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2. LA INVASIÓN MATERIAL MÁS BENÉFICA: LOS GANADOS


Si América inundó a Europa de metales, estimulantes poderosos de la industria y el comercio, Europa, en cambio, inundó a América de ganados, factores principales del bienestar y la comodidad de los hombres.

En la Nueva España la ganadería se desarrolló rápidamente, pero su gran expansión y el enraizamiento de todo lo que con ella vino o por ella nació aquí tuvo también lugar entre mediados y fines de siglo. La segunda riqueza del México colonial, que lo fue ésta, no tuvo los contornos mayúsculos y sensacionales de la minería, tras la cual figura en la jerarquía crematística, pero derramó sus bienes de manera más universal, suave, moderada y regular. Quizá por esto su huella en el ser mexicano ha sido mucho más extensa y profunda que la impresa por la minería.

Como enorme riada cubrieron los ganados el suelo mexicano. Al declinar el siglo era frecuente encontrar rebaños cuyo número de cabezas ascendía a diez o veinte mil. En el Centro, las regiones más adecuadas para el sostenimiento de los ganados rebosaban de ellos y los límites que se les pusieron casi no bastaron para impedir su incesante desbordamiento por las tierras labrantías.

Para organizar y regular una actividad económica que había adquirido tal auge, se recurrió a patrones y normas peninsulares o antillanos, pero tanto unos como otras tuvieron que sufrir los ajustes reclamados por la realidad mexicana, ajustes de los que salieron a veces, más que transformados, re-creados. De la Península se trasplantó la comunidad de pastos, que implicaba el derecho de los ganaderos a introducir sus rebaños en cualquier terreno no acotado y en los campos de labranza una vez levantadas las cosechas. También se introdujo de allí la mesta, o gremio de ganaderos, que era el cuerpo encargado de organizar las emigraciones anuales de los ganados al comienzo y al final de la estación seca, y de cuidar que se aplicaran las ordenanzas dadas para el régimen del gremio, cometido éste que recaía sobre los alcaldes de mesta. De procedencia mexicana es, en cambio, la unidad territorial básica de esta industria, o sea, la estancia de ganados, que fue creada para el establecimiento de los rebaños cuando empezaron a formarse. Convertida pronto en condición indispensable para la tenencia de hatos grandes, dio una base nueva al sistema ganadero criollo; la mesta en él estuvo constituida por los propietarios de estancias de ganado y no por los dueños de rebaños, como en la peninsular.

No arraigó la mesta en México con la fuerza que en España; casi todo su mecanismo fue arrumbado en seguida, pero de él se conservaron dos piezas importantes que con el transcurso del tiempo cobraron caracteres muy propios: la emigración o transhumancia de la época seca —lo que se llamó el agostadero—, y la recogida de los ganados para separar los marcados de los mesteños, es decir, los que carecían de señal o hierro por haber nacido en los montes. A esta operación se le llamó en México rodeo, y a diferencia de España, en que se hacía a pie, se realizó a caballo, por imponerlo así la dilatada extensión de las tierras y el crecido número de los rebaños. Tras la recogida mediante el rodeo, venía la puesta del hierro al ganado nuevo, acto en el cual los pastores centauros hacían competencia de destreza. La fiesta del rodeo que hoy se celebra en los Estados Unidos proviene de esa perdida parcela de la mesta mexicana.

¡Entró la ganadería en tantas combinaciones que el acoplamiento de las dos culturas produjo! Y en casi todas ellas lo que puso o entregó fue precioso: un alimento abundante, un medio de locomoción y de transporte casi único, materiales cuantiosos para las industrias fundamentales como las del vestido, el calzado y la alimentación, un objeto de diversión o de placer, y un fiel compañero de andanzas para el hombre. Por ello no es de extrañar lo multipresente que se hizo de inmediato en la sociedad mexicana. Antes de cerrar el siglo, a los sesenta o setenta años nada más de la conquista, parecía ya un elemento viejísimo del país; tanto y tan profundamente se había incrustado en él y coloreado su superficie. En el vivido retablo de su exteriorización destaca sobre todo la caballería —caballos y jinetes—, madre fecunda del folklore criollo. Lo que la caballería, que entonces surge, va a implicar para la Nación mexicana, por bien sabido, se calla. Baste decir que durante mucho tiempo con ella estuvo íntimamente asociado el espíritu varonil: la destreza física, el valor, la apostura...; en el manejo del caballo quintaesenció el hombre de la colonia su masculinidad. Entre la cosecha de frutos de la ganadería, hubo dos muy amargos: la devastación de las labranzas por los ganados y el latifundismo. El primero mostraría sus efectos de inmediato; el segundo a la larga. Pero ambos eran ya realidades plenas en la segunda mitad del siglo xvi.

Privilegios que los reyes españoles concedieron a la ganadería en perjuicio de la agricultura, como la prohibición del cierre o cerco de las tierras labrantías y las servidumbres de pasto y paso, fueron los causantes de la frecuente irrupción de los ganados en las tierras y casas de los agricultores, cuya defensa debilitaban los referidos privilegios. No costaba caro a los ganaderos el descuido, fingido a veces, de sus pastores, pues cuando les iba peor sólo les era impuesto como castigo el pago de los daños. Trasladada a la Nueva España esa ventajosa situación del ganadero y siendo indígenas los más de los agricultores, ¿qué era de esperar si no una agravación de tan crudo problema? Hallándose en frente de un contrario mucho más débil que en España, los ganaderos y pastores se desenfrenaron, y pasaron frecuentemente de abusos cometidos en la propiedad a excesos perpetrados en las personas. Entre algunos virreyes, que defendieron decididamente a los labradores indígenas, y los procedimientos, legales o ilegales, a que éstos recurrieron, restablecióse algo el equilibrio entre las dos partes hacia fines del siglo, pero la pugna abierta por aquellos privilegios seguiría manteniendo en continuo peligro al humildísimo labrador, que en unos minutos podía ver destruida la reducida milpa de que sacaba la subsistencia para todo un año.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ