II
Nueva España


A. LAS GRANDES TRANSFORMACIONES DE MEDIADOS DE SIGLO


Entre las décadas quinta y sexta del siglo xvi se producen en la Nueva España transformaciones decisivas para el ser y la estructura del país. A un conquistador que hubiese regresado a la colonia en el año 60, tras una ausencia de cinco o seis lustros, tendría que costarle trabajo reconocer la sociedad que él y sus compañeros de armas empezaran a formar en las tierras del Anáhuac después de sojuzgarlas. Ya no vería en primer plano, lo cual encontraría muy natural dados los años transcurridos, a sus conmilitones, sino a los hijos de éstos, nacidos y criados aquí. Pero lo que ya encontraría menos natural sería que esta nueva generación fuese muy distinta a la suya en índole y costumbres y que hubiese sido casi completamente desplazada del gobierno y la administración por los peninsulares.

Ya no volvería a contemplar los rebaños de indios esclavos y de encomienda desfilar hacia los placeres auríferos de ríos y cañadas, donde sudorosos y hambrientos iban dejando poco a poco la vida para dársela, con el rico metal extraído, a empresas y anhelos de todo orden, material o espiritual, noble o innoble, benéfico o perjudicial... Asistirá ahora, en cambio, a otro espectáculo, esencial en la forma, pero muy distinto en el fondo: a la marcha por grupos de los nuevos forzados del trabajo, los indios de servicio o de reparto, a quienes se lleva por turnos hacia las ásperas montañas de la tierra fría para hacerles sangrar, desangrándose, un nuevo metal precioso, la plata, que ha reemplazado al oro, muy agotado ya, en la función de derramar copiosa riqueza.

Una sorpresa más recibiría cuando le saliesen al paso por todas partes individuos de nuevo color y presencia: negros, mestizos y mulatos; visión rara para él que sólo había conocido indios y blancos, y, como excepción, unos pocos negros.

Y todavía se haría cruces al notar que había desaparecido la anarquía de los primeros tiempos; la vida colonial se le presentará ahora bastante arreglada y concertada, siguiendo normas ya abundantes, dadas e impuestas por el rey y sus delegados, cuyo poder se ha vuelto efectivo: en los nuevos tiempos la rebeldía o la desobediencia cuestan caras.

Con estos trascendentales cambios y otros muchos de menor categoría se encontrará nuestro límite de la conquista. Y es que la colonia en breve tiempo había recorrido un largo camino.

Los conquistadores contaban poco ya. Viejos o enfermos los que quedaban, habían transferido a los hijos el cuidado de hacer valer sus pretensiones, pero rebajando mucho la entidad de ellas y moderando cada vez más el tono con que las formulaban: lo que casi rayara en exigencia se había reducido a mera súplica. Un gran aluvión de peninsulares —autoridades de diverso orden y nuevos pobladores— había convertido a los conquistadores y sus descendientes en pequeños islotes, fuertes a veces, que resistían los embates de los recién llegados gracias al sólido poder material adquirido en los primeros repartos —de encomiendas y tierras— y a la ayuda que todavía les prestaba el monarca en reconocimiento de los servicios hechos a la Corona.

El hallazgo de abundantes veneros de plata, primero en Taxco y luego en Guanajuato y Zacatecas, revolucionó completamente la vida económica colonial, revolución que vino a redondear el descubrimiento del sistema de amalgamación en frío por Bartolomé Medina. Cedió el oro el sitio a la plata; la exigua producción metálica a la exhuberante, casi ilimitada en posibilidades; la extracción superficial a la extracción profunda; el trópico abrasador a las montañas frías... Y creció, por la abundancia de yacimientos, el aventurerismo minero, y, debido a lo mismo, se impuso una nueva forma de trabajo obligatorio y nacieron pueblos y villorrios, y, a su vera, infinidad de estancias de ganados y haciendas agrícolas. La plata se convertirá en eje económico de la colonia: en torno de ella girará la economía y sobre ella se levantarán principalmente las grandes obras artísticas y espirituales de los novohispanos. También la plata mexicana será decisiva para la Metrópoli y Europa, pues a ambas más que a la Nueva España irán a parar sus torrentes; por eso la suplantadora del oro pesó tanto en la política colonial de la Corona hispana.

La abundante entrada de negros y el continuo cruce racial alteró profundamente la base humana de la colonia entre mediados y fines del xvi. Comenzó a crecer de modo notable el número de negros cuando se recurrió a su importación con el propósito de resolver el problema de la falta de mano de obra para las minas de plata y los ingenios y las haciendas de la zona tropical. La intemperancia de los españoles y el corto número de mujeres de su raza existentes en la tierra novohispana, fueron factores determinantes del rápido aumento de mestizos y mulatos. No serán todavía muchos a fines de siglo; pero su presencia no guarda proporción con su cantidad, pues viviendo casi todos, al menos los de vida regular, alrededor de los españoles, y siendo de hábitos callejeros, se tropieza muy a menudo con ellos en las ciudades y pueblos grandes, donde los blancos tienen por lo general su sede. Por ello los hispanos, que tanto recurren a sus servicios, se sentirán impresionados por el desarrollo de esos grupos sociales y lo pregonarán como motivo de preocupación desde mediados de la centuria.

La trasplantación del absolutismo a la Nueva España, como al resto de América, borró poco a poco la anarquía originada por el régimen semi-señorial de los tiempos de Cortés y Ñuño de Guzmán. Obra fue, aquella trasplantación, de la segunda audiencia y de los dos primeros virreyes, Mendoza, el prudente, que se distinguió por su tacto político, y Velasco, el severo, que sobresalió por su labor organizadora y justiciera. Con leales servidores al frente de la colonia, los monarcas pudieron ir de manera metódica reduciendo los derechos de los encomenderos, mermando las atribuciones de los concejos y sometiendo a unos y otros estrechamente a sus personas. Toda esta obra estaba ya muy cumplida hacia el año 60: la red de la autoridad real, en cuyo centro se hallaban el virrey y la audiencia, estaba para entonces bien establecida; sólo escapaban a ella algunas zonas marginales, del Norte principalmente, donde aún había personas poderosas —gobernadores y grandes hacenderos— que campaban por sus respetos.

TOMO I. VIDA Y OBRA DE OBRA DE FRANCISCO HERNÁNDEZ