5. LA INFINITA FRONTERA ABIERTA DEL NORTE. LAS DOS NUEVAS ESPAÑAS


La formación del núcleo geográfico fundamental novohispano se concluía precisamente dos años antes de fallecer Felipe II con el asentamiento definitivo de los españoles en la villa de Monterrey (1596). Por el norte ese núcleo no estaba cerrado; era una frontera movediza, que ascendía sin cesar y cuya dilatación sólo terminó en los años postreros de la dominación española.

En torno a dos ejes perpendiculares cuya intersección era México, giraba ya el extensísimo territorio de la colonia en esos años: el eje Norte-Sur (Zacatecas, Querétaro, México y Oaxaca), y el Este-Oeste (Veracruz, Puebla, México, Valladolid y Guadalajara). La mayoría de la población se agrupaba alrededor de ellos, permaneciendo el resto del país casi desocupado. Nada hicieron los españoles por colocar sobre él de manera uniforme un manto humano. Acomodáronse en la parte más poblada y saludable del Anáhuac y dirigieron después sus principales esfuerzos colonizadores hacia las tierras preñadas de plata. Resultado del nuevo derrotero que tomó la colonización fueron las numerosas fundaciones de pueblos hechas en la región norteña entre mediados y fines del XVI: Zacatecas, Guanajuato, San Luis Potosí, San Miguel el Grande, San Felipe, Santa María de los Lagos, Aguascalientes, Fresnillo, Matehuala, Sombrerete, Saltillo, Monterrey... De lo que España había sido parca en las tierras centrales, era pródiga en las septentrionales.

Pero la sujeción del Norte no fue tan fácil como la del Centro: las enormes distancias y los aguerridísimos indios nómadas volvieron sumamente ardua y dramática tal empresa. Una inmensa frontera de guerra, de guerra sin cuartel, hubo de ser la zona septentrional de la colonia.

Ante tan diferente realidad, todo el mecanismo colonizador tuvo que ser cambiado, Fue forzoso establecer pequeñas plazas fuertes (que después se denominaron presidios) en lugares estratégicos, crear escoltas para las caravanas y armar a los pobladores y a los guardianes de las grandes haciendas ganaderas; hubo que dar nueva planta, a la vez pacífica y militar, a las misiones y que convertir pueblos e iglesias en fortines; y hubo también que repoblar y sujetar con indios amigos —de México, Tlaxcala y Michoacán— las tierras amenazadas.

Formóse así, precisamente en el reinado de Felipe II, una nueva España, que se apoyaba en el Bajío, parteaguas de las dos Nuevas Españas, y se proyectaba indefinidamente hacia el Norte como un continente inacabable y enigmático, en donde, de pronto, lo mismo podía surgir la riqueza que la muerte. Por las circunstancias en que nace y se desarrolla, esa nueva Nueva España adquirirá una manera de ser muy distinta de la entidad de que se desgaja: el aislamiento, la aventura y el riesgo, entre otros factores, conformarán su espíritu. Productos típicos del Norte novohispano, engendrados entonces, serán los grandes señores rurales, de feudal pergeño, que poseen haciendas ganaderas tan extensas como algunos estados europeos y que revestidos o no de autoridad por los virreyes la ejercen en sus dominios; los gambusinos de avanzada, que escudriñan los más lejanos rumbos, esperando ser los primeros en dar con las maravillosas riquezas que la leyenda sitúa en alguna parte de los territorios incógnitos; los milites sin escrúpulos, que tienen como granjería, entre otras cosas, la caza de cabezas y la captura de presas; y los mercaderes desaprensivos, que se dedican a todos los tráficos y todas las tercerías, y se ceban en las angustiosas necesidades de los reales de minas y pueblos más remotos.

En la relación con el exterior, el territorio mexicano adquirirá durante la segunda mitad del xvi dos funciones que no tenía. En primer lugar, se constituye en puente entre el Occidente —Europa— y el Oriente —Asia—. La conquista de las Filipinas y la apertura de un tráfico regular con ellas serán las causas determinantes de éste su nuevo papel. Infinidad de elementos orientales —hombres, artículos industriales, objetos de arte, etc.— entrarán en la Nueva España por la pasarela marítima tendida entre Acapulco y las Filipinas. Gracias a ello se acentuarán en México los influjos orientales que ya operaban fuertemente sobre el país a través de la cultura española.

En segundo lugar, México, por su riqueza y su posición en el sistema colonial español, se convierte en centro de comunicaciones y suministros de una gran parte del mundo hispano-americano, singularmente del Caribe y de la región central del Nuevo Continente. Mantendrá un comercio permanente con el Perú, La Florida, Guatemala, Cuba y Venezuela, proveyendo de moneda con este tráfico a los tres últimos países, donde escaseaba; y tendrá que enviar regularmente recursos de la Real Hacienda, sobrantes en sus cajas, a numerosas colonias —la Florida, Cuba, Puerto Rico, etc.—, cuyos fondos no bastaban para cubrir los gastos públicos. Casi todas las obras portuarias y fortalezas españolas del Caribe se hicieron en su mayor parte con dinero proveniente de la Nueva España.

Muchas cosas había impuesto, o contribuido a imponer, el medio físico cuando el siglo xvi llegaba a su ocaso. Entre otras, la situación de las grandes ciudades españolas en lugares de elevada altitud; la “marginación” de las tierras bajas y tórridas; la gran propiedad territorial, y el regionalismo.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ