, entonces como ahora, se conocían con el nombre popular de “nortes”. La ruta Santo Domingo-Veracruz bordeaba la isla de Cuba. La entrada en La Habana dependía de muchos factores: estado del tiempo, necesidad de aprovisionamiento, etc. Hernández, según sus propias noticias, desembarcó en La Habana. Cuando ya vuelto a España escribe un memorial al rey solicitando mercedes, le dice que, además de la Historia de las plantas de la Nueva España, trae de América “acabados de traducir y comentar los treinta y siete libros de la Historia natural de Plinio... y fuera desto, escripias las plantas de la isla de Sancto Domingo, Habana y Canaria, según la brevedad del tiempo en que en ellas de pasada se detuvo”.50 Esta y otra noticia que nos da en el tratado de las aves, cuando habla del Guitguit, donde cita unas avecillas cubanas llamadas maja,51 son las únicas referencias conservadas de su paso por la isla de Cuba, y aunque escasas son suficientes para afirmar su estancia en ella y tener noticias del libro que escribió y que lo mismo que los de Santo Domingo y Canarias hoy está perdido.
Salidos de La Habana, en llegando al cabo de San Antón, según la época y según el tiempo, la derrota se hacía por dos diferentes rutas. La llamada por “de fuera” o “la de arriba”, en la cual se cruzaba el golfo por la mitad hacia San Juan de Ulúa, y la llamada por dentro” que venía costeando desde Yucatán. Esta última se efectuaba en los meses de lluvia desde mayo a septiembre por lo cual, como la otra era habitual entre septiembre y mayo, suponemos fue la que recorrió Hernández: durante la última etapa de su viaje antes de desembarcar en la tierra que le habían puesto como primera meta donde desarrollar sus trabajos.
Todo el viaje había sido una constante observación de cosas nuevas; la biología marina, que sólo conocía Hernández por lecturas y algunos pocos datos obtenidos en Sevilla en tiempos ya lejanos, se le abría de pronto con un horizonte ilimitado. Las escasas noticias referentes al viaje que nos han quedado son todas de origen marino. Una vez, hablando del pez reverso (probablemente la rémora) dice: “el cual por su estraña hechura damos pintado según le vimos pegado a un tiburón, y en el estómago de otro pasando a estas Indias de N. Hespaña”.52 En otra ocasión se refiere a un pez, que por su figura llaman rueda los españoles, “que se assió en el puerto de San Juan de Ulúa”,53 y ya hemos visto que el famoso párrafo donde describe su comida con el arzobispo de Santo Domingo es también precisamente como comentario al encuentro de diferentes peces.
Hernández puso el pie en la Nueva España probablemente durante los últimos días del mes de enero o primeros de febrero de 1571. Contaba con unos 53 años de edad, energías suficientes para la prueba, conocimientos extensos sobre lo que iba a estudiar y todo ello exaltado por el maravilloso espectáculo de la naturaleza americana. Era el primero que llegaba a América con una misión que no era diplomática, ni secreta, ni de estado, ni religiosa. Cosa rara en el mundo de entonces, la misión de Hernández era científica. Hernández venía a satisfacer el deseo que claramente expresó Colón cuando, después de sufrir la misma grandiosa impresión ante la maravillosa tierra que acababa de descubrir, comunicó a sus reyes la necesidad de explorarlo y conocerlo. Le esperaba una incógnita, un abrumador trabajo inemprendido, las cosas admirables de la naturaleza novohispana que él referirá más tarde, la lucha con las pasiones de los hombres y “las selvas hostiles y los pérfidos ríos” donde dejará su salud. Pero también le esperaba la inmortalidad y la obra imperecedera que lo incorporó definitivamente a la historia.
33 Título, párrafo 3.
34 Epistolario, n. II, párrafo 2.
35 Miguel de Cervantes, El Licenciado Vidriera (Madrid, 1613).
36 Fray Tomás de la Torre, Desde Salamanca, España, hasta Ciudad Real, Chiapas (México, Editora Central, 1946), pág. 60.
37 Ibid, pág. 66.
38 Muchos datos sobre la navegación de la época pueden obtenerse también en la Geografía y descripción universal de las Indias, recopilada por el cosmógrafo cronista Juan López de Velasco desde el año 1571 al de 1574 (Madrid, 1894, con adiciones y notas de D. Justo Zaragoza). En la página 63 se trata de Viajes y Navegaciones de Indias y se describe detalladamente el desarrollo de los viajes.
39 Fray Tomás de la Torre, Desde Salamanca… (ob. cit.), pág. 71.
40 Matritense, tomo I, libro 2, cap. CIV, pág. 157. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 79.)
41 Matritense, tomo I, libro 4, cap. CLVI, pág. 425. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 213.)
42 Fray Tomás de la Torre, Desde Salamanca… (ob. cit.), pág. 81.
43 José Toribio Medina, Biblioteca Hispano-Americana (1493-1810). Santiago de Chile, en casa del autor, 1900, tomo II, pág. 271.
44 Matritense, tomo I, libro 4, cap. XXXII, pág. 354. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 174.) En Plinio, libro XII, cap. 25, f. 46 r, también se refiere a este libro haitiano cuando dice: “De los licores de las Indias que por la semejanza llaman bálsamos havemos hablado en la historia de las plantas de la nueva Hespana y en lo que scribimos de las de la ysla pág. 398.)
45 Plinio, libro IX, cap. 4, f. 12 r. y Acuátiles, cap. XXXVIII. UNAM, 1959, tomo III, vol. II, haitiana o de Santo Domingo.”
46 Plinio, libro XIX, cap. 4, f. 184 r.
47 Matritense, tomo II, libro 9, cap. LXXXVII, pág. 353. (UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 394.)
48 Las referencias a plantas halladas en Santo Domingo o Haití son muy frecuentes por ejemplo en la Matritense (tomo I, libro 2. cap. CXXV, pág. 172; UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 87), al hablar del Ytzamatl escribe: “Los haitianos le llaman ceiba”, y en el mismo libro al tratar del Illamatzápotl (tomo I, libro 2, cap. CXXXV, pág. 178; UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 90), dice ser un fruto al “que los haitianos llaman guanábano”. Al tratar de la anona o Quauhtzápotl (tomo I, libro 2, cap. CXLIII, pág. 183; UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 92), hace referencia a que nace en tierras cálidas cual es la isla de Haití. Dato que repite dos capítulos más adelante hablando del mamey, al que llama Tzápotl Haitiano, y cuenta cómo lo trajo de la isla a Nueva España Bernardino del Castillo (tomo I, libro 2, cap. CXLV, pág. 184; UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 93). También se refiere a la isla de Haití cuando trata del Tlacacáhoatl al que los haitianos llaman maní (tomo II, libro 6, cap. LXXXIX, pág. 159; UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 305), al hablar de las tunas (tomo II, libro 6, cap. CVI, pág. 169; UNAM, 1959, tomo II, vol. I, pág. 311), y al referirse a la planta Hoeoipochotli de la que dice “nace en climas cálidos y por tanto en la isla de Haití donde lo llaman ceiba.” Creemos suficientes estas referencias que podrían aumentarse en gran número para demostrar lo profundamente que Hernández estudió la flora haitiana en el tiempo que permaneció allí.
49 J. T. Medina, B. Hisp. Amer. (ob. cit), pág. 271.
50 lbid, pág. 292.
51 Aves, cap. CCXVIII; (UNAM, 1959, tomo III, vol. II, pág. 364).
52 Plinio, libro IX, cap. XIII, f. 33 r.
53 Plinio, libro IX, cap. IV, f. 10 r.
TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ