12. UNA CULTURA REFLEJA. EL DESPUNTAR DE LA PERSONALIDAD


En todos los aspectos de la vida cultural no pudo hacer otra cosa la naciente colonia que reflejar en escala reducida las formas, modalidades y creaciones de la Metrópoli. Valen pues, en términos generales, para el universo intelectual novohispano de la segunda mitad del XVI, las consideraciones que acerca del español hemos hecho en el correspondiente capítulo (lB3e).

Dentro de la imagen refleja, sin embargo, no todo fue copia reducida. Hubo un sector de esa imagen, el historiográfico y etnográfico, que destaca muy fuertemente sobre los otros, el literario, el científico y el teológico, igualando y aun superando al mismo sector del orbe cultural hispano. Ni tampoco en lo que quedó al margen de la reproducción disminuida dejará de descubrirse una parcela original, cual fue la enseñanza y educación de los indios. Oportuno es advertir que ambas cosas, o sea, todo lo que da importancia y realce a la nueva cultura, se deberá al reto del mundo indígena. Y detenemos aquí el tratamiento de estos puntos para no hacer pasar al lector dos veces por el mismo camino, pues en otras partes de nuestro estudio (IB3e, IIC11) expusimos ya los hechos y cuestiones que mayor interés ofrecen al respecto.

Durante el reinado de Felipe II, ocurre en la Nueva España dentro del ámbito educativo un hecho digno de ser notado: el establecimiento por los padres jesuítas del Colégio Máximo de San Pedro y San Pablo. A partir del año 1573, en que empezó a funcionar, se convirtió en centro docente predilecto de la aristocracia criolla; predilección que pudo tener como fundamento el gran desarrollo dado por ese plantel a los estudios humanísticos —la gramática, la retórica y la literatura—, que eran entonces los preferidos de la juventud distinguida, muy afecta al cultivo de las bellas letras, por estimarlas ornato principal de las personas eminentes. Al cerrar el siglo, más de setecientos estudiantes seguían cursos en el gran colegio jesuítico; los alumnos de la universidad apenas alcanzaban la mitad de esa cifra.

En las diversas manifestaciones culturales va notándose durante el siglo XVI, sobre todo en su segunda mitad, cómo despunta o se insinúa la personalidad mexicana, o cómo van surgiendo y marcándose sus rasgos diferenciales.

La peculiaridad se irá amasando con temas y palabras de acá, y con el carácter y la sensibilidad resultantes de la mezcla racial y cultural. Han captado esa “revelación”, en la poesía, dos ilustres estudiosos de ella, Méndez Planearte y Alfonso Reyes. El primero asevera que “si no en su estética, sí matizó sus frutos poéticos la Nueva España, desde este siglo, con la savia y el aire nuevo de sus temas históricos o descriptivos, alusiones locales y costumbristas, mexicanismos, y rasgos del naciente carácter de sus gentes, dando al conjunto de esta poesía cierto sabor y tono ya mexicanos”. Corroboran el aserto de Méndez Planearte los siguientes versos del Romance del mestizo, compuesto muy a principios del siglo XVII por el trotamundos Rosas de Oquendo:


¡Ay, señora juana!

Por Dios, que me enoje

si vuesé no cura

aquestos dolores.

¡Ay, Juanica mía,

carita de flores!

¿Cómo no te mueres

por este coyote...:

... el que en la laguna

no deja ajolote,

rana ni jüil,

que no se lo come;

el que en el tiánguez,

con doce chilchotes

y diez aguacates,

come diez camotes?

—Aquesto cantaba

Juan Diego, el noble,

haciendo un cigarro;

chupólo, y durmióse.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ