c. Andanzas cortesanas


¿Cuándo entró Hernández en contacto con la corte? Ha sido este punto uno de los más difíciles de averiguar para nosotros, y realmente los datos que tenemos son bastante inciertos y en ocasiones aparentemente contradictorios. Las noticias cortesanas de Hernández son frecuentes. Todas ellas demuestran que debió de llegar a tener bastante contacto con la corte aún antes de ser nombrado médico de cámara, nombramiento que no está tan claro como parece. En ocasiones hemos llegado a pensar que Hernández bullía ya por los pasillos cortesanos en los últimos tiempos de la corte toledana y, desde luego, es seguro estuvo en constante relación con ella durante los años siguientes al traslado de la corte a Madrid. En sus obras se citan hechos de la corte que corresponden a la década del sesenta, y sin embargo, sabemos que, al menos durante los últimos años de esta década, estaba escribiendo su traducción del Plinio en Toledo.

Dada la cercanía de las dos ciudades es posible y casi seguro que las visitas a la corte se alternasen con su estancia en Toledo. Hernández vivía, ejercía y escribía en Toledo. Pero sin embargo, hacía sus escapadas a Madrid para no perder el contacto con sus amistades palatinas y seguir al tanto de los negocios de la corte, en la cual tenía puestos los ojos como una de sus metas profesionales. Es casi seguro que Hernández trasladó su residencia a Madrid en el año de 1569 o tal vez a fines del 68. Hay datos que ahora repasamos que así lo evidencian y, de otro modo, es más que presumible, dado que el título de protomédico de las Indias le es otorgado con fecha 11 de enero de 1570 y la preparación de este nombramiento tuvo que llevarle algún tiempo de gestiones y trámites imprescindiblemente efectuados en Madrid.

Los dos datos que hacen presumir estancias en la corte, anteriores a su residencia en Toledo de 1568, son la observación de los perros “escuintles”, en poder del príncipe D. Carlos, y la amistad con Vesalio. Esta última permite remontar la presencia de Hernández en la corte a una fecha anterior a 1563, pues Vesalio abandona la corte en esa fecha después de haber pasado en ella unos siete años. Ya anteriormente hemos hecho alguna referencia a la amistad de estos dos hombres que, probablemente, tiene mucha más importancia de lo que comúnmente se supone, y que está expresada por Hernández con orgullo mal disimulado cuando en los comentarios a Plinio hace relación de anatómicos famosos; entonces dice: “y por concluir esta materia Andreas Vesalio varón excellente en anatomía y mientras vivía amigo nuestro”.42 Dada la parquedad hernandina para citar a sus contemporáneos hay que suponer que esta amistad existió y fue fecunda. Se observan características en la obra de Hernández que permiten suponerlo y, siendo así, no pudo ocurrir en otra época más que entre el retorno de Hernández al abandonar Guadalupe y la salida de Vesalio de España, o sea aproximadamente entre 1560 y 1563. Vesalio por su situación de médico efectivo del monarca no podía abandonar la corte fácilmente y menos durante temporadas largas. Le vemos asistir con el rey a muchas de sus expediciones y acompañarlo como médico de confianza cuando sale de Madrid el 1 de mayo de 1562 para atender a la salud del príncipe Carlos, que estaba gravísimo a consecuencia de una caída por la escalera, sufrida en Alcalá de Henares. Nuevamente después de la consulta vemos cómo el rey lo lleva en su séquito al retornar a Madrid. Es por tanto difícil suponer que Hernández tenga otro lugar diferente a la corte para entrevistarse y hacer amistad con quien fue el anatómico más ilustre de su tiempo y de todos los tiempos.

Respecto al otro dato o sea aquel en que nos cuenta que “En la Nueva Galicia hay una casta de perros sin pelos, de cuero liso pintado, de forma de perdigueros aunque son algo mayores y tienen el modo de ladrar desemejante a los demás, de los quales el príncipe D. Carlos nuestro señor tiene uno”43 (cita que tiene mucho valor para estudiar la cronología de la traducción pliniana), nos indica, por otro lado, que Hernández está en relación con la corte antes de 1568; tiene que ser así, pues, según la redacción del párrafo, el príncipe vivía todavía y es bien sabido que Felipe II pone en prisión incomunicada a su hijo el 16 de enero de 1568, donde muere el 24 de julio del mismo año. Tiene que ser, por tanto, antes de enero de 1568 cuando Hernández tiene ocasión de conocer el célebre perro pelón del príncipe y como este príncipe habita, después de su retorno de Alcalá, en el alcázar de Madrid, en aquella torre del noroeste que fuera prisión de Francisco I y donde más tarde había de representarse la tragedia final de su vida, es seguro que Hernández tuvo necesidad de estar en la corte durante los años transcurridos entre 1562 y 1567 para poder conocer detalles tan insignificantes de la vida cortesana como la existencia del animalito exótico.

Pero tenemos todavía otros muchos datos para cerciorarnos de la presencia de Hernández en la corte, en estos años. Es innegable que la traducción del Plinio se verifica, como ya hemos dicho, alrededor de 1568, en Toledo. Hernández así lo hace constar cuando escribe, refiriéndose a un planeta: “Nasce con el sol en este año de mili y quinientos y sesenta y ocho en las ciudades que tienen latitud de cuarenta grados qual es ésta de Toledo do scribimos.. .”,44 y en el mismo trabajo, más adelante, escribe, al tratar de las cañas: “Al tiempo que esto escribía vi en la armería de Philippo segundo señor nuestro, cañas índicas de admirable grosseza y otras macizas y largas aptas para lanzas.. .”45 o sea que alternadamente y en la misma época escribía en Toledo y visitaba las dependencias de la corte en Madrid. Suponemos que no tardó mucho en sentir la necesidad de trasladar definitivamente su residencia a la corte. La misma obra pliniana, cuyo desorden de elaboración es notorio, tiene capítulos donde dice: “aquí en Madrid, do al presente scribo, corte de Felipe II señor nuestro”,46 y en otra ocasión, hablando de los puercoespines, añade: “muchos hay déstos en Hespaña mayormente en esta corte del rey Philippo segundo nuestro señor”.47 También deben tenerse en cuenta para afirmar su estancia en Madrid las continuas alusiones que hace al huerto de su majestad. Citaremos sólo unas cuantas: hablando de las tortolillas, dice: “hay algunas blancas como la nieve tenidas en grande estima quales yo las he visto en la huerta del campo que llaman del rey don Philippo segundo nuestro señor”.48 En este mismo huerto recuerda, cuando ya está en México, haber visto un ave, que le fue llevada al rey desde la isla Margarita, llamada pauxi y otra, de la que no da nombre, que también estaba en dicho huerto, del tamaño de una cigüeña, de la que cuenta murió antes de embarcar él para las Indias por descuido de los guardianes.49

Hablando de una planta a la que llama bacharis, dice: “una planta había en el jardín de Madrid de su magestad que se tenía por ésta aunque no creo le respondían todas las señales”,50 y lo mismo puede decirse de la planta llamada clematis altera “la qual vimos en Madrid en el huerto de su magestad muchas veces”.51 O aquella otra llamada cytise que, según Hernández, era “planta tan vulgar antiguamente quanto oy fuera desconocida si el felicísimo imperio de Philippo no la ubiera hecho familiar a Hespaña, vila yo en el uerto que tiene su magestad en Madrid”.52 Supongo que el huerto a que se refiere Hernández es lo que, todavía en la actualidad, se llama Campo del Moro, en recuerdo de Aben Jucer, el almorávide que sentó sus reales al oeste de Madrid, huerta que aparece reproducida con todo detalle en los planos contemporáneos como el de Texeira,53 pues la actual Casa de Campo entonces —como ahora— era montaraz.

Pertenecen también a esta época de la vida de Hernández otras observaciones llevadas a cabo en Aranjuez, que indudablemente están muy ligadas con la vida cortesana. Aranjuez era, en tiempos de Felipe II, un lugar perteneciente a la corona. Elegido por el rey como lugar de recreo, se construyeron unas reducidas viviendas para uso de los criados y por orden real se prohibió que nadie viviera en Aranjuez, orden que se perpetuó hasta el siglo XVIII. Hacia 1556 Felipe II inició la construcción de un Jardín Botánico en estos terrenos de Aranjuez y es fácil comprender que de no pertenecer a la corte era difícil tener acceso a dicho lugar; Hernández nos refiere en muchas ocasiones encuentros de plantas efectuados en los jardines de Aranjuez, como al hablar de las zarzas donde intercala una frase que dice: “la çarça idea en Aranxuez se ve baxa e que casi rastrea por la tierra”.54 En otra ocasión, hablando de peces, nos recuerda cómo el rey Felipe hizo traer lucios y carpas para sus estanques de Aranjuez; y, al prologar el libro XII de Plinio, hace un elogio del lugar, encaminado a ensalzar al rey, dice así: “en este doceno libro {se habla} de los árboles estrangeros, muchos de los cuales nos ha hecho familiares la grandeza y cuidado del invictíssimo Philippo II de tal manera, que lo que la peregrinación no permitía a nadie en muchos años pueda verse junto en pocos días y lo que la naturaleza repartió en muchas regiones... se vea junto en un rincón de Hespaña. Obra digna de su author y de ser en los siglos que nos sucederán levantada hasta el cielo”.55 Como la visita a Aranjuez no estaba permitida a todo el mundo, es de suponer que Hernández contaba con influencias suficientes en la corte para poder visitarlo.

Este Jardín Botánico de Aranjuez nació como consecuencia de la dedicatoria escrita por el Dr. Laguna al rey cuando imprimió el Dioscórides, traducido y comentado. En ella dice que muchos príncipes y universidades de Europa tienen “en sus tierras muchos y excellentes jardines adornados de todas las plantas que se pueden hallar en el universo” y no habiéndolo en España le pedía que se hiciera por lo menos uno. 56 El rey aceptó la idea y destinó parte de los terrenos de Aranjuez para ello, designando al propio Laguna para organizador y director de la empresa. Algunos han creído ver en esta designación un motivo de disentimiento entre Hernández y Laguna, sospechando que Hernández aspiraba a ese puesto para el que se consideraba suficientemente capacitado por sus exploraciones botánicas en Andalucía y Guadalupe, y los que así piensan creen ver su resentimiento en el hecho de que los trabajos botánicos de Laguna no aparezcan nunca mencionados en las obras hernandinas.57

Nos parece muy aventurado aceptar este hecho sobre el que no existe ningún dato fundamental. Es cierto que Hernández no cita a Laguna, pero tampoco cita a ninguno de sus compatriotas dedicados a estudios semejantes a los suyos, y éste es uno de sus defectos capitales. Ignora a Oviedo, no cita a Monardes, desconoce a Cieza de León y en general todos los médicos y naturalistas españoles de su época son silenciados o ignorados, con excepción de algunos a quienes cita con alabanzas desmesuradas y dictadas por la adulación o la vanidad. Con referencia a Laguna tenemos datos concretos para afirmar que conocía sus trabajos y particularmente la traducción del Dioscórides, pues cuando Hernández ya en América quiere dar una idea al rey de lo que lleva escrito y seguramente con la intención de valorarlo por encima de lo de Laguna, le escribe: “Tengo acabados dos libros cada uno tamaño como el Dioscórides de Laguna y vase acabando otro tercero.”58 Además, en la época del nombramiento de Laguna para director del Jardín de Aranjuez no es posible que Hernández, todavía en período de formación y alejado de la corte por entonces, aspirase a ese puesto que era adjudicado al médico más prestigioso y conocido del momento.

Quedan de este período final de la década del sesenta unos datos cuya colocación es bastante difícil. Hernández, al comentar los plátanos en la obra de Plinio, escribe: “Aquí en Madrid, do al presente escribo, corte de Felipe II señor nuestro, en el huerto que dicen de Gonzalo Pérez hay dos y en Valladolid por la ribera del Pisuerga oigo dezir hay otros muchos.”59 La redacción no puede ser más clara ni terminante, escribe en Madrid, la huerta es de Gonzalo Pérez y la existencia de los plátanos vallisoletanos la conoce de oídas. Así aparece la frase de su propia letra en los primeros borradores, colocada en nota marginal y como ampliación al primitivo comentario, probablemente escrito en Toledo, donde únicamente decía: “vense oy día en Italia y Hespaña algunos plátanos”. Pero al leer estos mismos comentarios en la redacción definitiva nos encontramos con cambios notables. En primer lugar dice: “vense en Italia oy día algunos y en Hespaña también donde yo los he visto principalmente en Valladolid a la ribera del Pisuerga”, 60 o sea que, entre la redacción de los dos comentarios, Hernández ha visitado Valladolid. Pero también en el mismo comentario hay otro cambio que nos orienta acerca de la fecha en que fue escrito, pues en la continuación ya no dice que los hay en la huerta de Gonzalo Pérez, sino que los hay “en la corte de Madrid en el huerto que fue de Gonzalo Pérez secretario de su magestad y después sucedió en el príncipe Rui Gómez de la cámara del rey Phillippo segundo nuestro señor”.61 Este es un hecho perfectamente cierto y conocido. Al morir Gonzalo en 1566 y ocupar su hijo Antonio el puesto de secretario en 1568 hace unos cambalaches de posesiones con su protector el príncipe de Eboli y probablemente en estos cambios es cuando la huerta del padre pasa a poder de Rui Gómez.62 De todos modos vemos que es un hecho que desde luego debe de ocurrir entre 1566 y 1569 y, por tanto, esto nos indica que en esos años Hernández tuvo que hacer un viaje a Valladolid que le permitió conocer los citados plátanos y modificar la redacción del párrafo de sus comentarios de acuerdo con la visita vallisoletana y el cambio de dueño de la finca de Gonzalo Pérez. No tenemos ningún otro dato sobre este viaje a Valladolid que suponemos pueda estar relacionado con otra frase donde indica haber estado en Salamanca, cuando dice: “yo me acuerdo haber visto algunas matas del verdadero meu en un prado junto a Salamanca”.63 Tiene de curioso esta cita salmantina que el autor, ya en México o a la vuelta de América, la tacha para poner un nuevo párrafo marginal donde dice que a la planta citada la vio en Nueva España y en otros lugares.

Según estos datos es de presumir que Hernández, hacia fines de la década del 60, desde luego después de 1566, hizo un viaje por tierras castellanas llegando hasta Valladolid y Salamanca. Hemos repasado la historia de la época detalladamente buscando alguna expedición hacia estos lugares que hubiese permitido conjeturar que Hernández viajaba con el séquito de algún personaje, pero no hemos encontrado consignado, ni en Cabrera ni en ningún otro cronista de los que detallaban la vida cortesana, nada que nos permita pensar así. Nos quedamos por tanto sin saber el objeto del viaje hernandino que debió de ser de corta duración.

Veamos ahora lo del nombramiento de médico de cámara. Es indudable que lo fue, pues él mismo bien se ocupa de consignarlo en todos sus escritos. Además recibió el nombramiento precisamente durante la época en que estaba traduciendo y comentando el Plinio. Según Oliveros,64 Hernández fue nombrado médico de cámara el 15 de julio de 1567, con 60 000 maravedíes de sueldo y 20 000 de aumento. No cita el origen de esta afirmación que aceptamos como posible por los datos que se deducen del propio manuscrito pliniano. Examinando los primeros borradores de la traducción nos encontramos que en los libros VII y XII, con seguridad los primeros que traduce, después de escribir su nombre añade solamente como título el de “Médico Toledano”.65 Al iniciar otros libros de esta misma traducción desaparece lo de médico toledano para decir: “médico del invictísimo Philippo segundo rey de Hespaña n.s.” En estos libros, posteriormente, de su propia mano y entre líneas, escribe: “y su protomédico general en todas las Indias yslas y tierra firme del mar océano”,66 y todo esto aparece escrito antes de venir a América, como se comprueba por el texto de los comentarios, donde no hace referencias americanas, y cuando habla de América lo hace de oídas.

Por tanto es de pensarse que inicia la traducción del Plinio sin título cortesano ninguno, recibe el nombramiento de médico de cámara a poco de iniciada la traducción, ya que sólo son dos los libros donde no aparece el título y, posteriormente, ya en pleno trabajo, recibe el nombramiento de protomédico de las Indias. Todo esto debe de ocurrir entre los años de 1565 a 1569, y está confirmado por el dato de Oliveros de Castro y por el propio rey, quien en el nombramiento de protomédico le llama “nuestro médico” y se refiere a “lo que nos habéis servido”, frases suficientes para poder afirmar la estancia cortesana de Hernández como médico de cámara, antes de venir a México.

Sin embargo no todo está tan claro como hasta ahora lo hemos descrito. En primer lugar el nombre de Hernández no figura entre los de los doctores que actúan por aquella época en las actividades cortesanas. Claro está que esto no niega la realidad del nombramiento para médico de cámara, pues el cuerpo de los médicos de palacio era muy numeroso y de ellos únicamente un reducido grupo actuaba de modo directo sobre las personas reales. Los demás, llamados “de familia”, estaban encargados de atender a los muchos servidores de la corte, todos los cuales tenían asistencia gratuita y medicinas del presupuesto de la real casa. Otros médicos de palacio estaban ocupados en funciones de inspección sanitaria, como diríamos en la actualidad, y todavía existían otros a quienes se daba el nombramiento como una distinción honorífica por sus méritos científicos sin que tuviesen obligaciones cortesanas fijas. Es necesario tener cuidado con muchos médicos que se titulan en sus documentos “médicos de su magestad”, cuando en realidad son médicos de los tercios o de las galeras, o los adscritos a las casas de los príncipes, infantes, etc.

En realidad el cuerpo de los verdaderos médicos de cámara era, además del encargado de la atención médica del rey, sus familiares y sus servidores, un organismo consultivo en problemas de sanidad como hoy puede ser una academia de medicina o un consejo superior de sanidad e higiene pública.

Por tanto Hernández pudo pertenecer a este cuerpo sanitario, usar el título y envanecerse de él, sin que necesariamente fuese médico personal del rey al modo como lo fueron Daza Chacón, Vesalio u Olivares en aquella misma época. Pero no parece que la cosa sea tal y como la hemos descrito e, indudablemente, existen cosas anómalas en este nombramiento de Hernández para médico de cámara. Cuando ya lleva en México casi dos años, con el título de protomédico bien extendido y reconocido, envía una carta al rey en la que después de quejarse de las intromisiones y dificultades que le ponen las autoridades mexicanas para ejercer su oficio de protomédico , escribe: “Por otra he suplicado a v.m. por el título de médico de su real cámara, más por la authoridad que negocio tan grande como el que s.m. me ha encargado requiere, y por que no digan que sirviendo yo a v.m. en él no he merecido por mis méritos este renombre, que no por que pienso, si Dios allá me buelve llevar salud o edad para ocuparlo.’’67

Analicemos este párrafo: en primer lugar es la segunda vez que pide desde América el nombramiento, y lo hace porque no se diga que un médico a quien su majestad ha encargado de una misión tan elevada y ha dado un título como el de protomédico no es también médico de la real cámara. Pero además no cree que pueda llegar a ejercerlo si vuelve a España. Resulta verdaderamente paradójico todo ello y es opuesto a lo que veníamos suponiendo y describiendo más arriba. Parecería desprenderse de esta carta que Hernández no era médico de cámara cuando le nombran protomédico y sale de España. Oliveros, sin embargo, concreta incluso la fecha del nombramiento y el sueldo concedido, contradiciendo las propias palabras de la carta de Hernández.

Confirma también esta carta lo que decíamos más atrás del carácter honorífico de los médicos de cámara, pues, como se ve claramente, Hernández no quiere desempeñar el cargo de médico palatino sino solamente poder presentar el título para recabar mayor autoridad ante los dirigentes enemigos que encuentra en México.

De ser así la realidad, tendríamos que admitir que Hernández está en relación con la corte, llega a interesar al rey con sus trabajos hasta el punto de ser nombrado protomédico de las Indias y encargado de una labor tan importante como la Exploración Científica de América, sin haber conseguido el cargo de médico de cámara que le otorga el rey durante su expedición en México y a petición del mismo Hernández. Pero, sin embargo, esto no debió de ocurrir así. Meditando sobre los datos y recordando la sucesión de títulos en las páginas del Plinio, donde indudablemente el de protomédico se escribe como añadido después del de médico de cámara y en épocas de estancia española, pensamos que el puesto de médico de la corte le había sido concedido probablemente durante sus años de estancia cortesana en la fecha que apunta Oliveros. El rey lo había acordado así y esto le permitía usarlo en sus escritos y actuar como tal. Pero tal vez por cualquier retardo burocrático o con vistas a esperar el nombramiento superior de protomédico que le habían ofrecido, se fue retardando el momento de redactar el título de médico de cámara hasta el punto de dar tiempo a que Hernández embarcase y llegase a América sin conseguir el papel que lo acreditaba como tal. Una vez en América las cosas cambiaron, ya no era el médico conocido de la corte a quien todos respetaban como tal, sin necesidad de que mostrase su título; tenía enemigos que procuraban molestarlo y vejarlo, había intereses contrarios a su labor que trabajaban en la sombra y procuraban anularle y, entonces, Hernández necesitó echar mano de todos los recursos para recabar la autoridad que, otorgada por el rey, le era negada por los oidores.

En alguna ocasión nos hemos preguntado cómo llegaría Hernández a oídos del rey. Sería curioso conocer el desarrollo de este hecho. Felipe II, al igual que su padre y lo mismo que su bisabuela Isabel (iniciadora de la costumbre), tenía un libro secreto, guardado bajo llave, en el cual apuntaba nombres de personas que le interesaban y a las cuales encontraba idóneas para confiarles alguna misión o cargo. De este libro salían los nombramientos inesperados y las misiones encomendadas a personas desconocidas. ¿Figuró Hernández en este libro? Seguramente, mas ¿quién llamó la atención del rey sobre aquel médico inteligente y culto, pero, indudablemente, ignorado en sus correrías y estancias provincianas? ¿Por qué lo prefirió a otros para la Exploración Científica de América? No tenemos contestación a estas preguntas; sin embargo, involuntariamente, la imaginación nos lleva a relacionar a Arias Montano, “el hermano dilecto”, que tal vez fue quien hizo llegar a la cámara real las excelencias de Hernández. El hecho de que Hernández recurriera a Montano en los momentos de desgracia podría ser indicio para suponer que de Montano partió el origen de su favor real. Oliveros incluso supone que fue Montano quien aconsejó al rey organizar la expedición. Tampoco sería improbable que llegase a la corte con cartas de recomendación dadas en Guadalupe. Ya vimos la importancia que tenía este centro como antesala de los médicos cortesanos. Pero, en fin, todo lo que podemos escribir sobre este tema es pura imaginación, pues no hay documento que lo aclare.

Es interesante en cambio repasar aquí otra de sus labores literarias, pues es casi seguro que pertenece a estos años de vida cortesana el momento en que Hernández inicia otro de sus trabajos que, como siempre, queda inédito, pero que afortunadamente ha llegado en manuscrito hasta nosotros. Nos referimos al Compendio de Philosophia Moral según Aristóteles. Esta obra, cuya paternidad hernandina ha sido puesta en tela de juicio por algunos, es indudablemente salida de la pluma de Hernández, como demostraremos más adelante cuando nos ocupemos especialmente de sus obras. Para nosotros es un trabajo anterior al Plinio y desde luego ejecutado en relación con la corte. El tema aristotélico, está tratado resumida pero profundamente, y el autor, como siempre que escribe, nos deja datos autobiográficos mas o menos involuntarios.68

Desde luego puede fijarse su fecha entre 1562 y 1568, pues en uno de los capítulos, hablando de la magnificencia, pone como ejemplo de magnifícente al propio Felipe II y escribe: “Exemplo tenemos desta yllustre virtud como de casi todas las demás en el rey ntro. sor. si echamos los ojos por sus heroycas obras. Si no díganlo los príncipes Xpianos. con quien no pocas veces ha sido Mgco., díganlo las obras hechas en ornamento y culto de dios y de la república. Y entre las demás, el monasterio que se va edificando en El Escorial, obra tan sumptuosa y grande que deja atrás todas las de los antiguos.”69 Es indudable que El Escorial ya está en construcción cuando esto se escribe y como dicha obra se inicia en abril de 1562 las frases de Hernández tienen forzosamente que estar escritas algún tiempo después. Yo creo que años, pues hasta por lo menos en 1565 no hay todavía construcción visible, ya que los primeros trabajos fueron de zanjeo y cimentación. No es difícil que Hernández conociese al detalle los proyectos de El Escorial, pues entre sus relaciones cortesanas nos encontramos a Juan de Herrera, el entonces todavía ayudante del arquitecto Juan Bautista de Toledo, que más tarde tendría que encargarse de la obra por entero al morir su maestro. Juan de Herrera, que por otro lado es una de las figuras científicas más importantes del reinado de Felipe II, figura, a la vuelta de Hernández de América, como uno de los albaceas testamentarios de Hernández en el testamento de 1578; y ya veremos, en su momento, cómo algunos de los manuscritos de Hernández quedan después de su muerte olvidados en la magnífica biblioteca científica que poseía Juan de Herrera.

Como fuente de datos personales, el Compendio aristotélico es más parco que otras obras, tal vez porque el tema se prestaba menos a interpolaciones de tipo anecdótico. Sin embargo existen algunas tan típicas de la literatura hernandina que resulta casi increíble pensar que se pueda dudar de su autenticidad. Por una de ellas relacionamos nuevamente a Hernández con personajes palatinos indudablemente conocidos en la corte. Así, hablando de la grandeza de la virtud ponderativa, después de hacer una descripción de ella y decir que los hombres que tienen dicha virtud se expresan con gravedad y moderación, añade: “según que le oy un día tocar delicadamente a don Hernando de Cardona almirante de Nápoles, señor de entendimiento excellente y de sabia y agradable conversación”.70 Este Fernando de Cardona era hijo del viejo duque de Cardona y de una hermana de la reina Juana de Aragón; fue un alto personaje de la corte; almirante de la flota aragonesa; figuró mucho en la política de su tierra. Hernández no pudo conocerlo más que en la corte pues no tenemos datos de que viajara a Barcelona, donde estaba la residencia del duque, y menos a Nápoles.

Más datos cortesanos de Hernández pueden obtenerse todavía con la sola lectura de sus obras. La referencia que hace de lo que Pedro de Sacedo le cuenta sobre unos murciélagos de la China,71 así como la noticia de que “el doctor Juan Gutiérrez médico excellentísimo de la cámara del rey don Philippe nuestro señor y protomédico en todos sus reynos, dignísimo, aliende de sus grandes letras, por su prudencia, cristiandad y otros ornamentos del uso de todos los favores que de su magestad recibe, me contó…” (lo que le cuenta es algo que dice Plinio y él ha confirmado),72 indica que en la corte estaba bien relacionado y procuraba obtener datos para sus trabajos de todos aquellos que por sus viajes o por su cultura podían proporcionárselos.

Nos ha sido imposible revisar algunos archivos, principalmente el de Simancas, donde es casi seguro podrán hallarse documentos que amplíen y fijen de modo objetivo los hechos cortesanos de Hernández, sobre todo en relación con su actuación como médico de cámara, cuyo nombramiento, si bien es indudable, no está aclarado, como vimos más arriba, y tal vez de la busca de documentos de la época se puedan obtener datos que completen el rápido esquema de su vida que hemos fijado un poco a saltos por la falta de continuidad en nuestras noticias. Sin embargo estamos bastante satisfechos, pues, aunque para repasar esta parte de la vida hernandina, la parte más ignorada de Hernández que muchos de sus biógrafos ni mencionan, nos hemos visto obligados en ocasiones a utilizar suposiciones y conjeturas fundadas sobre bases poco sólidas, en cambio hemos llegado a tener un panorama de su vida suficiente para poder afirmar que Hernández dice verdad cuando, hacia 1569, escribe la dedicatoria de la traducción y comentarios de Plinio, donde dirigiéndose al rey le dice que emprendió esta traducción pues no le había parecido bastante provechoso para la república dedicarse únicamente a “exercitar el arte de medicina de que muchos años he hecho profesión en ciudades, hospitales y monasterios insignes de estos reynos y finalmente en esta corte como criado de V.R.M. en lugar honesto entre mis consortes”.73






42 Plinio, libro VIII, cap. 32, f. 210 V.

43 Plinio, libro VIII, cap. 40, f. 232 v. Cuando ya en México, en su Historia Natural se refiere a los perros, Cuadrúpedos, cap. XX, vuelve a recordar que ya vio un perro de éstos en Madrid antes de salir para América. (Francisco Hernández, Obras completas, tomo III, pág. 306, UNAM, México, 1959.)

44 Plinio, libro II, cap. 40, f. 148 v.

45 Plinio, libro XVI, cap. 26, f. 236 v. Este mismo párrafo aparece como nota marginal en los Primeros Borradores, tomo III, f. 139 r.

46 Primeros Borradores, tomo II, f. 143 v, Nota marginal al texto.

47 Plinio, libro VIII, cap. 35, f. 217 v, En esta descripción de Hernández existe un error manifiesto, dado que nunca hubo puercoespines en España. La confusión de Hernández es con el erizo indígena, muy abundante en los bosques españoles. La confusión no es sólo de Hernández sino que aparece en muchos escritos de la época y fue incluso popular, ya que todavía en algunas regiones de España, como Asturias, el erizo recibe los nombres de perro espín y perro cuspín evidentes corrupciones de puerco espín. En este mismo comentario Hernández recuerda que años antes vio un “animal o monstruo semejante a puerco espín más que a otro animal alguno que por el año de mill y quinientos y cincuenta se truxo por diversas partes de hombres que ganaban de comer con mostrarle”.

48 Plinio, libro X, cap. 35, f. 155 v.

49 Aves, caps. CCXXII y CCXXIII. (Francisco Hernández, Obras completas, tomo III, pág. 365. UNAM, México, 1959.)

50 Plinio, libro XXI, cap. 6, f. 10 r.

51 Plinio, libro XXIV, cap. 10, f. 155 r.

52 Primeros Borradores, tomo 11, f. 147 v.

53 Tanto en el Plano de Texeira, que es bastantes años posterior a Hernández, como en otro más anterior publicado por Peñasco y Carbonero en su libro Las Calles de Madrid (Madrid, 1889), que se supone dibujado hacia 1615, se aprecia claramente cómo, al lado del antiguo Palacio Real y después de bajar una ladera sin cultivar, existe un huerto cuidado y cultivado que con seguridad es al que se refiere Hernández cuando describe las plantas que hemos citado. Este huerto, marcado por Texeira con el n. 16 y llamado Parque, ocupa precisamente el lugar conocido hoy como Campo del Moro y actualmente convertido en jardín.

54 Plinio, libro XXIV, cap. 14, f. 165 r. Es curiosa esta referencia a la çarça idea o çarça idae, en realidad la frambuesa, que es una fruta relativamente rara en España que sólo se cultivaba como curiosidad en jardines conventuales o de recreo como el de Aranjuez.

55 Plinio, libro XII, Prólogo, f. 1 v. Es muy curioso comparar estas alabanzas del Jardín de Aranjuez, con lo que dos siglos después escribe Juan Bautista Muñoz, cuando, comisionado por el rey para escribir la Historia del Nuevo Mundo, recorre toda España en busca de datos. Muñoz, en una situación con respecto al rey muy similar a Hernández ya que la misión encomendada a ambos tiene muchos puntos de contacto, considera sin embargo este jardín como obra inútil y estéril, que para dar placer a un solo hombre inutiliza las mejores tierras de la nación evitando que su cultivo aproveche a tantos habitantes necesitados como entonces había. (Véase: Ballesteros Beretta, “Juan Bautista Muñoz: La creación del Archivo de Indias”, Revista de Indias, tomo II, n. 4, 1941, págs. 55-95.

56 Andrés de Laguna, Dioscórides Anazarbeo, Acerca de la materia medica medicinal y de los venenos mortíferos. Traducidos de lengua griega en la vulgar castellana (Salamanca, 1556).

57 El autor que más recientemente insiste sobre la enemistad entre Laguna y Hernández es el Dr. Álvarez López, quien en su documentado trabajo: “El Dr. Francisco Hernández y sus comentarios a Plinio” (Revista de Indias, tomo III, n. 8, págs. 251-290, Madrid, 1942) escribe que Francisco Hernández no cita a Andrés de Laguna “acaso por los recelos de una emulación tan incomprensible como injustificable” (pág. 290).

58 Epistolario, n. 4. La cita copiada pertenece al primer párrafo de la carta, y por cierto que aparece distinta en los dos autores que han publicado este documento. José Toribio Medina incluye el nombre de Laguna al paleografiar la carta en su Biblioteca Hispano Americana (pág. 272) y en cambio Miura omite el nombre de Laguna y deja sólo a Dioscórides. Sin embargo el error es de Miura, pues en la fotografía de la carta que él mismo publica se puede leer claramente el nombre de Laguna.

59 Primeros Borradores, vol. II, f. 143 v.

60 Plinio, libro XII, cap. 1, f. 5 r.

61 Ibid.

62 Para conocer con detalle los cambios de propietario que sufren las posesiones de Antonio Pérez en esa época, es útil acudir a la obra de Marañón Antonio Pérez (Madrid, 1947), donde aparecen reseñas en la pág. 62 del tomo I. Respecto a la huerta de Gonzalo Pérez, citada por Hernández, debe de ser la misma que cita Marañón en la pág. 11 del mismo primer tomo, de la que sólo sabe que tenía “dos artes para sacar agua”, sin conseguir localizar su emplazamiento. En la pág. 12, Marañón, en una nota a pie de página, emite la hipótesis de que tal vez este huerto de Gonzalo Pérez fuese lo que más tarde Antonio convirtió en La Casilla, aquella casa de lujo ostentoso que dio lugar a tantas leyendas y envidias. No lo creo así pues la noticia hernandina es clara respecto al cambio de propietario de la huerta de Gonzalo Pérez, y en cambio no tenemos noticia de que La Casilla perteneciera a Rui Gómez.

63 Plinio, libro XX, cap. 23, f. 286 r.

64 María Teresa Oliveros de Castro y Elíseo Subiza Martín, Felipe II, estudio médico histórico (Madrid, 1956), pág. 211.

65 Primeros Borradores, vol. II, f. I r. y 136 r.

66 Primeros Borradores, vol. II, f. 186 r.

67 Epistolario, n. 4, último párrafo.

68 De este trabajo nos ocuparemos con alguna extensión en el n. 21 de la Bibliografía Hernandina, donde aclararemos las razones que para nosotros afirman la paternidad de dicho tratado y las causas por las cuales estuvo ignorado hasta mediados del siglo XIX en que, por primera vez, lo reseñó Gallardo en su Ensayo de una Biblioteca Española (Madrid, 1862).

69 Compendios, libro IV, cap. 2, f. 28 v.

70 Compendios, libro IV, cap. 7, f. 33 r.

71 Pedro de Sacedo, o Sacedón, que es el apellido correcto, era, según nos informa el propio Hernández, yerno del gobernador de Felipe II en las islas de la China. Por tanto es de suponer se movía por las antesalas cortesanas donde conoció a Hernández. Desconocemos datos directos de este personaje. Sin embargo con fechas algo posteriores existen dos Pedros de Sacedón, ilustres en la vida y literatura religiosa de la primera mitad del siglo XVII y del XVIII, probables descendientes del citado por Hernández.

72 La figura del Dr. Juan Gutiérrez de Santander, en la corte de Felipe II es muy interesante dentro de las actividades médicas de la corte. Natural de Sigüenza, fue nombrado médico de cámara en 1556 y era ya protomédico general en abril de 1562 cuando el accidente del príncipe Carlos. En esa ocasión actuó como correspondía a su cargo, como queda de ello constancia en la relación del tratamiento del príncipe que incluye Daza Chacón en su obra. Murió en 1568. No debe ser confundido con Juan Gutiérrez de Toledo, médico de los Reyes Católicos, ni con Juan Gutiérrez Godoy, algo posterior y autor de un libro sobre la lactancia, publicado en 1629.

73 Plinio, f. 1 v. Dedicatoria: “A la sacra, cathólica y real magestad de Philippo segundo rey de Hespaña y de las Yndias.”

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ