c. El ambiente médico de Hernández


Hernández se incorporó a la medicina en uno de los momentos más oportunos de la historia médica española. El siglo xvi, que en la medicina universal presenció cambios fundamentales, en la medicina española se caracteriza por ser el momento en que se obtuvo una mejor calidad y cantidad de contenido médico en España, como nunca más volvió a lograrse. Es difícil en un trabajo como éste estudiar los muchos y diferentes factores que directa e indirectamente produjeron este auge y florecimiento de la medicina en España; sin embargo, no podemos pasar por alto algunos de ellos y sus repercusiones, ya que al omitirlos faltaría el marco donde encuadrar a Hernández y perderíamos muchos datos que explican sus hechos.

Debemos adelantarnos a decir que este “siglo de oro médico” (como se le ha llamado profusamente con preferencia durante el siglo xix) tiene una característica interesante que lo distingue de florecimientos similares en otros países. Nos referimos a la presencia de figuras fundamentales.

No hay en todo ese período una figura preeminente que sobresalga arrolladora por encima de sus contemporáneos (caso de Cajal a fines del siglo pasado). En cambio se unen en labor de equipo o de conjunto, en forma continuada, con frutos valiosos, perseverancia en la labor y resultados óptimos, un número muy elevado de inteligencias de primerísimo orden que, sin llegar a obtener ningún descubrimiento básico, consiguen influir en la medicina contemporánea de un modo más decisivo que muchos de los autores extranjeros cuyos descubrimientos serán más adelante base fundamental de la evolución médica. En este equipo, concepto modernísimo de trabajo médico, sin sobresalir del nivel superior y sin dejar de aportar personalmente datos tan valiosos como los más notables del grupo, figura Hernández durante sus años de labor médica.

Las razones para explicar esta característica y este auge médico durante el siglo xvi en España, fueron apuntadas por nosotros no hace mucho en una obra general.57 Demostrábamos entonces, y exponíamos, cómo la medicina evoluciona siguiendo las modalidades y características del ambiente en que se desarrolla, y decíamos: “Comprobado el hecho de que todas las actividades de la vida humana desenvueltas bajo un mismo ambiente y una misma idea toman facetas semejantes en su desarrollo, es fácil comprender cómo la pintura, la literatura, la política y, naturalmente, la medicina, en cada período histórico o en cada momento de su vida, están conjuntamente unidas o enmarcadas dentro de las características generales que rigen y distinguen la época.”58

Aceptado este hecho general no resultará difícil reconocer que España durante el siglo xvi es el país preponderante en su época y que precisamente tan extraordinaria preponderancia se debe a la cohesión de la recién nacida nacionalidad española. Toda la lucha secular del pueblo español giró en los primeros siglos para conseguir la unificación política de su territorio y eliminar de él a los pueblos invasores. Cuando estos fines se consiguen con los Reyes Católicos, en la segunda mitad del siglo xv, se constituye una potente y recia nacionalidad, fruto de la mezcla de razas, material excelente que logró alcanzar alto nivel intelectual y una extraordinaria capacidad humana susceptible de empresas que exigen gran energía y tesón. De este bloque heterogéneo que bajo el nombre de España se constituye en las últimas décadas del 1400, surgirán todos los frutos extraordinarios que España legó a la humanidad en sus siglos de esplendor, de los que tal vez el primero y más fundamental sea el descubrimiento y colonización de América. Labor inconcebible en grandeza y profundidad que hubiera sido imposible si no se lleva a cabo también con el mismo espíritu de trabajo de equipo y colaboración que se descubre en otros muchos factores de la vida española.

Parecerá extraña esta afirmación cuando habitualmente se presenta al español como ejemplo del individualismo rebelde, pero este individualismo que puede ser cierto en nuestra época, no lo era, sin embargo, durante los florecientes años del siglo xvi. España estaba entonces unificada bajo un solo poder estatal absoluto, y lo que es más importante, bajo una misma espiritualidad que con el propósito de mantener y defender su religión, los unía, con escasas discrepancias, duramente combatidas, en el hecho y en la acción. Se podrá decir hoy que era una unificación impuesta —entonces no se pensaba así— pero, positivamente, a ella se deben los hechos más notables del pueblo español en casi todos los aspectos de la vida. No será ocioso recordar que durante este “Siglo de Oro” (en cómputo de tiempo bastantes más años que un siglo) se obtienen niveles altísimos en todas las artes y ciencias profesadas por los españoles, y en conjunto armonioso coinciden escritores como Cervantes, pintores como el Greco, juristas como Vitoria, colonizadores como Cortés, escultores como Berruguete, médicos como los que más adelante recordaremos y tantos otros ilustres representantes de una hegemonía nacional en la que estas figuras son exponentes máximos del alto nivel obtenido en cada una de sus ramas.

En el campo de la medicina las circunstancias que permiten formar ese prodigioso grupo de médicos son muy variadas y curiosas. Una de las más importantes es indudablemente el desarrollo de las grandes epidemias y sobre todo la expansión de la sífilis. La aparición y la gran difusión de esta enfermedad a principios del siglo xvi, facilitada por el auge de la prostitución en toda Europa, hizo en los poderosos, que el miedo al contagio, cuando no la necesidad de tratamiento continuo y eficaz, desarrollase el cuerpo de los llamados “médicos de cámara”, el que, aun existiendo de antiguo, cobra en esa época un esplendor inusitado. Los reyes, los príncipes, los papas y muchos nobles y cardenales incluyen en el grupo de sus inmediatos seguidores al médico; se solicitaba para esta ocupación a los más afamados que, por otra parte, se consideraban honradísimos con ello. Casi todos los grandes médicos europeos del siglo xvi fueron médicos de cámara.59 Mas como el esplendor médico de cada corte estaba en relación con la importancia y poderío del príncipe que la mantenía, es natural que la corte más rica en médicos fuese la española y que amparado por su mecenazgo se crease un valiosísimo cuerpo médico del que formó parte durante largos años Francisco Hernández.

Independientemente del hecho anterior, los extensos dominios de la corona española proporcionaban al médico español un ancho campo de acción y permitían concentrar dentro del suelo hispano los productos más remotos e inaccesibles, con gran beneficio para los médicos españoles que, con primicias, podían aprovecharse de ellos. También nos hemos ocupado en otras ocasiones60 del formidable acervo de materiales terapéuticos y alimenticios que América donó al Viejo Continente, los cuales tuvieron consecuencias extraordinarias para la evolución médica. Y precisamente todo este flujo fecundo de novedades lo recibe Europa a través de España y de los médicos españoles, que son quienes se encargan de recogerlo y divulgarlo, figurando entre los más sobresalientes en esta labor Francisco Hernández, especialmente comisionado para ello por Felipe II.

Otros muchos factores podrían invocarse todavía para explicar el auge general de la medicina en España durante todo el siglo xvi determinando que el nivel cultural se eleve en casi toda la clase médica sin que se formen figuras eminentes y aisladas. Pero esto nos llevaría muy lejos y es preferible repasar con algún detalle el ambiente médico español en que se desenvuelve Hernández.

Contaba España en el siglo xvi con diversos y afamados centros de educación médica: Salamanca, Barcelona, Alcalá, Valencia, Sevilla, Valladolid, Guadalupe, etc.; de ellos salía cada año un grupo de flamantes doctores, bien imbuidos de teoría hipocrática y galénica.61 La enseñanza no era ni mejor ni peor que en otros países y tal vez fuera mejor, pues existieron facilidades para la disección y la autopsia desde épocas anteriores. En cambio la enseñanza práctica estaba relegada a una especie de período posgradual y el aspirante a ejercer la medicina debía de infiltrarse en alguno de los muchos hospitales que por aquella época funcionaban con todo el florecimiento o la penuria que les permitían sus rentas o el mecenazgo de sus fundadores.

Muchos de estos hospitales han llegado a nuestros días; unos, con toda la rica materialidad de sus fábricas monumentales, como aquel de la Santa Cruz de Toledo, fundado por el cardenal Mendoza y al que, nos consta, asistió Hernández; otros, como el vallisoletano de la Resurrección, inmortalizados por la pluma del ingenio literario de la época.62 No todos eran iguales. Algunos fueron majestuosos y dignos de figurar como centros de curación y alivio; sin embargo la mayoría no pasaban de ser albergues modestos de caminantes fatigados o retiro acogedor de ancianos desvalidos.

Sobre esta base material se asentaba la medicina en España presidida por dos organismos superiores, uno de tipo honorífico, la Cámara Real, y otro directivo constituido por el Protomedicato. Llegar a figurar como “médico de cámara” en la corte, o “protomédico”, eran las más grandes distinciones que dentro de la profesión podían conseguirse; más adelante veremos cómo llegó Hernández a figurar en ambas instituciones.

Desde el punto de vista técnico, los médicos españoles del siglo xvi tuvieron fama internacional y en muchos casos fueron solicitados fuera de España para atender la salud de príncipes o papas. Valverde asistió al papa Paulo IV; Laguna, además de haber sido médico de Carlos V y de Felipe II, tuvo que pasar a Roma requerido por los papas Julio II y Paulo III. En ocasiones detentaron cátedras en universidades extranjeras donde eran muy solicitados. El mismo Laguna fue profesor en París y Bolonia; Rodrigo de Fonseca explicó en Pisa y Padua; Rodríguez de Guevara fue prosector en Bolonia. Mas esta solicitud no estaba en relación con el predominio político o social del país, sino que fue debida a la mejor preparación general de los médicos españoles de aquella época, traducida en la práctica por muchos hechos y descubrimientos que, si no fundamentales, eran suficientes para mantener un nivel cultural elevado de la profesión en casi todos sus aspectos.

Existía también notable adelanto quirúrgico, en gran parte determinado por el indiscutible avance anatómico que florecía entre los médicos españoles del siglo xvi. No obstante la creencia general, en España se podían disecar cadáveres con mucha más libertad que en otros países.63 El intercambio de hombres e ideas entre Italia y España permitió a los médicos seguir la corriente de los adelantos anatómicos que se produjeron continuamente en aquellas universidades, confrontándolos o corrigiéndolos en las universidades españolas, y, como remate, el propio Vesalio, promotor y alma de todo el movimiento anatómico, se instaló en España llamado por la corte; es indudable que influyó poderosamente en sus contemporáneos españoles al encauzarlos por el nuevo camino de la ciencia anatómica.


Toledo en 1594


La Universidad de Alcalá de Henares


Patio central de la Universidad de Alcalá de Henares


Benito Arias Montano


Pero la medicina española del xvi tuvo además de los adelantos técnicos una característica casi exclusiva que floreció airosamente en esa época. Nos referimos a la presencia de un grupo incomparable de filósofos y humanistas médicos que son los que imprimieron el sello más español a la labor científica del Siglo de Oro. No dudamos en situar a Hernández dentro de este grupo de médicos humanistas que tuvo como figuras representativas tres ingenios tan estimables como cualesquiera de los más famosos contemporáneos en toda Europa. El más antiguo y tal vez el más completo y andariego fue sin disputa Andrés Laguna; algunos historiadores lo sitúan entre los anatómicos con motivo de haber descrito la válvula ileocecal, pero para nosotros este hecho es un accidente sin importancia en su vida, llena, por otro lado, de intereses varios y profundos. Bataillon lo describe clasificándolo y comparándolo “a un humanista, a un helenista... pero también a un hombre instruido por la vida lo mismo que por las bibliotecas” y dotado de un sentido excepcional del humor.64 La vida de Laguna fue un continuo peregrinar por toda Europa que dejó en todos los lugares una estela de simpatía y admiración. Poliglota nómada, traduce, lee, escribe y herboriza por todos los lugares donde pasa. Fue médico de reyes y papas; tradujo del griego, del latín, del italiano; escribió libros en castellano sobre medicina; comentó con “reflexiones picantes y anécdotas personales” el Dioscórides traducido que pronto se convirtiera en “el tesoro de muchas generaciones de herboristas y boticarios”.65 La actividad y profundidad humanística de este hombre renacentista es extraordinaria; sobresale como gran médico, como gran escritor y sobre todo como gran ejemplar humano de su época. Recientemente Bataillon le ha identificado como autor de la novela Viaje de Turquía,66 con argumentos irrebatibles y sagazmente urdidos. Por tanto, desde ahora, es necesario añadir a sus prodigiosas hazañas de humanista la de escritor insigne de la lengua española manejada con soltura y elocuencia.

Laguna, contemporáneo, algo mayor en edad, de Hernández, tuvo indudablemente que coincidir con éste en varios momentos de su vida. Bien pudo ser en Alcalá donde aparece hacia fines de la tercera década del siglo, después de sus primeros viajes, o treinta años después cuando ya viejo y cansado retornó definitivamente a su patria para acabar en ella sus días. Alguna vez Hernández se refiere a Laguna y más concretamente a su Dioscórides, que fue indispensable para todo naturalista español. Y dado lo parco que es Hernández en referirse a sus contemporáneos españoles es de interpretar este recuerdo como dato valioso.67 Sin embargo hay quien sospecha enemistad entre estos dos hombres.

Mercado y Valles fueron los otros médicos representativos de la tendencia filosófico-humanística en la medicina española. Ambos son suficientemente conocidos para que ahora tratemos de presentarlos: Luis de Mercado, más joven que Hernández, no es probable que llegara a tener trato con él. Sus escritos médicos dedicados de preferencia a problemas de las enfermedades febriles, dejaron una honda huella en la medicina española. Como filósofo es menos universal y humanista que Laguna; sus obras adolecen del defecto de contener mucha sutileza escolástica. Aun teniendo menos valor humano que otros médicos humanistas, en cambio, tuvo la suerte de pasar a la posteridad retratado por el Greco en uno de los prodigiosos cuadros del Museo del Prado de Madrid.68

Valles, el divino, el Hipócrates complutense, el Galeno español, como lo calificaron sus contemporáneos, atónitos ante su sabiduría, está más próximo a Hernández que Mercado. También más joven que nuestro autor, es una de las grandes glorias de Alcalá.

En Valles se aprecia más la formación humanística complutense y su labor está dominada por el sentido abierto que era tradicional en Alcalá. Filósofo más profundo que Laguna y Mercado, su obra deja huella imperecedera y está considerado como un precursor muy cercano del cartesianismo. Influido por el ambiente de Alcalá, Valles comentó y tradujo a Aristóteles, así como a Hipócrates y Galeno, labor que como veremos también se impone Hernández, pero siempre con la mira humanística de la restauración primitiva de los textos y su perfecta interpretación. Su fama le lleva a la corte, donde llega a ser protomédico, e indudablemente mantiene relaciones con Hernández, por lo menos durante los últimos años de vida de éste. Precisamente el manuscrito hernandino que llegó a México, utilizado para que Ximénez lo traduzca y publique desde su refugio de Huaxtepec, está revisado y visto por Valles.69 Pero también encontramos a Valles en una comisión real tan relacionada con Hernández que parece inevitable no tuvieran trato entre ellos. Cuando Felipe II acabó de construir El Escorial y quiso poblarlo rápidamente de joyas y obras notables, nombró distintas comisiones para ello; la encargada de construir la biblioteca y seleccionar las obras que debían adquirirse está formada por Valles, Arias Montano, de quien ya sabemos muchas cosas de su relación con Hernández, y Ambrosio de Morales, el cronista cordobés, tan estimado por Felipe II, directamente relacionado con Alcalá y quien al referirse a Hernández en uno de sus libros dirá: “era insigne por su ciencia y muy amigo”.70 No tendría nada de particular que el paso a la biblioteca escurialense de las obras hernandinas estuviera en gran parte relacionada con la amistad entre esta comisión y Hernández y guiada por los buenos deseos de Valles, Morales y Montano para conservar íntegro y sin menoscabo ni deterioro el rico y bello original presentado por Hernández al rey.

Mas no se crea que con estos nombres se acaban las figuras del interesante movimiento médico humanista de la época. Junto a ellos existe una pléyade de autores encaminados por sendas semejantes que si no llegaron a figurar en planos tan elevados como los anteriores, dejaron sin embargo una valiosa labor. En este grupo que incluye nombres como el de Gómez Pereira, Isaac Cardoso y Huarte de San Juan, debemos situar también a Hernández que, en labor más modesta que Valles y Laguna, también se ocupa de temas humanísticos y extramédicos que abarcan desde la explicación de la doctrina cristiana hasta la descripción de especies animales y vegetales nuevas, pasando por disquisiciones filosóficas puras, estudios físicos, históricos y hasta determinaciones geográficas.

Mucho más podríamos decir de este movimiento filosófico que caracterizó al movimiento médico español del siglo xvi, principalmente en sus dos últimos tercios, y creó el ambiente de la vida profesional de Hernández, fuertemente ligado en sus obras y hechos a tal tendencia. Cuando repasemos la labor hernandina comprobaremos este hecho que presenta, como datos concretos, traducciones latinas, interpretaciones de libros clásicos y composiciones originales desarrolladas con la mira puesta en el patrón clásico sin olvidar por ello las novedades y tendencias de su época.






57 Germán Somolinos {d’Ardois}: Historia de la Medicina. Ed. Patria (México, 1952).

58 lbid., pág. 79.

59 El “médico de cámara”, además de los honores inherentes, percibía emolumentos nada despreciables y contaba con gran prestigio social y político. De aquí que encontremos que la lista de médicos de cámara del siglo xvi es casi idéntica a las de las celebridades médicas de la época. Vesalio, como decimos en el texto, fue médico de la corona española; Fracastoro, sirvió al papa Paulo III; el inmortal Harvey, descubridor de la circulación sanguínea, estuvo adscrito a la casa de los Estuardos sirviendo a Carlos I de Inglaterra; Paré, el excelso cirujano francés fue requerido continuamente por todas las cortes y sirvió a tres reyes franceses. Botallo fue médico de Enrique III de Francia. El gran cirujano Guido, acompañaba a Francisco I y más tarde pasó a Italia con Cosme I. Juan de Vigo fue médico del papa Julio II. Cesalpino, uno de los espíritus médicos más interesantes del Renacimiento, tuvo que ir a Roma llamado por el papa Clemente VIII. Guy de Chauliac, el célebre cirujano, se puso al servicio de los papas Clemente VI y Urbano V. Bartolomé Maggi cuidó a Julio III. Y el emperador Maximiliano II se hizo acompañar hasta el final de sus días por el célebre Dodoens. Mas si éstos han quedado en la historia por sus méritos, existieron otros muchos que desempeñaron este cargo y que hoy han quedado olvidados. Y es necesario recordar que había cortes, como la española, donde los médicos de cámara eran un nutrido grupo en el que cada uno tenía asignada una función determinada y dependiente de las órdenes del protomedicato.

60 En diversos artículos nuestros: “Monardes y las plantas de América”, “El padre Feijoo y América”, “Poesía y verdad en la historia de la Quina” aparecidos en la Revista Roche y en la Historia de la Medicina citada, hemos dedicado algún espacio a recordar el donativo de productos medicinales y alimenticios que América hizo a Europa como consecuencia inmediata de la colonización y conquista.

61 Como esquema general de los estudios médicos en las universidades españolas del siglo xvi tenemos que los alumnos debían estudiar y comentar en un primer curso el De natura hominis y el De humorihus de Hipócrates y el De Pacultatibus Naturalibus de Galeno. Un segundo curso estaba dedicado a los textos De Morbo et symptomate de Galeno y, finalmente, en el tercero se pasaba revista y comentaban los textos que pudiéramos llamar monográficos de Galeno, tales como De Pulsibus, De Urinis, De febrium, etc. Además, anexa al desarrollo de los cursos era frecuente existiese una cátedra de anatomía práctica, donde se disecaban cadáveres siguiendo la técnica y los textos galénicos. En muchas universidades se contaba además con una cátedra de Hipócrates donde se explicaban Los aforismos, Los pronósticos y el De ratione victus in morbis acutis, y otra de Avicena, dedicada a la lectura y comentarios del Canon. Dados los conocimientos de la época, el plan de estudios era bastante racional y bien organizado para abarcar en su conjunto la totalidad de los estudios médicos clásicos. Naturalmente que los importantísimos descubrimientos efectuados durante este siglo y parte del siguiente hicieron que en pocos años este plan quedara anticuado e incompleto y al no cuidarse de modernizarlo las autoridades del Protomedicato, que debían haberlo hecho, ocasionaron indudablemente uno de los factores que más contribuyeron al retraso y decadencia médica española de los siglos xvii y xviii.

62 En este Hospital de la Resurrección es donde Cervantes sitúa su novela del Coloquio de los perros ya citada. En muchas otras obras han quedado relatos literarios de tema médico donde se describen hospitales de la época como El hospital de los podridos de Lope de Vega, o el Hospital de los locos, auto sacramental de José de Valdievieso, el autor toledano. Si bien en esta última obra se utiliza el tema hospitalario para desarrollar una escena filosófica cristiana.

63 Entre las obligaciones del profesor de anatomía en los cursos médicos de las facultades españolas del siglo xvi estaba el hacer por lo menos veinticinco “anatomías”, o sea demostraciones anatómicas, por año, y es indudable que se llevaban a cabo, ya que sin ellas no hubiese sido posible el florecimiento anatómico y, además, los relatos médicos de la época aparecen llenos de alusiones y descripciones de disecciones anatómicas, que en ocasiones se confunden con estudios anatomopatológicos post-mortem, o autopsias. Que estaban permitidas y autorizadas lo comprueba también el que los anatómicos, siguiendo el ejemplo de Vesalio, gustasen de reproducirse en sus obras retratados delante del cadáver abierto; de este tipo de retratos tenemos en España uno muy interesante que representa a Juan Tomás Porcell, el anatómico aragonés, a quien se deben estudios valiosos sobre la peste, con el escalpelo en la mano delante de un cadáver de mujer medio disecado.

64 Bataillon: Erasmo... (ob. cit.), t. II, pág. 280.

65 Ibid, pág. 291. Como ejemplo de la difusión que tuvo el Dioscórides de Laguna no sólo entre los científicos de la época, sino entre todo el pueblo, citaremos la frase de D. Quijote cuando, hambriento y maltrecho después de la batalla con el supuesto Alifanfarón de la Trapobana, al decirle Sancho la penuria de alimentos que padecían y cómo esperaba que con yerbas podrían satisfacer su hambre, contesta: “Tomara yo ahora más aína un cuartal de pan, o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por el doctor Laguna.”

66 El Viaje de Turquía es un relato que sin ninguna razón había sido adjudicado a Cristóbal de Villalón. Algún erudito, antes de Bataillon, había expresado sus dudas sobre esta pretendida paternidad basándose en las diferencias estilísticas que existen entre la auténtica obra conocida de Villalón y el Viaje. Ha sido, sin embargo, Bataillon quien en su obra Erasmo y España tantas veces citada (tomo II, cap. XII, págs. 279 a 304) y en el reciente libro: Le Docteur Laguna, auteur du «Voyage en Turquíe» (París, 1958), demuestra de manera brillante cómo el Viaje de Turquía es casi imposible pertenezca a Villalón y que en cambio no existe nadie más adecuado que Laguna para haberlo escrito.

67 Cuando en 1942 Álvarez López publica su trabajo “El Dr. Francisco Hernández y sus comentarios a Plinio” (Rev. de Indias, año II, n. 8, pág. 251, Madrid, 1942), comenta la ausencia de citas de autores españoles en la obra hernandina, y señala principalmente la de Laguna, que atribuye a recelos de emulación. Indudablemente Álvarez López desconocía entonces la carta de Hernández a Felipe II enviada desde México el 30 de Abril de 1572 (Epistolario, n. 4), en la cual precisamente compara su obra con la de Laguna al decir: Tengo acabados dos libros cada uno tamaño como el «Dioscórides» de Laguna y vase acabando otro tercero.

68 De antiguo se sabía que uno de los retratos del Museo del Prado de Madrid, pintado por el Greco, representaba a un médico. Por costumbre y sin más dato positivo que el capricho, se había decidido que era el doctor Rodrigo de la Fuente, basándose en que dicho doctor fue el más famoso médico de Toledo en la época del Greco. Para reafirmar el supuesto existían dos datos accesorios, uno de Quevedo que, hablando de cierto médico toledano, dice: “lleva sortijón en el pulgar con piedra tan grande que cuando toma el pulso pronostica al enfermo la losa”, y efectivamente el médico retratado porta una sortija en el dedo pulgar de la mano derecha; y el otro, tan remoto como éste, es el discutible parecido que este anciano canoso, retratado por el Greco, parece tener con otro individuo de joven edad que está retratado en un oscuro pasillo de la Biblioteca Nacional de Madrid, descubierto por Rodríguez Marín y que se titula Rodrigo de la Fuente. Sin embargo, cuando el doctor Mariscal prologa y anota la reedición del Libro de la Peste de Mercado (Madrid, Biblioteca Clásica de la Medicina Española, 1921), en la pág. 133 identifica sagacísimamente y sin dejar lugar a duda al personaje del cretense con el autor del libro en estudio.

69 Cuando Francisco Ximénez prologa su libro Quatro libros de la Naturaleza... (México, 1615), que en realidad es una reducción y traducción de Hernández con adiciones de Ximénez, advierte al lector que el original latino que utilizó para su traducción era una reducción del primitivo de Hernández que hiciera el napolitano Recchi, que “assí moderado y reuisto por el Doctor Valle, y con su firma vino a las Yndias y a mí por extraordinarios caminos.”

70 Ambrosio de Morales (1513-1591) era hijo de Hernández en sus Antigüedades, alabando su ciencia y Antonio de Morales, elegido por Cisneros para inaugurar la cátedra de Filosofía y Metafísica en la Universidad de Alcalá. Ambrosio no estudió de primera intención en Alcalá sino que pasó a Salamanca con un tío suyo, sin embargo, hacia 1543 volvió a Alcalá y se matriculó en la universidad, de la que llegó más tarde a ser profesor de Retórica. Morales se refiere a Hernández en sus Antigüedades, alabando su ciencia y considerándolo muy amigo.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ